jueves, 7 de julio de 2011

Consideraciones apócrifas del asno de Sancho Panza

El asno de Sancho Panza no tiene nombre. Su asnal linaje no consideró oportuno el nombramiento, y carece de la merced de la montura de don Quijote. El asno de Sancho Panza no tiene nombre. «Mi rucio», lo llama Sancho, más por la color clara de su pelaje que por nombrarlo. Lo que no se nombra no se recuerda, y por eso quien no tiene nombre tampoco memoria. Por carecer de nombre carece también de habla, como si identidad y lengua fueran una y la misma cosa, o cuando menos fueran juntas en compañía. Pero no por mudo nada tiene que decir, que es también asno cristiano.

«Paréceme que sólo para molerme a palos me sacan del olvido, pero, si les place a vuestras mercedes, haré somero relato de mis desfortunios. Quieren mis amos don Quijote y el escudero Sancho, y hasta mi señor Rocinante, que aquí agora me explique, y a tal cumpliré al punto, mas que no sea de su agrado ni gusto.

Jumento nací, que de esta estirpe fui engendrado, pero no recuerdo cuándo ni dónde…, sin duda en la cuadra de mi señor Sancho. Plácido viví mis años mozos, sin más carga que la que a bien tenía mi amo asignarme, ora yendo a la venta, ora a la aldea, del pozo a la cuadra, y de aquí al pozo. No fui burro de noria, libréme de tal deshonra.

Pero, ¡ay!, vinieron tiempos malvados, quiso la corta Fortuna que se enajenara don Alonso Quijano, que aventara males de ensueño, que perdiera el seso ya anciano. No sé si a mi amo engañó, sedujo o coaccionó, pero vime, a mis años ya viejo, andando los caminos criptanos, pasando hambre, frío, miedo y mil calamidades, que yendo en tal compaña no habría de librarme de ellos.

Una ocasión que mantearon a mi amo, al día siguiente, en la fantasía de don Quijote arrimóse batalla entre las huestes de un señor mahometano de raro nombre y las mesnadas del rey de los garamantas, Pentapolín del Arremangado Brazo. Prestos a entrar en combate, mi señor Sancho forzóme el paso de semejante guisa que acabé sin alardes parándome en seco, reacio a seguir, así me molieran. Resultó el desvarío en rebaños de ovejas y carneros, de los que mató don Quijote más de media docena, provocando tal ira de los pastores que, acertándole con las hondas, creyeron que le habían muerto. Acercándose mi señor Sancho al maltrecho caballero, voceando grandes insultos contra este pobre asno por no llegar a la par a socorrer a su señor de los libros de caballerías, arremetió contra mí con grandes palos y puñadas, maldiciendo mi testarudez como si no fuera don de mi raza.

Tal tunda de golpes me dieron, que parando mi amo a cobrar el resuello, por parecerme momento apropiado, y con sangre por todo mi cuerpo, osé a preguntar al escudero: Señor, ¿sois hombre o bestia? Asombrado, alzóse como pudo del suelo en su menguada talla y respondió el ruin escudero: Pardiez, ¿un asno que habla o un hombre sin fuero? Volvióme a moler con la cayada, y rebuznábamos él y yo con tal desespero que no lo acerté con las coces que di, que bien esquivaba mi amo, y terminé, como él, agotado de tanto flagelo.

Apiadóse de mí el jamelgo Rocinante, y lamióme allí donde mi lengua sedienta no llegó. Arrastrándonos nos alejamos del camino real, y esa noche ya no oían los amos mis lamentos ni nosotros sus desvaríos. Curando las heridas, el tiempo pasó, y asno y rocín a la manchega aldea regresamos, sin saber más de esos amos locos y trastornados, que acaso vagan aún en mil desventuras.

En otros muchos trances me vi, pero no relataré aquí ya a vuestras mercedes, por no cansarlos, más pormenores de los desaguisados y desventuras en que mis amos, locos, me envolvieron, pues es la insania mal que atormenta, que agrava con creces la desazón y vuelve lerdos a los creyentes, que aunque no pareciera de inicio, el pobre escudero de ello enfermó. Y así mi señor Sancho Panza, que de buena guisa partió con su señor don Quijote, perdióse en lo negro del poco seso que tenía y que no conservó».

6 comentarios:

  1. ¡Bravo! ¡Bravísimo!
    Qué bien se te da ese estilo, Javier. Besos.

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  2. Gracias mil, bella dama. Si supiera antes este pobre escribidor que semejantes delirios serían del agrado de vuestra merced, al punto los habría referido, pues guardados estaban en los cajones del olvido.

    Un abrazo, querida Zim.

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  3. Es Vd. el caballero escribidor más galante que he hallado por estos extraños parajes. Déjome abrazar, vive Dios.
    Otro beso, Javier.

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  4. Y ahora, una vuelta más de tuerca: que se encuentren, al azar de los caminos, el rucio y el asno de oro de Apuleyo... ¡Qué chispas del ingenio saldrían de esa anagnórisis! -a juzgar por lo aquí escrito-, porque, si mis fantasías no me desmienten, existe un Lazareto de los personajes de ficción donde todos viven hasta que de allí son "trasplantados" a la hoja en blanco, por lo que conocerse, lo cierto es que se conocen todos, y seguro que disfrutarían, cuando se reencontrasen, lejos de él, prisioneros ya de sus respectivas empapelaciones literarias, recordando los tiempos de su libertad anterior...

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  5. ¡Cuán inmerecidas son tus palabras, Juan! No se puede elevar a la categoría de literatura un simple esbozo, un amago de delirio calenturiento de aprendiz de escribiente. Ni sabría qué decir en boca de uno ni, por supuesto, del otro, que ya largó cuanto debía el bueno de Lucio. ¿Cómo osar puntualizarlo? Ni en el más enjundioso e iluminado ejercicio de imaginación podría siquiera aproximarme a la destreza de su pluma... Para otras cosas servirá uno más, quizá, aunque guste de estas divagaciones extemporáneas y acasos poéticos.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...