lunes, 24 de octubre de 2011

Opinión y criterio

Preguntaba Joselu hoy mismo en el blog de Animal de Fondo¿qué es tener criterio? Como no me parecía que invadir el espacio propio y personal de otro bloguero fuera lo más adecuado para dirimir el asunto, decidí traer la discusión aquí y aprovechar, de paso, para colgar esta nueva entrada, pues últimamente ando algo escaso de ideas propias.

Todo el mundo tiene opinión, pero, ¿cuántos criterio?, es el planteamiento de base que me acomete desde hace muchísimos años, cuestión nada fácil de explicar y menos aún de entender, pues hacerlo implica trascender los esquemas tradicionales a los que estamos acostumbrados, es decir, el sentir general.

Si recurrimos a nuestro DRAE, nos define la opinión como juicio que se forma de algo cuestionable, o concepto en que se tiene a alguien o algo. Más nos podría valer lo que se dice de opinión pública: estimación en que coincide la generalidad de las personas acerca de asuntos determinados, definición que, en general, se asemeja más al concepto propio del término, ya que es compartido por una pluralidad de individuos que refuerzan, así, las opiniones de cada sujeto.

Veamos, en cambio, qué nos dice el Diccionario sobre el criterio, que en el original griego se refiere al verbo juzgar: norma para conocer la verdad.

Podríamos considerar ya aquí un primer nivel de diferenciación entre ambos conceptos, quizá imperceptible para muchos pero en cambio tan sólido que marca una importante categorización. Mientras que la opinión se establece como reacción primera y básica ante un hecho determinado, y es por tanto deudora de una multiplicidad de factores, la mayor parte de ellos tan subjetivos como el individuo que opina, el criterio atiende, para su consideración, al conocimiento de la verdad en que pueda incurrir ese hecho, es decir, precisa, necesariamente, de una profundización en la realidad circunstancial del hecho, por encima, desde luego, de la engañosa apariencia o la simple subjetividad.

No entraremos en debates de mayor calado –innecesarios en esta ocasión y, además, fuera del alcance de nuestras profanas limitaciones–, como sería desentrañar el significado filosófico de ambos conceptos, es decir, profundizar en la doxa, o conocimiento fenoménico engañoso, que es tanto como decir opinión, y la episteme, o conocimiento científico metodológicamente establecido.

De modo que, según supongo y si no estoy equivocado, que podría perfectamente ser, hay una apreciable diferencia entre opinar y conocer qué se está diciendo. Sé, también, que lo más usual entre nosotros, pobres bípedos peludos sometidos al imperio de los sentidos, que son lo más a mano que tenemos, y algunos lo único, es hablar, aunque no se sepa de qué ni se espere siquiera a dejar explicarse al otro antes de echar la lengua a paseo. Es verdad igualmente que si sólo habláramos de lo que en realidad conocemos deberíamos enmudecer por decreto-ley, de modo que toda esta argumentación que acabo de escribir quizá solamente sean palabras, opiniones, en suma, sin más sustento que mi propia subjetividad, y aunque podría traer aquí infinidad de ejemplos para tratar de defender estos puntos de vista, no lo haré, ya que no es mi cometido formar opinión, y mucho menos conocimiento epistemológico.

13 comentarios:

  1. Creo que tu último párrafo resume de un modo acertado lo que pretendes explicar y los límites reales de esa diferenciación. Es harto difícil separar opinión y criterio. Si alguna hay, desde luego es la que tú expones. Una reacción ante algo de modo circunstancial frente a una meditación basada en anclajes profundos que dan consistencia al juicio. De acuerdo.

    Sin embargo, yo observo que mis criterios van evolucionando, e incluso entrando en contradicción entre ellos. Todo problema real es tan complejo que observarlo desde distintos ángulos produce una multiplicación de los vectores criteriales. Cuando escribo un post, intento definir un criterio. Sin embargo, la aportación de los comentaristas me hacen ver otros aspectos que yo he apartado o no considerado, tanto que me llevan a absorber estas nuevas adiciones y enfrentarme a una mayor complejidad del problema planteado.

    Los criterios son continuamente modificados por nuevas aportaciones de la realidad. El problema catalán, el problema vasco, el problema español, la legitimidad de la justicia revolucionaria, las dictaduras, el islamismo y nuestra reacción ante él, nuestras contradicciones medioambientales, nuestra complicada consideración de la compasión, del yo, de los sentimientos… etc, etc. He puestos una serie de asuntos que me llevan a mí a difíciles disyuntivas ante las que no tengo unos criterios definitivos. Hay quien dice Zigmung Bauman que la modernidad es líquida, y esto afecta también a nuestros criterios. ¿Cuántas veces habrá habido de cambiar de criterio sobre infinidad de cosas una personas de ochenta años que se mantenga todavía lúcida? Un solo ejemplo: el matrimonio homosexual, la adopción por parte de parejas homosexuales, la transexualidad y los derechos de los transexuales, la experimentación genética… Es bueno que haya algunas personas con criterios definidos en cada uno de estos campos, pero me temo que el común de los mortales por más que intente estar informado sólo puede emitir opiniones dada la complejidad de la realidad.

    Un abrazo.

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  2. Ay, la conversación con Joselu me ha dejado medio seco, pero intentaré seguir. Te preguntaba yo si se aprendía a desconfiar de nuestro propio criterio en la escuela y me he respondido yo mismo pensando en la muerte de Sócrates y en que todos los días los que aclamaban eligen a Barrabás: Así que estoy más desesperanzado que cuando te pregunté. La cosa viene de lejos.
    Pero seguramente alguien podrá escapar de este destino. Joselu hacía notar el aparente apoyo público que tenía Franco en vida. Yo estaba en Madrid en la época y vi desfilar por tv a multitudes con lágrimas en los ojos, las mismas que poco tiempo después presumían de un pasado en el riesgo y la oposición. ¿Tan difícil es decirse a sí mismo: "Soy torpe, pero como no cuento con más, tendré que mostrarlo. No entiendo lo que no entiendo."? La discusión me recuerda un dilema que también me sorprendía en la juventud: Veía que muchos compañeros gustaban de mostrar una imagen fingida de sí propios ante las mujeres, para enamorar. Y siempre me decía: ¿De qué te valdrá después? Prefiero que me rechacen ahora a que lo hagan más tarde.
    Me parece que la base para tener criterio propio es aceptar nuestra inmensa limitación, nuestra torpeza personal. Entonces las infinitas opiniones contrarias no pueden engañarnos. Entonces no tenemos necesidad de disimular nuestra ignorancia: así somos, así creemos.
    Siento no haber tenido luces para ser más claro.
    ¡Un abrazo!

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  3. Amigo Profesor, Don Javier,

    Hoy nos presenta Vd. su faceta socrática, planteando preguntas o cuestiones, sin dar la solución de ninguna. Hay que vérselas con opinión, criterio, episteme, doxa [δόξα]. Ya investigaré a ver si puedo añadir alguna cosa que merezca ser leída, ateniéndome a los orígenes etimológicos, pero tendrá que ser tras una larga meditación, porque ahora lo que más me apremia es un buen sueño, y un mejor dormir. Ya tengo en qué pensar. En el momento oportuno recibirá Vd. el comentario apropiado.

    Mis saludos, mis respetos, y un abrazo. Buenas noches.

    Antonio

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  4. Vamos a ver si consigo aclararme, amigo Profesor Javier. Voy a atenerme a los significados originales de las palabras tratadas, según puede comprobarse en los diccionarios Greco-Latinos al uso.

    ἑπιστήμη: ciencia
    κριτήριον: capacidad de juzgar
    opinio: opinión, conjetura, creencia
    δόξα: opinión, lo que nos parece

    Teniendo en cuenta lo anterior, me parece a mí que el criterio es algo que nos marca el camino a seguir, algo en lo que nos fundamentamos en nuestras conductas, algo en lo que creemos firmemente, tras una reflexión previa. En este sentido el criterio es como la guía que nos conduce a algún lugar, o a alguna forma de ser o de pensar. Lo cual no es obstáculo para que los criterios puedan cambiar en función de nuevas reflexiones o nuevos datos. En este sentido, el criterio sería asimilable a la ἑπιστήμη: ciencia.

    La opinión es algo más frágil, algo circunstancial, algo que no ha sido suficientemente meditado, algo de lo que no estamos del todo convencidos, y que, evidentemente, puede cambiar con mucha más facilidad que el criterio, que es más sólido. La opinión, evidentemente, es la δόξα: opinión, lo que nos parece.

    Habría que recurrir a los Filósofos, a Platón, a Inmanuel Kant, y a tantos otros, para definir lo que son las apariencias (la opinión) y las esencias (el criterio aproximadamente), pero esta discusión desbordaría mis conocimientos y sería impropia de un espacio que pretende estar al alcance, si no de todo el mundo, por lo menos de muchas personas.

    Le envío, amigo Javier, un gran abrazo y mi admiración sincera.

    Antonio

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  5. Efectivamente, Joselu. El verdadero problema estriba en la complejidad que supone despejar la incógnita, pero también, en una inmensa mayoría de casos, en la apatía, la indiferencia o la tendenciosidad desde la que se expresan quienes contemplan el mundo alrededor.

    Ahora mismo, por ejemplo, podría contestar a tu intervención con un lacónico no comparto tus planteamientos, sin más, o un condescendiente por supuesto, tienes razón. En cualquiera de los dos casos estaría simplemente manifestando una opinión ante tu comentario, que podría ser de asentimiento o de negación en función de esas variables subjetivas a las que aludía: simpatía por el hecho o persona, estado de ánimo, estado del tiempo e incluso estado de las carreteras... Respuesta primaria, facilona e insuficiente en cualquier caso. Sin embargo, si me tomo la molestia de analizar tus palabras, si trato, a través de lo que de ti conozco, de situarme más cerca, de sentir tu latido, supongo que entonces tendré mejores elementos con los que elaborar una respuesta más correcta. Pero eso lleva tiempo, y tiempo es lo que la gente no tiene o no está dispuesta a conceder a los demás. Por eso es más cómodo tener opinión que criterio, porque para lo segundo se requiere estar más atento, más sensible, más involucrado, se requiere, en suma, conocer más.

    Esa y no otra creo que es la explicación a tamaña inflación de opiniones en nuestra vida. Procuro, en lo que a mí respecta, opinar poco, aunque no siempre uno lo consigue.

    Gracias por tu siempre bienvenida aportación, Joselu, y un abrazo.

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  6. Animal, el arte del disimulo acompaña al hombre desde sus mismos orígenes. Te honra a ti reconocerte cuando te miras, cualidad que no siempre desarrollan, a lo que parece, muchos de nuestros semejantes, pues al mirarse en el espejo sólo ven aquello que su mente, con disimulo, pone en su ego, y por tanto están ciegos ante sí mismos.

    Te has explicado con gran claridad, y dado que no todo el mundo está preparado para admitir su ignorancia o desconocimiento, con mayor honestidad aún, lo cual habla no sólo bien de ti sino menos bien de otros. Pero es cierto, también, que debemos comprender las debilidades de los demás, sobre todo su negativa a reconocer que no saben o saben poco, pues hacerlo, para ellos, sería tanto como admitir su inferioridad. Piensan -equivocadamente, creo-, que descubrirse ante sus semejantes les haría más desvalidos frente a ellos, y por eso disimulan sus enormes carencias y complejos con todo tipo de representaciones: es el caso del matón de barrio, que exhibe su aparente fuerza y soberbia en proporción directa a su debilidad interior, que es el verdadero rasgo definitorio de su personalidad; o del padre acomplejado en su fracasada vida, diciendo insistentemente a su hijito campeón, que te vas a comer el mundo.

    La lista sería interminable, y tú conoces sobradamente a personas que se adecuan a la perfección a tales estereotoipos, producidos por ellos mismos, por su fracaso personal, pero también por esta sociedad fagocitadora, por su fracaso ético y social.

    Gracias por tus palabras.

    Un abrazo.

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  7. A lo que parece, Antonio, tengo una larga experiencia en inquirir continuamente, como si buscara la piedra filosofal -¡qué bobería!-, pero sin aportar nuca solución alguna; si acaso conjeturas...

    En todo caso, por mi poco saber, creo que su docta explicación de ambos términos griegos es acertadísima, y viene a coincidir con los planteamientos iniciales que un servidor había propuesto. Por supuesto que la base etimológica de todo concepto es determinante en su significado, y a ella debemos remitirnos en aras del entendimiento convencional, por más que el tiempo o mal uso del lenguaje desnaturalice en ocasiones los claros orígenes de las palabras, preciado tesoro que nos hace humanos y en absoluto respetamos lo suficiente.

    Tiene razón cuando afirma que profundizar en el estudio de la opinión y el criterio como conceptos filosóficos escapa a nuestra capacidad, a la mía por lo menos, pues aunque practico el estudio en sentido amplio, si he de ser consecuente con mis propias ideas nunca pretendo abusar del uso indebido de término alguno que induzca a error a quienes puedan escucharme o leerme, apropiándome ilegítimamente de un conocimiento que confieso no poseer. En consecuencia, y al hilo de los presupuestos que dieron inicio a este debate, no quiero opinar sobre asuntos que escapan a mi competencia y capacidad, y respecto de los cuales sólo tras el debido análisis y comprensión me atrevería a emitir mi punto de vista. Pero, como le decía a mi amigo Joselu, eso requiere tiempo, y el tiempo nos es más querido que el dinero -ahora tendré que castigar a la mano que ha osado escribir esta última palabra.

    Amigo Antonio, siempre tendrá un lugar relevante en este blog que enriquece con su presencia.

    Un abrazo.

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  8. Con mi cara dura habitual aprovecharé este encuentro con D. Antonio Martín Ortiz, a quien no conocía, para pedirle una dádiva: en la última entrada de mi blog he copiado unas citas latinas de Quevedo. Como en latín están en el original, Política de Dios y Gobierno de Cristo, sin traducir por Quevedo, yo no me he atrevido a hacerlo. Sin embargo, las frases son reveladoras y alguna de ellas tiene una fuerza que siento que algunos lectores perderán. ¿Tendría usted la bondad de dejarme un comentario con la traducción?.
    Pueda ser o no, ¡Gracias! ¡Gracias también, Javier!

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  9. Amigo Profesor Don Javier,

    Me va Vd. a permitir que deje aquí también el comentario que he dejado en el blog de nuestro amigo Animal de Fondo, atendiendo a una petición suya hecha aquí mismo.

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    Amigo mío, Animal de Fondo (y perdone Vd. porque lo llame así: el pseudónimo se lo ha puesto Vd. mismo),

    Tal como me ha pedido en el blog de Don Javier García de Castro, La raza de Caín, muy gustosamente paso a contestarle sus preguntas sobre el Latín.

    Terencio, efectivamente, dice en Heauton Timorumenos, 796:
    Ius summum saepe summast malitia.
    [Con frecuencia el sumo Derecho es la suma maldad].


    Así lo escribió Terencio en Latín Arcaico. En Latín Clásico, de Cicerón, sería:

    Ius summum saepe summa est malitia.

    Cita mal Quevedo, porque ha cambiado el orden de las palabras y ha destruido el verso Latino. Lo de escribir Jj en algunos casos en lugar de Ii era corriente en la época de Quevedo. Ahora sólo lo hacen algunos indocumentados.
    Jus summum summa saepe malitia est.

    No he podido comprobar el resto de frases en Latín, porque no se cita el libro al que pertenecen, y uno, es decir yo, tiene sus limitaciones. No obstante ahí va la traducción: pongo primero las citas de Quevedo, luego la forma en Latín Clásico, y finalmente la traducción.

    Noli nimium esse justus.
    Noli nimium esse iustus.
    No quieras ser justo en exceso.

    Acceptores vultus.
    Acceptores uultus.
    Los que aceptan, los que acogen, los que dan el beneplácito del rostro, los que dan su aprobación con la cara.

    Justitia nimia incurrit peccatum; temperata vero justitia facit perfectionem.
    Iustitia nimia incurrit in peccatum; temperata uero iustitia facit perfectionem.
    La justicia excesiva cae en el pecado; pero la justicia moderada hace la perfección.

    (Anote que la frase original está mal: falta el in). Si Vd. comprueba el texto de Quevedo, en él falta el in, debiendo nosotros concluir que el error es de Quevedo o de quien transcribió sus palabras, porque es imposible que San Agustín, que sabía Latín de sobras, se equivocase de una forma tan torpe. También Dudo yo de que el error sea de Quevedo, porque él también tenía más que sólidos conocimientos de Latín.

    Espero, amigo Animal de Fondo, haberle complacido. Ha sido un placer.

    Le envío un afectuoso saludo,

    Antonio

    PS.: Lo que Vd. ha hecho, amigo Animal de Fondo,  al pedirme la traducción de algo en Latín no es demostración de ninguna cara dura: es un simple intercambio de afecto y simpatía. Puede Vd. enviarme las frases en Latín que necesite. Yo intentaré traducirlas gratis et amore [sin cobrar emolumento ni honorario alguno].

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  10. Estando en cierta manera de acuerdo con la última parte de tu comentario, Javier (aquella en la que refieres que si únicamente opináramos de lo que realmente conocemos, estaríamos el 99% del tiempo callados), me gustaría apuntar lo siguiente: el desconocer un tema debería hacernos hablar con mucha prudencia de ello; yo mismo me doy cuenta en ocasiones, cuando cometo este error, de que, quizás, haya alguien entre mis contertulios que esté pensando que "hay que ver cuántas tonterías se pueden llegar a decir cuando la ignorancia es osada"; yo también opino lo mismo a veces de mis contertulios. Básicamente, pienso que, cuando OPINAMOS de algo, por nimio que sea, si entramos a fondo en ello, nuestro CRITERIO (que podríamos asimilar a "aquello que da base -a partir de unos conocimientos más o menos contrastados- a nuestra argumentación) debería tener -redundando en lo expuesto- unos cimientos en cierto modo firmes. Ello no significa que no podamos errar al opinar, sino que, por simplificar las cosas, no deberíamos hablar a la ligera. Y, si no tenemos esa base, hay dos opciones: Una callar. La otra, mostrar a nuestro interlocutor que nuestra opinión puede estar equivocada, a riesgo de que ello le lleve -neciamente- a dudar, solamente por ello, del acierto de nuestras palabras. Opinar con criterio nos lleva a la firmeza (que no inflexibilidad) de nuestros asertos. Opinar sin criterio debería llevar a la pública prudencia. Evidentemente, he obviado todo tipo de explicación filológica que, EN MI OPINIÓN, no nos lleva a nada en este caso, ya que el problema es más bien de fondo que de forma.

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  11. ¿Opinar sobre la opinión? Suena a tautología. Opinar es la respiración del pensamiento y el calentamiento de la razón antes de la competición dialéctica, pero no nos engañemos: opinamos todos y saben muy pocos, como muy bien dice Javer y comparten otros contertulios. En esto del opinar y del criterio conviene hacer como nos indica el dicho: acércate a los buenos... LO cierto es que solo tras una larga dedicación al estudio aprendemos el inapreciable valor del silencio y la prudencia con que hemos de entregar nuestra palabra. Si hacemos una comparación biológia, diría que la juventud fogosa nos hace novelistas y la senectud indignada aforistas. Como leí en un escritor de relativo mérito: "Hablar por hablar no multiplica, resta."

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  12. Me encanta comprobar que estamos sustancialmente de acuerdo, Requejo. Y la satisfacción que me causa no se debe precisamente al disfrute que uno suele sentir cuando sus postulados son corroborados por oyentes y contertulios, pues quienes así se ufanan no son más que vanidosos engreídos que piensan que sus ideas son las únicas y mejores del mundo, y el banal asentimiento de sus necios referentes no viene sino a confirmarlo y aun conformarlo más si cabe.

    Mi placer deriva del conocimiento que manifiestas tener, del sentido común y de la humildad de tu expresión, porque eso nos acerca en mayor medida que cualquier otra cosa, incluidos lazos de sangre, aficiones y amores. Podría resumir nuestro diálogo, si me lo permites, con dos frases concluyentes mas no exclusivas: la opinión es gratis -y gratuita-, pero el criterio nos resulta ciertamente caro.

    Un abrazo.

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  13. Cuánto hablar para no decir nada.... Ésta y no otra podría ser la certera y verdadera conclusión de todo el asunto, Juan. Puede que, en efecto, la juventud nos aventure por el camino del atrevimiento, en lo cual no veo nada intrínsecamente nocivo, pero si, tras llegar a la edad anciana, nada queda de lo errado, es que de ningún poso nos habremos beneficiado, de ningún conocimiento aprendido, y sólo el resabio, el resentimiento y la desconfianza serán nuestros pobres valedores ante tan formidable mundo en torno.

    Convencidos de nuestra razón, desdeñamos las de otros, y pretendemos resumir teorías, ideas y postulados en frases contundentes que a veces, únicamente rezuman la estridencia del silencio que mejor habríamos hecho en guardar.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...