domingo, 20 de febrero de 2011

Llegó el día

A. B. C. D. E… Repito mentalmente el abecedario en un ejercicio de concentración inequívoca que me aísle del exterior, mientras espero pasmado, mojándome bajo la fina lluvia de noviembre, a que el autobús se apiade de mí. Lo repito una y otra vez, pero no soy capaz de pasar de la M, y así tengo que volver a empezar. El paraguas negro, como las negras nubes preñadas, cuelga lánguido, cerrado, sin querer mojarse, sin darme cobijo. Bajo la marquesina, los seres que se apiñan para no ser pasto del agua me miran, unos de reojo, otros, los más, sin recato. Piensan todos lo mismo, empero: «Éste es tonto o está loco».

¿Qué día es hoy? ¿Qué hora? Imposible saberlo, mejor, recordarlo. Parece que la memoria se ha desvanecido, arrastrada por las gotas de lluvia que empapan mi cabeza toda. Apenas lúcido dentro de mí, ni siquiera me doy cuenta de que el autobús acaba de arrancar dejándome allí, quieto, tranquilo. ¿Habrán pasado más? La marquesina vuelve a llenarse de gente con ritmo lento. Unos me miran de soslayo; otros con descarada y lerda sonrisa, quizá conmiserativos. El autobús se fue…

Comienzo a caminar. Las manos metidas en los negros bolsillos de la gabardina negra. El paraguas colgando del antebrazo me golpea rítmicamente a la altura de la rodilla. Mi frente despejada apenas retiene el agua que resbala desde el cabello y se escurre dentro de mi cuerpo por el cuello. No siento frío. Ni calor. No siento. ¿Estaré muerto? A. B. C. D… Un chirrido de ruedas, el brusco frenazo, el golpe que no duele. Más agua sobre mí. Me levanto del negro asfalto. Estoy bien… no ha sido nada… no se preocupe… La culpa es mía… Continúo caminando mientras la pobre mujer se queda allí, demudada, lívida, temblorosa y asustada, mojándose, la puerta del coche abierta…

Buscando el sentido de mi vida, sólo soy capaz de encontrar el pañuelo gris a cuadros en el bolsillo de la gabardina. Lo aprieto, intentando retener la cuenta de los años que ha pasado allí, olvidado por mi mano y mi nariz. Nunca imaginé que este día fuera así. No pensé que llovería. Pero tampoco que haría sol. Por más vueltas que le di, ahora los recuerdos se desvanecen sin sentido, sin orden, caóticamente dispuestos para morir. Tantas veces lo pensé, tanto tiempo me preparé, estableciendo límites a la cordura, al sentimiento y a la edad de los años, que de nada sirven ya, porque el golpe dado, de fuerte, me ha derribado. Por fin la noticia siempre esperada, temida pero deseada: «Le quedan a usted seis meses de vida… Puede que un año si responde bien al tratamiento».

Caminando bajo la lluvia ya sólo soy un muerto a falta de dar sepultura, pero, entonces, ¿por qué me viene a la mente esa vieja canción de Triana?: Ahora siento que llegó el día, / que tengo ganas de vivir, / de atravesar los muros y ruinas / que aunque pase el tiempo están ahí, / y florecer como un hombre nuevo / sin miedo a las tragedias por venir. / Regalarle a la vida todo el fuego / de tus ojos y tus ansias de vivir.

Hoy me siento poetoso, qué raro. Le doy vueltas a las letras, que acaso quieran forjar palabras, torpe remedo de quien soy. A. B. C… Al final surge algo, no sé qué, algo… juntos iremos, juntos, y no quiero llantos… Hoy comienza el fin del mundo, pero también el principio del resto de mi vida, la que ya no tendré más. Sigue lloviendo... Qué delicia.

6 comentarios:

  1. Supongo que la repetición A, B, C, D... es un buen ejercicio de concentración o por lo menos de abstracción ante el panorama que se ofrece desde la marquesina, quizás la monodia de las gotas de lluvia al caer, añade monotonía a la música del magín.
    Estoy convencido de que el tedio y la música callada son productivos y eficaces para la creación y para agudizar el pensamiento, pero tengo una cierta prevención ante la ensoñación y siendo así, me propongo dudar en vez de contar y no repetir la letanía de letras, sino poner en cuarentena la propia lluvia y todo el panorama que se presenta ante mis ojos y a no creerme nada de lo que hay ante mí y entoces, como ejercicio de reflexión, me propondo buscar las razones de mi incredulidad en cada gota de lluvia.

    Ahora digo yo, me siento travieso, un militante del escepticismo.

    Salud amigo.

    Francesc Cornadó

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  2. No hay género más sugerente que la autoficción, esa que aprovecha la propia vida como resorte narrativo y hace derivar a cualquier lado la historia. Es algo así como el método stanislavski en el teatro. Este relato posee la fuerza de la convicción interior y es tan cierto como si fuera cierto. Ese "si" que es el comienzo de toda creación artística. Saludos.

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  3. Sin embargo no es escepticismo, Francesc, lo que me mueve, sino infinita tristeza, quizá porque la lluvia arrastrará el último atisbo de humanidad que me queda, o porque lavará tanto mi ego que apareceré desnudo ante mí, y eso causará terror y más tristeza. En el fondo, qué más da, si vivir o morir es indiferente...

    Un abrazo.

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  4. Excelente forma de verlo, Joselu. Si fuera cierto no sería más verdadero, porque ficción y realidad permanecen unidas por un delgado hilo que en modo alguno se rompe salvo, quizá, cuando ya nada importa.

    Un abrazo.

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  5. Hoy quiero regalarte esta canción, en lugar de decir nada. Espero que te guste:

    http://www.youtube.com/watch?v=qtmsOvvS1Ek&feature=related

    Abrazos, Javier.

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  6. Preciosa. Sobran las palabras... Gracias, Zim.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...