Muy mal tiene que estar este perro país cuando la
noticia que abre los telediarios es un partido de fútbol, por mucha final de Copa
que sea. Claro que, conociéndonos, tampoco es tan raro, porque, haciendo de
tripas corazón, se vuelca la muchedumbre en tan querido deporte como bálsamo
huidizo de la realidad. O eso, o es que no hay, hoy por hoy, nada más digno de
la atención de los señores corresponsales, en una suerte de mutación devaluada
de la voz de sus amos.
Y, aunque no parece de personas educadas ir a país
extranjero a proferir insultos y vituperios y chiflidos y pitidos
contra las cosas de ese país, hay que alabar, por otra parte, el correctísimo
comportamiento de esos miles y miles de aficionados de ambos equipos llegados a
Madrid para el evento, pues se han comportado de manera muy civilizada, sin
peleas ni cortes de tráfico ni enfrentamientos, y sólo han mostrado disgusto
cuando, de manera harto inexplicable sabiendo que las gradas estaban pobladas
por catalanes y vascos, alguien ha tenido la estúpida idea de hacer sonar el
himno nacional (español, quiero decir), en la capital de España, en la final de
la Copa de España (o del Rey, si les gusta más).
Imagino la desilusión de esos culés y esos leones
cuando no han tocado también, como acompañamiento, los himnos vasco y catalán,
como pidieron hace días algunos patriotas,
talmente como si jugaran las respectivas selecciones... Qué ingrata es la política;
o el fútbol. Por lo menos podían haber interpretado una sardana o un aurresku
de consolación, digo yo…
Además, hay que tener en cuanta la pasta que se habrán
dejado estos forofos balompedísticos en la capital del Reino extranjero, adonde
quizá han acudido con harto desagrado, porque no les quedaba más remedio si
querían ver al equipo de sus vidas, por el que muchos la darían, además, a poco
que hiciera falta, ganar trofeo extranjero tan apreciado. Quiero
decir que, como gesto de gratitud y reconocimiento hacia estos aficionadísimos
que han preferido gastarse sus últimos eurazos del mes en el partido en vez de
en el supermercado, aun a costa de volver a casa andando, bien podría la
organización haber hecho un esfuerzo y prescindir del dichoso himno español;
total, para lo que se escuchó…Hay que ver, cómo está el mundo y estos a por
uvas, todavía…
A estas alturas de esto que nos traemos entre manos,
la cosa pública, creo que lo llaman,
todavía me pregunto si los seguidores acérrimos de cualquier equipo de fútbol
son personas o cafres de tocino que además confunden éste con la velocidad,
quiero decir, la política. Porque da gusto ir en el autobús, entrar en un café,
esperar en la consulta de lo que sea, y ver que mucha, pero mucha, gente está
tan entretenida leyendo… aunque sólo sea el Marca
o el Hola. Para que luego digan.
Hay, entre otras muchas, dos clases de tontos: los
que nos damos cuenta de que lo somos y los que no. Quienes pertenecemos al
primer grupo tenemos la desgracia de cargar con el conocimiento de ello, en
tanto que los del segundo viven tan felices, pasando el tiempo entre inofensivos
esbozos de ideas. En fin, que parece que la única bandera capaz de cobijarnos a
todos es la de la estupidez. Que ésa si que es una. Y grande…
"los del segundo viven tan felices, pasando el tiempo entre inofensivos esbozos de ideas." A veces, como las multas por no rotular en catalán no son tan inofensivas; o los golpes que recibió Arcadi Espada cuando hacía campaña por Ciudadanos en las primeras elecciones a las que se presentó; o el conato de agresión física que sufrió la diputada de UPyD, Rosa Díez, ¡en la universidad!, cuando pretendía ¡nada menos que expone sus ideas! No, de "inofensivos esbozos de ideas" nada de nada, auténticos proyectos consolidades de agresión antidemocrática, manifiesta de mil maneras. Quien vive en un territorio dominado por el nacionalismo excluyente sabe bien de qué habla. Por otro lado, Javier, la representación grotesca de la pitada del himno forma parte del sainete tremendo que es nuestra vida política. ¿Para cuándo sus propias ligas, donde serán campeones eternos? ¿Qué es primero, entonces, la "patria" o la "pelota"? Todo esto solo puede ser contemplado desde la perspectiva del Valle-Inclán de los esperpentos. Aún recuerdo, en las primeras elecciones de la democracia -que no democráticas- cuando llegó Herri Batasuna a Barcelona para hacer agitación. Un estadio donde había uns quince mil personas. El vasco comienza su discurso en la lengua común, el castellano, y una recia pitada le impide continuar. Pues nada, continúa en vasco y recibe enfervorizados aplausos que se repitieron cuando acabó, seguramente porque a los asistentes les cautivó la fonética del vasco, supongo, pues nada en absoluto comprendieron, salvo los cinco o seis vascos que pudiera haber enntre los asistentes, en el supuesto de que,además, fueran bilingües, lo que no es tan fácil de encontrar. ¡Paísito!
ResponderEliminarIncluso expresándome en castellano reconozco que a veces, más de las que quisiera, me hago ininteligible -de ahí el adelantado título de esta entrada-, más por falta de conocimiento que por estilo, ya que ninguno tengo, y aun su carencia es impostada... Que es justamente lo que tú dices, Juan, lo que este escribidor quería también mentar, porque es preciso reconocer que, de todas las ideas del mundo, son las de los sandios las más peligrosas, ¡esas sí que tienen integridad, de integrismo, claro! Sólo su linealidad y planitud son capaces de igualarlas en competencia desleal, porque, tomado un objetivo y una idea -mejor cabría decir ideología- por bandera, son los necios tan impermeables a todo cuanto les rodea como esos perros peligrosos que, según dicen, no sueltan la presa hasta que los matan.
EliminarEn todo caso, que este país es la monda, aparte de Valle-Inclán, lo sabemos todos los que medramos en el primer pelotón de la susodicha tontuna patria. Es efectivamente muy democrático no dejar hablar al otro, en un alarde de superioridad nacional -del tipo que sea- en tanto no lo haga en tu lengua, y aun así y todo...
Un abrazo.