Hay
dos tipos de cainitas, los que ves y los que sientes. A los primeros los tienes
rodeándote por todas partes, pero a veces, incluso, se les puede evitar…. A los
otros no, porque están amparados por el resto de mortales, aunque no lo sabemos,
porque suelen ir disfrazados de abelitas. Los primeros te pueden hacer daño,
pero es un tipo de lesión apriorística, indiscriminada pero difusa, de poca
intensidad y alcance y no difícilmente combatible que suele, además, tener un
corto recorrido temporal. Los otros dan donde duele de verdad, y las secuelas
de sus feroces ataques involucran a mayor número de individuos, a prácticamente
todo el mundo, porque son golpes masivos, perfectamente calculados y
controlados, que se mantienen en el tiempo y en el espacio, alcanzando
magnitudes realmente extraordinarias.
Entre
los cainitas de la primera condición podemos encontrarnos cualquiera cualquier
día, porque para convertirnos en uno solamente tenemos que intentar emular al
otro, al que está al lado, que quizá es, a su vez, otro cainita portador del
estigma. O no, que tanto nos da. Pero por si acaso. Ahora bien, para pertenecer
al otro grupo hay que estudiar mucho, ser muy aplicado y además contar con las
relaciones adecuadas. Tras el largo camino, la recompensa llega una vez
admitidos al selecto club, porque se abren todas las puertas, se ve la realidad
real, es como encontrar la piedra filosofal: el mundo al alcance.
Es
en esta dicotomía humana donde se radicalizan las relaciones, donde la
diplomacia adquiere significado y donde, en última instancia, vivimos, penamos
y morimos, verdadera pasión del hombre que somos. Y es que la vida, esta miserable
cosa que arrastramos llamada existencia, solo es un acontecimiento fortuito que
nos pasa mientras esperamos morir.
Si te fijas, Javier, "existencia" parece un híbrido de "exit", salida, e "insistencia", pero no hay tal. Como tú dices, "esperamos", aunque yo creo que "retardamos", a juzgar por cómo se rebela el organismo contra la cesación de sus funciones vitales. Es evidente que en un asunto como el cainismo nadie va a disputarte, teniendo en cuenta en qué blog estamos, la primacía del discurso. Caín, con todo, tiene una grandeza trágica de la que carece su versión hispánica bastante más cominera y de medio pelo. Hasta para el cainismo impera entre nosotros la mediocridad, lo que no evita el daño, de acuerdo, pero lo hace más llevadero.
ResponderEliminarEn casa de herrero, cuchillo de palo, que dice el dicho, ¿no? Pues eso va a ser. Cualquiera tendrá tanto o más derecho que el escribidor para defender o combatir toda idea que aquí pueda leerse, porque, si no, ¿dónde está el tan cacareado espacio de libertad del que tanto presumimos, yo el primero? Cosa distinta es, después, que las razones y argumentos aducidos lo sean o, por el contrario, solo presuman de ello.
EliminarDe todas formas, Juan, respecto a esa peculiaridad tan hispánica, ¿realmente lo creemos así o, simplemente, somos seguidores de la leyenda, no negra, quizá, pero leyenda, al fin y al cabo? Porque, de ser así, ¿cuántos estaríamos dispuestos a dejar la vida en ese digno pero duro empeño de vivir por uno pero para otro? Buff, ya me perdí...
Un abrazo