viernes, 20 de agosto de 2010

La cosa en sí

Es la Historia cosa maravillosa: nos enseña todo aunque nos empeñemos en no aprender nada. Tras muchos años de praxis ciudadana en democracia, uno llega a una conclusión, que puede ser provisional pero no por ello menos abrumadora: tú no existes. De entre todos los pronombres personales que hay, solamente manejamos uno, el de primera persona del singular, YO. Los demás, o nos son indiferentes o directamente despreciables.

Hace más de treinta años que los españoles vivimos en democracia, un sistema político hoy denostado y vilipendiado por ciertos sectores radicales de la sociedad. No les falta razón, en parte. La democracia ha consagrado la libertad plena para hacer, pero también cobija bajo su capa, amparándolos, los más bajos instintos de no pocos ciudadanos, de suerte que el rédito que se nos concedió tras la muerte del dictador, hoy está agotado. Hemos dilapidado el futuro de todo un pueblo en apenas unos años. No sé si España estaba preparada entonces para asumir tan alta responsabilidad frente a la Historia, pero desde luego hoy no. Muchos, que sólo saben decir yo, piensan –mejor sería decir creen, porque lo de pensar es preferible reservarlo a los animales superiores– que democracia es sinónimo de hacer y dejar hacer, que es lo mismo que decir nada. No obstante lo que a Ud. o a mí pueda parecernos, tienen incluso razón.

Todos estos años vividos a la sombra de esa buena señora, que en la encarnación de la Segunda República nuestros mayores pintaban de extraordinaria belleza, con túnica clara, manto rojo y gorrito revolucionario a juego y balanza, no hacen sino corroborar ciertas ideas que miserablemente se abrían paso en mi mente hace muchísimo tiempo. Decía la letra de la canción de Jarcha, Libertad sin ira, convertida en himno oficioso de la transición, que «este país necesita palo largo y mano dura para evitar lo peor», si bien el sentido de los autores era completamente contrario, obviamente. Sin duda la gente de entonces no es la de hoy, ni es como hoy, e ignoro si esto que ahora vivimos es lo peor, y puede que no haga falta un palo muy largo, pero desde luego sí es necesario aplicar mano dura, que traducido no significa otra cosa que sentido común.

Me duele tener que decir que nuestro futuro se nos ha ido de las manos, a todos. Unos somos culpables por acción y otros por omisión, pero en definitiva culpables. Si sólo somos capaces de identificarnos con nosotros mismos, si únicamente nos importa el yo en singular, estamos de antemano condenados. No hemos sido capaces de construir nada realmente digno a partir de esa herencia infame que nos legó el pasado. Pensamos, un día lejano, que ya era hora de la libertad, y nos tomamos la revancha sin mirar el horizonte, atendiendo básicamente a nuestro primario instinto de saciar las necesidades primarias, tan reprimidas por siglos. Nos encerramos en una autarquía más grave que la que impuso el régimen durante años, porque era un autogobierno de lo personal, por encima de factores políticos. Nos lanzamos como posesos a comprar espejos que nos devolvieran la imagen del ser perfeccionado en democracia, nuestra imagen, Yo y cierra España. Desistimos de nuestras obligaciones, dejamos en manos del Estado las responsabilidades, pero el Estado, asunción homogénea del pueblo, faltándole madurez a éste, no quiso asumirlas, escogió la vía media para solucionar los problemas a que debía hacer frente el país, y como resultado surgió la incompleta, insuficiente e insoportable legislación por la que nos regimos, continua y sistemáticamente enmendada, parcheada y reformada, pero nunca arreglada.

Desoyendo las sabias lecciones de la Historia, es hoy este país que casi es España cueva de ladrones, refugio de terroristas, guarida de malhechores, y solaz, en general, de un variopinto conjunto de seres que atienden al nombre de ciudadanía, la mitad tontos y la otra mitad hijos de un millar de padres. Así somos. Nuestro vecino, que es concejal de Urbanismo o de Acopio Propio, mete mano al cajón pero callamos porque no somos chivatos, y sólo ponemos el grito en el cielo cuando salta el escándalo a los papeles porque otro concejal envidioso al que no han dejado mojar lo destapa. Todo hijo de vecino que se precie trata por todos los medios de auparse a la nutridas, concurridas y solicitadas listas electorales a candidaturas públicas, sean del partido que sean –que esa es otra, porque me da la impresión, bastante corroborada, de que no importa el color del mantel sino lo que hay encima para comer– por ver si así consigue un apaño aunque sólo sea. Nosotros mismos, que carecemos de medios para engañar al fisco por estar sometidos a la dictadura del proletariado y subsistir con una triste nómina, no perdemos ocasión de proclamar nuestra más sincera y profunda admiración por los Marios Condes que en España son.

De modo que, mientras los políticos prevarican y cohechan, la sociedad civil mira para otro lado, como sin querer. Y en tanto la sociedad civil, o parte de ella, delinque descaradamente de manera habitual y con total impunidad, los políticos se dedican a confeccionar legislaciones a medida, diríase que de encargo, para tal o cual asuntillo, o partidillo que hay que ilegalizar, o infraestructura que hay que sacar adelante, o vaya Ud. a saber, resultando que tenemos en España o casi un montón de táificos parlamentos plurimultiinterculturales legislando a la carta. En el otro lado de la balanza la justicia, que ni es justa ni ciega, sólo mira mal, con jueces cinematográficos, unos melodramáticos y otros del género de terror, que, deudores de sus predios políticos, no se atreven a dictar sentencias si no es con la aprobación de algún alto tribunal y consentimiento mutuo. Y por encima de todo y de todos el Gobierno de esta España multinacional –de muchas naciones, quiero decir–, ejecutando lo acordado, que, por cierto, no sé qué será, porque a mí no me han consultado.

Un panorama enriquecedor. El Estado putativo, la Administración convertida en concubina, y abajo, soportando el peso grave del todo, Ud. y yo, y cuatro más, sujetos obligados. La cosa en sí.

7 comentarios:

  1. La ampliación del radio de acción intelectual que nos permite internet nos induce a pensar que nuestra supuesta capacidad de transformación de la realidad ha de multiplicarse geométricamente, y esa es una trampa en la que no deberiamos de caber. De ahí las grandes, las homéricas contrariedades. La lección de la humildad siempre está presta al rescate. Acaba de morírsenos una amiga de 52 años, afectada de ELA, que deja tres hijos adolescentes. Oír sus últimas palabras grabadas mientras asistíamos a la inhumación de las cenizas ha sido una renovación de esa lección de la humildad. Nada de grandes palabras, sino lo de cada día: el cuarto arreglado, ayudar en la casa, regar las plantas, ser honestos y sinceros, comerse la verdura... La comunicación global nos hace creer que nuestra capacidad de actuación adquiere idéntico radio, y en muchas ocasiones desatendemos lo más inmediato. Sé que para transformar las realidades injustas se requiere una dedicacón generosa que va más allá de nuestros intereses particulares, pero no podemos, en aras de aquella acción solidaria, ser insolidarios con quienes nos rodean y a veces incluso con quienes dependen de nosotros. Tiendo a verme como un sembrador de semillas, y ni se me pasa por la cabeza que los procesos naturales hayan de acelerarse, como, ¡desgraciadamente! hacen con los invernaderos, cuyos productos, finalmente, ¿a qué saben?, ¡a nada!
    "El pesimismo es un optimismo mal digerido", se me ocurrió escribir una vez.

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  2. Me temo, Juan, que la tragedia no es más optimista que nosotros, sólo más reacia a parecerlo. En estos días de canícula en que parece detenerse el mundo salvo en los chiringuitos del millón de playas que hay en España, aquí estamos los guardianes de la nada, teclado en ristre, desgastando las flacas fuerzas contra etéreos molinos que ni siquiera se molestan en atacarnos porque desconocen nuestra presencia, porque no saben que existen.

    A menudo me pregunto, como la canción de Serrat, "para qué nacerá gente, si nacer o morir es indiferente".

    Un fuerte y agradecido abrazo.

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  3. "Nacer o morir es indiferente"... para el no nacido, claro. Una vez nacido, de indiferencia nada. Entre la vida y la muerte me quedo con la vida, ayer, hoy y mañana. No todos deciden lo mismo, está claro. Pero sí es verdad que puede vivirse por inercia, en vez de por decisión. Asumir la responsabilidad de nuestras propias decisiones es, me parece, nuestra máxima libertad.

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  4. No pienses que el panorama político es mucho mejor en otras latitudes. Podemos pensar que el nuestro -con todas sus deficiencias- permite una cierta estabilidad inestable entre tensiones muy fuertes. Y al fin y al cabo, los políticos son seres humanos que si pueden -algunos- meten el cazo. A escala más pequeña se puede decir que se hace lo mismo. El paisaje quizás no sea muy alentador pero es como la metáfora de la botella medio vacía o medio llena. El movimiento neocom y el teaparty conservador en Estados Unidos es para asustar por la simplicidad de su modo de entender el mundo. Es algo parecido al periodista de La Gaceta Carlos Dávila. No me gusta esa visión de España ni la de Jiménez Losantos. Nos enfrentamos a problemas complejos a los que no cabe soluciones simples. De ahí la dificultad en todos los niveles. No existe un país justo gobernado por hombres justos. Somos de barro. Todos. Espero que al menos funcionen los sistema de control. Un abrazo de este final del verano.

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  5. Enfrentado a la realidad radical que es la vida, si me permites la terminología orteguiana, Juan, el individuo no tiene más remedio que aceptarla de plano para continuar viviendo o darla drásticamente por concluida. ¿Dónde está la libertad? Se trata tan sólo de una dualidad, de la eterna dualidad: sí o no, vida o muerte, ahora o nunca. Desdichados somos si pensamos que podemos decidir los términos del contrato vital. Nada más nos es dado escoger entre dos opciones, rotundas pero, cada una, efímera en sí misma.

    Tu pensamiento al respecto, que también percibo en tu historia sobre la manzana, acaba de inspirarme para una nueva historia, pequeña, que iré madurando estos días y probablemente coloque como entrada en este cuaderno. Sobre la responsabilidad humana, el escepticismo me invade, cuando no la inquietud por su comportamiento. En todo caso, evoco una vez más las palabras de Hierro, para convenir con él que después de todo, todo es nada.

    Un abrazo.

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  6. Conozco el mundo a través de varios planos diferentes, Joselu. Primero como individuo gnosciente; luego como hombre informado (aunque sea mal informado); también, quizá en menor medida, como docente de la cosa histórica, geográfica y humana... En cualquiera de las facetas señaladas se perciben los mismos rasgos identificativos de la especie sapiente, apenas matizados por consideraciones latitudinales y culturales.

    Sé que España no es una isla, y que, efectivamente, la condición del hombre es idéntica en todas partes; pruebas tenemos de ello. Pero eso no impide que me duela de lo que más cerca tengo, de lo que más inmediatamente me acomete, de lo que en mayor medida incide en mi forma de percibir lo que me rodea. Aunque sepamos que en otras familias, en otros hogares, hay problemas, no nos exime de intentar solucionar los propios.

    La corrupción no es cosa atribuible exclusivamente a los políticos, lo sabemos todos. Pero sí les son en mayor medida exigibles las responsabilidades que de sus actos se deriven, más aún en democracia, porque están traicionando la confianza en ellos depositada por el confiado pueblo. Por eso insisto hoy, y probablemente mañana, en mi visión de España, que no puede ser otra cosa que opinión personal en modo alguno identificable con ninguna otra, por supuesto, y en mi punto de vista, según el cual nuestra patria común e "indivisible" no es más que un país a pedales.

    Un abrazo.

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  7. Javier,
    hacía tiempo que no pasaba por aquí. Te mando un saludo.

    La cosa en sí es que esta maravillosa España nos putea y la culpa es nuestra por pensar solamente en nosotros.


    La cosa en sí, Javier, es que yo soy esa generación narcisista que os heredará y creo que por lo menos a día de hoy esquivo bastante bien el culto al yo.
    La cosa en sí es que mientras haya gente como yo, que la hay, te doy fe, este país y este mundo podrán levantarse algún día. Pero para eso necesitamos semillas, cómo las que hablaba Juan.

    Siempre digo que debemos darnos amor, que en este mundo jodido, ya es un gran paso. Ya sé que suena a tópico, pero lo creo a pies juntillas.

    Así que un abrazo Javier, un caluroso abrazo para despedir el verano.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...