Ahora que la historia reposa en los estantes,
y las caracolas besan la espuma de los días.
Vuelan pentagramas
sobre la alfombra de nostalgias
y la luz seda tu perfil impetuoso.
La humedad pesa sobre los ojos
y tus manos abren en su corriente
estíos y otoños
arropados de sueños,
de ideales, descalzos.
El calor de tu voz,
la encendida piel,
y la luz traída
en tantos besos.
La muda caricia
que templa el hielo de la espalda.
El puñal blanco de tu risa
que mortal la soledad hiere.
Mi libertad en tus brazos,
gritando: ¡por fin!
El asombro dilatado en los ojos
que ven volver
esas hojas al viento que dejé
en el andén de tu recuerdo,
se arremolinan en tu pecho,
prenden fuego a tu garganta
y a tus labios gimiendo van...
van diciendo... ¡te quiero...!
Y. M. S.
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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...