Una vez, hace ya mucho tiempo, me preguntaron qué
lugar creía ocupar en el rebaño… Entonces, mi mente andaba escasa de
iluminación, a media luz, podríamos decir, casi como ahora… casi. No comprendí bien la pregunta, ni
siquiera le encontré sentido, pues uno estaba a otras cosas, al mundo disipado…
Hoy, el escribidor que soy relumbra en la oscuridad
siniestramente, como los fuegos santélmicos, al recordarlo y admitir, por fin,
que hay un lugar que ocupar. Sin
embargo, soy yo quien se formula ahora la pregunta, la misma de entonces… Y
surgen, inmediatamente, como de ningún sitio, otras preguntas, a cual más
insidiosa, más impertinente, más desesperante… Una de ellas, no la preferida,
pero sí una que puede prestarse a interpretaciones variopintas, es: ¿qué
necesita un pastor para conducir su rebaño? El repertorio de respuestas es
amplio, sin duda, y la casuística tan grande que, casi con total seguridad,
habría que bucear en el acervo popular para hilar, entre todas, una con mayor merecimiento
que las demás. Y, ¿cuál sería ésta? Tras mucho andar los caminos, tuve que
optar, finalmente, entre dos, sin que ello implique mayor dualismo que la necesidad
imperiosa de concretar lo sabido…, o aprendido.
La primera de estas respuestas categóricas es conocer
bien a las ovejas, y la segunda, tener buenos perros. Aunque, en definitiva,
ambas parecen depender del pastor, una lo hace en mayor medida que la otra,
pues si bien el conocimiento de los animales anda tras ambas, solo en el primer
supuesto, conocer al rebaño, es directamente responsable el hombre, ya que los
perros serán buenos o malos con independencia de los deseos del pastor, quien,
lógicamente, preferirá los primeros a los segundos, por más que en ocasiones se
vea forzado a cargar con estos últimos, por distintas razones que ahora no
hacen al caso ni aportan nada sustancioso a su desentrañamiento.
La ortodoxia demandará del pastor el ejercicio del
control sobre el rebaño, y sobre los perros. Sin embargo, en el sistema cerrado
que configuran tanto estos dos actores como los sujetos de sus acciones, las
ovejas, no es raro encontrar que su funcionamiento (el del sistema) se produzca
de manera inercial, ya que todas las partes parecen
conocer su papel en él. Jamás las ovejas reaccionarán, ni contra el pastor ni
contra los perros, pero, dejadas a su albedrío, y careciendo de éste, tenderán
a la dispersión evidente del rebaño, falto de guía (¿acaso los carneros recuerdan
su papel ancestral en la manada?, porque pareciera que las ovejas nunca fueron,
en realidad, animales salvajes), que terminaría, de este modo, malogrado. Por
eso, se impone la presencia de los perros, verdaderos artífices de la armonía
en la comunidad lanar, pues, atendiendo los requerimientos del amo, del pastor,
poseen no obstante un mecanismo automatizado de funcionamiento completamente
independiente de piedras, silbidos y gestos. Llega un momento, en consecuencia,
en que la figura del pastor solo es relevante para el tráfico mercantil del
rebaño, quedando su cuidado en el tránsito estacional a cargo de los perros.
Cosa distinta es el periodo estabular, durante el
cual ni perros ni pastor parecen ser requeridos ni necesarios en el negocio, ya
que el rebaño, cómodamente apacentado, carece de cualquier necesidad distinta a
su regular manutención, bastando poco para la supervivencia.
Si a estas alturas, sufrido lector, ha logrado
comprender usted algo de todo lo que lleva este escribidor redactado, le ruego,
por caridad, que me lo haga saber para poder entender cuanto escribí, fruto de
no sé qué razonamientos… No obstante, téngase en cuenta que los perros habrán
de dar la medida real del pastor, y, en última instancia, del rebaño.
No sé si sé muy bien por dónde vas, pero es costumbre en España hablar al hilo del que ha terminado para meter el discurso propio venga o no venga a cuento. Porque yo fui un tiempo pastor de cabras cuando me quise hacer granjero hace ya años. Teníamos cabras blancas, suizas, empezamos con cuatro solo: Georgina, la Tonta, la Meona, y la Petita. Probablemente me faltaba todo, el conocimiento del rebaño y el buen perro porque salir con ellas cuatro era un caos, las perdía siempre, se me desmandaban y se iban donde ellas querían. Era una tarea tremenda localizarlas y hacerlas volver. Creo que entonces entendía bien lo de "estar como una cabra". Fui un fracaso como pastor. Las pasé canutas. Un día se nos metieron, subiendo las escaleras, en el comedor donde teníamos documentos oficiales para irnos a trabajar a Estados Unidos, pues bien se comieron buena parte de los manteles, los cojines, mi título de filólogo, y casi el pasaporte. Cuando nos vieron llegar empezaron a balar con entusiasmo bien arrellanadas en el sofá. Por suerte no se habían puesto la tele.
ResponderEliminarAsí que ¿qué te voy a decir yo de ser pastor? El que lo sea demuestra mucho. No es fácil administrar la autoridad con esos cuadrúpedos infernales.
En fin, un abrazo veraniego antes de comenzar el camino de Santiago en San Juan de Luz.
¡Bravo, Joselu! Has acudido al rescate, y, como bien dices, no se trata de saber, porque, si fuera el caso, esta entrada jamás habría sido escrita. Son las mil caras con que nos disfrazamos, jugando al engaño con las palabras, su significado, y lo que quieren decir para quien las lea. Tu lectura es una de las posibles, pero, como no se trata de ningún concurso, tan válida como cualquier otra... si la hubiera.
Eliminar¡Ah, las cabras! Y las ovejas, y las gallinas... Animales hermosos, con mala fama, pero tan necesarios... ¿Qué sería de la civilización sin la domesticación de todo tipo de animales? Seguiríamos en la barbarie, sin duda, en plena fase mito-mágica, con horrorosos sacrificios humanos, asaltos crueles a tribus indefensas, y nadie por encima que pudiera poner orden.
También yo, durante un tiempo, soñé con retornar al campo, del que nunca salí, para vivir en armonía con la naturaleza: sembrar, apacentar rebaños, construir con adobe y madera... Solo que no había dinero para ponerlo en marcha, y ahí acabó mi idilio con el mundo, y desde entonces ando rabiando por los rincones, pero dando gracias, al tiempo, por haberme librado de las pulgas, el gorgojo, la brucelosis, el granizo, la ordeñadora que falla, y las subvenciones del FEDER...
En fin, mundo natural... Que disfrutes el Camino, amigo mío. Si algún día lo hago, será en barca, cuando la plataforma continental haya escorado a Poniente lo bastante...
Un abrazo
muy interesante tu relato sos genial para manejar las palabras
ResponderEliminarme voy satisfecha con lo que he leido
abrazos desde este lado de la luna
Muchas gracias, Recomenzar.
EliminarHay que practicar mucho, cada día, para destilar solo unas pocas gotas...
Un abrazo
Qué sería de la civilización sin la domesticación? Perros y corderos en el mismo corral y con los mismos derechos. Un buen modo de domesticación. Admiramos a los pastores que bien conducen.Abrazo.
ResponderEliminarEl perro se convirtió en broker, o comisionista, o inversionista, o bancario (¡ojo, no confundir con el noble banquero, por favor!), impasibles al paso del tiempo; y la oveja, en ciudadano votante, en citoyen no militante, en abuela de mayo, en exiliado en México, en refugiado en Siria o Irak... Sí, Ana, en el mismo corral..., y con idénticos derechos...
EliminarUn abrazo