jueves, 17 de septiembre de 2009

Nuestra intolerable presencia

Hay un concepto reciente que manejan los sociólogos y cuyo uso se ha extendido universalmente sin que muchos, al menos yo, sepamos exactamente qué quiere decir. Me refiero al término empatía, que unos asimilan a simpatía y otros a no se sabe qué. Si nos remontamos al origen etimológico griego, los que parecen sentir simpatía por empatía no andan muy descaminados, pues lo que realmente sienten es afinidad por el otro, no hasta el grado que la empatía requiere, pero ya es un comienzo. Y es que para poder ponerse en el lugar del otro hay, primero, que sentir cierta simpatía por él. ¿Es eso posible?

A menudo escuchamos o decimos comentarios conmiserativos sobre tal o cual persona caída en desgracia sin que ello suponga un sentimiento empático profundo sino, más bien, una muestra de superficial deferencia. Porque, ¿cómo ponerse en el lugar del otro siendo yo, es decir, si yo no soy el otro? Quizá podamos imaginar cuánto sufre alguien que pierde a un ser muy querido, pero, a menos que también nosotros hayamos sufrido una pérdida semejante, es imposible saber qué siente. Necesitamos, en consecuencia, la experiencia previa que nos identifique el significado de los sentimientos.

Haciendo un esfuerzo imaginativo, además de un ejercicio de tontería-ficción, trascendamos el concepto del otro -de lo que pienso volver a hablar- hasta llevarlo al límite de lo otro. Es decir, no quiero ahora ponerme en lugar de mi semejante, sino en lugar de todo lo que hay en este planeta. ¿Cuesta? Y ahora, pues, ¿qué siente el mundo? Las principales religiones monoteístas recogen como doctrina primigenia la primacía del hombre sobre la Naturaleza, es decir, que todo, entiéndase lo otro, es y existe sólo para que nosotros lo usemos, disfrutemos, aprovechemos, destruyamos... Pasa, sobre todo, esto último. El hombre, dice Dios, debe crecer y multiplicarse, y por el camino ensuciarlo todo. Y al margen de si eso es bueno o malo para el planeta, o incluso para nosotros, lo cierto es que sucede. Y en esta tesitura, me pregunto: ¿somos de verdad empáticos, sentimos lo que el mundo siente al tener que soportarnos? Creo yo que no...

3 comentarios:

  1. Decididamente, la respuesta es No. No 'sentimos lo que el mundo siente al tener que soportarnos' porque no somos conscientes de habitar sobre una especie de ser vivo, de organismo que tiene sus propias reacciones ... nos comportamos como reyezuelos caprichosos e incoscientes, absortos en su efímero poder. Si yo fuera el planeta, pisotearía la corona de tanto majadero 'soberano'.

    ResponderEliminar
  2. La capacidad de sentir empatía por una persona o grupo deriva en primer lugar de que nos sintamos afectados (aunque solo sea "en abstracto") por lo que esa persona o grupo piense o por las actuaciones derivadas de su pensamiento. Imaginemos (aunque solo sea por un momento) que tengamos un hueco en nuestra cotidianeidad para las organizaciones -tanto laicas como religiosas- que intentan reducir los efectos de la hambruna, el analfabetismo, la enfermedad, etc. en lugares tan alejados -física y/o culturalmente al menos- como África o determinadas zonas de Asia. Muy probablemente experimentemos una cierta empatía por ellas y la actividad que desarrollan; incluso desarrollaremos un pensamiento similar a "a mí también me gustaría colaborar...". Bien, para sentir esta empatía no es necesario en efecto colaborar, sino simplemente pensar -de un modo abstracto, cuyo significado podríamos asemejar a "poco o nada práctico"- que "lo ideal sería que todos, empezando por uno mismo, colaborasen". Sin embargo, lo más probable es que no demos ningún paso al frente para concretar nuestra colaboración.
    ¿Sentimos empatía por dichas organizaciones? Sí (nos solidarizamos mentalmente por ellas). ¿De qué sirve esta actitud? De nada. Esto mismo podemos ampliarlo al sentimiento por otras personas, incluso de nuestro entorno. Conocemos a muchas -o al menos, alguna- a las que les vendría bien nuestra ayuda (material o no), comprensión, compañía, etc. Tenemos una cierta empatía hacia ellas (si no, ni se nos pasaría por nuestra cabeza pensar en ellas y menos aún pensar en los problemas que le afligen). Pero a la hora de la verdad no concretaremos nuestro pensamiento en hechos. ¿De qué le sirve a esa persona la empatía que sintamos hacia él si luego los hechos que derivan de esta empatía son tan vacíos/nulos como los de las personas que ni le conocen? Por cierto, al escribir estas líneas se me vienen a la mente varias personas y organizaciones por las que siento empatía, pero que a ellas no les ha llegado ningún efecto de este sentimiento hacia ellas...
    La empatía es un concepto bastante vacío si no va acompañado de otros hechos que corroboren que esta empatía es verdadera.
    De todos modos, y comentando un poco algunas de las líneas de lo publicado por Javier, creo que es posible sentir empatía por alguien que no seamos nosotros mismos (si no, el concepto de empatía no tendría ningún contenido, evidentemente). Otra cosa es que lo que pensemos que siente la otra persona es lo que se nos pasa a nosotros por la cabeza. Francamente eso me parece imposible. Pone como ejemplo el sentir lo mismo que una persona que acaba de perder a un ser querido. Uno puede tener una idea aproximada -incluso casi exacta- de lo que barrunta esa persona porque también ha perdido a un familiar en el mismo grado. Pero nunca podrá llegar a sentir lo que él siente: porque los sentimientos son absolutamente personales, cada uno siente de una manera distinta el mismo hecho. Y ello a causa de su educación, su cultura, sus circunstancias personales espacio-temporales ... en fin todo lo que podríamos resumir en su grado de afinidad (EMPATÍA) hacia el hecho causante.
    Podríamos imaginar una especie de ecuación matemática: si cultura, educación, circunstancias personales espacio-temporales en relación a un hecho determinado (pero no un hecho determinado equivalente, sino exactamente el mismo hecho; me refiero a que si Juan pierde a su padre, Pedro -que hace años perdió también a su padre- no sentirá lo mismo hacia la muerte del padre de Juan que cuando perdió a su propio padre. Parece claro, ¿no?) tienden a cero, entonces empatía hacia ese hecho tiende a cero en igual medida. Y viceversa, cuanto más se aleje de ese cero, más empatía en igual medida debería ser exigida.
    Quizás una ética "adecuada" debería llevarnos a sentir empatía por un número creciente de hechos y no por un número cada vez menor de ellos. Esto sería un claro indicador de que somos una sociedad y no un conjunto de individuos.

    ResponderEliminar
  3. ¿Empatía? Aqui cada uno va a lo suyo y a los demás que les den... Y efectivamente por el camino somos unos "destroyer total" aunque vamos de ecologistas con esta moda de las bolsas del Carrefour...

    ResponderEliminar

Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...