sábado, 10 de abril de 2010

Cuentos

Hoy, al darme una vuelta por ahí, no he podido evitar que un ramalazo de tristeza iracunda me sacudiera. Nada que ver con el asqueroso caso Gürtel, ni con el procesamiento a Garzón ni con eso que llaman el partido del siglo o del milenio, no. Era por un secuestro: el de la inteligencia. Un paso más en el aborregamiento de esta sociedad narcotizada que siempre, como sus dirigentes y dirigentas, está mirando para otro lado, como un soldado que desfila con el paso cambiado. Lo malo es que ya es casi toda la Compañía la que cambia el paso…

Pareciera que volvemos a la época más oscura de la historia, momentos penosos de nuestro pasado como especie dominante en que se prohibían libros por el Santo Tribunal o directamente se quemaban en distintos países de distintos credos por sospechosos y subversivos. Ahora, en lo que parece una vuelta de tuerca más en este hazmerreír de país que somos, los paladines de ese engendro que es lo políticamente correcto quieren privar a las futuras progenies de españoles y españolas de esos episodios preciosos de nuestra infancia. Confunden estos señores y estas señoras lo correcto con lo ideal, lo ejemplar con lo ejemplarizante. Hay un edificio en Madrid, pagado con sus impuestos y los míos, con una placa en la fachada que reza: Ministerio de Igualdad. ¡Pardiez!, qué cosa más sosa e inverosímil. ¡Qué empeño en igualar lo diferente! Hombres y mujeres deben, por mor de esa corrección política, ser iguales. No de derecho, que ya lo somos bajo el imperio de la ley, no, sino de hecho, lo cual quizá sea incluso constitutivo de delito. Para ello se sacaron esas cuotas femeninas –discriminación positiva, creo que lo llaman– según las cuales debe haber, sin que importe mucho si están o no cualificados, igual número de hombres que de mujeres en los diferentes órganos y órganas institucionales, mismo número de directoras y directoros, de presidentes y presidentas, de comandantes y comandantas de avión, de tontos y tontas de baba…

No será un servidor quien diga que las féminas no deben tener los mismos derechos que los varones. Faltaría más. Pero de ahí a tratar de igualarnos en todo o más..., en fin, que me asalta la duda, ¿qué soy yo, pues, una mujer sin tetas? Quisieron las brillantes mentes y mentas posdictatoriales corregir desigualdades seculares, misión loable, pero que han llevado a cabo de la peor manera posible, por las bravas, comenzando por concienciarnos con un lenguaje insulso y vacuo pero muy correcto y en absoluto discriminador, y así tenemos la violencia doméstica, como los vuelos nacionales de los yanquis, y la violencia de género, que es tanto como si una silla macho matara con una de sus patas a una silla hembra, o así (en la escuela me enseñaron que los seres humanos tenemos sexo, y que el género se aplica a cosas y animales, bueno, excepto las personas del género tonto, pero ese es otro asunto que hoy no toca, así que, salvo que los ilustres y lustrosos académicos de la Lengua no dispongan otra cosa al calor y dictado de las enaguas políticas, a ello me aferro). No quisiera con todo esto que llevo dicho y lo que me queda por decir que se lleven de mí una imagen errónea, porque no soy ningún reaccionario en el mal sentido de la palabra. Por suerte para mí sé fregar los cacharros, poner la lavadora, hacer la cama, cocinar, planchar… y además lo hago a diario, bueno, casi todo.

Entrando en el fondo del asunto, como dicen los juristas, es que confunden –o quizá no tanto–, igualdad con igualitarismo, que es como el totalitarismo pero con cuarto y mitad de democracia. Educar en valores, educar en colores, educar en sabores… Éstos y éstas quieren un país o paísa plagado de descerebrados mirateles, carne de cañón, mano de obra barata para seguir alimentando el sistema económico, perfectamente engrasado por estos políticos y políticas de tebeo que gobiernan a las órdenes de los poderes en la sombra para destruir lo que conocemos: el futuro está aquí, señoras y señoros.

Con tanto revuelo se me olvidaba el motivo de esta perorata con la que les estoy importunando, que no es otro que el supino cretinismo de algunos y algunas, eso sí, con cargo y coche oficial. Se trata de un artículo publicado hoy en El País, y con cuyo fondo se podrá estar o no de acuerdo, pero que no tiene desperdicio: El cuento de las hadas y los hados. Hasta un importantísimo pseudosindicato obrero, muy principal, está por la cosa esta. Para no echar gota, oigan.

Y ya por último, tras leer el tal esperpento que pretenden –ya me dirán ustedes y ustedas cómo nos van a tomar en serio de los Pirineos y las Pirineas para arriba–, sólo les pido una cosa a estos diputados y diputadas, ministros y ministras, miembros y miembras: que, por favor, en la próxima reedición de El Capitán Trueno, no me cambien a la princesita de Torres por un señor con barba.

9 comentarios:

  1. Ni caso, Javier, los cuentos tradicionales tienen una potencia imaginativa que trascienden al ministerio de Bibiana. Es maravillosa constatar que los cuentos de siempre siguen vivos, extraordinariamente presentes, en los niños y mayores del siglo XXI. Todo ha cambiado, pero Caperucita, Hansel y Gretel, El patito feo, Cenicienta... siguen funcionando y dando lugar a nuevas creaciones del mundo contemporáneo porque en su origen tienen que ver mucho con el inconsciente colectivo que es el que les da consistencia y poder de seducción. Ni caso. Cuando leo que algunos maestros intentan cambiar los finales de estos cuentos o a sus personajes para hacerlos más correctos o menos crueles, los miro con algo de ternura porque no podrán. Es una soberana majadería, con perdón. Un cordial saludo.

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  2. Mientras leía tu entrada, Javier, me ha venido a la memoria una frase de Marx (sección Groucho), en la que el cómico genial, poniéndose la venda antes de la herida, proclamaba: Los hombres somos mujeres como las demás.

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  3. A veces, Joselu, es muy difícil permanecer impávido ante los continuos ataques a nuestra -supuesta- inteligencia. Procuras no hacer caso, pero cuesta no saltar a la yugular de alguien, la duda que se me plantea es: ¿de quién?

    Un abrazo.

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  4. Fíjate, Luis, que cuando estudiaba 2.º de BUP en un aula con treinta chicas, los profesores parecían estar tan acostumbrados a obviarme (además tenía el pelo largo) que a veces me sentía diluido en el sexo femenino, hasta el punto de que mi respuesta solía ser: yo como una más. Y te aseguro que entonces mi pueril mente no conocía las máximas de Groucho.

    Un abrazo.

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  5. Pienso que, aunque la intención del Ministerio pueda ser loable, la verdad es que parece patético querer llegar al extremo de limitar la difusión de los cuentos clásicos por contener imágenes de roles que no corresponden con nuestra -deseada, que no real- sociedad actual. Como ocurre en tantas otras ocasiones, el contexto de la época hacía que los relatos tuvieran unos personajes de unas determinadas características; igual que hoy -según se puede ver también en el artículo de El País- muchos de los cuentos de los autores actuales reflejan otro tipo de contenidos y actitudes. La tarea del maestro y de los padres debería ser la de hacer ver al niño las partes no "correctas" (por decirlo de algún modo) del relato sin por ello hacer que pierda su valor mágico, fantástico e imaginativo. Para lo cual, en mi opinión, efectivamente, no hace falta ninguna medida política dirigida a modificar en modo alguno los cuentos clásicos. Hay que recordar que muchos de nosotros hemos crecido con esos cuentos y hemos logrado "sobreponernos" a su "sexismo", haciéndonos hombres y hombras que consideramos a la mujer en pie de igualdad, como tú, Javi, que, por lo que manifiestas, parece que eres todo un prodigio de las tareas del hogar...

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  7. Primero: una soberana tontería eso de cambiarle el final a los cuentos clásicos (Joselu, me alegro de que sigan vivos y presentes, aunque no tanto de que formen parte del inconsciente colectivo, porque así nos va en algunas cosas: las niñas quieren ser princesas y los niños héroes, ¡qué chachi, eh?)
    Segundo: quizás no estaba de más explicar un poco esos cuentos y sobre todo mostrar con nuestros actos cotidianos y con nuestro respecto (no hace falta eso de hombres, hombras, Requejo), con actitudes de verdadera igualdad, puesto que los niños y las niñas absorben y hacen suyos lo que leen y lo que ven muy fácilmente (sí, no sólo son “ esponjas” para aprender inglés.)
    Tercero: que la igualdad se logra con muchas cosas más que con fregar, planchar y limpiar y alardear de todo esto. Todo esto que millones de mujeres llevan haciendo desde siempre y sólo ahora se está empezando a valorar. Y me pregunto ¿será porque ahora lo están empezando a practicar los hombres?

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  8. Creo, en efecto, Requejo, que no hace falta la intercención oficial del régimen -éste que tenemos ahora, que no deja de serlo por más que se disfrace de democracia- para aplicar la moral correcta, entiéndase censura, a los cuentos tradicionales, que son tan perfectos en sí mismos que cualquier manipulación resulta abominable.

    Un abrazo.

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  9. Oki, si sólo fuera cambiarles el final... ya sería aberrante, pero es que quieren, sencillamente, "restaurarlos" para que se adecuen a lo que ellos llaman sensibilidad social. Empiezan por modificarlos ligeramente y terminarán por eliminarlos, sustituyéndolos por esos otros tan cursis donde los perros ni ladran ni muerden, los leones comen hierba y los lobos van al cine de la mano con los borregos, quiero decir las ovejas, no, los corderos, bueno... el ganado ovino (creo que no lo arreglo...).

    Más les valdría a estos pseudopolíticos e intelectualoides darse una vuelta por cualquier calle de cualquier ciudad de este país para que tomaran contacto crudo, real, con lo que hay a su alrededor, en vez de pasar su tiempo, pagado por nosotros, maquinando estupideces en sus despachos.

    Y tengo que estar de acuerdo contigo en tu apunte final: decimos muy alto que hacemos la cama para que todo el mundo sepa lo igualitarios, comprensivos y buenos cónyuges que somos.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...