viernes, 2 de abril de 2010

El hombre araña

A menudo nos preguntamos, siquiera sea a escondidas, si acaso no seremos tontos de remate ante determinadas actuaciones que solemos afrontar con desagrado o aflicción. Esta en apariencia simple pregunta es, sin embargo, un acto intelectual reflexivo que, cuando se realiza de manera sincera, no provocada o inducida por condicionantes externos a nosotros mismos, puede darnos la medida de nuestro grado de inteligencia con mayor precisión que las pruebas que se realizan para determinar el cociente intelectual.

En la base del edificio del conocimiento reflexivo está siempre, solidamente cimentado, un espíritu autocrítico permanente y activísimo que jamás descansa, pues en caso de hacerlo nos veríamos abocados al desastre de la soberbia y el orgullo irracional que suele caracterizar al individuo cuando deja de serlo, cuando se transforma en sujeto y actúa delegando en la mayoría, a la que transfiere toda su carga de mediocridad hasta acabar siendo absorbido y difuminado.

En mi recorrido por las siete partidas de la red leo con frecuencia frases como una crítica constructiva (¿alguna lo es?), es necesario tener un poco de ambición (ambicionar es desear sin freno ni medida), envidia sana (¿qué es eso?), admiro mucho a fulano o mengano… y cosas por el estilo. Nada que no oigamos en conversaciones cotidianas, pero que, al verlo escrito, adquieren un sesgo distinto, más contundente. Y en no pocos blogs hay un curioso apartado de seguidores o admiradores, alcanzando en algunos casos cifras astronómicas. Un ejemplo: el blog de Eduard Punset tiene más de 111.000 admiradores o fans –por cierto, ¿sabían que el vocablo fan proviene del inglés fanatic?– Esto puede significar que Punset es realmente un hombre admirable, lo cual no creo por excelsos que sean los méritos de nadie, o que queda bien decir, escribir y señalar muy alto que uno es admirador suyo, pues es cierto que Punset goza de un especial predicamento social e intelectual.

Por tanto, muchas personas admiran a otras personas, en las que se miran: futbolistas, escritores, cantantes, actores, incluso chorizos declarados, personajes de éxito en general…, pero ¡ay!, admirar a otros, reconocerlos como mejores que nosotros mismos es ampararnos en ellos para justificar nuestra insuficiencia, nuestra falta de pericia o nuestra molicie. Lo contrario puede conducirnos a la soberbia, como he señalado, pero es preciso encontrar el equilibrio. Quien es capaz de hacer un ejercicio de introversión de tal magnitud no merece ese destino nefando de la admiración.

Ningún sujeto que sea o trate de ser realmente inteligente, al menos en la medida necesaria para escapar a la mediocridad circundante, es envidioso, ni fan, ni ambicioso. Si uno no logra despojarse de estas taras que la naturaleza humana nos echó encima para general desgracia, nunca será posible realizar cambios de carácter ético que puedan lograr la deseada transformación de la sociedad.

De chaval solía leer tebeos, muchos tebeos, pero además creo que leía todo lo que caía en mis manos. El superhéroe que más me gustaba era Spiderman, quizá porque era el más humano, el más cercano, el vecino de al lado, como él decía. Sólo a estos héroes de papel y fantasía podría ser lícito admirar, nunca a los de carne, que son nuestros iguales, que somos nosotros. A éstos, más que admirarlos, hay que identificarlos, hacer un esfuerzo por ser ellos permaneciendo en nosotros. Algunos no necesitan hacer nada para ser como son, pero otros sí que deben esforzarse, y aquí radica la importancia del planteamiento, porque debe primar este esfuerzo antes que la banal admiración, que no deja de esconder la envidiosa parte de nosotros que se niega a admitir que el otro es mejor pero que al mismo tiempo aspira a ser como él sin pestañear.

Los cretinos no pueden reconocerse como tales debido a la incompetencia del desarrollo de su capacidad de observación, por eso no ven diferencias ni distinguen a un tonto de otro o de un ser inteligente. Actúan por imitación de patrones masivos, no por discriminación. Sólo cuestionan al otro en tanto no actúa igual que él, y le adjudican su misma condición, otorgándole el calificativo de su propia estupidez. Y lo hacen de forma absolutamente natural, admitiendo con descaro su admiración por todo aquello que envidian o apetecen, sin más reparo a su voraz apetito que el freno autoimpuesto por el temor al posible castigo que provenga de aquellos a quienes, paradójicamente, simulan admiración.

Quizá, en el fondo, sólo se trate de una simple cuestión semántica. En las varias acepciones que presenta el término está presente otro de gran importancia: extraordinario, es decir, que sobrepasa lo tenido por normal o común, pero, ¿realmente creemos que alguien es mejor que otro sólo porque tenga esta característica, o lo es en tal medida que merezca nuestra entregada admiración? Qué más da emplear el vocablo admirar u otro cualquiera con semejante significado. Quizá sea eso… Pero puede que no, y a lo mejor tras las simples palabras, de morfología variable, se escondan verdaderas doctrinas a veces caprichosas, a veces interesadas.

Yo, como Groucho Marx –probablemente uno de los individuos más inteligentes de la historia aunque se camuflara bajo una grotesca apariencia, pero del que, sin embargo, no me declaro admirador–, jamás pertenecería a ningún club que me admitiera como socio.

Y, por supuesto, nadie que fuera verdaderamente inteligente escribiría lo que acaban de leer. Estimemos al otro, mas no lo admiremos.

11 comentarios:

  1. Tus comentarios en este blog suelen caracterizarse por una lucidez de la que, sin embargo, estimo carece -al menos parcialmente- el presente artículo. No entiendo lo que comentas hoy, si no es por un afán de ir, sin más, a la contra de lo normalmente considerado por el común de los mortales. Sí me parece acertada tu aseveración relativa al "espíritu autocrítico permanente y activísimo" y, sobre todo, al "actuar delegando en la mayoría, a la que transfiere toda su carga de mediocridad...": desde luego, los errores propios, aunque ocurran con la "ayuda" (que no determinados en su totalidad, en cuyo caso poco se puede hacer) de personas, organismos o entidades ajenas, son achacables a uno mismo. Lo más inteligente (aparte de lo más honesto) es reconocerlos como tales y no olvidar cuál es nuestra responsabilidad (si total o parcial) para tratar de no volver a tropezar en la misma piedra. NUNCA DEBERÍAMOS OLVIDAR ESTO, Javier (y resto de concurrencia), permítaseme el "consejo". Lo solemos decir, pero realmente no lo pensamos y echamos la culpa al empedrado de errores parcial o totalmente nuestros.
    Pero no alcanzo a comprender qué quieres decir cuando dices que "Ningún sujeto que sea o trate de ser realmente inteligente, al menos en la medida necesaria para escapar a la mediocridad circundante, es envidioso, ni fan, ni ambicioso". A no ser que queramos buscar tres pies al gato, yo sí que envidio a determinadas personas, soy fanático de ellas y ambiciono determinadas cosas (incluso me gustaría ambicionar más). Ello no quita, en modo alguno, apreciar lo positivo que uno ha logrado tener en su particular curriculum, gran parte de lo cual se ha conseguido gracias a esa envidia SANA (sí, "sana", yo entiendo perfectamente lo que ese epíteto significa), esa ambición (entendida como ímpetu que te empuja a profundizar en determinados aspectos vitales, sin perder la capacidad de crítica). Y ¿qué decir de "admirar a otros, reconocerlos como mejores que nosotros mismos es ampararnos en ellos para justificar nuestra insuficiencia..."? Bueno, entonces, ¿qué hacemos? ¿Nos miramos a nosotros mismos y ejercemos de autodidactas toda la vida? ¿Estás seguro de qué tú has hecho eso siempre, Javier? Y, en el supuesto de que lo hayas hecho, ¿siempre ha tenido un resultado positivo? Quizás digas "pero he sido yo mismo y no me he “vendido” a lo que dicen los demás". Yo, por el contrario, prefiero reconocer mi incapacidad para determinadas aspectos e imitar a otros individuos para obtener un mejor resultado. Si puedo, incluiré aspectos propios en mis actos, que puedan mejorar lo realizado por esos individuos; y, si no, pues imitaré, sin rubor ni vergüenza alguna. Por supuesto que nadie es mejor que otro por tener una/s determinada/s característica/s. "Ser mejor" abarca innumerables aspectos y seguro que NADIE ES MEJOR QUE OTRO EN TODO, PERO SÍ EN CIERTOS ASPECTOS (Y VICEVERSA, CLARO). Para rematar tu artículo, otra frase (lapidaria a más no poder) que me deja estupefacto: "Estimemos al otro, mas no lo admiremos" ¿? ¿Debo estimar a Teresa de Calcuta, mas no admirarla? Yo sí admiro y envidio, por ejemplo, tus entradas en este blog. Hombre, no eres perfecto (je, je) y trataría de eliminar ciertos tics tuyos, es normal. E intentaría incluir ideas, formas de expresión, etc. mías; pero ello no quita el que, humilde (e INTELIGENTEMENTE, en mi opinión, y en contra de tu afirmación "Ningún sujeto que sea o trate de ser realmente inteligente, al menos en la medida necesaria para escapar a la mediocridad circundante, es envidioso, ni fan, ni ambicioso"), te admire y envidie en tu faceta "literaria", sin olvidar la siempre presente capacidad de crítica, como puedes comprobar, así como que ambicione ver mis ideas reflejadas de una manera tan atractiva como la tuya. Creo que confundes el “inspirarse en” con el “plagiar a” Perdona si mis apreciaciones no corresponden con lo que realmente querías decir.

    ResponderEliminar
  2. Te estoy sinceramente agradecido por tu opinión, aunque sea discrepante, y mucho, de mis puntos de vista. No podía ser de otra manera. Pero nada se hace “sin más”, Requejo. Sé que mis palabras atentan contra el más básico sentido común, y sé también que una gran mayoría de personas sienten y actúan según los planteamientos contra las que yo arremeto. Pero no lo hago por causar polémica ¡pobre de mí! Este espacio lo leen muy pocas personas, no es un programa de masas ni yo un famosísimo periodista. Sencillamente lo expongo porque un día decidí pensar en voz alta esas cosas que durante tantos años escribí en papeluchos reutilizados y servilletas de bar, sin tener en cuenta si eso se aviene a razón o es compartido por los demás. Consecuente con lo que escribo en este artículo, no pretendo que nadie esté de acuerdo conmigo. Y si así sucediera, no creo que me gustara, porque eso sería tanto como complacerme en mis conclusiones, y, por el contrario, necesito que éstas estén siempre en permanente contradicción para poder tomar nuevo impulso.

    No obstante, tengo comprobado que cuando hablamos de cosas banales o genéricas o que aluden o afectan a otros que no somos nosotros, con los que no nos identificamos, somos capaces de aceptar como válidos los más absurdos disparates. Pero cuando lo que oímos o leemos nos atañe de forma especial o simplemente creemos que así es por sentirnos reflejados en ello, entonces reaccionamos con vigor, y con toda nuestra energía arremetemos contra lo que nos dolió. Es lógico. ¿Pero es justo? Justicia es un término que varía de uno a otro individuo según los intereses… Por eso intervino el Estado, apropiándose del concepto, redefiniéndolo y monopolizándolo.

    En definitiva, no sabes cómo estimo tu intervención, pero haces mal en admirarme, Requejo, porque no tengo nada de lo que tú carezcas. En el fondo, como dije, probablemente todo se reduzca a una simple cuestión semántica, y además lo más seguro es que yo esté equivocado, como tantas veces.

    ResponderEliminar
  3. No te equivoques, te admiro parcialmente, y creo que hago bien: como dije, me refiero a tu faceta de escritor. Si no te admirara en esta faceta, probablemente no seguiría tu blog. Todos los que, con mayor o menor frecuencia, te seguimos, te admiramos -en mayor o menor medida- en esto, te lo aseguro. Lo que comentas sobre si es justo reaccionar con vigor a algo que nos afecta, no creo que tenga nada que ver con el asunto de que tratamos; no se trata de justicia, sino de lógica. Nuestra personalidad se forja a través de diversas influencias: unas externas (ahí entra la posible admiración a algo o alguien) e internas (ahí entra lo más profundo de nuestro ser y pensar, y en ello no hay admiración posible: se asume lo que uno es en lo positivo y se intenta cambiar en lo negativo; y si no queremos cambiar en lo negativo, mal vamos: una personalidad debe aspirar a ser lo más completa y positiva posible-según unos cánones propios que derivan de las mencionadas influencias internas). Ya imagino que no pretendes que nadie esté de acuerdo con lo que dices en este espacio: tú planteas temas, con tu propia opinión al respecto, y los demás leemos y aportamos nuestro propio punto de vista. No hay problema. Yo insisto en que sí es posible (y positivo, según los casos, claro) admirar a algo o alguien. Nos ocurre a todos, queramos o no. De hecho, estoy seguro de que hay gente que, equivocadamente o no, me admira-admiró-admirará en algún aspecto a mí mismo. Lo veo normal, no soy un inútil, ni un cafre integral; y los demás tampoco (aunque ciertos elementos se acerquen a esta definición más de la cuenta, como tu amigo el del perro de tu parque o algunos que se embolsan dinero público o se aprovechan de las desgracias ajenas; cada uno en su medida). Y vuelvo a decir que admirar a alguien no quiere decir "idolatrarle", sino reconocer en él unas virtudes que entendemos como positivas. De ello se deriva una envidia sana, una ambición sana y un cierto deseo/actos de imitación ¿Realmente piensas que eso no es adecuado? Como bien dices al final de tu réplica, es posible que todo se reduzca a una cuestión semántica. Me alegraría de que fuera así. Si mis comentarios (o los de otros lectores de tus artículos) sirven para darte un nuevo impulso vital, me sentiría reconfortado. Y, además (aunque esto ya es demasiado pretencioso por mi parte, je, je...) no me importaría ser admirado por ello. Por mi parte, te agradezco tus opiniones, incluso aquellas con las que no coincido -puesto que no las encuadro dentro de lo que causa daño a la sociedad: esas no me causan ningún placer-, ya que también me dan un cierto impulso vital.

    ResponderEliminar
  4. ¿Y cómo habríamos de coincidir, salvo en aspectos muy, muy puntuales, Requejo? Si ni siquiera soy capaz de estar de acuerdo conmigo mismo la mayor parte de las veces... La mitad de la máxima de este cuaderno, que además figura en rojo al pie de cada artículo, es "La duda es nuestra fuerza". Por lo menos es mi fuerza. Y lo es no porque yo quiera o porque quede bonito ahí donde lo puse. No. Es así porque mi ser natural duda, mi parte -pequeña- inteligente duda, "desconfía" dirían los más reticentes.

    Parece que al final sí va a ser un asunto semántico. No entendemos lo mismo una palabra que otra, a veces ni siquiera su estricto valor convencional. No nos ponemos de acuerdo. Y eso, que a simple vista podría parecer el acabóse, es bueno, excepcionalmente bueno porque es el germen del movimiento, lo que pone en guardia al intelecto. Y el hombre está diseñado para moverse.

    Sigo pensando, a riesgo de equivocarme mucho, que no es necesario admirar a nadie para ser. Sólo basta mirar y aprender, y luego razonarlo. Es verdad que hay seres excepcionales por sus virtudes o hechos, y son dignos de elogio y estimación. Pero hasta ahí. Admirar es un término que me resulta demasiado caro, en el que pareciera que uno se abandona y excusa, reconociéndose derrotado. El ser humano, ya lo he dicho, necesita moverse, necesita luchar.

    Requejo, siempre es un placer debatir contigo.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. En algún sentido tienes razón. La admiración hacia alguien nos hace sentirnos inferiores (tal vez con razón), pero el problema que, a mi juicio, existe es el de la "comparación". No deberíamos nunca compararnos. Decir X es mejor que Z, o yo soy mejor que M o yo soy peor que J... son razonamientos que nos llevan a desenfocar la realidad. En cierta manera, nadie es mejor que nadie, pero eso tampoco debía ser óbice para que sepamos reconocer los méritos ajenos y alegrarnos con ellos. Celebrarnos sin pensar por ello que nosotros seamos inferiores. Sólo en el hombre que no se compara está la verdadero sabiduría, pero esto no es fácil.

    Y también tienes razón en cuanto a lo de convertirse en fan de alguien. Es una palabra que me molesta y yo no quiero ser fan de nadie, ni siquiera de mi estimado Eduard Punset. Nadie debería necesitar de fans.

    Pero no es fácil, reitero, escapar de esta trampa de la mente.

    Un cordial saludo.

    ResponderEliminar
  6. Hay un error en mi comentario. Quiero decir "celebrarlos" y no "celebrarnos".

    Por una relación basada en el respeto y no en la admiración.

    ResponderEliminar
  7. Joselu, compartir y discrepar forman parte del mismo juego de la razón. Es tan necesario reconocer las cualidades ajenas como los defectos propios, que si no podemos corregir, deberemos aprender a soportar. No somos inferiores ni superiores, sólo distintos, diferentes todos aunque nos unan semejantes o los mismos gustos, aunque compartamos parecidas ideas. Somos diferentes pero no diferenciales, ese virulento sesgo que los políticos pretenden inculcar...

    Gracias por tu opinión.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  8. Utilizas, parece ser, "ambición" como sinónimo de "codicia".

    Unamuno, como sabes, las contraponía.

    Salud,

    ResponderEliminar
  9. ¿Y acaso no tenemos derecho a disentir incluso del mismísimo Unamuno? Por más que existan los referentes, a los que acostumbramos a remitirnos, no suelo participar en santidades ni infabilidades ni dogmas ni sucedáneos por el estilo...

    Gracias por tu comentario, Un amigo.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  10. Lo de admirar públicamente a alguien (como, por ejemplo, a Punset) da una imagen de uno, es como llevar un par de zapatos de artesano, un Vacheron Constantin o una estrella en el capó. Es imagen de cara a los demás, la imagen que uno quiere dar.
    La admiración, realmente no es tan frecuente: me parece fundamental admirar al ser amado, a los demás que admira uno realmente les envidia, pero como gusta reconocer públicamente el sentimiento, da menos vergüenza confesar admiración que envidia. Hay tantas cosas que no sabemos callar...

    Un saludo, Javier.

    ResponderEliminar
  11. Elfi, como le decía a Requejo, al final todo parece reducirse a una simple cuestión semántica, pero es que incluso en esto no hay acuerdo normativo, de modo que el lenguaje es usado por cada uno como nos apetece o conviene.

    Personalmente (como cada uno) prefiero otros términos antes que admiración, ambición... et caétera.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar

Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...