martes, 18 de mayo de 2010

¿Es usted el asesino?

Al hilo de un artículo que escribió hace tiempo Joselu sobre la forma anónima y cruel de morir de las moscas gallegas, compongo estas notas sobre el mismo asunto, la muerte, pero desde otra perspectiva sustancialmente distinta, la del individuo.

Que la vida es lucha ya lo sabíamos. Que esa lucha sea o no violenta depende de nosotros. El componente virulento del combate se establece en función de las categorías de los combatientes. Cuando se pelea por un trofeo, en una coyuntura sometida a reglas y con árbitros, lo más probable es que el episodio se limite a esa lucha, exenta de violencia. Pero si se combate por la supervivencia, por seguir siendo desde una perspectiva vital, entonces resulta inevitable que surja la violencia, que puede alcanzar valores increíbles. En este tipo de combate, además, no hay normas ni moderadores externos, sólo estamos yo y el otro.

El título, que rememora el de la famosa serie de televisión de Narciso Ibáñez Menta de los años 60 sin que tenga nada que ver con ella, escudriña en lo más profundo de nuestra mente para tratar de averiguar si uno, en circunstancias excepcionales, extremas, sería capaz de un acto de tal violencia que diera como resultado la muerte de otro individuo. No uno cualquiera, sino nosotros, usted que lee esto y un servidor que lo escribe. Ya sé de sobras que hay gente –no personas– que es muy capaz de ello sin que le provoquen, sin que se juegue nada y sin necesidad de circunstancias extraordinarias que le pudieran empujar a cometer el asesinato. Pero hablo de nosotros, individuos en apariencia normales, o todo lo normales que podemos ser adecuándonos a la norma general y comúnmente admitida. Así, pues, ¿sería usted capaz de matar?

En Derecho, simplificando mucho, y que los expertos me disculpen y corrijan, la violencia punitiva está reservada al Estado, que no actúa, en ningún caso, movido por venganza. Pero en el plano individual, incluso tribal, ésta es una forma de violencia-justicia tan lícita que suele ser la más comúnmente utilizada. Las sociedades complejas han desposeído al individuo de la capacidad de ejercer violencia en cualquiera de sus manifestaciones, impidiéndole, incluso, el derecho a la legítima defensa, dado que es preciso responder a la agresión con una fuerza proporcional a la recibida. Pero, ¿alguien se para, en una situación tal de ansiedad y miedo, a calcular la proporcionalidad de la respuesta? ¿Se imaginan a una mujer a punto de ser violada, si por casualidad tuviera en su poder un revólver, meditando y sopesando a qué parte del cuerpo y en que momento ha de disparar a su agresor? Ni siquiera un policía entrenado puede, ante determinadas situaciones de peligro inminente, controlar y/o cuantificar su respuesta para que sea, según el reglamento o la norma legal, proporcionada. En semejantes momentos tan sólo desearíamos no estar allí, y en caso contrario, responder a la agresión de forma rápida, contundente y efectiva. Sobre todo contundente.

Por consiguiente, creo que la violencia, al menos cierto grado de violencia, no sólo puede estar justificada moralmente sino que incluso es necesaria para la supervivencia. Es, digámoslo así, un elemento constitutivo del individuo en tanto sometido a la interacción con el entorno y también y sobre todo con los otros individuos de su misma especie. Sin este componente virulento estaríamos inanes ante cualquier ataque, nos estaríamos, literalmente, suicidando. Y si eso, que afectando a un individuo es terrible, lo extrapolamos al conjunto de la comunidad, el más leve ataque a la misma acabaría con toda la colonia humana.

Pero de ahí, de ejercer el acto violento justo y preciso para defendernos y sobrevivir, a desmesurar la respuesta hasta convertirla, por mor de esa supervivencia lícita, en acción de fatal consecuencia, hay un camino que no todos podemos/queremos/intentamos recorrer. ¿No todos? Examinémonos ahora, a solas, en conciencia… ¿Puedo matar al otro? Si así lo pienso, ¿bajo qué condiciones o en qué circunstancias?

¿Sería usted capaz de matar a otra persona? O de otra manera, ¿Por qué estaría usted dispuesto a matar?

2 comentarios:

  1. Me ha hecho gracia tu alusión a la forma cruel de morir de las moscas gallegas, pobriñas. Me ha surgido la risa fresca y cordial cuando te leía.

    En cuanto a contestar tus preguntas de si seríamos capaces de matar a otra persona y en qué circunstancias, pienso que en caso de defensa de la propia vida y por supuesto en defensa de mi familia. Mataría sin ninguna duda defendiendo a mis hijas y a mi mujer. No me puedo imaginar asistir a una agresión grave a mis hijas y no utilizar toda la fuerza disponible en forma de ladrillo, cuchillo, barra de hierro, lo que sea. Creo que es una defensa legítima, natural y necesaria, y me da igual lo que pudiera decir la ley civil.

    Matar en nombre de la patria, pues no. Creo que esa forma de patriotismo en que uno derramaba hasta la última gota de sangre por la patria ha caído en bastante desprestigio, pero hace un tiempo llevó a matanzas gigantescas. Creo que en el caso de una guerra procuraría exiliarme. Sería un cobarde en el sentido clásico. No entiendo a los supuestos patriotas vascos que están dispuestos a matar (niños incluso) en nombre de su patria oprimida. Ni puedo entender a quienes se inmolan en atentados suicidas asesinando a docenas y docenas de personas con ellos.

    Creo que es sano que el ser humano no esté dispuesto a matar por algo que vaya más allá de su familia y en defensa de ella.

    No sé qué haría en caso de contemplar una agresión a alguien indefenso (una mujer, un indigente, un travesti, un latino...) a manos de una horda fascista. Quiero creer que saldría en su defensa. Este es un asunto muy grave. No sé cómo actuaría en miedo en este caso.

    Creo, no obstante, que puestos en situaciones límite de supervivencia nadie sabe muy bien cómo actuaría. En el caso de una guerra étnica como la que hubo en la extinta Yugoeslavia. Es terrible cuando se impone o ellos o nosotros.

    Pienso que el ser humano no conoce sus auténticos límites y bajo el barniz sosegado que tenemos se esconde nuestra parte oculta que no surge sino en situaciones extremas.

    No sé, en definitiva.

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  2. Eso me pasa a mí, Joselu, que no sé. Y a menudo me aterra la idea de no llegar a comprender jamás el comportamiento humano, que, a la postre, es el asunto que tenemos. Podríamos simplificar las pautas, las conductas, para hacerlas manejables y comprensibles, pero no dejaría de ser un apaño, un reduccionismo que quitaría al hombre su extraordinaria complejidad y que no nos serviría para gran cosa.

    Pues no sé, tampoco sé, sólo dudo... y pregunto.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...