viernes, 18 de junio de 2010

La uniformidad

En este mundo blando, etéreo, irresponsable, prolijo en toda suerte de derechos y días internacionales, y en el que todos parecemos adormecidos en brazos del Estado protector, cada vez es más frecuente oír a las personas –humanas, se comprende– decir que no les gustan los uniformes. Hay que suponer que se refieren a los militares, esos verde caqui. De otro modo no se entendería. Suelen ser personas –humanas, repito– bastante seguras de sí mismas, con los conceptos muy claros para andar por el mundo, antibelicistas (o al menos pacifistas, en absoluto pacíficos), y frecuentemente versadas en cuestiones de letras, escritores, poetas, filósofos –¿quedan?–, actores, pensadores, debatistas, tertulianos varios, gentes entendidas en general, incluyendo algún familiar de torero.


Quiere esto decir que no son los militares, policías, bomberos, médicos o empleadas de hogar quienes manifiestan su desprecio por la uniformidad. Sin embargo, en el planeta que llamamos Tierra, cada vez más uniforme, cuesta trabajo creer que estas personas –las humanas de antes– de verdad sepan lo que dicen. Porque la gama de los uniformes, su pelaje y colorido es tan variado y amplio que difícilmente nadie escapa a ellos. Los hay verde militar, los de toda la vida, pero también negro ministerial, y negro eclesiástico –aquí la gama es extensa, del negro zaino al blanco pila, pasando por el marrón marengo, el gris descalzo y el bermellón purpúreo–, azul tubería de entrada, verde acomplejado, rosa divino, blanco chilábico, amarillo huevo de gallina… y un largo etcétera hasta completar, creo, varios millones de tonalidades, más de las que puedo retener en mi pequeño cabezón. Resulta, además, curioso comprobar cómo un sujeto que se declara en contra de la guerra y todo lo que implique obediencia y disciplina, y que por supuesto no está dispuesto a arriesgar un solo pelo por la patria, o sea, España, sin embargo puede llegar a morir en sentido literal defendiendo los colores de la camiseta nacional, es decir, la selección de balompié. Buen ejemplo y mejor paradoja. Por qué vivimos y por qué morimos…

Cada día, temprano, cada persona –sea humana, animal o periodista–, sale a la calle con su uniforme de diario, unas veces elegido y otras impuesto. Y ya el domingo nos mudamos, como antaño, escogiendo el más bonito, el recién lavado y planchado y, por supuesto, sin costurones ni zurcidos. Algunos, además, llevan incluso máscara, que les dibuja enormes sonrisas que iluminan sus rostros, o que les hace parecer más serios y adustos, según convenga. Pocos van a cara descubierta, mostrándose, y a los más les agrada taparse los ojos, como para no ver.

Es cuestión de tiempo que nos pongan un uniforme, y por algunos pasamos hasta dos veces, repitiendo en señal de apasionamiento los pañales de la niñez, que ya en edad senil se escogen de talla grande. Incluso el último traje, el que más nos uniforma, es común a todas las culturas y edades, a todos los credos y clases sociales, y llámase mortaja en castellano. Ignoro cómo dirán en otras lenguas… Si esta es la tendencia irresistible de las sociedades hacia la uniformidad, ¿a qué tanto aspaviento por parecer diferente? Seámoslo interiormente, el que pueda, y olvidémonos de monsergas y zarandajas. Y si no, todos iguales.

Sin embargo, vivimos rodeados de toda suerte de movimientos anti y pro de los que difícilmente podemos escapar. Grupos proecologistas, proaborto, proeutanasia, prodrogas, propedéutica, y grupos antifascistas, antibelicistas, antifolclóricos, antinucleares, anticlericales, antiterroristas y otros muchos más se reparten el espectro humano, sin que tengamos nada claro a cuál es preciso afiliarse. A algunos nos gustaría pertenecer a dos o tres a la vez, pero resulta que según los entendidos son incompatibles: o uno u otro. Todo individuo sometido a contingencia, pues, debe manifestarse a favor o en contra de lo que le rodea y afecta, por muchas matizaciones que queramos añadir, eso que entre los jueces y magistrados llaman votos particulares. No es posible abstenerse, no podemos ser neutrales ni hay lugar donde escondernos. O nos gustan los uniformes o no. Pero luego hay que elegir color, y ahí es donde nos dan…

6 comentarios:

  1. Yo pertenezco al grupo o tendencia de "ciudadanos estupefactos". No votamos o si lo hacemos es en blanco, no tenemos opinión formada sobre la mayoría de dilemas planteados, de hecho no nos gustan los dilemas sino las síntesis de elementos distintos y contradictorios. ¿Por qué no se puede ser uno y cero a la vez? El futuro es cuántico y entonces saldrá a la luz una nueva forma de entender el mundo. Pero tampoco tengo esto muy claro.

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  2. Nada nos obliga a tener opinión sobre problemas o dilemas. Es más, opinar es tan fácil que todo el mundo tiene una opinión sobre cualquier cosa, pero más complicado resulta tener criterio. La opción es clara: pensar o no pensar. Si se elige la primera se sufre, se cuestiona, se pregunta, se duda, se produce la contradicción... Pero si se opta por la segunda, entonces no nos queda más remedio que delegar en el otro, en los otros, en quienes sí piensan, aunque lo que decidan no sea lo mejor para nuestros intereses como individuos libres. En todo casdo, siempre nos quedará el corral, acogedor, conocido, con pienso fresco...

    Preguntas si se puede ser uno y cero a la vez. Sólo si somos binarios, me parece. Pero esa capacidad dual no abunda demasiado. ¿Se podrá acaso pensar y no pensar al mismo tiempo?

    Un abrazo.

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  3. He estado unos días pensando en esto que escribiste. No he llegado a ninguna conclusión, pero me gustaría mucho saber cual es el uniforme que ocupo (que no soy capaz de discernir, tendría que alejarme un poco más de mí para verlo) y sobre todo si se puede prescindir de ellos.
    Porque a mí, lo que son uniformes, en general, no me llaman mucho.

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  4. Creo que no hay mejor forma de definirse que cuando lo hacen otros: para los de izquierdas de entre los míos, soy de derechas, para los de derechas de entre los míos, soy de izquierdas, así que si bien estoy muy contento con que esos uniformes no me los puedan colocar a la ligera, entiendo que es más peligroso que vestir el de unos o el de otros. En fin, así nos ha tocado vivir. Por otra parte, creo que ser neutral, ya implica ponerse a favor del que a priori es el más poderoso.

    Un saludo, Javier.

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  5. Mucho me temo, Miquel, que nadie pueda (ni deba) decirte qué uniforme llevas. Sólo tú puedes ponértelo, a veces de manera consciente, pero otras, como señalo, obligado. Quienes primero deciden son los progenitores, ¿cómo podría ser de otra forma? A ellos les toca, en aras de su responsabilidad, decidir por sus hijos en tanto éstos carecen de edad, ya sea legal o mental, para hacerlo por sí mismos. Pero después, cuando uno es mayorcito, si no se pone el que mejor le cuadre, ya habrá quienes lo hagan por él.

    No creo que podamos prescindir del uniforme en absoluto. La vida está llena de ellos. El artículo no es sino trasunto de esa realidad, aunque pueda haberme quedado en lo superficial, sin lograr transmitir la esencia de la intención última.

    El uniforme nos acompaña en tanto piel, es nuestro ser, sólo apenas disimulado con el aspecto externo, de camuflaje, que acostumbramos a llevar para despistar(nos).

    Un abrazo.

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  6. Es verdad, Elfi, que hay gente especializada en colocar etiquetas, y no sólo en los escaparates. Dependiendo de quién lo haga, seremos (pareceremos) una cosa u otra, un tío listo o un tonto, un progre o un reaccionario... Sólo uno sabe si es algo de eso, nada, o una simbiosis necesaria. Y eso es nuestro uniforme, lo que nos otorga consistencia o insustancialidad. Apurando mucho, mucho, quizá demasiado, diría que sólo hay dos tipos de uniformes, tantos como clases de personas... Suerte tiene quien puede elegir.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...