domingo, 19 de septiembre de 2010

La modernidad

Leía hace unos días en el cuaderno de Joselu un artículo muy interesante sobre las reflexiones acerca del tiempo en que nos hallamos y los acelerados cambios que sufre el mundo, con la apariencia de que los adultos nos encontramos fuera de lugar si no somos capaces de adaptarnos a lo que viene, a lo que ya está aquí. Pensé entonces en insertar un comentario crítico en su artículo, pero recapacitando, egoístamente, vi en seguida que, bien ajustado, podía transformarse de comentario en artículo a su vez, de modo que me apropié de mi comentario, y en vez de publicarlo en el blog de Joselu, donde sólo dejé una reseña, lo publico en este cuaderno. Sabrán disculparme…

¿Qué cosa es nuestro tiempo? ¿Quizá acaso esa época de inconsistencia, desconocimiento y formación en todos los órdenes de la vida y durante la cual, mediante el aprendizaje reglado y el sometimiento a la disciplina del sistema nos formamos como individuos, en el mejor de los casos como ciudadanos? Si así fuera, ¿querría decir que el resto de nuestra vida, la que no se circunscribe a esa etapa de adquisición de las pautas y herramientas que habrán de encauzarnos definitivamente en nuestro sitio en la sociedad ya no constituye en esencia un tiempo nuestro?

Es decir, ¿sólo podemos referirnos a nuestro tiempo como ese periodo de la vida en el que somos niños-adolescentes-preadultos? Qué pobreza… Un hombre de unos 30 ó 40 años, o más, ya no está entonces en tiempo. Su vida, desgraciadamente, acabó al convertirse en adulto, de suerte que todos los valores, todos los conocimientos que le habrían de resultar útiles en el futuro, todas las ideas, todos los principios, reglas, formas, conceptos, incluso creencias, le han sido dados en su tiempo. Luego, ya no hay lugar para modificaciones, alteraciones, variaciones del plan trazado. Su cerebro ya no está a tiempo de nada que no se atenga a lo previamente conocido, adquirido o inculcado en la forja del herrero.

Hoy, como ayer, como siempre, somos los mismos, somos lo mismo… Es verdad que los avances tecnológicos ponen continuamente a prueba al hombre, pero eso no debiera asustarnos dado que viene sucediendo así desde tiempos prehistóricos. ¿Qué fue, si no, el descubrimiento del fuego, indudablemente realizado de manera casual, como tantos logros? ¿Qué la rueda, redonda, sí, por más que algunos se empeñen en ponerle aristas? ¿Qué las lascas de piedra que podían tallar otras más blandas para fabricar herramientas con las que hacer a su vez otras? ¿Qué la polea, los números, la pólvora, el átomo o el Cosmos? Siempre ha pasado el hombre por estos procesos y se ha adaptado a ellos, los ha asimilado hasta convertirlos en parte inherente, común y necesaria de su quehacer sobre el planeta. Ahora no es distinta cosa, sino la misma a mayor velocidad, como acertadamente reflexiona Joselu. Y es probablemente esa velocidad lo que nos desarma, pero no a todos, sólo a quienes estamos acostumbrados a un ritmo más lento, más asequible al entendimiento, a la razón… Habrá que adaptarse o sucumbir.

Es verdad, también, que los jóvenes parecen hoy mejor adaptados a todos los adelantos tecnológicos, puesto que disponen de ellos, a diferencia de nuestros antepasados, desde el mismo momento de su concepción, de la de ambos, los niños y los avances técnicos. Al alcance de cualquiera están los más perfeccionados objetos tecnológicos, el acceso instantáneo a las redes de todo tipo, al conocimiento de cualquier parte del mundo de manera virtual pero efectiva… No obstante, no es el conocimiento en sí lo que buscan hoy nuestros vástagos. Buscan tan sólo el entretenimiento. Y por eso la tecnología se ha trivializado hasta el punto de ponerse a sus pies y ofrecerles todo tipo de productos consumibles que les impelen compulsivamente a obtenerlos a la vez que adormecen en ellos el deseo natural que el ser humano tiene de conocer, de aprender. Su conocimiento y aprendizaje se reducen al mínimo indispensable para el manejo de los complicados programas que les harán disfrutar mil aventuras, se circunscriben a lo inmediato, que además, enseguida, se convierte en humo porque ya se anuncia un recambio, un sustituto mejor o una versión más completa.

Pero esta tecnología de usar y tirar cumple en los jóvenes idéntico cometido: los usa y los recicla para volver a usarlos y, luego, ¿tal vez tirarlos? Es aquí, en este preciso punto, donde esos que somos nosotros, a quienes se les pasó su tiempo, debemos intervenir. No importa que no hayamos sabido adaptarnos a la modernidad, pues cambia a tal velocidad que no nos motivan sus increíbles adelantos ni las promesas etéreas que conllevan, pero tenemos el deber de procurar a las generaciones futuras un mundo que no se reduzca al simple hedonismo, a la falta de esfuerzo y de perspectivas vitales. Debemos transmitirles algo más que el irrefrenable impulso por lo inmediato, por el placer instantáneo. Debemos hablar con ellos. Y si es preciso, debemos cambiar las estúpidas leyes que todo lo enmarañan y tergiversan sin que arrojen luz a los graves problemas que, hoy como ayer, afrontamos. La diferencia entre ese ayer ido y nuestro presente es que, al menos eso creemos, hoy somos más civilizados.

8 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo contigo en el fondo de lo que expones. Es necesaria nuestra intervención para mostrar que hay valores que van más allá de lo inmediato. ¡Cómo no! Si recuerdas mi post escribía: "Pero nosotros hemos de incorporarnos a ese mundo haciéndolo nuestro y llevarles a la armonía del clasicismo, al lenguaje de la tradición, al pensamiento filosófico, a la poesía que implica transitoriedad y humanismo." y también "porque detrás de cada revolucionario que nos incorporemos a la contemporaneidad digital, ha de haber un hombre del medievo, del clasicismo, del siglo XIX. Hemos de traerles la cultura del pasado con el lenguaje de este tiempo."

    Pienso que no deberíamos desconocer las posibilidades de la tecnología -el lenguaje de nuestro tiempo- para llevarles a través de él hacia otros tiempos y pensamientos.

    No pienso que seamos más civilizados, pero sí han cambiado para bien los valores que se me transmitieron en mi niñez y adolescencia que implicaban horror a lo que prohibían el sexto y noveno mandamiento, sentimiento de culpa, sumisión a la dictadura, condena de la homosexualidad, menosprecio hacia la mujer... Estoy muy contento de haber ido más allá de lo que me enseñaron. Y cada día aprendo y me considero en tránsito sólo con unas convicciones básicas que ya he resumido en algún comentario, y lo demás es circunstancial, efímero, fugaz. Vivimos en un tiempo endiabladamente acelerado. Hemos de ser el enlace con la tradición, en todo lo que tiene de valioso.

    Un abrazo. Gracias por tus referencias.

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  2. Con tanto tiempo por delante y no tenemos para regalar, ¡qué tristeza! Carezco del suficiente entendimiento para comprender muchas cosas, pero una, Joselu, me quedó clara hace mucho: la imposibilidad de la comprensión humana. Por eso, por más vueltas que le damos al futuro y al pasado, a la enseñanza y a lo demás, acabamos mareados en aras de nada, porque apenas nada podemos hacer, o apenas nada hacemos, y eso es una terrible enfermedad contagiosa que esclerotiza a la sociedad, cómodamente arrellanada en el orejero dispuesta a tragarse el próximo capítulo, pero ¿de qué? Mejor no pensarlo.

    Y ahora que lo pienso, no sé si lo que he dicho tiene el más mínimo sentido. Espero que sabrás disculparme.

    Un abrazo.

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  3. Me parece que anida cierto estatismo en tu visión de "nuestro tiempo". Es cierto que unas épocas de aprendizaje nos permiten hacernos un sitio en la realidad, en la sociedad; pero no es menos cierto que, desde siempre, no desde hace poco, ese aprendizaje ha de renovarse continuamente, y en todos los campos del saber, y aun del hacer. Ni siquiera en la artesanía, tan apegada a las tradiciones, se trabaja ahora como se hacía años atrás. Hace mucho tiempo formulé un pensamiento que luego se lo leí en una entrevista a mi actriz favorita Jeanne Moureau: "El tiempo no es mi enemigo, sino mi aliado". Tomada esa decisión, el largo y tortuoso camino hacia la aniquilación se vive de otra manera. Dicho de otra manera: mi tiempo es siempre el presente. Y aun hoy no dejo de fantasear con clausurar mi actual modo de vida e iniciar otra, distinta. Es cierto que es una fantasía, porque la pereza puede más que la desesperación, pero yo la vivo con una intensidad que casii me acerca a lo más vivo de lo real.
    Percibo, Javier, un cierto derrotismo que, es evidente, ha de tener que ver con tu propio planteamiento vital, con tu circunstancia, y que yo no comparto. Sé que pecaré de ingenuo mil veces, y que incluso seré, por ello, el hazmerreír de los demás, pero no me importa lo más mínimo. Hasta soy capaz de caer en el ridículo, lo hago muy a menudo, sobre todo delante de mis dos hijos, para ahorrarles lo que considera el peor de los pecados individuales y sociales: la falsa solemnidad, tal y como la describe Monterroso, un texto que recomiendo fervorosamente a quienes no lo hayan leído. ¡Hay tanto que hacemo! No que "podemos hacer", sino que "hacemos", y somos nosotros quienes lo hemos de valorar. La paz interior exige, a veces, batallas exteriores que no siempre se ganan...

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  4. Dices "hacemos", Juan y debo creerte por la parte que te toca, pero de libre plural mayestático no pasa, porque en conjunto la sociedad "no hace", sino que "se deja hacer". Así resulta más cómodo. Para todos.

    Personalmente, carezco de sentido del ridículo, y eso debe de ser una lacra atroz, porque te hace, sin quererlo, ser a menudo protagonista de situaciones de las que realmente desearías estar a salvo. Pero, al parecer, no soy capaz de corregirlo, no a tiempo, al menos. Estoy en permanente cambio, porque a lo largo de mi vida no encontré aún el hueco en que meterme, la madriguera que me cobije ni el hogar encendido que me caliente. Por eso no me asusta el futuro, del que nada espero, al contrario, lo desespero. Pero me doy miedo yo, porque soy incapaz de reconocerme en ocasiones.

    En fin, demasiadas cuestiones entremezcladas para darles salida en tan breve espacio. Intento, a través de los artículos de este cuaderno, traslucir qué soy o qué pienso, pero lógicamente la contradicción impera, y a veces se crea más confusión que luz. No me derroto, pero tampoco me conformo, sólo que la lucha continua agota el cuerpo y hace enflaquecer el ánimo. Aun así, lucho...

    Gracias por tu perspectiva, Juan.
    Un abrazo.

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  5. Como ayer, como siempre... Una mirada a la historia y comprobamos que todo sigue igual, se repite la parábola del buen samaritano (perdón, no soy partidario de citas bíblicas.

    Puede que se resuelvan problemillas particulares, pero los grandes problemas públicos y decisivos no se han resuelto nunca.

    Todo está colgado de un hilo muy fino y así se aguanta todo con más o menos dramatismo.

    En cuanto a la tecnología, muy pocas cosas, la calefacción, la rueda, y algun avance que permite superar el dolor, nada más. Todo lo otro es una hoguera de virutas que mantiene el calor del consumo y el enriquecimiento de algunos.

    Salud


    Francesc Cornadó

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  6. Bienvenido, Francesc. Tienes razón, en la Historia nos miramos, pero apenas si nos reconocemos: ¿Quiénes serán estos hombres que me escriben con tanto afán pero jamás me comprenden?

    Un abrazo.

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  7. El pasado lunes publiqué una cosilla en mi blog: "Todo lo que hicimos", donde sale a colación las quijadas y el uso que han hecho de ellas los hermanos contra los hermanos, te lo comento a propósito del título de tu blog.

    Salud


    Francesc Cornadó

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  8. Como sin duda creo que trasluce, Francesc, el título de este cuaderno no es más que una alegoría del pasaje del Génesis, que a su vez, en mi opinión, no es sino la trasposición mítico-fantástica de los orígenes de las religiones monoteístas cuyo sustrato rondaba por las orillas del Mediterráneo hace varios miles de años. El poso nutricio de todas estas doctrinas era tan común a todas ellas que en todas podemos encontrar las mismas alegorías con ligeras variaciones de forma, nombre y contenido.

    Quiero decir que las religiones son obras tan humanas como los dioses que las inspiran, y que el episodio de Caín y Abel es exactamente eso: una alegoría del bien y del mal, tan extendida por el mundo mediterráneo como por el oriental, el africano o el amerindio. La misma historia común para discernir al hombre del hombre, cuidando por supuesto el adecuado efectismo que debe hacer mella en las masas crédulas.

    En este sentido, Caín efectivamente existe, junto con su alter ego Abel, y es el germen constitutivo de la especie humana. Así que el título no es otra cosa que la plena identificación de la especie a la que pertenecemos, y que a nosotros, cainitas todos, concierne.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...