sábado, 30 de octubre de 2010

Todavía más números

En una entrada lejana, decía éste que escribe que los muertos no asustan a nadie. Que son los números, o mejor dicho, el número de muertos lo que de verdad nos aterra, acongoja y atenaza. En un mundo en que el ritmo vital, el pulso de la naturaleza, parece sacrificarse en aras de la velocidad, de la productividad infinita (sostén y fin último del sistema económico) y de una perspectiva lineal de la Historia, son los datos, las cifras, los números, en definitiva, lo que parece dotado de sentido y vigencia.

Hablaremos hoy, por tanto, de números. Y de muertos, que son números también. Existen dos países distantes entre sí pero apenas distintos, salvo por la variada amalgama de acentos, calores y colores de sus tierras patrias, tan semejantes sin embargo. No en vano el uno deviene del otro. Uno fue antes y se prolongó hacia el otro después a través del océano, la conquista, la muerte, la desesperación y la independencia. El uno es España. El otro la Argentina. En ambos se habla el castellano –entre otras lenguas, claro– y en ambos se reza al mismo dios –entre otros dioses, por supuesto. Pero hay más similitudes, aunque también, por lo mismo, alguna diferencia.

Comencemos, pues. Cuando un hombre mata a otro es, como poco, un homicida, cuando no un asesino, siquiera sea por el matiz propiamente jurídico. Si ese hombre, en sentido amplio y abstracto, pertenece a una banda organizada y mata –asesina–, pongamos a unas mil personas, entonces la muerte adquiere el calificativo de terrorismo (otro día volveremos sobre esto). Pero si el tal hombre, por llamarlo de alguna manera, es el jefe del Estado y mata –¿extermina?–, a varias decenas de miles de personas, sólo merece el calificativo de dictador. ¿Cómo es posible? Esto sucede en España, claro, como todos han adivinado. Y esas miles de personas asesinadas lo fueron una vez acabada la guerra, es decir, a sangre fría y sin motivos. No entraremos ahora en el fácil juego de la dualidad esencial: para hablar serena y sensatamente sobre este asunto hará falta que un servidor y quienes amablemente lo leen hayamos sin duda muerto; hará falta que pase, aún, tiempo. El asunto es otro, no tanto de nomenclatura como de cantidad. O de calidad, que también pudiera ser. Porque, ¿quiénes son los muertos en cada caso, independientemente de su número? Los hay demócratas, rojos, azules y hasta verdes, según la época.

En la Argentina, al dictador lo llamaron genocida, por muchas leyes de punto final que aprobaron y desaprobaron. En España todavía sigue siendo, tan sólo, un dictador. No se osa elevarlo a los altares, pero tampoco a la categoría de genocida. Pareciera que el número de sus muertos no gravitara sobre nada ni nadie, porque nada ha sido capaz de enfrentarlo aún a la Historia, y nadie se ha atrevido, todavía –excepción hecha, quizá, del caído en desgracia Garzón–, a inculparlo seriamente por delitos de lesa humanidad, imprescriptibles. No he oído a ningún político (¡qué risa, la palabra!) en este país, en España, digo, acusarlo de otra cosa que no fuera de dictador, ni a ninguno proponer en el Congreso una condena seria, rigurosa y de justicia de su participación en el alzamiento del 36, de su régimen dictatorial y de su premeditada, alevosa y sistemática depuración social, intelectual y política una vez concluida la guerra. Y eso que ha pasado ya más de una generación desde su muerte. Y eso que han pasado ya por el Gobierno los progresistas socialistas, con mayoría absoluta incluida. En fin, habrá que esperar. Y no digo que la Ley de la Memoria Histórica no ayude, pero no cura.

Como el tema da para más, lo dejaré aparcado aquí, de momento y hasta mejor ocasión, y seguiremos con los números, esta vez en el país hermano, o primo, no se sabe bien. El número uno y el número todos, que es como el uno pero muchos más. Resulta que en la Argentina suceden cosas que no pasan a este lado del charco. Allí, por un simple partido de fútbol, por uno, se levanta el país entero como empujado por un resorte (aquí solamente ha ocurrido algo parecido cuando se ha ganado el campeonato del mundo, creo). Por la muerte de un presidente, por uno, se conmociona todo el país, y ya han dado muestras de ello en varias ocasiones. Valeroso pueblo el argentino. Sin embargo, cuando toca arruinarse todos, que son muchos –no uno, sino todos–, apenas hay murmullos y lamentos, ayes colectivos y misas de doce. No pasó nada. Se hundió el país, emigró la plata a paraísos lejanos y no pasó nada. Quizá fuera un anticipo de lo que por venir estaba. Y que vino, y que está pasando aún, y que tampoco ha conmocionado al mundo occidental desarrollado, porque tampoco, aquí como allí, pasa nada. ¿La conspiración ésa de la que alguna vez se me ha escapado algo? Quizá… Para los menos imaginativos, quédense solamente con lo obvio, que no es otra cosa que el increíble aguante de esta especie que llamamos humana.

Todos, que somos, insisto, muchos, apenas podemos más que uno solo de ellos, los otros. Es, de nuevo, cuestión de números, o puede que de sentimientos. Por último, una pregunta retórica: ¿el dinero mueve realmente el mundo?




Pd.: Quien, como yo mismo, se haya hecho un lío con lo que ha leído, puede tranquilamente mandarme a tomar por el saco, que hoy no son fechas para andar con zarandajas, con tantos muertos esperando en los cementerios las flores de sus queridos y cumplidores familiares. Un servidor no suele ir porque es que en algunos camposantos, llegando estos días, hay muertos hasta de pie, fíjense si se ha complicado la cosa…

9 comentarios:

  1. Es cuestión de números y cuestión de nomenclatura, pero es, sobre todo, recuerdo de dolor y de muerte. En España estos muertos nos persiguen como una Erina.
    Coincido: la Ley de la Memoria Histórica ayuda, puede curar, es una ley de indispensable aplicación. Pero este país nuestro tiene muchos muertos en su historia y muchos asesinos, vivos o que murieron ya, que siempre han merodeado al lado del poder.

    Salud

    Francesc Cornadó

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  2. Entre todas tus reflexiones, al final, se desliza una pregunta sobre si es el dinero quien mueve el mundo. A mí, no me cabe duda de que es así. El dinero es algo complejo. Es uno de los grandes logros de la humanidad como la rueda. No se puede concebir la realidad sin la concepción de ambos. Son equiparables. El dinero es una entidad compleja y tiene mucho de espiritual, aunque parezca lo contrario. Con dinero se puede comprar tiempo para viajar, para meditar, para ser; también para yates, mansiones, restaurantes de lujo, para banalidad infinita. El dinero mueve el mundo pero no se puede leer esto en un único sentido. Renunciar al dinero es una de las más grandes hazañas contemporáneas pero nadie está dispuesto. Es el gran denostado, pero todos lo anhelan. Tener dinero es posibilidad de oportunidades, también de estupidez, de vacío, de nada. El dinero vale su precio en oro, pero no es todo.

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  3. Hoy mismo, fíjese usted qué casualidad, discutía con unos amigos míos sobre la memoria histórica, sobre si los muertos y sus asesinos vienen al cuento cuando hace tanto tiempo ya que nos dejaron tanto los unos como los otros. Y a mí, que me parece que el perdón nunca (y recalco; nunca) puede empezar por el olvido, también me parece que a la mayoría de los vivos de por aquí les gustaría que los muertos siguieran en el armario, bajo llave, o bajo las alfombras: qué pereza, con los tiempos que corren, sacar la pala a pasear ...

    Así nos va ...

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  4. Resulta curioso comprobar -al menos a mí siempre me lo parece- que un mismo texto inspira a quien lo lee cosas distintas. Según el lector, se fijará más en un aspecto que en otro, le atraerá en mayor medida tal o cual afirmación o reflexión. Es gratificante la variopinta gama de opiniones que suscita un simple escrito, que nunca es, por otra parte, igual en cada lectura.

    Francesc, los muertos nos persiguen, pero más a quienes no tuvimos parte en la tragedia que a quienes la provocaron, estoy convencido de ello. Habrá que seguir esperando.

    Joselu, la cosa prosaica siempre es tema recurrente en cualquier conversación, lo sabemos todos por experiencia, ¿verdad? Quizá el dinero pueda comprarlo todo, incluso las ideas, pero mientras uno solo de nosotros se niegue a venderse, aún habrá esperanza de que algo, o todo, cambie.

    Oddieseis, como decía a Francesc, los muertos nos persiguen. No creo que nos hayan dejado, pero como tampoco creo en vidas ulteriores, lo más conveniente y sensato sería desagraviarlos públicamente y de una vez, para que, no ellos sino nosotros, podamos al fin descansar.

    Gracias a los tres y un fuerte abrazo.

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  5. Algo más une a Argentina y a España, Javier: el caso de los desaparecidos, especialmente el de los "niños robados". También aquí hubo casos que ahora comienzan a conocerse. Se ha escito mal nuestra Historia reciente y ello se debe, sin duda, a nuestra "particular" Transición desde la Dictadura a la Democracia. Hemos de confesar que fue una opción social casi unánime, la de echarle palas de cemento al pasado, renunciando al ajuste de cuentas, por eso ahora éstas no cuadran. Estoy contigo en la necesidad de desagraviar a cuantos fueron atropellados por la injusticia, el rencor y las represalias ideológicas, pero mucho me temo que en este país tan cainita "por naturaleza" ese ritual de duelo se acabe transformando en motivo de enfrentamiento que reverdezca los viejos rencores que se quieren enterrar.
    Por otro lado, tu descripción del corralito argentino me ha traído a la memoria un documental estremecedor sobre la economía de trueque que se desarrolló en Buenos Aires y en el resto del país en aquellos meses de bancarrota. Fue cuando se pusa de modo lo de los "chorros", que nosotros traduciríamos por "chorizos".

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  6. Sin duda, Juan, hay aún muchas otras cosas que nos unen con los de "allende". Sin ir más lejos, el océano increíble, que también nos separa, no obstante. País de españoles que somos, capaces de sacar las vergüenzas a otros regímenes cual paladines, y sin embargo, avergonzados de las nuestras propias, intentamos mantenerlas tan ocultas que se hacen irrespirables, y nos ahogan y asfixian y nos hacen toser, a algunos con disimulo, a otros con tuberculosis. ¿Cuándo será diferente? Quizá cuando el cielo ya no sea azul, quizá cuando el hombre quiera...

    Un abrazo.

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  7. La necesidad de desagravio irá siendo cada vez más leve, conforme desaparezcan aquellos capaces de recordar, de saber de buena tinta, el horror acaecido. Pronto no quedará quien mantenga esa memoria, ni nadie con ganas de recuperar, para aprender siquiera de los errores, tanto miedo, tanto dolor, tanto espanto, de qué manera puede el hombre convertirse en fiera y como fiera vivir y dar muerte a otros, como a alimañas.

    La Memoria Histórica debe servir para desagraviar a los muertos, para reconfortar a quienes les sobrevivieron con dolor, pero sobre todo, para grabar en la memoria de todos, más en la de quienes casi no la tienen aún, la fina línea que separa la razón de la locura.

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  8. Olvidé saludarte: un abrazo, Javier.

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  9. Zim, es precisamente por tu acertada reflexión por lo que pienso que no será hasta que todos nosotros, y algunos de los que nos siguen, estemos bien muertos cuando se podrá "desenterrar" de verdad el pasado para hablarlo, discutirlo y asumirlo sin prejuicios ni dolor.

    Respecto al otro asunto, creo, por lo poco que sé de historia, que es cuestión irresoluble, ya que jamás aprendemos nada de lo que nos intentan enseñar, sino tan sólo aquello que queremos.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...