jueves, 18 de noviembre de 2010

Por qué a los tontos se les llama tontos

Tras darle muchas vueltas, he deducido que en el mundo sólo hay dos clases de personas: los que somos tontos y los que no. Hay más, por supuesto, vivos y muertos, ricos y pobres, buenos y malos, blancos y negros… pero todos se reducen a la postre a esas dos. Y es que todos los caminos nos conducen a la estupidez. Tan sólo es cuestión de tiempo encontrar el nuestro para que tan fatídico destino se perfeccione. Hay, sin embargo, una probabilidad de evitarlo, pero requiere tanto esfuerzo y reflexión que no estoy seguro de que merezca la pena.

El gobierno de los mejores, los aristoi que decían los griegos, fue real en los inicios de la especie humana como entidad social, en los albores de nuestra singladura civilizada por este planeta. Entonces sólo los mejor dotados, los más preparados, los más eficientes, podían situarse al frente del grupo y dirigirlo. Eran los machos alfa de las nacientes sociedades humanas. Eran quienes conocían los mejores reservorios; quienes decidían, fruto de la observación, el momento propicio para el ataque a la presa; quienes, por empírica praxis, sabían dónde y cuándo se agrupaban las manadas para aparearse o descansar, momentos en consecuencia más idóneos para el ataque. Eran, en definitiva, los primeros científicos de la humanidad, no especialmente dotados, pero sí capacitados para ejercer el liderazgo porque sólo ellos, entre todos sus semejantes, hacían uso de aquello que en principio se les suponía a todos por igual: la inteligencia, la reflexión, el razonamiento, el sentido común… Sin estas cualidades, que ellos ejercitaban habitualmente, no habrían sido sino uno más del grupo, indiferenciados, y puesto que gregario, el grupo habría carecido de jefes naturales que aseguraran su continuidad y supervivencia.

Éstos y no otros fueron los primeros seres inteligentes de nuestra especie. Los demás, masa dócil y sometida al mejor criterio de sus jefes. No tontos todavía, pero sí potencialmente estúpidos, puesto que, de ese estadio inicial en que eran capaces de reconocer al jefe y seguirlo, no tardando se pasó a otro en el que, caracterizados los grupos sociales por una creciente complejidad, surgieron nuevos jefes, pseudo líderes, que no buscaban ya la justa dirección del grupo o tribu sino su propia valoración social fruto de conceptos nuevos que eclosionaron en medio de los grupos humanos en continua evolución social y económica. Al proliferar la especie y diferenciarse unos grupos de otros surgieron las rivalidades, la competencia, la lucha, la ambición y, finalmente, el irreprimible deseo de control, hasta ese momento restringido en unos parámetros indispensables pero mínimos. Los grupos, entonces, sometidos a la influencia inexorable del factor económico que despierta en ellos el afán de propiedad, serán fácilmente manipulables por estos embaucadores, dotados de especiales habilidades sociales pero que desconocen realmente los resortes del justo liderazgo, y por eso necesitan a otros que hagan su trabajo, esa tarea antes en manos del jefe natural del grupo, jefe ahora relegado al ostracismo o directamente eliminado. Su función inapreciable como conductor grupal ha concluido con la especialización y diversificación del trabajo derivadas de la complejidad social, y debe dejar paso a los nuevos jefes de la tribu, país o nación, los cuales, movidos siempre por sus propios intereses, seducen a las masas con falsas promesas y anhelos, de suerte que ya no procuran el bienestar general del grupo y su supervivencia mediante sus conocimientos para buscar alimento y protección, sino que lo convierten, al propio grupo, en fuente de su enriquecimiento, en objeto de su poder, en su mismo alimento, en suma.

¿No les suena de nada? He aquí el esquema de la evolución humana en tanto mosaico de grupos tribales impelidos por deseos económicos obvios, sin trasfondo intelectual alguno que los justifique o ampare. Faltos de entendimiento, han erradicado de su ideario, por demás simple, todo atisbo de razonamiento, y prefieren ser acólitos de aquellos que les engañan y roban pero a quienes algún día quizá puedan equipararse en estatus y riqueza, que a esos otros que predican las cualidades derivadas del correcto uso de la inteligencia, la razón y la fuerza, individuos a sus ojos tan extraños como lo serían ellos mismos si tuvieran la capacidad de observarse. Por eso, porque quizá no lo puedan evitar, porque les mueve la ambición, el deseo superficial de las cosas, la envidia, el rencor y la inercia de lo que se consigue sin esfuerzo, los tontos lo son, y es necesario llamarlos por su nombre.

¿Un tonto nace o se hace? Nacemos, o eso creo, con el mismo potencial inicial o inercial, pero luego, dónde, cómo, cuándo y quién nos eduque hará que desarrollemos lo que quiera que haya en nuestro interior. O no. E incluso matizará la forma de ese desarrollo. Un individuo puede ser más o menos inteligente, o listo si les resulta más coloquial. Podrá ser alto o bajo, atractivo o feo, oriental o africano, hombre o mujer u otra cosa, da igual. Todos estos matices son asimilables por cualquier individuo, o deberían serlo. Incluso, extrapolando conceptos éticos de la filosofía de las cosas, la etiología, un individuo podrá, en ese universo moral que habitan las sociedades, ser bueno o malo, según su naturaleza y por encima de los condicionantes educativos. Pero, lo que no puedo admitir, es que alguien sea tonto. Ser tonto debería estar tipificado como delito en cualquier legislación del planeta.

Es la tontería, pues, un matiz transversal a las demás formas que puede adoptar todo ser humano. La estulticia es la primera causa de muerte entre los humanos. La estupidez, máxime cuando está institucionalizada, cuando forma parte inherente al sistema, es tan perversa como la más devastadora de las guerras, porque mata, destruye y esclaviza de manera latente pero opresiva, imponiéndose al común de las masas y devorándolas. Ser tonto es un estado del individuo, no adquirido, sino desarrollado consciente o inconscientemente, pero para el que hay, sin duda, remedio. Haría falta, eso sí, una verdadera proyección del sujeto, una desalienación sistemática, una desintoxicación de siglos y siglos de venenosa estupidez depositada en el acervo común de la Humanidad. Tan tonto puede llegar a ser un médico como un fontanero, un pastor como un escritor erudito, un hombre como una mujer. Incluso hay niños tontos ya a muy temprana edad, cuando, aún, ni siquiera son capaces de comprender el sentido de su significado.

Ser tonto no es una cualidad somatotípica, no está ni aparece en ningún sitio asociada a tal o cual peculiaridad genética o cultural. No hay más tontos entre la población blanca que entre lo negra. Tampoco son más tontos los musulmanes que los cristianos o los judíos. Salvajes o civilizados, la integridad es el único rasgo que define al individuo. La tontería se caracteriza, mejor que ninguna otra cosa, por su globalidad, su internacionalización. Es verdaderamente el único factor cohesionador de la sociedad, sesgándola hasta la indecencia para transformar al individuo en sujeto, obligado, además, a perpetuarse. Pero la estupidez no es hereditaria más que en términos estrictamente históricos. Un individuo no nace tonto, pero debe luchar con todas sus fuerzas para no acabar siéndolo, influido por los demás sujetos que ya lo son y que tratarán de contaminarlo con el beneplácito de una sociedad y un sistema corrompidos hasta el infinito.

Otro día hablaremos de las leyes que rigen este estado de tontería en que nos hallamos los que somos tontos, es decir, prácticamente todos.

7 comentarios:

  1. Javier,
    me alegro de leerte

    ¿Sabes lo que me carcome por dentro?
    Que creo que yo no soy tonto, o por lo menos no del todo, y cada día soy menos consciente de ello.
    Cada día que pasa me voy atontando y no consigo de ninguna de las maneras des-atontarme...

    Y perdona por esta tontería de comentario

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  2. Lo que son las coincidencias. Hace unos días me encontré con un aforismo de Robert A. Heinlein que reza así: "Stupidity cannot be cured with money, or through education, or by legislation. Stupidity is not a sin, the victim can't help being stupid. But stupidity is the only universal capital crime: the sentence is death, there is no appeal, and execution is carried out automatically and without pity". Me convenció por su concisión y, a su vaga manera, por su falta de piedad.
    No pienso que nazamos todos iguales y con las mismas condiciones de desarrollo mental. Antes bien, pienso justo lo ccontrario, y la experiencia docente me ha convenccido de la justeza de mi conviccción. De hecho, la gran mentira política de nuestr tiempo es convencer a los electores de esa barbaridad: que todos somos iguales y que todos podemos aspirar a conseguir las mismas metas.
    Por otro lado, María Zambrano tiene en su libro "España, sueño y verdad", un capítulo titulado: "Un capítulo de la palabra: <> que quizás te interesara.
    Durante mucho tiempo he sentido fascinación por la locura, que es algo así como la nobleza de la tonteria.

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  3. Perdón por las incorrecciones de teclado, pero en este netbook las teclas van un poco a su aire. El título de ese capítulo es "Un capítulo de la palabra: 'El idiota'" No entiendo por qué al poner las comillas bajas desaparece la palabra que encerraban. Misterios de internet...

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  4. Hola, Miquel, gracias por venir. Creo que la simple idea de la reflexión acerca de nuestro grado intrínseco de estupidez nos aleja, siquiera sea levemente, de la tontería general que todo lo devora. Ya es un comienzo. Luego, dependiendo de nuestro esfuerzo, quizá incluso consigamos sustraernos por completo a esa fuerza centrífuga arrolladora. Sólo es necesario proponérselo.

    Un abrazo.

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  5. Juan, gracias por traer a colación tan oportuna cita. Supongo que, aunque en idioma bárbaro, he captado el mensaje. Coincido contigo en que no somos iguales -aunque no me negarás que nacemos igual de desnudos-, ni tenemos por qué serlo, ya que semejante objetivo es una muestra más de la estupidez que afecta al planeta. En eso la democracia es, efectivamente, la zanahoria del sistema. No somos iguales, pero sí deberíamos tener todos lo mismo, o por lo menos la oportunidad de conservarlo en igualdad de condiciones. Un pobre no necesita comer menos que un rico, ni éste precisa una casa más grande que aquél... a no ser que tenga una familia numerosa, claro. No somos iguales, pero el sistema debería ofrecernos a todos las mismas oportunidades, y después, nuestra capacidad, colocarnos a cada uno en nuestro sitio, pero sin por ello perder la dignidad por el camino. En fin, entropías irresolubles...

    Sin duda me interesa la cita que me sugieres, sin duda, como otras muchas que esperan en la estantería su turno. Es que no damos abasto, pero lo intentamos.

    Un abrazo.

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  6. Me parece importante que uno se pare a pensar en lo que SON tonterías y lo que PARECEN tonterías. La reflexión y el no dejarse llevar por cualquier opinión generalizada son actitudes básicas para no caer en el pozo de la tontería. Normalmente, la tontería es una tontería social, no individual; o sea, hay individuos tontos, pero lo son porque otros muchos lo son en su misma medida. Aquel que busca pensar sin dejarse llevar por una corriente (aunque ello no signifique que no debamos fijarnos e incluso imitar ciertas corrientes, pero REFLEXIVAMENTE) no lo categorizaría yo como tonto. Uno de los filósofos que mejor definió el arte de lo tonto fue un tal Forrest Gump: "Tonto es aquel que hace tonterías". Impepinable, ¿no?

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  7. Gracias por pasarte, Requejo. Convengo contigo en que es la norma lo que hace "normal" cualquier aspecto de nuestra vida, sobre todo si esa norma es punto común de la mayoría de las personas. Pero quizá llegamos, así, a la incongruencia de que la misma democracia (¿sumum de la evolución política?), en la que el poder de decidir lo tiene la gente en sus manos, es normativamente una estulticia general, pues es también manifiesta la incapacidad general de esa mayoría para elegir lo más conveniente para todos. Así, el uso común y generalizado de la potestad de elegir, llámese democracia, es la norma (o lo normal) en los países políticamente avanzados, pero esta normalidad es cosa de tontos, porque de ser algo más espabilados, pongamos que aquí mismo no habría 20 millones de seres inteligentes dando cheques en blanco a los dos partidos mayoritarios que se alternan en el poder con el más absoluto descaro y la bendición de esas "mayorías normales". Dos partidos que no hacen otra cosa que "normalizar" la corrupción, la cadaunada de cada uno, la inefectividad de las instituciones, el anquilosamiento de los mismos engranajes del Estado y, finalmente, la consagración de la tontería nacional en forma de inexistencia de responsabilidad en todos los órdenes de la vida.

    No solo (sin tilde ahora, creo) es tonto quien hace tonterías, sino incluso quien las consiente, contempla o piensa. Que no se escapa ni uno, vamos.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...