viernes, 10 de diciembre de 2010

Alarma nacional

Ya he dicho alguna vez que no me da la gana escribir sobre los que está en candelero, pero es que, de un tiempo a esta parte, creo que todo es actualidad, todo está enmarañado, y enmarañando además la realidad, por doquier nos asalta la informa/desinformación abrumadora de mentes tranquilas. Así que, si quiero seguir escribiendo, quizá no me quede más remedio que doblegarme a la puta actualidad, al menos de momento. Por eso, y porque no se me ocurría hoy otra cosa, quiero en esta entrada rendir homenaje, con muy mala leche, a lo que se nos viene encima, más y antes que a lo que ya nos ha pasado por ahí (por encima, quiero decir).

De pequeño me asustaban con el hombre del saco, pero ya de adulto, cuando creía haber superado esos miedos infantiles, tuve que afrontar la cruda realidad y entregar todo mi dinero y mi esfuerzo al hombre de la saca. ¿En qué país o países pasa lo que pasa en España? No hay que ser alarmista, ni hacer leña del árbol caído, ni ser antipatriota, ni ninguna de todas esas cosas que siempre andamos diciendo… Sé muy bien que existen gentes por esos mundos que viven mucho peor que nosotros, los españoles. A ellos no les viene de una crisis más o menos, sencillamente porque se encuentran permanentemente fuera del sistema, o del mercado, que hay que decir ahora. Pero aquí, que hay mercado, que hay sistema, aunque sea perverso, tiene narices que las cosas sucedan de la forma en que lo hacen. Sin que nos importe, al parecer, lo más mínimo.

Se hundió el negocio inmobiliario, que era lo último que podía pasar en España, o eso nos hicieron creer. Cientos de miles de familias perdieron sus casas, o sus ahorros, y en todo caso su dignidad. El Gobierno bajó el sueldo a los funcionarios, para regocijo de los que no lo son. Subieron los impuestos, directos e indirectos, ante el descontento general, y con nuestro dinero se han refinanciado, saneado y asegurado los bancos, sector estratégico de la economía y buque insignia del país. El paro obrero (qué palabra tan extraña, a estas alturas de la Historia) ha llegado a cotas inimaginables, aunque aún no ha tocado techo. La desestructuración radical de la economía española conduce al país hacia la ruina, lo que no es nuevo. Los mercados nos tienen de rodillas, cebándose en nuestra deuda. Ignoramos, mejor, desconocemos si seremos la siguiente, o la siguiente, víctima propiciatoria inmolada para calmar la voraz insaciabilidad de las divinidades especuladoras… Y no pasa nada. Ante todo esto, el país sigue adelante, porque no se puede parar, dicen.

Pero, ¡milagro!: un par de millares de sujetos se ajuntan para darle un escarmiento al Gobierno por atreverse a regular su actividad laboral, y el país se para. Se detiene el tiempo: los aeropuertos dejaron de funcionar y varios cientos de miles de ciudadanos no pueden disfrutar de sus merecidas vacaciones (varios cientos de miles… ¿no les suena?). Horror, pues España está incomunicada y el jefe de la oposición a por uvas en las Canarias, las pérdidas económicas serán enormes, hay que hacer algo… Pero, ante el aviso de que vienen los indios, el Presidente, de nuevo el inefable ZP, tiene la solución: decreta el Estado de Alarma, primera fase para evitar que el control de todo se escape de las manos. Medida drástica justificada por la gravísima situación a la que el país se ve abocado. Probablemente sea así. No seré yo quien la cuestione –por más que tenga serias dudas–, que para eso están los juristas, letrados y demás picapleitos, voces autorizadas, en suma . Pero, ¿y antes? ¿Acaso los graves acontecimientos sufridos por todos en los últimos tres años –y lo que queda– no justificaban haber decretado la alarma nacional? Quizá cada uno de los problemas que enumeré bastaba para ello, pero, desde luego, la suma y conjunción de todos en el tiempo que era causa más que sobrada para haberlo hecho. Y, sin embargo, no pasó nada. No pasa nada.

Nunca pasa nada. La ruina de un país entero no tiene ni comparación con el cierre del espacio aéreo de ese país. Tan tremendo desastre económico y financiero, con las secuelas que aún acarreará para todos, no merece la consideración de emergencia por parte del Gobierno, pero la huelga encubierta de los privilegiados controladores, que con ser grave no tendrá repercusión más que de manera puntual en la vida de los viajeros afectados y en la economía del sector turístico, es asunto de trascendencia nacional, hasta el punto de hacer necesario la implantación, por primera vez en democracia, del Estado de Alarma. Y luego, sin importar lo que haya pasado o no en el mundo o en España, al final de cada telediario, ominipresente, todopotente, planeando por sobre todas las cosas, extendiendo sus alas por encima de la vida misma, el fútbol. Anda que…

Me reafirmo, pues, en lo que dije en la anterior entrada de este blog: no hay futuro, desde luego que no, si por futuro entendemos esperanza. Por eso, cuando me preguntan si tengo hijos, siempre contesto uno o ninguno.

6 comentarios:

  1. Hay demasiado acíbar en tu visión del mundo, demasiado. Resulta abrumador incluso para un depresivo. No es sano.

    ResponderEliminar
  2. Tienes toda la razón, amable comentarista anónimo: no es sano. Sin embargo, es.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Lamentablemente, la mayoría de conversaciones de estos días pasados versaron sobre los malvados controladores. Yo también colaboré en ello. Sin embargo, no puedo por menor que estar contigo de acuerdo, Javier, en dos cosas:

    Una (y principal), que hay muchos países (y sobre todo, la gran masa de sus habitantes) a los que les importa un bledo la actual crisis económica y cualquier tipo de huelga de sus controladores aéreos, ya que ni se les pasa por la cabeza comprar un billete de avión para irse de vacaciones. Y eso debería ser motivo de estado de excepción mundial desde hace ya muchos siglos (claro que, en ese caso, ya se habrían solucionado gran parte de sus problemas y viviríamos en un mundo feliz del tipo de la Comarca de Bilbo Bolsón).
    Dos, que hay cosas mucho más importantes y PREVIAS a la huelga de estos impresentables y estresados controladores aéreos que también merecerían un estado de excepción nacional (a lo que podríamos añadir lo comentado anteriormente de la Comarca).
    A ello se podría añadir que la mayoría de la gente ha comentado que no hay derecho a que esta casta de privilegiados haya dejado sin vacaciones a muchos trabajadores. Casi nadie ha insistido en que existían otros colectivos (como enfermos que se fueran a hacer un chequeo, gente que iba a trabajar, etc.) a los que el daño que se les ha causado es infinitamente mayor. Casi podría convenir en que si el principal daño de esta huelga ha sido el dejar sin mini-vacaciones a mucha gente, tampoco ha sido para tanto... Y que conste que estoy de acuerdo en que todos merecemos vacaciones, pero de ahí a pensar que el país se hunde por no disfrutarlas media un abismo. En fin, estoy convencido en que más de uno tomará mi comentario como si fuera un rábano por las hojas...

    Y finalmente, querido comentarista anónimo, por una vez y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con Javier en lo relativo a su pesimismo y en desacuerdo contigo.

    ResponderEliminar
  4. Por pesimista que nos vuelva la realidad, es incapaz de anular ese optimismo antropológico con el que se ha querido ridiculizar a Zapatero pero que compartimos la especie toda, porque, de otro modo, las tasas de suicidio serían un auténtico problema nacional. Ser realista no impide aspirar a la utopía, del mismo modo que sabernos prisioneros de los mercados no impide que podamos sacar adelante nuestro proytecto individual de vida. Otra cosa es que nuestro gregarismo, también propio de la especie, pretenda salidas colectivas, lo cual sí que choca con la realidad. Todos los momentos históricos son apasionantes desde el punto de vista individual, por más que en el futuro historiadores sin escrúpulos hablen de las "masas amorfas, amodorradas, conformistas,etc." en las que, obviamente, no podremos reconocernos. Lo propio de nuestros tiempos es la reinvención de las luchas ideológias, las nuevas estrategias de protesta popular, los nuevos modos de participación política -UPyD es un partido nacido en el ciberespacio-, el combate contra las agresiones al planeta, etc. Por otro lado, me parece que se ha sacado de madre lo del estado de alarma, quizás porque las fuerzas políticas perciben que hay pocos "caballos de batalla", estando como estamos en las manos perversas de los "Mercados". Más allá de las vacaciones, el turismo -principal industria nacional, por cierto- o los problemas personales, de salud o de lo que sean, me parecía que la salvaje actitud de los controladores -mi hermano y mi cuñada lo son...- era un ataque frontal contra el derecho a la libertad de movimiento, tan o más importante que el derecho a huelga, un extremo sobre el que sin duda el gobierno habrá de legislar para que acaben de una vez ese recorte drástico de derechos que significan ciertas huelgas. Cuando se producían las protestas en el sector del carbón, se cortaron autopistas, calles, etc., pero en ningún momento se les impidió a los patronos del carbón que hicieran su vida normal llevando detrás de ellos, allá donde fueran, como "El cobrador del frac", una nube de mineros que le recordara su vampirismo social; ni se presentaron en el restaurante de lujo donde estos capitostes se ven; ni fueron a sus gimnasios; ni le dieron una serenata bajo el balcón, ni... En definitiva, que es tiempo de reinventarlo todo, como ha ocurrido siempre. Por eso una huelga general es, a día de hoy, una protesta infantil y desnortada. En fin...

    ResponderEliminar
  5. Requejo, gracias por tu apoyo. No creo que los controladores estén de verdad "muy estresados", entre otras cosas porque reparten su precioso tiempo entre dos tareas principales y básicas: su trabajo diario y rutinario -pero atentos y alertas siempre, por la responsabilidad del mismo-, y contar el impresionante fajo de billetes que, mes a mes, van acumulando. Y eso no creo que estrese mucho... Para estrés el de los pollos en las avícolas, los pobres, sin poder siquiera picotearse porque se los amputan... En fin, lo dicho, que a la mayor parte de los mortales les/¿nos? importa un pito la huelga de no ser por lo escandaloso de las cifras y porque, a quien le haya pillado el fregado, le han fastidiado el viaje...

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Coincido contigo, Juan, en que las masas, del calibre que sean, no hacen la Historia. Sólo transitan por ella, son el accidente necesario. La Historia la escriben individuos, es decir, individualidades, que no otra cosa son en el largo devenir de lo humano.

    Lo global está hoy de moda, pero olvidamos que hace ochenta años la bolsa neoyorkina explotó y arrastró también al resto de colegas del mundo mundial, de modo que ya estábamos globalizados, al menos en lo financiero. El problema actual es, como no ceso de leer por doquier, la inmediatez de todo, el inmediatismo, el pulso inmediato o como coño lo queramos llamar. Todo es ya, sucede ahora mismo, sobre todo la informa/desinformación, madre de todas las luchas que se dirimen en estos momentos. Quien no lee cada día media docena de periódicos y no ve, además, otros tantos noticieros, está atrasado, desfasado, perdido. Las cosas suceden y hay que enterarse de ellas, digo yo si para poder vender a tiempo las acciones...

    En cuanto al resto, para qué hablar, que ya lo iremos desgranando poco a poco, despacio para que envenene más: hoy los controladores, ayer los astilleros, mañana la deslocalización de las factorías lunares...

    Un abrazo.

    ResponderEliminar

Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...