sábado, 8 de enero de 2011

España, España (o Siempre nos quedará Madrid)

Me perfilo, con aproximadamente medio año de retraso –no hagan chistes malos, que ya sé que soy algo tardío, pero, ¿también retrasado?–respecto a la apoteosis mundial, sobre un asunto que ya he abordado antes pero del que prometo no volver a hablar en adelante, no al menos en exclusiva. Y es que hacerlo me empobrece, me constriñe mentalmente, porque el acotamiento siempre lo hace, y si uno aspira a ser un hombre universal debe prescindir de fronteras, que todo lo guardan. En adelante, cuando hable de esta patria nuestra –no de todos, ya lo sé–, será en el marco mucho más amplio del conjunto del planeta, que en el fondo es lo que debería realmente importarnos, porque es la nave a bordo de la que hacemos nuestra singladura espacial, independientemente de que unos nos alojemos en cubierta, otros en camarotes de lujo y los más en las sentinas. Así que hoy voy a abusar del nombre de nuestro país: España. Siempre, claro, con la debida reserva, no sea que vengan los de la SGAE pidiéndome derechos de autor.

A muchos españoles, todavía hoy, les da vergüenza, o por lo menos reparo, decir España, como si fuera el nombre del Maligno. A no menos les horroriza poner la bandera en su balcón –salvo cuando juega la selección de fútbol, que ahí sí que parece que todos nos enorgullecemos, y que hace seis meses, como decía, paseó la gloria nacional por todo el mundo– con motivo de alguna festividad, o sin motivo siquiera. No ocurre igual con la ikurriña o la senyera, que servidor las ha visto colgando, pendiendo, ondeando y de otras varias maneras, agitadas por vascos y catalanes orgullosos de ellas. Unos vascos y catalanes que, imagino, no se sienten españoles. Decía hace poco en un comentario que por lo menos hay dos Españas, y es un sentimiento que no surge precisamente de nuestra Guerra Civil aunque a partir de ella sea cuando se ha extendido y al parecer enquistado. Pero hay más, tantas como individuos la piensen, la sientan o la sufran. Aparte de la nacionalidad en un documento llamado DNI, y quizá pronto ni eso, poco más compartimos quienes vivimos entre los Pirineos y Gibraltar, en España. Cada cual va por libre, no somos capaces de ponernos de acuerdo.

He viajado por gran parte de este país, e incluso fuera de él, he vivido en regiones diferenciales, he compartido con sus gentes mesa y mantel, y puedo decirles que sólo he conocido a personas que no son como dicen los demás que son. ¿Por qué, entonces, tenemos que ser como dicen que somos? ¿A quién le interesa? ¿Quién sale ganando? Un ejemplo: hace unos años los políticos catalanes –me da igual del partido que sean– dijeron que Cataluña necesitaba un estatuto de autonomía nuevo. Aseguraron que los ciudadanos catalanes lo demandaban y merecían. Pero era mentira, por lo menos entonces. Los catalanes, de origen o acogida, no tenían en la cabeza semejante cosa. Ellos estaban a lo suyo, a sobrevivir, como todos, como cualquiera. Pero los políticos les convencieron de lo contrario, manipularon la información y consiguieron un nuevo Estatut, que hubieran preferido llamar Constitución Catalana. Hoy los jueces han anulado o cambiado parte de su articulado, que había emanado del pueblo soberano, ya ven cómo están las cosas. En el fondo da lo mismo. Y al calor de los catalanes reivindicaron también su propia identidad castellanos, valencianos, andaluces… Nosotros no somos como dicen los políticos que somos, pero a fuerza de repetírnoslo acabamos creyéndolo. Somos, pues, crédulos ¿y culpables?

A lo que vamos. España. ¿Qué es España? Más allá de la definición que podemos leer en la Constitución, digo. ¿No será que España es, por encima de identidades plurinacionales o cuasiestatales o geográficoidentitarias, una pura entelequia, en la misma medida en que lo son los demás estados del mundo? Sólo hay una diferencia, y es que mientras una parte de esos estados se han creado por adición otros lo han hecho por segregación. Cualquiera que sea su origen, la misma idea de estado entendido como una concepción intelectual de carácter jurídico que precisa de una delimitación territorial exclusiva es, en definitiva, altamente perversa. Las fronteras rompen espacios naturales, destruyen culturas milenarias, separan a pueblos ancestrales. Las fronteras son perjudiciales para nuestra salud. Cuando seamos capaces de entender eso, quizá entonces estaremos empezando a caminar hacia nuestro futuro, el de todos, y no sólo el de catalanes, flamencos, bretones, escoceses, tibetanos, tutsis o jupiterianos.

Rásganse las vestiduras los próceres de la patria y tiemblan los estamentos ante la sola mención de la independencia nacional (de las naciones que dicen que forman España, se entiende). Enarbolan sus banderas los hijos de esas nacionalidades secularmente sometidas que sueñan con tener su estado propio. ¿Para qué? No es que me interese demasiado, pero, ¿para qué? ¿Tan mal viven es esto que llamamos España? Quizá piensen que les iría mejor en un idílico estado independiente donde el castellano dejara de ser lengua oficial, incluso podría ser prohibida sin temor a las consecuencias. Un estado minúsculo que presumiblemente carecería tanto de las infraestructuras necesarias para su autoabastecimiento como de los recursos básicos para dotar a sus ciudadanos del grado de bienestar que ahora tienen. O puede que me equivoque y fueran viables no sólo política sino también económicamente. Quién sabe… en todo caso, ¿qué más da? ¿Por qué España no puede redefinirse, variar sus límites geográficos y prescindir de unos cuantos millones de sus actuales ciudadanos?

En el fondo sólo es una cuestión de carácter jurídicosemántico, y eventualmente geográfico, y puede que también intelectual. España, ¡ah, España! Quizá dentro de no tanto tiempo necesitemos permiso de residencia para vivir en Bilbao, los que no seamos vascos, o en Soria los que no tengan la nacionalidad castellana, quizá… ¿Por qué es tan inconcebible pensar en una España distinta a la que conocemos? La historia de este país que nos abandona como a hijos no deseados no es, en el fondo, tan larga, por más que algunos se empeñen en lo contrario. Hubo un tiempo en que España no existía, y quizá llegue otro en que dejará de existir. Sólo es historia. Si hace quinientos años existía lo que las crónicas llamaban, entre otras nombres posibles, las Espanhas (ya ven, ni eñe teníamos), para referirse a las diferentes Coronas de la Península Ibérica, a los varios estados, cada uno con su rey y su gobierno, que aquí convivían, luchaban y morían, ¿por qué nos cuesta tanto entender que otra cosa es posible?

En este país de luminarias, en el que la ciencia infusa hace de cada español (incluso de cada catalán, créanselo) juez, entrenador, crítico avezado, ingeniero, comentarista político profesional –los tres oficios juntos o por separado, a elegir–, árbitro y arte y parte, amén de 10 ó 12 ablandabrevas de tipo genérico, lo raro es que no hubiera paro, con tanto pluriempleado. Así somos. Irremediables. De modo que, ¿País Vasco independiente?, ¿Cataluña fuera de España?, ¿y qué? Ellos sabrán lo que quieren, ¿lo sabemos los demás? Los cambios forman parte de la Historia, y ésta es constitutiva de nuestra vida. Los cambios suceden. Lo que nos aterra es que nos pillen en medio.

9 comentarios:

  1. Lo que me asombra de la idea de España es el rechazo que suscita entre amplios sectores de la sociedad, y no sólo catalanes o vascos. La idea de orgullo español se une a lo más rancio y casposo, a lo más reaccionario. Leía en El Periódico de Catalunya un minicomentario sobre un político balear al que se descalificaba en un plumazo con un simple detalle, haciendo alusión a la bandera española que llevaba en su reloj. No hacía falta más para anularlo. El autor del comentario contaba con la complicidad de los lectores que pensarían igual que él. Así está la cosa, pero creo que España no puede existir sin Cataluña y El País Vasco (¿Navarra, Baleares, Galicia, País valenciano? Lo que quedara ya no sería España, igual que Yugoeslavia no puede seguir existiendo como tal sin las regiones o naciones que la componían. Ahora queda Serbia, Croacia, Eslovenia, Kosovo, Montenegro... Cataluña y Euzkadi son España, sin ellos dejaríamos de existir como tal. No digo que sea peor o mejor. Todo es posible como bien dices. Un abrazo.

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  2. No sé si es viable o inviable, conveniente o inconveniente ... lo que sí me parece es una lícita pretensión para quien la tenga. Las uniones, todas, deben mantenerse mientras todas las partes quieran permanecer unidas. Aun a riesgo de equivocarse, de perder, la posibilidad del cambio debe existir para quien la añora; eso me parece a mí, que siempre estoy a favor de lo que se hace voluntaria y gustosamente, más que de las obligaciones ... pero vaya vd. a saber.

    Saludos, Javier.

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  3. Los estados son entelequias y España es, como tú dices, una pura entelequia. Es un mosaico de teselas de colores diversos unidas con la argamasa de la discordia. Para afirmar la identidad de cada cual, lo primero que hace el poder es descalificar al que se encuentra al otro lado. Demonizarlo. No en vano los atenienses decían que los espartanos comían mal, que las mujeres espartanas olían que apestaban y que eran algo así como putas. De estas descalificaciones los catalanes conocemos muchas y circulan en los dos sentidos.
    Las fronteras son artificiales, son líneas trazadas con el odio y la espada. Mi libro “El caminante y la urraca” es un alegato contra los límites fronterizos. Los idiotas del poder se encargan de mantener estos límites atizando la hoguera del odio.
    Rechazo la España que se empeña en continuar unida contra la voluntad de muchos y rechazo estas pequeñas nacionalidades que no hacen más mirarse el ombligo. Puedo asegurar, sin embargo, que al margen de lo que digan los políticos y los medios de comunicación, en este lado la gente come, canta, odia, ama y trabaja con absoluta normalidad y los niños hablan como quieren y las preocupaciones del personal son las de conseguir llegar a fin de mes, sin importarles la dimensión del imperio.

    Salud
    Francesc Cornadó

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  4. España, Joselu, además de una entidad política y bla, bla, bla, es, también, una concepción mental que prefigura la idea de su conocimiento previo, es decir, es lo que pensamos de ella. Si pensamos que es una (no grande y libre, que también, pero ahora no), y de una manera determinada, con todas sus CC. AA. intactas, es porque así está configurada en nuestros cerebros desde hace tres décadas, e incluso antes. Les sucede en mayor medida a los más jóvenes, que no han conocido otra España que esta de las autonomías. Pensar en un Estado español distinto implica vencer cierta idea mental preconcebida que nos inspira una determinada repugnancia. Pero, si lo pensamos detenidamente, sólo es eso, una idea. De modo que pensar esa idea de otra manera es posible, si hacemos el esfuerzo, por más que el cambio nos resulte brusco e ininteligible, incluso. Pero, y no me cabe duda, otra España es posible, pese a quien pese. De hecho, lo será.

    Un abrazo.

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  5. Lo ideal sería, Zim, que todos tuvieran la oportunidad, pero también la capacidad, de decidir sobre su futuro, tanto el personal como el colectivo; tanto el jurídico como el político. Sucede esto, sin embargo, en contadas ocasiones, y casi siempre, además, tras un cruento proceso segregacionista. Pruebas recientes tenemos de ello. En España pasará. No puedo decir cuándo, como es lógico, pero tengo la convicción de que pasará. Sólo deseo, como tú, y como tanta gente sensata, que cuando ocurra sea de forma comedida, convenida y convincente. Mi idea es otra, en el fondo, pues abogo por la eliminación de fronteras, de todas, más que por la creación de otras nuevas, pero no soy quien tiene la capacidad de decidir o imponer semejante cosa, de modo que toca estar atentos y expectantes.

    Un abrazo.

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  6. Francesc, cuánta razón tienes. Es lo mismo que he visto en mis viajes: gentes sencillas, o no, pero con sus convicciones, sus actividades cotidianas, su vivir desgranado que tiene otro ritmo distinto al que los políticos sienten la necesidad de imponer. Gentes que sólo quieren vivir en paz, sin importarles, en el fondo, lo que digan de ellos. Gentes que no se meten donde no les llaman, la mayoría, y que hasta te echan una mano, sin preguntar antes de dónde eres. Pero esa realidad, que es la que vivimos en cada pueblo, parece que no gusta a quienes se empeñan en lo contrario, en enfrentarnos en nombre de ideologías antes que en unirnos en torno a ideas. Cuando no quede una sola frontera en el planeta, entonces seremos verdaderamente libres. Al menos es lo que quiero creer.

    Un abrazo.

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  7. Vivir dos "Movimientos Nacionales" en una misma vida es demasiado para cualquiera... A estas bajuras de mi vida un debate así sólo e produce hastío, un profundo hastío. A decir verdad, me sabe mal que quien haya "fijado" mi posición -como dicen los cursis parlamentarios, que no oradores- haya sido la publicidad: La república independiente de mi casa. Eso sí, puedo decir sin reservas, que es la casa descrita por Sisa en Qualsevol nit pot sortir el sol, un viejo himno de juventud.
    La realidad de la juventud actual nos dice que, salvo la cerril tribu de los sectarios nescientes, lo suyo es moverse por el ancho mundo sin otra fidelidad que a sus principios y sus valores, porque lo más probable es que vivan en otro país, que trabajen para alguna multinacional y que voten a políticos que nada tendrán que ver con los de suus terruños. Dicho de otro modo, a los apátridas hasta el mundo se nos queda pequeño...

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  8. Pues habrá que emigrar, Juan, de esta pequeñez y buscar horizontes tan lejanos que... no podamos llegar jamás. Así nunca seríamos deudores de leyes o lealtades, de banderas o himnos. En los sueños evanescentes del delirio (¿paranoia?) se cuecen todas las ideas, todas. ¿Qué nos quedará cuando se consuma el fuego? ¿Más vida o más recuerdos? Tenemos que pacer en algún sitio, pero pacer, al fin y al cabo...

    Un abrazo.

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  9. Las fronteras son perjudiciales para la salud, ciertamente, hay afectos que las fronteras no romperán nunca, justamente porque los afectos no tienen fronteras. De pronto, así como así, te descubrís lágrimas cuando escuchás alguna música, cuando lees cierto escepticismo, cuando recorrés tierra extranjera y hallás tallados en la piedra los rostros de los tuyos, cuando en alguna lápida de algún pueblo perdido en la frontera con Portugal lees tu mismo nombre, cuando en Latinoamérica sos gallega y en España sudaca.
    Javier además de ser lo que pensemos de ella, nuestra tierra es lo que sintamos de ella. Los que emigraron no llegaron jamás, su nacionalidad se convirtió en ésto raro que sentimos los que llegamos en lugar de ellos...o tal vez no llegamos ¿habrá algún sitio donde pacer?
    Amigos, eso también será España?....

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...