domingo, 15 de mayo de 2011

Superstición

Muchos de los gestos y dichos de nuestro acervo tienen una base que podríamos definir, con todos los reparos que se quiera, como religiosa. Es decir, que en el origen de refranes, frases populares y movimientos corporales repetitivos, encontramos un fundamento divino. Miren, si no, los consabidos ¡Jesús! o ¡Salud!, que siguen automáticamente a un estornudo; o cruzar los dedos ante la inminencia de un suceso; o taparse la boca cuando bostezamos; o tocar madera; o santiguarse (ésta no me dirán que no); o encontrar un trébol de cuatro hojas (¿existen?); o cruzarse con un pobre minino negro, como el que sirve a este blog de segunda cabecera, por ejemplo…

Son simbolismos religiosos evidentes incluso para los más descreídos, pero no dejan de constituir manifestaciones estrictamente supersticiosas de sucesos, acontecimientos y peligros que pueden, a través de tales símbolos, evitarse. Sabemos que no es así, la ciencia nos lo dice, pero, ¿qué puede la razón científica contra la razón religiosa, es decir, la fe, es decir, la incertidumbre? He ahí el dilema, resuelto fulminantemente a favor de la última, pues de nada sirven mil razones ante un prodigioso milagro. Se invoca a Dios en nuestro auxilio como se invoca a Satanás para idéntico menester. Uno no existe sin el otro, es imposible y además no puede ser. Por tanto, ambos son reales, aunque intangibles, en el ideario común de la Humanidad, siempre dispuesta a aceptar lo inaceptable en aras del bien común. Y, ¿qué mayor bondad que permanecer en la santa ignorancia de lo que no existe ni puede existir? No sé a qué me estoy refiriendo ahora mismo, pero ya lo entenderé, seguro… Igual es que la superstición es la creencia en hechos sobrenaturales, ¿y acaso no son la vida de los santos, los propios milagros y la misma existencia de Cristo y su buen Padre asuntos de la máxima sobrenaturalidad? Entonces, ¿religión y superstición son la misma cosa?

Dicen que los miembros de los pueblos nativos norteamericanos no se dejaban retratar porque creían que su espíritu quedaba capturado en la fotografía, y se rompería así su unión con el mundo natural al que pertenecían. Sin embargo, he visto numerosas fotos de estos mal llamados indios posando orgullosos ante la cámara. Quizá la medicina del hombre blanco era más poderosa que la de los hechiceros de sus tribus. O quizá estos nativos, que desconocían el significado del dinero, fueron pronto corrompidos por la codicia y la ambición que el progreso alumbra, aunque, hoy, a más de cien años vista del sometimiento de las naciones indias al gobierno federal de los Estados Unidos, no alcanzo a ver en qué se han beneficiado de esta civilización tan progresista.

Pocas personas en su sano juicio se atreven a pasar bajo una escalera de mano, pero no tanto, creo yo, por el simbolismo religioso que representa (pues forma un triángulo con pared y suelo en que se apoya, y el triángulo es símbolo sagrado tanto para el cristianismo como para otras religiones), como porque de ella suelen colgar cubos y otras herramientas usadas por quien está trabajando en la escalera. Así que, al menos en esta ocasión, parece que nos encontramos ante un evidente caso de sentido común, sin supersticiones ni mandangas.

En los textos sagrados católicos y protestantes se omite intencionadamente el nombre propio de Dios, que ni es éste ni Señor sino Jehová o Yhavé, según la tradición hebrea, si no me equivoco. La intencionalidad podría emanar de una errónea interpretación del tercer mandamiento, que impide tomar el nombre de Dios en vano, y que habría derivado en superstición a lo largo de los siglos en el sentido de que el hombre no era digno de pronunciar su nombre, pues ello le acarrearía males eternos. Pero bien podría deberse, igualmente, a que Roma prohibió tanto la práctica como la difusión del judaísmo y también del cristianismo, y por tanto hablar abiertamente de Dios y en su nombre acarreaba la pena de muerte: el miedo guarda la viña.

En fin, que no digo nada, y que como esto de la fe es libre, a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Otro día hablaremos de los musulmanes, si se dejan, no sin antes señalar que, en el fondo, todos somos supersticiosos. Bueno, yo no, porque trae mala suerte.

6 comentarios:

  1. Me gustaría que ese corpus de supersticiones tan elaboradas tuvieran un origen poético, que fueran algo así como la sana y espontánea desconfianza de la razón, o, dicho con Pascal, que hubiera más razones del corazón que del cerebro, cuya rigidez, a pesar de su morfología circunvolucionada es algo mas que paradójica. Que el uso de la razón nos ha permitido lograr el mundo de comodidades y derechos que tienen unos pocos en los desiguales barrios de la aldea global nadie lo puede poner en duda, pero desde bien pequeños sabemos que lo real no es del todo racional, que hay algunas fisuras por donde se filtra, de tanto en tanto, el poder inexplicable de lo increíble, del azar, de lo exento del férreo ccontrol racional. Los poetas suelen hablaar de "epifanías de lo maravilloso"; la persona vulgar de la "suerte", la "fortuna" o, más a ras de tierra, de la "potra" -cuya explicación filológica nos remite a los tiempos dramáticos de las grandes crisis económicas del XVII-. A todos, como muy bien dices, nos atrae ceder a la superstición; intuir que la realidad ha de decantarse, respecto a nosotros, en un sentido positivo o negativo, y que hemos de colaborar para no salir perjudicados, de ahí los rituales supersticiosos como no pisar las junturas de las baldosas, loevantarse con uno u otro pie, etc. Nos preocupa despertar el lado infernal e incontrolable de la realidad, y estamos dispuestos a cualquier sacrificio para evitar que ello ocurra. ¿El hecho de que exista la superstición procede del miedo, o al reves? Es sintomático el "temor" a Dios que inculcan todas las religiones, grandes supersticiones donde las haya.
    Excelente tema, Javier. Opto por callarme ya, pero da de sí para sus buenos cien folios... "pel cap baix", como decimos en catalán.

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  2. Siempre inclino a pensar que cuanto más cultivada, científica y racional sea una mente, un cerebro, menos tendencia tiene a la superstición. Como si fueran tendencias incompatibles. Sin embargo, acabo después hecha un lío, porque hombres de excepcional talla intelectual aseguran ser creyentes y practicantes de las más diversas religiones. Una de dos, o yo estoy equivocada en mi confesa inclinación, o las religiones no son supersticiones ... ¿o qué?
    Un abrazo, Javier; hacía mucho.

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  3. La suerte, Juan, la suerte, sea buena o mala, esa esquiva casquivana que se va con quien quiere aunque no la quiera, y que se queda a tu lado cuendo le apetece (la mala -o la regular, para no dramatizar- sobre todo). Pero no nos quejemos: tenemos lo que queremos, por lo menos los creyentes, que siempre pueden encontrar consuelo en sus adentros místicos.

    Es verdad que da el tema para mucho, por lo bajo y por lo alto, pero a fuerza de profundizar nos arriesgamos, como en todo, a desvelar ese cierto halo de misterio que envuelve a estas cosas de los dados, y al final caeríamos en la repetición monótona y desdramatizadora, ingenua reflexión de que ya el fin perseguido ha sido alcanzado. Y ni tenemos tanto tiempo ni tantas ganas, que son muchos los palillos que tocar y este palilleador da para poco.

    Un abrazo.

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  4. Zim, qué agradable tenerte por aquí. Tienes razón en tus deducciones, creo. Pero sucede que esos seres racionales e inteligentes son, en el fondo, y aunque no quieran reconocerlo, no tan racionales como piensan, y el instinto primario de todo hombre le conduce al temor que infunde lo desconocido, aunque él mismo lo haya inventado. Para comprobarlo sólo tienes que darte una vuelta por el cúmulo de nuevas religiones aparecidas en los últimos cien o doscientos años, que, al igual que las ya milenarias, inmediatamente captan seguidores del más variado pelo, sean hombres de ciencia, actores de fama, visionarios o tontos de baba.

    Tengo para mis adentros otro vocablo que no suelo emplear por no herir la sensibilidad de nadie, pero te lo diré en voz baja: más que supersticiones, las religiones son supercherías, es decir, engaños manifiestos, tal que la política. La diferencia entre ambas es que una promete cosas que no existen y otra cosas que no pueden existir. Igual te he liado más de lo que pudieras estar... En fin, un buen centrifugado y a otra cosa, que no estamos preparados para fijar tanto nuestra atención en nada. Para eso, los mochuelos.

    Un abrazo.

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  5. Soy dualista o no sé si llamarlo "cuántico". Para la teoría cuántica -que tarde o temprano se implantará- el uno y el cero pueden ser reales simultáneamente y no como sostiene el binarismo de que es o uno o cero. Quiero decir que soy ateo a la vez que soy creyente, que descreo de las religiones a la vez que soy consciente de su belleza y su horror, que pienso que matar a Bin Laden fue un crimen y a la vez un acierto, que no creo en las supersticiones populares pero creo en hechos sobrenaturales que forman parte de mi vida con toda naturalidad, que pienso que hay seres malvados y a la vez son santos y viceversa, que lo oscuro es oscuro pero también es blanco, que pienso que Europa es la solución y a la vez la condena, que pienso que el PSOE está agotado y que es bueno que venga el PP, a la vez que detesto al PP y no quiero que venga... No sé si me he explicado. No pienso que las supersticiones sean importantes, pero sí la necesidad del hombre de trascenderse, de ir más allá de su cuerpo físico. No concibo a nadie quedándose en él (aunque sea una maravilla como realidad biológica). No sé y sí sé. Estoy y no estoy. Soy inteligente y a la vez soy tonto del culo, como el Straus-Kahn al que le han pillado con las manos en la masa o en el culo de la camarera. Saludos.

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  6. Somos, Joselu, somos. No eres el único al que acongoja semejante dilema. En el fondo, creo que más allá de nuestro inexpugnable individualismó, lo que más caracteriza al individuo es su íntimo afán colectivo, su complejo de hormiga. La pena es que prácticamente nadie se conforma con el lugar asignado, y todos queremos ser reina, soldado y obrera a la vez, sin saber muy bien con cual quedarnos.

    No estoy diciendo con esto que cada uno tenga un lugar predeterminado en este mundo -lo que sería tanto como creer en el destino y, por ende, la religión-, y también, acaso, en el otro, sino que, puestos en el sitio que ocupamos, sea por mérito, casualidad o desidia, de inmediato tratamos de cambiarnos de asiento. Ignoro el motivo, pero debería estudiarlo...

    Es el ser humano dual, dicotómico, distímico, ciclotímico, sagaz, cretino, hipocondriaco, vigoroso, blanco y negro, pero, en el fondo, siempre gris, incluso con la luz encendida. Así somos. ¿Para qué darle más vueltas? Y, sin embargo, las damos, aun a riesgo de marearnos siempre.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...