domingo, 3 de julio de 2011

Eugea

Tornáronse los prósperos tiempos en imperio de la ira, la ruina de los hombres y el sometimiento indigno de principios y derechos. Y esto sí era vergonzantemente real, en contraposición con los falaces sueños precedentes. Acomodados en su plácida, indolora e insonora vida, los hombres libres dejaron hacer y deshacer a sus dirigentes sin apenas intervenir, pedir cuentas o siquiera preocuparse por otra cosa que no fuera la hedonia general. Y después fue tarde: para exigir responsabilidades, para deshacer el camino e incluso para salvarse. La iniquidad mancilladora arremetió contra la soberbia de la sociedad, y las consecuencias, imprevisibles, se desataron en terrorífica desolación. Aunque la pobreza golpeaba primero en los tobillos, cundió el pánico entre la clase dominante, y la reacción del pueblo hizo temblar los cimientos de su ufana pero lánguida democracia imposible y perversa.

Las protestas, acalladas con dolor, devinieron en motines, barricadas, llanto… Era imposible no ver el sufrimiento de las gentes. Pero la ambición de la ensoberbecida casta política y la codicia de sus banqueros desataron el horror más absoluto, abatiendo a los eugenos como un metálico filo hiende la mantequilla.

Suelta la desesperación por las calles de la capital, hordas de desolados ciudadanos deambulaban en busca de comida y agua, sorteando las desiertas barricadas, cayendo en emboscadas del ejército o peleando entre sí inmisericordemente. Había pasado el tiempo de la política. Se trataba simplemente del acto básico de cualquier animal: sobrevivir.

Vencido, desarboladas las banderas de su libertad y sus privilegios democráticos, el pueblo mutó rabia por serenidad, se entregó a la oración que nunca consuela, enterró a sus muertos por millares y sucumbió a su desidia, desdén, ignorancia y atrevimiento. En el país gobernaban los mismos. Pero era una tierra sembrada de cadáveres, de despojos que ni siquiera los buitres reclamaban. Una tierra yerma donde los gobernantes y sus comparsas medraban entre sí, mirándose entonces, ya, con recelo unos a otros, temerosos del golpe certero que los descabezara. El ejército represor, cumplida su misión devastadora y carente de objetivos, se disolvió sin un murmullo, regresando al pueblo sus hijos y a la mugre los mercenarios. Los políticos enmudecieron contemplando un país mudo, se refugiaron en sus mansiones y esperaron la nada.

Cuando ya no quedó esperanza, todos los supervivientes, como uno solo, partieron hacia el exilio. Cruzaron las montañas y se adentraron en tierra extranjera. Ignoraban qué encontrarían al otro lado y si serían bien recibidos por sus vecinos, a quienes antes nunca cesaron de menospreciar, pero pensaron con una mente colectiva que, fuera lo que fuera lo que les aguardaba, difícilmente sería peor que la miseria humana que dejaban atrás, en su otrora próspero y amado país.

No se preguntaron si lo que les había unido a su tierra era esa prosperidad, ahora perdida, o un sentimiento patriótico fruto de la tradición secular. Tampoco se interrogaron acerca de sus íntimas convicciones nacionales, quizá por temor a ser tomados por traidores. Pero, ¿qué importaba ya la traición de todo un pueblo que había sido masacrado, vilipendiado y alienado de tantas formas distintas por aquellos que debían ser garantes de sus derechos más preciados? ¿Acaso no eran ellos, los políticos, los traidores? ¿A quién volvían la espalda despreciativamente sino a esta casta de hombres codiciosos, o, en última instancia, a ellos mismos?

Cruzaron las fronteras, y, para su sorpresa, no fueron detenidos, ni interrogados, ni menospreciados, ni empujados, hacinados o recluidos. Tan sólo fueron acogidos en esa tierra que, desde entonces, sería la suya. ¿Nacía una nueva nación?

4 comentarios:

  1. Me gustan los mitos primitivos de renacimiento, sea como individuos o como naciones, pero una vez adentrados en la senda de la vida o de la historia ¿cómo volver a nacer? ¿Habrá un útero que nos espere de nuevo o alguna tierra que nos acoja sin pedirnos cuentas ni hacernos sentir miserables por lo que dejamos atrás?

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  2. Probablemente no, Joselu, pero habrá que intentarlo. Lo malo es que no sé quién se erigirá en nuevo Moisés de este desagradecido pueblo... En todo caso, quizá no haya que ir muy lejos a reclamar la tierra prometida.

    Un abrazo.

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  3. Mereceremos los hombres de la civilización occidental, próspera y avanzada todos los males actuales y los que se nos avecinan. No hemos tenido ninguna consideración respecto a nuestros hermanos de otras tierras que penaban en condiciones mucho más duras que las nuestras. Y no digamos ahora que tenemos esta "crisis" (como no nos hartamos de decir) encima: tenemos mucho menos en consideración a estos hermanos que en tu fábula, Javier, nos reciben con los brazos abiertos (o, al menos, no cerrados). ¿Qué podemos exigir a banqueros u otros poderes económicos cuando nosotros -TODOS los ciudadanos de esta civilización occidental, expróspera y exavanzada- hemos sido -y seguiremos siéndolo aún más a partir de ahora- durante años y años los banqueros para nuestros hermanos africanos, asíáticos, sudamericanos y, en general, todos los desfavorecidos que en el mundo son y han sido? Como no me canso de repetir en mis conversaciones al respecto, realmente me gustaría saber qué piensan estos hermanos nuestros de nuestras actuales quejas y quebrantos. Lo primero -a mi parecer- sería que lo de "hermanos" nos lo metiéramos por ahí.

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  4. Es verdad que no nos preocupamos en exceso (ni en defecto, vaya) por esos hermanos misérrimos de la especie, Requejo, pero no es menos cierto que tampoco hacemos alarde de interés por nuestros propios pellejos, no al menos más allá del hedónico y cataclísmico carpe diem de cada día.

    En esta nave común en que bogamos, empero, no deja de cumplirse el axioma de matar o morir, y así sucederá -¡quién sabe si antes de lo que esperamos!- que esos a quienes no ayudamos, o lo hacemos a medias, o con desgana y desidia, no tardando serán los nuevos amos, y de sus manos recibiremos idéntico trato, o peor: justas monedas, dirá alguien.

    En algún momento dije que estos palestinos serán los judíos de mañana, de la misma forma que los judíos del exterminio se han tornado ahora en paranazis. En fin, que probablemente la humana raza esté llamada a prosperar más de lo que suponemos, pero no en la forma que muchos deseamos, claro.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...