martes, 23 de agosto de 2011

Acusativo

¿Qué puedo hacer? Hoy escribo entre llanto y desolación. No es ninguna novedad, pero es especialmente doloroso, hoy. Mientras desayuno me pregunto, como otras muchas veces, por qué hay millones de personas que no pueden hacerlo. Incomprensiblemente, no hallo respuesta alguna a tan simple cuestión. Porque me niego a reconocer que somos tan miserables como para negar el alimento a los demás. Tan canallas como para ignorar lo que está pasando en medio mundo y en la mitad del otro medio. Tan cobardes como para mirar para otro lado cuando tocan a rebato.

Quizá no puedan desayunar, me digo entre dos sorbos de café, porque sencillamente son incapaces de evadirse de esa cosa en que se ha convertido su vida, la rutina mecánica que repiten cada día. Quizá tampoco nosotros podamos escapar a nuestras propias vidas, aunque la diferencia entre unas y otras sea ciertamente abismal. Pero ahí terminan las distinciones, porque, por lo demás, aun con diferentes lenguajes, culturas, textura y color de piel, somos esencialmente una y la misma cosa: humanos. Ellos no menos que nosotros, y por ese nexo comienza la realidad a hacer estragos. Imposibilitados para escapar de nosotros mismos, reproducimos una y otra vez los mismos patrones, tan dispares como idénticos, y es que, si en los países pobres no se come, en los ricos sí.

Mientras, las sociedades en su conjunto atienden a pautas socializadoras de lo más selectas, y en no pocas ocasiones se llega incluso al éxtasis místico o al fervor más carnal. Que se lo pregunten, si no, a todos los que han asistido a un mitin político, un partido de fútbol, un concierto de cualquier clase o una misa papal. Todo ello lo hacemos sin ruborizarnos, sin pensar en otra cosa o que otra cosa es posible sin tener que caer en dogmatismos alienantes. Pero, claro, para eso habría primero que saber qué significan las palabras que decimos y escribimos, y qué hay detrás de esos significados. En fin, que a lo mejor habría que empezar a señalar con el dedo, como los niños. Y no solamente lo que queremos sino, muy al contrario, aquello que nos desagrada, indispone o perjudica. Y hacerlo públicamente, sin pudor y a la vista de los demás, como mea un perro en una esquina.

Claro que quizá alguien, algún día, nos señale a nosotros.

9 comentarios:

  1. Lo más relevante del post a mi modo de ver es cuando dices "Pero, claro, para eso habría primero que saber qué significan las palabras que decimos y escribimos," Al margen de todas tus otras oportunas consideraciones, veo en esto una cuestión crucial: qué significan las palabras que decimos y escribimos. Yo no lo sé, pero sé intuir cuando éstas se llenan de sentido y de significado, y cuando son meros resortes retóricos de adorno superfluo. En cuanto al mundo, lleno de dolor, poco puedo decir que no resulte un florilegio fofo inducido por la química que me anestesia. Un abrazo.

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  2. Ay, Joselu, que yo tampoco lo sé... Cada día que vivo desconozco más. Llegará un momento en que lo ignoraré todo, como si ni siquiera hubiera nacido, o como esos sinsontes que, por más que lean y estudien, carecen de los resortes cognitivos básicos. Me volveré una ameba, como esa de la que un día comenzamos a evolucionar, y dejaré de escribir, de leer, de hablar y de ser, si es que ese momento no ha llegado ya, me temo.

    Reflexiono, cuando tengo lucidez para ello, y no hallo nada, apenas retazos de una vida que ignoro si es la mía, o los millones de ellas que quisiera vivir... La ansiedad lo desborda todo con tanta fuerza que brota como manantial a través del teclado (que feo, con lo hermoso que sería decir a través de la pluma). Por eso, y porque nada soy, ignoro el significado de tantas cosas que me abruman, y a pesar de ello, me permito el lujo de seguir hablando, de seguir escribiendo... aun sin saber qué digo.

    Qué misterio más insondable el que habita en mí, y que tonto y pesado me estoy poniendo, ahora que caigo. En fin, disculpa mis palabras, que probablemente carecen de significado, y si es que lo tienen, lo desconozco profundamente. Lo que sí sé es que te mando un fuerte abrazo.

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  3. No tenemos claras nuestras prioridades. Rectifico: las tenemos demasiado claras. Hasta que no solucionemos los problemas de SUBSISTENCIA que aquejan al mundo no deberíamos quejarnos de otras cosas, aun cuando sean, en efecto, dignas de queja (nuestro paro, sin ir más lejos). Reitero lo que he comentado más de una vez: ¿qué creemos que piensa una persona que no tiene qué comer en Somalia, Níger, Haití, Bangladesh, etc. respecto a nuestras quejas sobre el paro tremendo que tenemos? Le parece una nimiedad. Nosotros diremos que cada cual tiene sus problemas; y yo -y muchos de los nativos de estos países anteriormente mencionados- diré que solamente miramos aquello que nos perjudica a nosotros mismos. Lo demás nos queda muy lejano y, en el fondo, nos importa más bien poco o nada. Y, para rematarlo todo, a mucho de los parados me da la sensación de que si les pusieran en la tele un Barcelona-Real Madrid diario se le quitaba parte de su angustia (y, desde luego, olvidarían completamente a los somalíes, por si no lo hubieran hecho ya). Y eso también es lamentable... ¡Sociedad enferma e insolidaria! ¡Eso es lo que somos en un 90%! Que me perdonen los parados (y los no-parados) a los que no se les puede aplicar esta afirmación, que estoy seguro de que existen...

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  4. No creo que debas disculparte por tus palabras, Requejo, antes bien deberías, tú, yo y cuantos más mejor, hacer bandera de ellas para esparcirlas. Es verdad que el movimiento es lento, es cierto que avanza muy despacio, casi imperceptiblemente. Pero avanza. Lo malo, también, es que ignoro hacia dónde. Somos injustos, lo sé, y los sabe casi todo el mundo, pero sólo nos ocupamos de nuestros asuntos, como si lo que pasa en el resto del planeta, qué digo planeta, en nuestro mismo portal, no fuera con nosotros lo más mínimo. Rehuimos implicarnos, queremos que no nos molesten, que no nos salpiquen... Como mucho alguien apadrina uno de esos niños, otros incluso los acogen durante una temporada, algunos más los adoptan... Ignoro si es el egoísmo o cierto sentimiento de culpa lo que impulsa tales acciones, pero algo alivian el sufrimiento de unos pocos.

    Sin embargo, puesto que estamos en un mundo global, de tal magnitud debería ser la solución. Pero no hay voluntad. Los políticos a los que se elige en países democráticos miran para otro lado, si acaso algún estado dedica el 0,7 % de su PIB al subdesarrollo, y ahora quizá ni eso. Individualmente nos conformamos con decir ¿qué puedo hacer yo?, y lo dejamos correr. Los indignados pedían cosas para sí, pero no vi a nadie que pidiera para los demás... Quizá la solución no sea irnos todos de misioneros, o a ONG's de dudosa credibilidad. Quizá el verdadero problema no sea la pobreza sino la riqueza, y, como siempre, la educación. y, detrás de todo, nuestra supuesta condición humana.

    Muchas veces le doy vueltas a todo este embrollo, y no llego a ninguna parte. Nos seguimos quejando, aunque no sé de qué...

    Un abrazo.

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  5. Javier, si todos somos humanos, que lo somos, todos tenemos la misma posibilidad de ejercer la razón frente a la tradición, de defender la libertad frente a la tiranía y de tratar de escribir nuestra propia vida. Antes de preguntarme qué puedo hacer yo por alguien, siempre tiendo a pensar, ¿qué hace él por sí mismo y para sí mismo? Sé que las contribuciones a Médicos sin Fronteras o a Amnistía Internacional, como es mi caso, son un lenitivo del inmenso dolor que depara la contemplación de lo que ocurre extramuros de Occidente, pero no ha de perderse de vista el proceso que ha seguido Occidente para llegar a su patrón de desarrollo social -por injusto que sea-: venimos de siglos oscuros, de guerras atroces, de dictaduras genocidas, de la Inquisición..., y todos los esfuerzos que se han hecho en pro de gobernarnos a través de la razón han exiigiido siempre incontables víctimas: ahí están, sin ir más lejos, las más de 800 víctimas de la sinrazón genocida de ETA, o las matanzas de Mladic y compañía...
    Entiendo el dolor humano espontáneo que causa la contemplación (indecente, a mi modo de ver, desconsiderada, estratégicamente propagandística de la solidaridad individual como sustitutorio de la acción política de los estados) de la miseria y el dolor ajeno, como día sí y al otro también contemplamos en la TV; pero incluso en esas circunstancias, sigo haciéndome aquellas dos preguntas del principio. Reunciar a hacérmelas sería tanto como creer que hay humanos de primera y humanos de segunda, que los hay con derecho a la libertad de elegiir su propio destino y que los hay que han de ser tutelados de forma paternal. Y, de momento, me niego a hacer esa distinción. ¿Te has percatado de que el primer atributo que se le otorga a un gobernante dictatorial es el "Padre" de la patria -Padrecito fue Stalin-, que curiosamente coincide con el apelativo de los diputados y senadores, "padres de la paatria"? Yo levo toda mi vida rebelándome contra el P/padre, con y sin mayúsculas, y no les pido a los demás sino lo que me exijo a mí mismo, como humano.

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  6. Permíteme dudar de nuestra (supuesta en el caso de no pocos) humanidad, Juan, si por tal entendemos el carácter explícito que nos separa de los inhumanos, a saber, el resto de animales de este reino.

    Dicho esto, no puedo menos que compartir tus planteamientos, que hice míos mucho tiempo atrás, y que mantengo. Pero, fruto de mi intensa contradicción interna (no tanto hacia el exterior, por ese punto de hipocresía vanidosa que alimentamos) opino igualmente lo contrario. La Historia es terreno resbaladizo donde los mejores luchadores pierden pie, es dúctil, maleable y acomodaticia hasta la hez, a pesar de que nunca nadie podrá cambiar las fechas y los datos que tenemos por fiables. Pero se reinterpretan una y otra vez en función de la escuela de turno, incluso del historiador de turno, y hasta del politiquillo advenedizo de turno, que no sabe, por ignorar, que existen más indios que los que salen en las películas de John Wayne.

    Puestos a interpretar la Historia, y aun siendo verdad que a los europeos no nos regalaron nada, ni nuestro actual nivel de vida ni nuestos sistema democrático, no es menos cierto que tuvimos la gran suerte de desconocer imperios invasores exógenos, distintos a nuestra propia idiosincrasisa cultural, y sólo tuvimos que luchar contra nosotros mismos para llegar a la victoria (sin embargo relativa, como no podía ser de otra manera). Imaginas qué habría sido de la blanca Europa si las hordas hunas no se hubieran detenido ante Roma? ¿O si los turcos hubieran desbordado las defensas cristianas en Lepanto y los Balcanes? En América, en cambio, y con mucha más intensidad en África (los asiáticos supieron pararnos los pies), tuvieron la desgracia de conocer al hombre blanco íntimamente, hasta el punto de que los amerindios, desde Alaska a la Tierra del Fuego, fueron casi exterminados -algunos pueblos concretos lo fueron-, y los africanos sufrieron durante más de un siglo tal saqueo de sus tierras y desestructuracción de sus lazos tribales y culturales que la herencia dejada por los blancos no podía ser sino el hambre y la guerra, de la mano ahora tanto de sus propios y ególatras dictadores -algunos de los cuales van cayendo- como del nuevo colonialismo económico a que les someten las multinacionales transnacionales capitalistas occidentales (creo que ahora también los chinos, coreanos y japoneses tienen su parte del pastel).

    (por carencias del servidor informático, continúa en otro comentario)

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  7. Por eso, Juan, y retomando mi contradictorio ser, al tiempo que rechazo las limosnas que se le ofrecen a este pueblo africano hambriento, pues mejor sería que se levantaran contra sus nuevos tiranos ya que nada tienen que perder, salvo acaso sus cadenas, comprendo que en el lamentable estado en que se encuentran muchos de ellos ni siquiera son capaces de hablar, maldigo ferozmente al hombre blanco que los postró.

    El colonialismo privó a estas sociedades de su futuro, sesgó su línea evolutiva en lo social, lo político, lo cultural... Se les transplantaron patrones e ideas ajenas a su esencia y se les obligó a adoptar costumbres y leyes absolutamente incomprensibles para ellos. Reconozco, también, que eso puede ocurrir, y ocurre, y forma parte del juego histórico, pueblos dominantes, pueblos dominados, judíos gaseados en las cámaras nazis, palestinos destrozados por los misiles judíos... Verdugos y víctimas compartimos la misma jaula, y no aparece el problema hasta que las dimensiones de ésta comienzan a empequeñecer.

    No le puedes exigir a un adolescente que razone como un adulto, ni a un impedido que camine como si no tuviera cojera. Pueden intentarlo, pero, sin ayuda, fracasarán. Gran parte del África negra y también de la árabe está aún, a pesar de que vean vía satélite los partidos de fútbol que se juegan aquí, en una oscurísima edad media, y Occidente solamente se preocupa, independientemente de que quien gobierne esos países sea un dictador o un presidente electo, de asegurarse los suministros energéticos estratégicos y de conseguir los mejores contratos para sus multinacionales. Mientras, nos morimos todos de hambre. En esta situación, ni siquiera soy partidario de que se salve la vida de millones de niños a los 6 meses con vacunas baratas para dejarlos morir de hambre a los 6 años, sólo porque los alimentos resultan más caros y son, también, un arma estratégica.

    Por eso vuelvo a preguntar: ¿qué puedo hacer? Seguramente mucho, pero no haré nada, si acaso contarlo...

    Un abrazo.

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  8. Javier, regreso de unos días de calor, (no hablo de vacaciones) y me encuentro con tu acusativo, un alegato pesimista que comparto. Ya sabes que estoy apuntado en la lista de los hombres más pesimistas del mundo pero que mi buen humor no lo salta ni un torero.
    En la indignación está el verso.
    Escribimos porquen no estamos conformes, mientras nos preguntamos sobre la injusticia y la iniquidad del poder, desarrollamos la batería de cuestiones que nos llevan a escribir y somos unos privilegiados de poder hacerlo.
    Nos preguntamos sobre la cobardía de nuestra triste actuación ante tanto canalla y tanta injusticia y delante del cafetito continuamos escribiendo.
    Pero, Javier, no hay nada que hacer, he perdido toda esperanza, continuamos como siempre. El poder arrasa las voluntades. El poder, que puede hacer daño, lo hace.
    A veces me pregunto si es lícito subirse a la torre de marfil o esconderse en una urna de cristal y, en soledad o en compañía de poquitos amigos, gozar de la belleza.
    Lo dicho, Javier, el buen humor y lo de la lista de los hombres más pesimistas del mundo.

    Salud
    Francesc Cornadó

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  9. Sobre pesimismo y otras pésimas cosas cavilo intensamente cuando estoy solo, que es mucho tiempo, pero pocas veces consigo entristecerme. Sin embargo, Francesc, cuando no me lo propongo, cuando simplemente estoy leyendo o contemplando el discurrir de la vida de otros como tras un cristal, entonces palidezco y lloro. Finalmente saldo toda cuestión con alguna ironía, frase lapidaria o, también, incluso un sarcasmo inoportuno, y la vida sigue. La mía y la del resto de las mortales personas.

    No sé si eso es buen humor. Seguro que sí, según los que me tratan, aunque tengo para mí serias dudas. Lo otro sí que me convence, lo del pesimismo, digo, aunque lo disfrace de realismo, escepticismo, laconismo y otras cuantas cosas.

    No hay nada que hacer, salvo seguir adelante, por si en el camino encontramos algún rico menesteroso al que poder ayudar...

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...