domingo, 18 de septiembre de 2011

Bla, bla, bla…

Cuatro hombres se reúnen en una vieja taberna apenas alumbrada por macilentas bombillas incandescentes, sentados en torno a una mesa de marmóreo tablero, tomando café amargo y vino aguado con el ruido sordo del mundo y el humo de los cigarros de fondo. Hablan de la muerte, siempre cercana; de la razón, que tanto escasea y difícilmente se sabe qué cosa pueda ser; de la libertad, en constante fuga; de la moral, ese espíritu de rebaño… Hablan, mas no conspiran. Sólo hablan.

En la mesa de al lado, con el aguardiente quemando entre mis manos, alcancé a escuchar algunos retazos de su extraño diálogo, a pesar de que apenas susurraban. Parecían, de quietos, estar muertos…

–No son buenos tiempos para andar filosofando.

–En estos días aciagos que nos tocan, faltos de luz pareciéramos diluirnos en la nada de tanto cavilar.

–No es semejante discernimiento lo que nos hará desaparecer, amigo mío, sino el sentir de la pequeñez que lo envuelve todo, es decir, todo.

–¿Incluís ahí la nada?

–¿Qué más da, todo o nada? No estamos apostando, sino escudriñando la fuerza del conocimiento que nos invade, o que nos abandona, si así os parece mejor…

–¿Y qué razón hay en conocer si no es para ahondar en nosotros? Al extender su abrigo a la totalidad pierde fluidez y consistencia, quizá.

–En aras de ese conocimiento, convendréis conmigo en que no es posible separar lo uno de lo otro, pues siendo todo tanto, ¿cómo establecer un límite entre nosotros y los otros, entre vos y yo, que formamos parte de la misma realidad?

–Pero no del mismo ser…

–También, sin duda.

–Permitidme, si de dudar se trata, que lo dude, entonces, y que corrija mi parecer: no de la misma razón.

–Ahí estáis más acertado, aunque no os atrevéis, quizá por pudor, a entablar paradigmas elocuentes que nos alumbren la senda, puesto que caminos tenemos que nos alejan del conocimiento verdadero.

–¿Qué es verdadero, señor, el camino o la razón?

–¿Acaso no tendrá cada uno para sí por cierto su propio camino antes que el del otro, sea compañero o contrincante? ¿Quizá no tendrá más razón?

–Pero, siendo la razón una, ¿no asistirá a ambos?

–¿Y cómo explicáis entonces tal polémica, tal disparidad de opinión, si siendo la razón indivisa, y estando de parte de todos por igual, cada uno la atraiga a su manto para arroparse con ella mejor?

–La razón, señor, si por tal la tenemos, reduce la esperanza de éxito o fracaso, ya que su ser mismo, que es el conocimiento, sólo deja espacio a la probabilidad. Y siendo desmedido su poder y el ansia de los hombres por poseerlo, esta razón afligida recabará al fin el auxilio de su compañera la locura para desvanecerse y escapar al humano sometimiento.

–Decís bien, porque envejece o rejuvenece según nos place. Y aporta energía o desvitaliza, que a nadie deja ni diferente ni indiferente. Y de nosotros depende, y de nuestra libertad de juicio, emplearla en cosa útil…

–¿Y qué razón encontráis en ser libre, o en no serlo? Si libertad es compendio de sentido común en vez de falacia política, libres somos. Pero temo que no sea el caso, señor…

–Por más que lo intento, no consigo mediar. ¿Acaso tengo la palabra empeñada? En la razón que me toca, no os la puedo dar, ni a vos, pensador, ni a vos, charlatán, ni a vos, escritor, que del uso que hagáis dependerá vuestra voluntad. Siendo estadista la empleo para gobernar, para con ella legislar, prodigar, separar y juntar lo que de otro modo no sería dado ni mandado ordenar. Procuro la igualdad de todos, al tiempo que su libertad.

–¿Igualdad, señor? ¿Libertad, porfiáis? ¿Ambas juntas o fatalmente huérfanas?, que de la una no deriva necesariamente la otra. Debo de estar loco, o quizá tengo razón…

–¿Tenéis razón, decís? ¿Tenéis razón, sólo porque vuestras razones son del agrado de quienes os escuchan en arrebañamiento? Si vuestra razón fuera equiparable a vuestra moral…

–Eso lo decís vos, que nunca escribisteis nada.

–Si escribí o no vos no podéis saberlo. ¿Acaso me visteis no escribir alguna vez?

–¿…?

–Pero, ¿es la razón una?

–¿De qué razón habláis, de la vuestra o de la mía?

–Tanto da… quizá no sepáis de qué hablo, quizá no os dais cuenta de que estoy hablando…

–Tengo por ciertas, distinguidos señores, todas y cada una de las palabras que habéis pronunciado, mas este discurso, como otros discursos, a nada conducirá de provecho para el hombre, porque queriendo saber, la impaciencia atesora en él las horas precisas, de suerte que le falta tiempo siempre para hacer la praxis de cuanto no conoció. Fracasa continuamente, fruto de su prisa y su necedad, y cree poseer la razón a sabiendas de su imposibilidad.

–Tenéis razón… Disculpadme, decís verdad...

–¿Qué razón ni qué razón, si al hombre sólo importan y conciernen los asuntos carnales?, a este hombre, al menos… Deberá la Humanidad parir otra especie que la sepa de verdad contemplar…

–¡Cuán cara resulta esta razón… y cuánto la honestidad de su conocimiento! No sé si podré permitírmelo…

–¿Es que acaso deseáis morir pobre?

–¿…?

–Concluyamos la charla, pues de nada valen nuestras palabras. La sordera es tanta como la vanidad, y carecemos de espejos suficientes para recrearnos en ellas.

–Sea, señores, apurad vuestras copas. Debemos partir, nos esperan ya.

Nadie supo más tarde darme razón de tan ilustres contertulios, y ni asemejándome a ellos en tan cadavérico trance logré comprender sus palabras. Pero eran sólo eso, palabras…

2 comentarios:

  1. En este enredo de las razones, las sinrazones y la parodia que de todo ello hizo Cervantes, lo que se me quedó siempre fue su aforismo de que "cada uno es hijo de sus obras". Me parece que la dimensión del acto vital que compromete a la persona vale mucho más que cualquier enciclopedia de razones. De hecho, el desprestigio de la política no es otro que el de no hacer honor a la palabra ni estimarla en un ardite, es decir, no cumplir, no actuar, pasarse la vida buscando excusas de mal pagador. La ambigüedad de nuestra relación con la palabra es uno de los grandes misterios de la especie: la veneramos y la execramos por igual.
    Siempre he entendido que hacer las cosas bien era algo más positivo que tener razón. Pero lo más probable es que este equivocado.

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  2. Quizá abusé de la palabra a lo largo de este diálogo imposible, Juan. En todo caso, gracias por el atrevimiento, qué digo atrevimiento, la osadía de seguirlo hasta el final y, además, opinar. Ni aun habiéndolo concebido logro yo mismo comprenderlo del todo... Ignoro si es mejor actuar con corrección o con razón, y quizá ambas van de la mano, o son la misma cosa, pues eso que llamamos sentido común necesariamente debe identificarse con el bien (o lo bueno), y no veo la forma de que aparezca desligado de la razón, la mundana, digo, no la entelequia filosófica. ¡Qué sé yo! Jugamos a magos y solamente somos insignificantes aprendices de brujo. Además, divagar, siquiera sea para no llegar a ninguna conclusión, es un ejercicio saludable si no das en locura, creo.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...