domingo, 4 de septiembre de 2011

Cómicos

Hace unos días vi una de esas locas películas ambientadas en Broadway, Los productores, y pensé cuando empezó: ¡Valiente payasada! Pero, quizá invadido por la curiosidad, quizá por la esperanza, continué viéndola, y la cosa fue mejorando sorprendentemente. Resultó tener mejor gusto y amor por la representación de lo que parecía en un primer momento, estallando la risa, primero socarrona, después convertida en hilaridad, desahogo al fin.

No buscando la evasión, puesto que ni me consume el hastío ni el aburrimiento, ni persigo en la insensibilidad consuelo alguno, me asombra la capacidad humana de parodiar las situaciones más dramáticas, y, con la atención del tramoyista, observo el mundo mágico del cine y del teatro, que raudo nos hace asistir a la transformación de vivas en lamentos, e ir de la zozobra a la euforia con sólo unos leves giros de perspectiva, exposiciones, alusiones confundidas y divertidas entre el azar y el descalabro sin que se evapore su fabulosa escenificación. Un mundo donde la pena, casi siempre presente en alguna medida en las vidas de todos, se siente más lisonjera, devuelta al calabozo pero sin sus reos, desentendidos de ella.

Al parecer no hay pellejo tan duro que no lo pueda arrancar la sorna, y aquí está la buena noticia, porque si puedes asistir a un espectáculo puedes tolerar la vida, hacerte con ella, conseguirla como si fuera la Luna. También nos dicen que estuvimos allí. Es posible… ¿Cómo, si no, explicar que tantos sigamos colgados de ella?

Así, mis queridos lectores, la vida es de muchas formas, y hay muchos dispuestos cada día a que lo podamos ver así desde nuestras cómodas butacas. Benditos sean los cómicos, a los que desde aquí doy millones de gracias por hacernos reír, llorar y, en cualquier caso, sentir y vivir… ¡cuánta densidad!

Ya no parece tan extraño que de esa locura con la que el hombre se interpreta a sí mismo, en broma o en serio, surja la cura. ¡Que la necesidad haya creado el fracaso como beneficio es la historia de la Historia, menuda invención! Si acaso pudiera ser de otro modo, ha de ser cosa del futuro…

4 comentarios:

  1. Acabo de ver una película maravillosa. La edad de la inocencia de Martin Scorsese. Coincido contigo en la admiración por esos cómicos, directores, maquilladores, tramoyistas, documentalistas, guionistas, modistos… que consiguen que durante un tiempo olvidemos nuestra zozobra y nos sumerjamos en otra realidad. Yo no me canso de ver cine, especialmente desde que he descubierto la cadena La Sexta3. Es la mejor cadena de toda la televisión. ¡Qué gozada! Me alegro de tu post, lleno de calidad humana. Un abrazo.

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  2. ¡Benditos sean los cómicos! El humor es el más alto grado de la inteligencia humana, el humor es crítico, es un bálsamo, banaliza y relativiza toda esta maraña enrevesada de ideologías perversas. Desde Aristófanes hasta Groucho o Gila, que vivan los cómicos.

    salud
    Francesc Cornadó

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  3. Gracias por el elogio, Joselu. En realidad, la entrada es gentileza de mi señora, que prefiere cederme los derechos de autor sin SGAE ni nada. Me da miedo, porque, si se lo propusiera, me desplazaría del espacio bloguero llevándose consigo a mis (hasta ahora) escasos pero queridos lectores y comentaristas, empujándome a la autolisis más espantosa.

    Un abrazo.

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  4. Que vivan, Francesc, que vivan, porque, como dijo alguien (¿quizá yo mismo?) todas las ideologías mataron a todas las personas.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...