domingo, 11 de septiembre de 2011

Estos políticos…

…no son lo que necesitamos. Acostumbrados más a mirarse el ombligo que a su alrededor, parecen ajenos a la realidad, no sólo la que pueda proyectarse en la distancia sino la inmediata, la más visceral y radical, que es la de subsistencia.

Son los políticos casta sagrada, sacerdotes oficiantes de la economía y las leyes, de las finanzas y de las macrocifras. Entre ellos no hay un solo pensador, un hombre de letras, ni siquiera alguien que tenga nociones básicas de historia, filosofía o arte. Son producto de un sistema educativo tremendista, magnificador, exponencial y, en lo económico, adoctrinador. Se vanaglorian, en algunas pocas ocasiones, de rodearse de consejos asesores integrados por personas de cierto prestigio social e intelectual, sabios, los denominan. Ni aun así aciertan una. Más sensatamente debería ser al revés, es decir, dejar gobernar a los verdaderos sabios y mantener a estos depredadores de la cosa pública en segundo plano, como asesores fiscales, financieros y legales, pero sin responsabilidades ejecutivas.

Los políticos carecen de imaginación, parecen autómatas programados (¿por quién?), todos con el mismo discurso e idénticas mentiras. Son ciegos como topos, pero a diferencia de éstos, tampoco tienen olfato. Si acaso para el dinero, que ninguno anda descalzo. Tanto montan, montan tanto unos como otros, que a los demás lo mismo nos da. Estos políticos que prometían tras el inicio de la catástrofe financiera mundial que cambiarían de raíz el sistema capitalista, y lo que han hecho es postrarnos indefinidamente ante los mercados, de los que son esbirros. Estos políticos que se vanaglorian de sus propiedades públicamente –cierto que por imperativo legal– y hacen ostentación de sus ganancias y de su contribución anual y generosa a la hacienda pública con cantidades considerables, tanto que lo que debe pagar en impuestos uno solo de ellos en su cita con el fisco duplica el total de ingresos anuales de cualquier familia media.

Si el mundo en su conjunto –entendido globalmente, como ahora gusta decir– no prospera más y mejor, quizá deberíamos buscar a los culpables entres los integrantes de esta casta política fallida, rémora de las civilizaciones. No se necesitan políticos para el correcto gobierno de un país o sociedad, sino personas sensatas, que apliquen el sentido común y la justicia por encima de las leyes y las economías, e incluso por debajo de ellas si fuere necesario. Si las sociedades avanzadas se conforman con la democracia no es porque sea mejor que el resto de sistemas, sino porque carecemos de la valentía necesaria para desarrollar el verdadero buen gobierno, sin menoscabo de los derechos de los individuos pero sin estupideces blandilocuentes, un sistema donde ese individuo sea realmente ciudadano consciente de sus obligaciones y cumpla con ellas fiel y escrupulosamente, sin tener en perspectiva única y exclusivamente toda la parafernalia de derechos legítimos que sin duda le asisten. Un sistema donde los responsables del gobierno tengan más presente las necesidades de las personas que el voto de las próximas elecciones. Un sistema sin leyes restrictivas, pero con un completo catálogo deontológico social cuyo incumplimiento conllevara una pena inmediata proporcional al error: ninguna ley me prohíbe molestar a mi vecino, pero si lo hago debo estar dispuesto a sufrir veinte latigazos en la plaza mayor públicamente (¡qué barbaridad, reintroducir los castigos físicos que tanto atentan contra la dignidad personal! ¿Se supone que el vecino atacado y/o humillado era menos digno?). En tal sistema quizá no sería ni siquiera necesario elegir a nuestros representantes, entre otras razones porque, al tener perfectamente delimitados los dominios de actuación de cada integrante del engranaje social, solamente haría falta engrasarlo correctamente, sin importar tanto quién era el mecánico de turno.

Quizá esto que aquí planteo le suene a más de uno a estupidez, incluso a totalitarismo a aquellos que quieran extrapolarlo inconsecuentemente, y sin duda le resulte complicadísimo de entender y asimilar al homo sapiens, no digamos al semisapiens, que al parecer es la nueva especie dominante en el planeta y que extrañamente todavía no ha sido clasificada por los antropólogos. De cualquier manera, tengo para mí que si acaso aún debemos depender de los políticos, no son estos que ahora tenemos los que necesitamos, por más que nos los merezcamos…

4 comentarios:

  1. Son unos histriones, sólo les interesa el espectáculo y figurar. Son vedettes de piernas y mulsos flacos. Parece que su opacidad mental les haya facultado para creerse más que los demás, todos mamarrachos incultos.
    La mala calidad de los políticos parece marcar el signo de nuestro tiempo, no debemos perder ni un minuto pensado en ellos, son unos petardos, unos incendiarios, no merecen que hablemos de ellos, no hay que perder el tiempo en estos fantoches. Pero esto, amigo Javier, no lo arregla nadie, el sistema educativo, el montaje social y económico, todo es un andamiaje que se sustenta en esta casta de idiotas con carnet, pero es el andamiaje de un edificio ruinoso cuyos cimientos son de barro y argamasa de odios, venganzas del poder y de intereses de multinacionales.
    Me pregunto si es lícito que nos refugiemos en la belleza, así subiditos en la torre de marfil; y enseguida me contesto que sí, que sí que es lícito, pues ya nada espero y me quedo arriba a la salvaguarda de saetas y pedradas.
    En fin, amigo mío, quizás debamos refugiarnos en la belleza.
    Salud

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  2. Como siempre suele suceder, amigo Javier, es más fácil la crítica que la construcción. En la crítica de la mediocridad de nuestros representantes creo que estamos todos de acuerdo: Cospedal, Pajín, Lara (no uno de los infantes, siio Cayo), Rajoy, Trillo, Valenciano, Chacón, incluso el propio Zapatero...; ahora bien, en la creación de sistemas alternativos ya se desvanecen las coincidencias y afloran las críticas razonables hacia la viabilidad de alternatvas utópicas, como las que tú planteas. ¡Cómo me gustaría que esa versión "mejorada" de la especie humana triunfara en el planeta! La realidad, sin embargo, es muy otra, y bien que me pesa. Con todo, siendo tú tan amigo de la Historia, me extraña que tus amplios conocimientos no te hayan relativizado la viabilidad de tu utopía, porque a mi entender tu planteamiento se acerca a la perspectiva de las grandes utopías. Yo trabajo en un barrio degradado, azotado por la miseria, las drogas, la delincuencia y el desarraigo, pero nustra presencia en él es una conquista de la democracia, creo yo: la posibilidad de ofrecer a nuestros alumnos una vía de escape del determinismo social. En fin, que da para mucha charla, entretenida y provechosa.

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  3. Deseperáis si nada esperáis, maese Cornadó, parafraseando a Pedro García Olivo. Es lícito aspirar a lo mejor, pero acaso no merezcamos tal premio si no hemos sabido luchar por él. Es lícito pretender cambiar las cosas que andan en tan tremendo entuerto, y es justo conseguirlo. Por desgracia, ya no hay caballeros que nos amparen, que lleven en su estandarte nuestra causa, ya perdida. Así que, sí, podemos refugiarnos en la belleza... y en el orden, y en la honradez de una vida sencilla -mas no simple.

    Un abrazo.

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  4. Qué razón te asiste, Juan, cuando dices que da para mucho el asunto: mucho decir y mucho obrar. Ignoro si el resultado final sería de algún provecho salvo para los interlocutores, pero merece la pena intentarlo. Nos imagino en algún lugar con luces macilentas, la humeante taza de café en la mesa (o la copa de licor ardiente) y nuebes espesas de humo de recio tabaco envolviéndonos... ¡Vana ilusión, imágenes grabadas a fuego tras mil lecturas, pero ya imposibles, no porque falten lugares apropiados, que habría que buscarlos, sino por no dar quizá la talla los tertulianos, en lo que a uno de ellos -servidor- respecta! De modo que te las habrías con un soliloquio tremendo, y aun así podrías incluso discutir los razonamientos.

    En fin, que me alejo de la cuestión de tanto divagar... Puedo decirte, a modo de contestación, que la utopía es independiente del conocimiento histórico, si es que alguno se me puede atribuir. De la misma manera creo que sucede con la fe que profesan eminentes científicos... Solamente trasluce el deseo de mejora que hace prosperar a la especie, pero sin la violencia que la caracteriza, no al menos en tan alto grado como acostumbramos, sino en su más estricta medida. Deseos, sueños, utopías... todo ello se mezcla en extrema fantasía en que ninguna realidad podría reconocerse. Aun así, como otros antes que yo que no nombraré por no osar elevarme a su nivel, la utopía existe porque la imaginamos, porque la necesitamos para alimentarnos con su ambrosía, de la misma forma que existe Dios... Lo demás, su imposible viabilidad, es cuestión de tiempo, puede que de mucho tiempo. Y en el camino habrá precios que pagar, quizá esta democracia que ahora nos sirve a la mayoría, aun remendada y remedadora de la verdadera esencia del buen gobierno -gobernanza, que se dice ahora-. Quizá, Juan, la democracia no consiste en ser todos iguales, como los demagogos pretenden, sino en que cada uno sea según su naturaleza y lo sepa y lo asuma. Y si no... allá él.

    Sí, ciertamente da para mucho el tema. Encantado estaría de profundizarlo y compartirlo.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...