lunes, 26 de septiembre de 2011

Poema del Rey de Bastos

Empuña, mano, la pluma que ha de escribir mi epitafio. Entre los oscuros ambientes de este aposento una llama ilumina su rincón. Débil, titubeante, pugna por arder, por no apagarse en la cera que le da sentido. Yago caído sobre mi costado y mi sien, torpe bulto de ayes y lamentos.

Levantadme, piernas, que no puedo yo solo soportar mi peso grave. Levantadme, os digo, para no tener que arrastrarme. Sin vosotras no soy sino estéril muñón, remedo de hombre… Perdido mi reino, mis cabellos al viento ya no están ceñidos, tan orgullosos, por la corona de oro real. Caí derrotado por el enemigo más fiel. Vencido por mi adversario, no pude ya vencer, y de mi casa tomó cuanto quiso: riquezas, esclavos, la cosecha en grano tomó, y las palabras que pronunció fueron para mis huesos torrente de males. Aterido, desplomado en la tierra donde vi la luz, deshonrado en mi casa ante los antepasados de donde vengo, mis padres de noble corazón, ¿qué haré?

Me llevan a tierra extranjera, donde los campos no son dorados de trigo ni el agua clara calma la sed. ¿Dónde moraré? Sin reino, sin honra, ¿cómo viviré? Escuchadme, ancianos miembros míos que me obligáis a reptar ante mis enemigos, os imploro piedad. Atended mi lamento, apartad la crueldad, ¿cómo seguiré latiendo si no me puedo incorporar? Levantadme, os digo.

Se perdieron en la noche los moradores de mi reino, perecieron los muertos y penantes se fueron los vivos, quedaron vacíos la tierra y el mar. Desolados sembraron tierras y mares, sometida la hueste gallarda, arruinada la flota de esbeltos navíos, derruidos los muros altivos de Bastos, saqueada la ciudad, incendiada... Me dejaron solo. Todos partieron ya. Mis amigos, mis hijos, los guerreros de brillantes armaduras y yelmos alados, las risas y la música, los alegres trovadores y las dulces bailarinas que no volverán a cantar ni a bailar. ¿Adónde se fueron?, ¿dónde estarán?, ¿qué llama en la lejanía los guiará, a qué heraldo seguirán?

Nada más diré, nada hay que decir, porque ya no es tiempo de hablar. No es mi voluntad, pero me llevan a tierras extrañas, a esas tierras hostiles donde no brotan manantiales de leche cálida ni se escucha el canto de los pájaros en la aurora y al atardecer, ni los lechos son suaves ni conocen el sabor de la miel. Os conmino, miembros rotos, a erguiros. Sed fuertes, que aguantaré el dolor mordiendo mi espada como el lacerante acero que probé. Levantadme, pues, y podré caminar.

4 comentarios:

  1. Bellísimo fragmento que recuerda la prosa del siglo de oro y su aliento pesimista evoca a Quevedo. ¡Qué pálido remedo de lenguaje el que ahora gastamos comparado con la grandeza en dimensiones y en calidad de aquellos maestros de la palabra que además se tomaban en serio a sí mismos! Has hecho un ejercicio magnífico que retoma temas como el destierro de los hebreos en tierra extraña y el ubi sunt clásico. He disfrutado leyéndote. ¡Qué sombrío, qué grande! Y qué pequeños nos hacemos los imitadores minimalistas que ahora nos extendemos en la red. Un abrazo.

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  2. Gracias, Joselu. Creo que de no haber sido historiador habría sido, sin duda, escribidor, tal es el afán de uno por expresarse... Es una lástima que hoy los estereotipos se impongan y sea tan tremendamente simple el lenguaje verbal, e incluso el escrito es poco cultivado, no ya por los legos, sino entre los especialistas. En fin, otros tiempos vendrán... quizá ad kalendas graecas, no obstante.

    Un abrazo.

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  3. Insólito, inédito e inaudito territorio ese Bastos cuyo feliz hallazgo incitaría a escribir la Crónica del reino de Bastos, llevada a cabo por un amante de los rescates temporales. ¿Bastosano sería el gentilicio, o acaso bastosense? ¿Cuáles serían sus fronteras: Espadanía, Copalanda y Ororránea? ¡Felices capítulos de enfrentamientos y concordias leeríamos en aquella Crónica! Las imitaciones de usos antiguos de la lengua casi siempre suelen tener una dimensión cómica, como en una de las mejores obras de teatro de la lengua castellana "La venganza de Don Mendo", de la que soy rendido admirador, no sólo porque fue la primera representación teatral a la que asistí, sino porque tiene una gracia insuperable. En tu caso has escogido una dimensión épica que está bien sostenida, porque no ignoras que los peligros de la guardarropía acechan cualquier intento de narración de tipo histórico... No es tu caso, concluyo. Y me alegro.

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  4. Aprendiz de todo, Juan... Picotean las gallinas, lo mismo que las ánimas inquietas e infecundas, buscando mejor alimento o sosiego, o quietud. Desvaríos que a nada llevan, caminos sin salida, simples callejones. Y, sin embargo, seguimos una y otra vez, sin afán de lucro, desinteresada y silenciosamente, golpe a golpe, clavando las puntas del propio ataúd, que a más de madera llevará también palabras, pero no las que dijimos, sino las calladas, las que nunca aprendimos. Pobre ejercicio encierra mi escrito, y ninguna lucidez, que es el escribir arte que pocos cultivan, y menos dominan... Los demas, aprendices, diletantes del verbo.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...