sábado, 26 de noviembre de 2011

El tontolapelota

Pum, pum, pum, pum… retumba la pared del edificio en ominosa y torturante cadencia. Cual gota serena mina la resistencia de los vecinos, interrumpe la siesta, deshace el reposo. Pum, pum, pum… abarca el todo del espacio que nos envuelve, sin descansar jamás, sin dar alivio, tregua o síntoma de agotamiento. No se escucha otra cosa en el aire de la tarde… ¿Será alguien reparando una tubería, o quizá el eco lejano de inciertos cañones celebrando fiestas cristianas? Luego, al salir a la calle para escapar al martilleante ruido, uno descubre la causa: es el tontolapelota, sujeto de sempiterna fama, futuro glorioso, adalid de las Españas… Es él, que golpea la pelota con singular maestría contra la sufrida pared del bloque de vecinos, que, casualmente, no es el suyo.

Al pasar junto a él se le recrimina educadamente su molesta actitud balompedística: niño, deberías ir a jugar a algún sitio donde no molestes a los vecinos, porque ese golpeteo es muy desagradable… Ni caso. El alevín sigue a lo suyo: pum, pum, pum… Te ignora, te obvia, te desprecia, no le interesa lo que le dices, está ausente, reconcentrado en la pared y en la pelota. Ni siquiera te dirige la mirada o hace gesto alguno que denote acuse de recibo. ¿Será autista, del centro que hay al otro lado de la plaza?

Apenas olvidado el desagradable episodio, sin haber recorrido medio kilómetro, y en pleno paseo jalonado de bancos y castaños, de nuevo el tontolapelota pasa al ataque. Esta vez son tres: dos chavales de tonta mirada y un señor, probablemente su padre, que les está enseñando el noble arte futbolístico, en medio de la acera. Al irnos acercando, sin desviar nuestro camino –¿por qué deberíamos hacerlo?–, no hay signos evidentes de que vayan a detener su pataleo. Ni uno. Ni una mirada alrededor por ver si molestan, si pasea alguna viejecita o quizá una mamá con su retoño. A lo suyo. Aun así nos arriesgamos a seguir. Y sucede lo que ya sabía que iba a pasar: un chaval que se desfoga, una actitud egoísta, un trallazo falto de puntería, y la pelota contra mi pecho, endurecido en el último instante por un reflejo de autoconservación. No es demasiado fuerte el pelotazo, o no me lo parece en ese momento en que mi indignación se eleva por encima de lo puramente somático. Nos detenemos. No pasa nada. Los pequeños monstruos no se inmutan, ni piden perdón, ni nada, y el señor tampoco, continúan jugando. No ha pasado nada. Dudo un segundo, sin decidirme por ninguna de las varias opciones que mi cabeza enrojecida baraja. Tomándome tres segundos más, y viendo que no pasa nada, continuamos nuestro camino, sin decir una palabra, sin recibir excusas, sin tomar venganza...

Al rato llegamos hasta un descampado convertido hace poco en campo de fútbol para categorías inferiores, rápidamente acondicionado y cubierto incluso con hierba artificial bien mullidita, para que los probos minifutbolistas no se lastimen al caer y la pelota corra bien. En medio de tan atroz crisis, con oleadas crecientes de ciudadanos haciendo cola en la beneficencia, aún hay dinero en las arcas municipales para continuar con el fomento del deporte más amado, admirado y adinerado del país. Bien merece esta noble actitud edilicia nuestra más distinguida consideración.

Ya de vuelta a casa, en el bloque de vecinos bombardeado por el tontolapelota, aún tenemos otra muestra de esta generosidad del Ayuntamiento, pues en otro solar de titularidad pública, recientemente se construyó un hermoso campo de fútbol, también de hierba artificial, presupuestado en medio millón de euros, y que es diariamente aprovechado por muchos amantes de tan magnífico deporte cuando salen de sus trabajos. Ignoro si juegan allí partidos de liga o liguilla o lo que sea, pero es notorio el jaleo existente cada tarde, con infinidad de personas dentro y fuera del campo, botellines de cerveza en el chiringuito que tienen junto a los vestuarios y muchísimos coches aparcados sobre las aceras aledañas. Nada que objetar: la libertad ciudadana manda y decide qué se hace con las rúas, calzadas y bienes públicos.

Pero, y es lo interesante del asunto, esa tarde que paseábamos por allí, como tantas, un aguerrido jugador levantó la pelota –perdón, el balón– muy por encima de la red de protección, de suerte que salió de los límites del recinto y vino a caer a unas decenas de metros de donde estábamos en ese momento. En seguida gritos de todo tipo para llamar nuestra atención, ya que no pasaba nadie más por la calle, y por si nosotros no nos hubiéramos dado cuenta del suceso: ¡eh, el balón, el balón, el balón! Insistentemente. Pum, pum, pum… No hicimos ni caso. ¡Sordo!, escuché entonces, entre otras amables dedicatorias por parte de los insignes futboleros. Nos detuvimos en seco, mirando a la masa variopinta de talluditos y barrigudos futuros futbolistas, entre los que no acerté a distinguir a ninguno. ¿Tengo cara de recogepelotas? Si tanto os gusta correr detrás de una pelota para bajar grasa, por mí podéis seguir…, les dije. Algún avispado me dio las irónicas gracias, le contesté amablemente que de nada y seguimos nuestros caminos, ellos detrás de una pelota y nosotros de una utopía.




PD.: Nuevamente vuelvo a disculparme, como en el artículo del tontolperro, pues en absoluto es mi intención ofender a los auténticos profesionales del balón, esos esforzados individuos que no dudan en sacrificar su tranquilidad, bienestar y vida en general por unos miserables millones de euros si con ello logran la felicidad de tanta y tanta gente que necesita imperiosamente oír, ver, sentir y vivir el fútbol en primerísima persona, no ya cada domingo, como cuando el régimen, sino a diario.

PPD.: El suceso que relato al final volvió a suceder hace apenas un par de días, sólo que en esta ocasión los tontoslapelota tuvieron más suerte, pues una mujer que paseaba unos metros por delante de nosotros no dudó ni un instante en cruzar la calle para recogerles la pelota, dejando solos en la acera a sus tres hijos, uno en el cochecito y otros dos también pequeños que iban agarrados de la mano.

PPPD.: Estas cosas verídicas nos pasan a mi señora y a mí casi cada día, y reconozco nuestra responsabilidad por empeñarme en salir de casa en tales circunstancias. Y es que, queridos lectores, no hay actividad más arriesgada en este mundo nuestro tan occidental y civilizado que pasear por sus calles.

6 comentarios:

  1. Amigo Profesor Don Javier,

    Me ha encantado esa descripción suya de lo que suelen ser ahora, con demasiada frecuencia, nuestras calles y nuestras plazas. Efectivamente, de un tiempo acá, desde que se implantó la maldita LOGSE y ésta ha creado ya sus raíces, hay demasiados niños que son insoportables, porque, me parece a mí, se pasan la vida molestando a unos y otros, empezando por sus propios padres, que son, fundamentalmente, los que los han dejado crecer con total falta de límites, sin educación alguna, sin respeto por nada, y, claro, los primeros afectados son ellos mismos, sus propios padres, que son los que más horas pasan, o deberían pasar, con ellos.

    Me parece a mí que, con tanta Ley que protege a la Infancia, nos estamos olvidando de que los entrados en años también merecemos protección, pero, desgraciadamente, a los que estamos ya integrados en el mundo laboral sólo se nos imponen obligaciones, prácticamente sin derecho alguno.

    Tengo yo la sensación de que antes los niños nacían llorando, pero me temo que ahora nacen ya pegando gritos y dando órdenes, y así tenemos luego esa juventud que no conoce límites ni valores, que no sabe cuál es el camino recto que hay que seguir. Es aquí, a mi modesto entender, donde se generan todas las violencias, sean del tipo que sean.

    Ya, tal como están las cosas, el que se hace notar por diferente no es el maldito Tontolapelota, sino los otros, los pocos que son normales y que todavía tienen Principios y Normas de comportamiento.

    En fin, que a veces preferiría uno haber nacido a comienzos del siglo pasado.

    Le reitero mi admiración y le envío un abrazo, Profesor Don Javier.

    Antonio

    ResponderEliminar
  2. Exponerse al contacto con la España vulgar tiene esas cosas: le hacen crecer a uno la raíces de anacoreta estilita, y el deseo ferviente de comprarse una casa en mitad de Los Monegros, por poner un ejemplo cercano. Si se te hubiera ocurrido darle un puntapié a la pelota arrojándola al otro lado de la acera, bien lejos, te hubieras visto frente a una pelea a puñetazos, sin duda, o frente a una agresión demledora, si el padre en cuestión fuera, ademas, vigoréxico de los de halterofilia. Cada vez más, me parece que Bradbury ha sido uno de los últimos randes profetas ¿o no nos vamos pareciendo como dos gotas de agua a sus hombres-libro de fahrenheit 451? ¡Valor!

    ResponderEliminar
  3. Desgraciadamente no son sólo los jóvenes los que andan perdidos, Antonio. Si así fuera bien podríamos aún corregir su comportamiento enseñándoles caminos menos procelosos, LOGSE mediante.

    Pero nuestra vida diaria está sembrada de todo tipo de avatares, seres que son reflejo de los reales pero que fastidian, y mucho, con su insoportable presencia. Padres alelados que sólo ven en sus hijos esa extensión corpórea de sí mismos anhelantes por triunfar, conminándoles, en estúpida espiral, a ser campeones, los mejores, como si eso estuviera al alcance de cualquier mortal, o como si bastara con proponérselo para alcanzar fama, gloria y riqueza.

    Padres e instituciones blandas que no se imponen más deber que el respeto de los sagrados derechos constitucionales, pero no de todos, sino de los más tontos, que a la postre corromperán todo el sistema por inanición de los realmente capaces.

    Si la juventud fuera el problema, éste no sería tal. La percepción que tenemos de la realidad es tan falaz que apenas podemos describirnos en ella, y por eso, frente a la realidad vivida, se impone, cada vez más, la pensada, aquella que nos gustaría pero de la que nos reconocemos en el fondo exiliados.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Metidos en harina como estamos, Juan, qué más podemos hacer sino seguir aguantando la insoportable tontuna, que ni mata ni engorda, pero desgasta la razón. Si irme pudiera, marcharíame ya, que alejado de la barbarie mundana quizá encontrara reposo mi espíritu. Pero ni alejarte un kilómetro te dejan, tales son las ataduras sociales, fiscales, jurídicas y transversales que nos poseen.

    Ya puestos, si de irse se trata, ¿por qué no se van quienes joden, ofenden, molestan y corrompen todo con su insania y desdén? Quedaríamos aquí los restantes, más sumados que restados, en amalgama clara y elocuente, prestos para comenzar de nuevo. Pero, ¿adónde irán que mejor les pinte, seres de ultratumba atados al televisor, al centro comercial y a la pizza 4 estaciones? ¡Ja! El tontolapelota, al igual que cualquier necio, no descansa jamás, ni desfallece, ni relaja su guardia, siempre dispuesto a seguir defenestrando arte, literatura, cultura, ética, filosofía y cuanto se le ponga delante, que por algo es la especie reinante.

    Si la violencia solucionara algo, aplicaríamos violencia, pero ni esta última ratio orteguiana sírvenos ya de refugio, ni tan siquiera la paciencia, de la que se apropió, no sé cuándo, la estulticia entera.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. Pues aun tuviste suerte de que el "señor" no te echara tremenda bronca por interrumpirles el jueguecito que llevaban a cabo en la acera...
    Yo tambien podría añadir alguna perla de esas que relatas del tontolapelota... (prolifera esta especie por todos los sitios...)
    Pero insisto en que el problema es del tontolpapadelnenelapelota y de la sociedad en general, en la que no hay rigor y "todo vale". Un saludo

    ResponderEliminar
  6. Aventurarnos en la maraña urbana es como cruzar el desierto sin agua, sólo con nuestras exiguas fuerzas. Tontos haylos por doquier, padres, hijos, hermanos, amigos, enemigos... incluso nosotros mismos podemos caer en la tontería a poco que nos descuidemos. Por eso es preciso estar alertas, Oki, para mantenernos a salvo. Mucho me temo, sin embargo, que acabaremos sucumbiendo a la plaga, que el antídoto no será descubierto a tiempo, y una vez infectados...

    Un abrazo.

    ResponderEliminar

Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...