martes, 24 de abril de 2012

El círculo político


La democracia que vivimos, en virtud del principio de salvaguardia de los derechos de los individuos, sean ciudadanos o no, se inhibe a la hora de ejercer sus facultades legales exigiendo la justa contrapartida de los deberes que a todos nos obligan. Por miedo a la extralimitación en el ejercicio del poder –cualquiera de los tres o cuatro con que cuenta el Estado–, se prefiere la vía más blanda, la menos gravosa, la más admitida, la más, finalmente, costosa: la inacción. No es extraño, pues, que una gran parte de esos ciudadanos que soportan esa democracia terminen añorando, unos, y deseando, otros, según su edad, la instauración de un poder más efectivo, más rápido y, sobre todo, más contundente, sin importar ya la previsible pérdida de ciertos derechos, que gustosamente se sacrifican a cambio de mayor seguridad, mayor protección y mayor tranquilidad.

La democracia, que en su redundante ser interno no es otra cosa que el gobierno del pueblo, es decir, de todos –cuando es de todos sabido que todos no pueden gobernar, ni por capacidad ni siquiera por delegación–, corre el riesgo de colapsarse por agotamiento y hartura de sus ciudadanos corrientes, que, independientemente de cómo se les denomine, súbditos, sujetos o esclavos, lo que verdaderamente desean es vivir sin sobresaltos, sin soportar los excesos de cualquiera que hace un uso indebido de los múltiples derechos que le asisten y sin estar sometidos al continuo albur de los políticos de turno, por ellos (mal)elegidos.

Es por esto que las democracias, en su fase decadente, son la antesala de los regímenes populistas, que prometen a los ciudadanos solución para esos problemas cotidianos que les aquejan. Si la democracia no actúa como debe, con justicia pero con rigor, entra en juego la demagogia de los oportunistas, salvapatrias y demás visionarios de lo cierto, que encuentran un ambiente no sólo propicio para sus fines sino además expectante.

La democracia, que tiene mecanismos concretos de defensa para salvaguardar sus principios fundamentales, se añoña, se contrae y amedrenta, se enquista cuando se corrompen los depositarios de la soberanía popular, y deja de actuar como poder de referencia, y entonces llega el momento de la tiranía. Esto, que los griegos sabían bien, parecemos hoy ignorarlo. No obstante, aunque ellos conocían perfectamente la democracia por haber sido sus instauradores, eso tampoco les libró de sufrir el ciclo político completo. ¿Será que el hombre siempre es el mismo, por más que ahora nos matemos con átomos en vez de con piedras?

Dicen que en democracia mis derechos tienen su límite en los suyos de usted. Pero la realidad es que todos los derechos terminan en la boca de un fusil. Si queremos evitar que esto suceda de nuevo, después de gozar nuestros derechos, cumplamos nuestros deberes.

4 comentarios:

  1. Escribí en esta misma sintonía hace un par de años. El post se titulaba CÓMO COMENZARÁ. Lo he releído y tengo la impresión de que han pasado dos años desde que lo escribí y entonces no se intuía la laminación severa del estado de bienestar ni la dimensión de la crisis que todavía no era tan profunda aquí en España y Europa. No sé si es el momento ya de regímenes populistas autoritarios. Todavía la crisis puede ahondarse mucho más y llegar a que produzca pánico en la población que, entonces, sí que aceptará cualquier cosa que le ofrezca la más mínima seguridad. Cada vez se oye hablar más de los paralelismos entre la crisis de los años treinta y la actual. Los ciudadanos tenemos que estar alerta. En esas tesituras es cuando los seres humanos sacan su verdadera naturaleza. Hay una película titulada Sophie Scholl en que se ahonda sobre la dignidad humana y la resistencia frente a la barbarie aceptada por la inmensa mayoría que la jalea o tiene mucho miedo. Querría pensar que yo sería digno, pero eso nunca se sabe.

    Un abrazo.

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    1. Las películas, por crudas que sean, casi siempre son más suaves que la realidad, entre otras cosas porque ésta es más real. No sé qué pasará, Joselu, tan sólo fantaseo, juego a las adivinanzas como un hepatoscopista cualquiera, escudriñando las entrañas de la fiera... Quiero creer que al final todo se resolverá, que las aguas volverán al cauce predetermiando. Pero eso será al final, y mientras, en el camino, ¿cuántos quedaremos?

      La naturaleza humana es así, dura, cruel las más de las veces, con uno mismo y sobre todo con los demás. La dignidad no la perdemos jamás, porque su concepto va de la mano de nuestras necesidades, y así la acomodamos como mejor convenga para que esté siempre presente, siempre dispuesta, siempre dócil a nosotros...

      Un abrazo.

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  2. ¡Ah, el deber! Ahí sí que damos contra el muro del infierno... Lo carpetovetónico es la reclamación, el "a mí se me debe", "es lo que me toca", o el sudado "tengo derecho a"; pero del capítulo de las obligaciones casi todo el mundo se evade por la puerta de atrás. El real desmantelamiento del supuesto "estado del bienestar", que se fundaba en disfrutar a crédito de un capital que no se piensa devolver, parece que toca a su fin. Tengo ideas econtradas. Por una parte entiendo que ha de haber estímulos a la economía para que la gente trabaje, se consuma y se paguen impuestos; por otra, no me gusta hacerlo con el dinero de otros, sabiendo la limitación de mi libertad que pongo en sus manos. De ahí que jamás me haya endeudado, salvo para la reforma del piso de segunda mano que compramos,y lo devolví en un año. Walter von de Vogelwide, un juglar medieval alemán cantó con sentido acento la maravillosa sensación de libertad que le produjo haberse convertido en propietario de su casa, en una época, claro está, en la que no tener donde caerse muerto era lo habitual, para los poetas y para tdo hijo de vecino. En fin, que tanto apretarnos solo puede traer como contrapartida que el PP pierda las elecciones por mayoría absoluta, tal como las ganó. Porque parece mentira que no escarmienten, ni unos ni otros, sabiendo qué fácil es perder lo que se ganó o volvver a ganar lo que se perdió. Lo peor no es que no cumplamos con nuestras obligaciones, lo peor es que nunca sacamos lecciones sólidas de los acontecimientos.

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    1. Sí las sacamos, Juan, pero nos da igual, porque la memoria es la parte más endeble de nuestro cerebro, tan difusa, tan lejana, tan engañosa..., que siempre pensamos: a mí no, o esta vez será distinto, de suerte que siempre vivimos en un permanente autoengaño fingido, lo cual, sumado al que nos infligen nuestros queridos representantes, da la medida exacta de nuestra autocomplacencia, efímera pero eficaz, al menos en lo que de emocional tiene.

      Siempre, desde que se inventó la moneda -pero también antes, de otro modo- ha girado la existencia de la especie en torno a la economía, sin que podamos desligarla de ninguna otra faceta humana. Por dinero vivimos, morimos y, algunos, matan. ¡Bendito quien al dinero nada debe o sin él todo lo consigue! Qué pocos santos habrá en el mundo entonces...

      Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...