domingo, 8 de abril de 2012

Tontos de capirote


No puedo dejar de percibir como nocivas las manifestaciones religiosas de la cristiandad, que son tanto o más vehementes –¿fanáticas?– que las musulmanas pero sin esa pizca de nesciencia que lleva a unos a inmolarse esperando encontrar el paraíso y a otros, por lo contrario, disfrutar de él aquí, por si acaso. Estos rituales paganos, que diría un buen romano, están tan extendidos en Occidente –al menos en su versión catolicona– que resulta imposible, a cualquier ciudadano de pro, no toparse a la vuelta de las mil y una esquinas de nuestra áspera tierra con un desfile de capuchones, ya silenciosos y meditabundos ya onerosamente ruidosos, haciendo gala y ostentación de su fe a falta de otras cosas de mejor provecho y valía: son las procesiones, poso cultural de la reserva espiritual de Occidente, dicen.

Es curioso cómo devotísimos cofrades y enlutadas, a más de engalanadas –no digo enjaezadas, no– y peinetadas plañideras y saeteras recorren las calles de pueblos y ciudades a lo largo de todo el país durante estos días de pasión. Pero, pasión ¿de quién? No de ellos, que el resto del año se dedican a ser tan buenos cristianos como cualquiera, incluidos los meapilas de olla y misa dominguera –de doce, claro está– que, para sosegar su enturbiada conciencia, como no bastó la comunión con Cristo dentro, a la salida arrojan su limosna al menesteroso de turno, que cada vez habla menos en castellano y cada vez es más insolente. Tampoco, piensa este escribidor, será la pasión de los otros, los que, a fuerza de desengaños y una vida retorcida, practican una fe a tiempo parcial, según les vaya y según les va. Si acaso la pasión, en toda su literalidad, será de quienes nos encontramos al otro lado de la intangible pero atroz barrera de la fe, ateos devotos candidatos a los mil y un suplicios que el buen Dios nos tiene reservados, pero más probablemente en este mundo, soportando en las calles que también contribuimos a mantener el triste espectáculo de las procesiones pasionales. Un espectáculo que, por cierto, no tiene tanta tradición como algunos pretenden, ni es su origen tan devoto y cristiano como se le supone, aunque sea lugar común todo lo contrario.

En efecto, tan presuntuosos fundamentos no resisten una somera tarea investigadora, y resulta ser que, a fuerza de mendacidad, no sólo no pueden remontarse al principio de los tiempos sino que, además, el verdadero germen de esta parafernalia infernal, lejos del paleocristianismo aducido, cuando los fieles devotos llevaban procesionalmente los cuerpos de sus mártires –generalmente muertos a manos de los romanos– al sepulcro, ve su reflejo en los rituales paganos que se practicaban en Grecia y Roma, y que hábilmente la Iglesia reconvirtió para utilizarlos como un instrumento más de control de las masas devotas, a partir de las verdaderas procesiones cristianas, en las cuales proscritos y pecadores, impedidos para acceder a las iglesias, lugar de la liturgia durante la Semana Santa, se convertían en penitentes y sólo conseguían alcanzar el perdón divino a través de su pública exhibición procesional.

Además, y por lo que respecta al uso del capirote o capuchón, tan identificado con las procesiones semanasanteras, su verdadero origen no puede ser más infame y depravado a ojos de todo buen cristiano, pues deriva de la obligación que tenían los condenados por la Inquisición española de llevar una prenda que les cubriera pecho y espalda, el famoso sambenito, además de un capuchón o cucurucho de cartón o tela en señal de penitencia. De esta guisa, como nos muestran pinturas y grabados de la época, debían mostrarse en los procesos religiosos del Santo Oficio.

En los orígenes, pues, se mezcla lo divino y lo mundano como perfectos aliados en aras del objetivo final. ¿Qué hace a los cristianos, con sus ritos, procesiones, misas y bendiciones, diferentes entonces de cualquier tribu africana, sus santones, hechiceros y sacrificios? Visto así, le dan ganas a uno de coger la cimitarra y abrirse una vena… En fin, que para alcanzar la gloria hay que comenzar el camino comiendo de todo, y tras la sagrada liturgia venerada por millones de católicos se revela, como una aparición, la más infame y vil tradición pagana, que es justo el lugar común en el que se miran todas las religiones, llamadas así o simplemente sectas en función del número de sus fieles, de su peso político y de su influencia en el mundo. ¿O no comenzó el cristianismo, acaso, como una secta cismática de la más pura tradición judía?

6 comentarios:

  1. Recuerdo en mi Zaragoza natal la fascinación que me causaban en la niñez el paso de las procesiones a lo largo de horas y horas por la calle Manifestación adonde bajábamos sillas y esperábamos el desfile procesional de las Siete Palabras. Ahí está mi visión de niño que no olvido y salva en cierta medida el ritual pagano que suponen estos pasos. De mayor he viajado durante años a Andalucía y me ha gustado tener estos desfiles procesionales de fondo en la pensioncilla en la que me alojaba. Si los miro con detenimiento veo la impostura, pero considerados como factor estético e hilo ambiental están bien. Tiene su erotismo. Eso sí, en Andalucía. En otras latitudes me resultan demasiado sombríos. Tu crítica se dirige a la falta de fundamento teológico de estos rituales paganos. Tienes razón, pero no dejan de tener su gracia si uno se toma unos chupitos y los mira de pasada desinteresadamente, como una forma de antropología más, y en este sentido tienen su qué. Revelan a una sociedad que todavía no se ha rendido totalmente a la modernidad. Hay quien en los ritos africanos ve esto como un prodigio, aunque entiendo que hay opiniones para todos los colores. A mí no me molestan. Ya digo que me gustan como fondo musical y ambiente atávico. Un abrazo.

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  2. Seré blasfemo, sin duda, pero ¿no hay, también,en esa cruz enhiesta algo de los antiguos cultos priápicos, con sus procesiones incluidas, presididas por enhiestos falos de mármol? Falos, al fin y al cabo, eran los primeros cruceros de los caminos, que conste... El espíritu teatral e hipócrita de nuestras procesiones, que tan bien resumió Clarín en La Regenta (lo que me excusa de intentar una descripción de baratillo) tiene un sí sé qué de festivo que es lado lúdico que tanto le gusta a Joselu y que a mí no me disgusta. Estéticamente, dan muy bien. Turísticamente, también. Cada uno le saca rendimiento económico a sus bienes como puede, tengan estos el origen que tengan. Ahora bien, lo insoportable, decididamente, es la adhesión inquebrantable y sin distancia crítica, como la de los "yihadistas" del Rocío asaltando la ermita, dispuestos incluso a matarse entre sí por obtener el dudoso bien de tocarle el "manto" a la Blanca Paloma. Desapercibida para todos, y ahí me incluyo, ha pasado la muerte de Fernando Ruiz Vergara, autor de un único documental, "Rocío", que le valió convertirse en la primera película "secuestrada" de la Transición y que impulsó a su autor a exiliarse a Portugal, donde acaba de fallecer el 14 de octubre de 2011. Se trata de un documental excepcional que apenas ha sido visto en España, donde los exhibidores le hicieron el vacío, aliados con los sectores vaticanistas de nuestra sociedad, los mismos con los que ahora se congracia Gallardón con el discurso más rancio que se ha oído en decenios sobre el aborto y sobre la mujer.
    Y ya puestos en investigaciones irresistibles, Javier, tengo un dato por ahí, sacado de la lectura de una obra Walter Benjamin en la que se narra el castigo del rey egipcio Sammenito, expuesto a la vergüenza pública por Cambises, que lo hizo desfilar, disfrazado de harapos, a lomos de un asno por toda la ciudad para hacer ostentación de su poder y escarnio del vencido. Américo Castro, por su parte, ya demostró que el término no procedía de "saco bendito", segun sostenía Covarrubias y sostienen la RAE y Wikipedia...

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  3. Procesiones, cofrades, costaleros, mantras, inciensos, postraciones de cara a la Meca, rituales y saetas, todo esto son prácticas de mágia y de esoterismo, nada que ver con la libertad de pensamiento. Una procesión no es un lugar de reflexión y además los capirotes impiden el libre fluir de las ideas.
    Salud
    Francesc Cornadó

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  4. Las percepciones de la niñez suelen resultar tan placenteras como engañosas, Joselu. Tal es así que, cuando ahora coincido en alguna pantalla con dibujos animados de mi infancia, como Mazinger Z, el Pato Donald o los Autos Locos, por ejemplo, aun dándome cuenta de su belleza, no producen en mí ese efecto maravilloso y cautivador que recuerdo con nostalgia, sabiendo que ya nunca nada será igual…

    Con respecto al paganismo procesional, cualquier rito es tan pagano como quieran sus detractores, eso sí, siempre y cuando éstos profesen alguna religión, claro, porque si no, como es mi caso, igual de paganos –o religiosos– serán la procesión de Semana Santa, el Ramadán, la oración del sábado o la homilía dominical. No se trata tanto, pues, del fundamento teológico, o la falta de él, del rito en sí, como de la apropiación legítima que de ideas, principios y tradiciones hacen todos cuantos pueden hacerlo, y son muchos. Me importan poco las razones que asistan a nadie para hacer lo que hace si el resultado de esa acción es invadir el espacio privativo de otro. En un país aconfesional y laico como el nuestro resulta paradójico que pueblos y ciudades se colapsen durante una semana para solaz de los fervientes creyentes, máxime cuando, estadísticamente, éstos son tan pocos, aunque la ocasión bien merezca engalanarse para hacer pública ostentación.

    Cada uno cree lo que quiere. O, en el peor de los casos, lo que puede. Nadie escapamos a eso, pero ello no implica ni imponerlo a los demás ni, en ese alarde agónico, exhibirlo. La fe, si es que alguien la tiene, debe quedar para uno, en el recogimiento y fraternidad con su dios, y no convertirse en algo público y notorio que no sólo estigmatice sino moleste.

    Un abrazo.

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  5. Hoy, que es una época insulsa pero efectiva, y en la cual gobierna el mundo, más que ayer, el mercadeo, sólo en estos términos puedo entender el parafernálico despliegue de santos, santas, beatos, medios, sillas, tribunas y demás atrezzo que rodea a las inefables procesiones. Alejados de toda creencia que no tenga su origen en el dinero, anda la grey, a falta de éste, escasa también de ídolos y dioses, y se vuelca en las manifestaciones más variopintas, sean paganas o no, que puedan consolar a la mayoría, que para eso somos una democracia consolidada.

    Si las procesiones de Semana Santa son un perfecto reclamo turístico que llena el cajón de hosteleros y hoteleros, sea. Pero que no trate nadie de venderla como otra cosa, que no lo es, ni siquiera en el llanto de esos españoles del sur que rasgan vestiduras.

    Triste Benjamín, Juan. Pobre filósofo incomprendido. Al menos tuvo la fortuna de librarse del exterminio nazi… Alguna vez he debido de escribir en este cuaderno, amén de otros foros si mal no recuerdo, que las tradiciones y supersticiones que nos alimentan, a los europeos, beben todas de una misma fuente, hoy pozo insondable, que además no es tan europea, porque tiene su cuna en esa Mesopotamia hoy islamizada, donde tantas fructíferas civilizaciones vieron la luz. Aprendidas más tarde por todos los pueblos mediterráneos, fueron transportadas de región en región, de cultura en cultura, de pueblo en pueblo, creando un sustrato común que sólo en el nombre y pequeños matices variaba. No es extraño que muchos se asombren, e incluso se escandalicen, al saber que el relato bíblico del Diluvio, por poner un ejemplo que a todos suena, tiene su antecedente remoto al menos un par de milenios atrás, en las epopeyas del héroe sumerio Gilgamesh.

    En fin, Juan, que no somos nadie.

    Un abrazo.

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  6. Qué acertada perspectiva, Francesc. Indudablemente todas las manifestaciones religiosas son evidencia del temor atávico que lo desconocido causa en nosotros. La especie humana, constreñida en el magma que se define entre la ignorancia y la estupidez, se aferra a la superstición, convenientemente alimentada por el poder, confundiendo siempre religiosidad y espiritualidad.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...