martes, 8 de mayo de 2012

Derecho versus razón


Dicen que el hombre está en la cima de la cadena alimenticia. Y debe de ser verdad, porque su estómago insaciable no cesa en un continuo digerir, devorando, incluso y sobre todo, a sus propios colegas especiales –de especie, quiero decir–, en una suerte de endocitosis suprema. Demasiado perezoso para enemistarse consigo mismo, deambula el rey de la creación por sus predios, mil veces centenarios, ufano de sí, con el orgullo propio del conquistador…

Sin ser este –ni, por supuesto, cualquier otro– tema de mi competencia, sí me acometen, como a tantos, dudas razonables sobre el alcance y sentido del Derecho con mayúsculas. El de todos y que a todos engloba, el ius gentium, primera frontera que nos distingue (mal que nos pese) de los animales. ¿O es la segunda, pues la primera es la razón? Subjetivando el concepto, y no sin reservas y acasos, tomamos al Derecho por entidad suprema, no sólo en lo jurídico sino en lo moral, esa sutil línea que nos define en términos de rebaño. Y no digo ya cuando se le adjudican, por infuso designio, cualidades tanto taumatúrgicas como cauterizantes en aras de la pureza religiosa, invadiendo terreno más propio de la cirugía y la ciencia física.

Derecho canónico, Derecho civil, Derecho consuetudinario, Derecho penal, Derecho mercantil, Derecho pluscuamperfecto, Derecho total… Todos los derechos caben en uno, el Derecho natural, que, al contrario de lo que el academicismo nos dice, dista mucho de no ser conforme a reglamentación positiva alguna y sobre todo no sólo no es tan natural sino que además es contrario a la propia naturaleza de las cosas, porque, no emanando de autoridad alguna, ¿quién habría de creerse la patraña –que por cierto sí emana de la autoridad– de que es inmutable, objetivo, anterior al Derecho positivo y conocido por la razón?

Conceder a este Derecho natural así denominado la categoría de ordenamiento jurídico pero independiente de la voluntad humana, cuando es ésta, precisamente, su objeto y fin, es tanto como negar la verosimilitud de lo cierto, es decir, absurdo. Y es así porque si nos atenemos a estas definiciones canónicas, tendremos que concluir que el Derecho natural es, en último extremo, el principio mismo de Justicia. Y ésta es tan dependiente del hombre y de su voluntad, siempre mutable, como aquél, por lo que no me resulta válido el argumento.

Si hacemos un ejercicio de reflexión concesiva podríamos admitir, siquiera sea someramente, que el Derecho natural es anterior y está por encima del propio individuo, y eso sería tanto como comenzar a movernos en los fangosos territorios de lo divino, porque no hay nada anterior al hombre que no sea de esta naturaleza celestial, y ahí entroncaría la sublimación del ideal de justicia, muy superior al conocimiento humano en tanto dimanante directamente de la sustancia de Dios. Total, que si reconocemos la existencia del Derecho natural tendremos, en línea con su lógica argumental, que someternos a la poco flexible vara de la religión como antecedente natural al hombre, ya que la divinidad existe desde siempre y el hombre no. Resulta, así, que en los fundamentos del Derecho natural, tan enraizados con la naturaleza humana, no habría otra cosa que el Derecho divino, que subraya el concepto de Justicia como base y fundamento de todo derecho. Y si así fuera, qué ganas de liar las cosas: ¿por qué no lo llaman por su verdadero nombre, pues?

En conclusión, señoras y señores, con el debido respeto a magistrados y jueces, a fiscales y abogados y a todo tipo de letrados, tengo para mí que es el Derecho bandera y trinchera de necios… Pues que sólo a éstos se aplica y administra sus míseros intereses y necesidad de Justicia, entelequia soberana donde las haya, que de eso hablaremos otro día, no cabe ni corresponde distinta definición, dado que quienes de su ejercicio se encargan andan sobrados de argumentos, espurios o no, a favor y en contra.

Bueno, les dejo. Disculpen el arrebato. Voy a ver si pienso en algo un rato…

2 comentarios:

  1. El Derecho, al menos en su fuente formal, es una máquina que pretende resolver problemas dando soluciones ortopédicas a problemas humanos existenciales. En ningún momento se acerca a la justicia, ya que ésta además de subjetiva se acerca más al desequilibrio del desconocimiento y la falta de control de problemas filosóficos que a la imposición bruta y aparentemente objetiva de la Ley. Partiendo de esta premisa, el Derecho es eso: una simple herramienta que juega con los comportamientos que el ser humano exterioriza, poniéndoles a estos una regulación vigente que encuentra su legitimidad de forma inconexa y casi inventada.

    Giorgio del Vechhio aseguró que el adjetivo “natural” excluía a todo elemento sobrenatural. Paradójicamente, después se dedicó a escribir que Derecho natural era el Derecho que está por encima de toda intervención de los hombres, una cúspide superior a la humanidad. Desde luego, sus palabras-como las de tantos autores metidos en el tema- acaban siendo una consecución de letras que se delatan y revelan que su única pretensión es poner un parche a la flaqueza de sus propios argumentos. Así que, yo no sé si, como bien dices, el Derecho natural es Derecho divino llamado de forma errónea y si, efectivamente, es un Derecho sostenido por una vara religiosa. No lo sé, que nos responda a esto Santo Tomás, él aparece en los manuales de Derecho natural con una facilidad pasmosa. Un momento, éste está no muerto, ¿no? ¿Y si le decimos al Todopoderoso que nos ponga en contacto con él? Todo sea por conseguir una respuesta…


    El Derecho es un monstruo de objetividad jurídica inexistente pero proclamada, de lenguaje cuya exactitud no sólo no tiene la importancia que dicen que tiene sino que ni siquiera existe en sus características más débiles. En fin, el Derecho… una construcción que supuestamente “nace” de la razón pero cuyos ladrillos van contra ella. Menudo chiste. ¡Vaya patraña!

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    1. Que huimos de la doctrinaria sanción del pensamiento es obvio, evidente y notorio en algunos; no tanto en otros, y en absoluto posible en la mayoría. Pero, como lo democrático y de derecho es acatar éstas, no veo inconveniente en darme a la bebida abstemia en cuanto tengo ocasión o me constriñen el escaso espacio que me reservé hace tiempo.

      Ya puestos, y dado que nada sucede sin que el hombre conozca de ello y en ello tome parte, que es el verdadero Dios reinante, deberíamos abstenernos de lanzar estas diatribas especulativas que a nadie importan y a muy pocos interesan, so pena de encontrarnos, de aquí a poco, con tremendas magulladuras en las carnes. Pese a todo, menos mal que vivimos a día de hoy en vez de no hace tanto, cuando hablar de estas cosas era reservado a los doctores de la Iglesia y a los del régimen. Y ya ves, ahora cualquier profano se atreve... Hay, sin embargo, otras iglesias con las que no tengo claro cómo proceder, porque gastan muy malas pulgas e incluso cortan las cabezas de los infieles. Lo dejaremos para mejores tiempos. Mientras, contentémonos con desvariar acerca de este Derecho que tan bien se ganaron quienes tuvieron la suerte de encontrarlo, normalizarlo, ejecutarlo y sacarle su buen provecho, o sea, la plusvalía que interesa a todo negocio...

      Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...