A estas alturas de nuestras miserables vidas –sí que
empiezo bien, sí…–, quien se engaña es porque desea ocultar la realidad tanto
como sus propios excrementos, de los que nos avergonzamos en mayor medida que
de nuestros pensamientos, cuando los unos y los otros compartirían gustosamente
asiento de primera fila en cualquier espectáculo cruento del estilo de los
romanos, pongamos por caso.
Lo real y lo intangible se conjuntan de manera tan
contundente que los mortales de patio de luces nos quedamos sin éstas y con
cierta estuporosa sensación de engaño, máxime cuando, día tras día, asistimos
impotentes pero impávidos al deleznable circo que el cuarto poder despliega en
connivencia con los otros poderes, es decir, el dinero y su largo y legal brazo
ejecutor, el político –del judicial no hablaré que bastante tiene ya con lo
suyo, el pobre….
Salen a la tribuna los títeres de quienes en la
sombra tejen su urdimbre para acongojar inmisericordemente al populacho, es
decir, nosotros. Cada nueva noticia, si es que lo es, tiene peor cariz que la
anterior, y todas juntas conforman el parte de guerra a que tan
acostumbrados estaban nuestros mayores no hace más de tres generaciones. La
diferencia es que aquél era real, tangible, mensurable en sí mismo y en sus
consecuencias, implicaba hechos concretos por más que fueran todo lo ciertos o
atenuados que el poder de la época, el militar, decidiera en cada momento. Éste,
en cambio, carece de sustancia, no obedece a propósito alguno que vaya en dirección
opuesta a los mismos intereses de la autoridad emisora, se convierte
inmediatamente en obsoleto y, por lo mismo, fraudulento, y a nadie conforma
salvo a, de nuevo, el poder concernido. Es, en una palabra, ilusorio. O irreal,
si prefieren, solo que esta última acepción casaría mejor con la condición
misma de la sociedad inerme, que por arte de no pocos e intrépidos mediadores
financieros, sucumbió –fíjense que uso tiempo verbal pasado, que es el que
corresponde, aunque algunos puedan albergar aún esperanza– a los encantamientos
y hechizos del poder en sí.
Ya no nos sirven de nada los recuerdos, cada vez más
tenues, de tiempos mejores, de holganza y bienestar generalizados, de corrupción
masiva que a nadie perjudicaba porque la maquinaria sistémica estaba
convenientemente engrasada. Ahora solo nos contentan con medias tintas, ninguna
verdad, mano dura con el defraudador
y goles, muchos goles y trofeos y títulos que en el mercado negro obtendrían
mayor rédito que en las vitrinas de las agónicas incertidumbres…
Ahora es tiempo ya de colocar las cosas del hispánico
puzzle en su sitio y dará gusto ver como encajamos cada uno en nuestro lugar. Y
hablando de defraudadores, me enteré de que a quien cobre una prestación por
desempleo de, pongamos, 500 euros y además se le pille haciendo cuatro
chapucillas al mes por ver si reúne otros 500 para mejor sobrellevar sus
dolorosas inversiones bursátiles, a ése, sin temblar el pulso, se le echarán
encima todos los pesos y pesas de nuestra ley, la que amamantamos. Lo dice
quien, desde su cargo de vicepresidenta y por consiguiente máxima
responsabilidad al frente del Gobierno de España –digo yo, porque lo que es el
Presidente, lleva camino de convertirse en un ser enteléquico intermundial–, no
se deja ahorcar por menos de 5.000 o 6.000 euros al mes, amén de cualesquiera
otros ingresos que se nos escapan y de un nada despreciable, aunque esté hipotecado, patrimonio.
De estas cifras que a quienes viven de subsidios
pueden parecer apetecibles sin serlo, se deduce, no sin buena intención, que
poco o nada necesitan sus señorías andar mendigando ni pluriempleándose por las
tardes, y que incluso, en el raro caso de que cesaran de todo cargo y actividad,
no quedarían desnudos en medio de la rúa a merced de los vientos gélidos de la
economía. Pero, salvo estos individuos dotados por la naturaleza con todo tipo
de habilidades económico-depredadoras, los demás, que carecemos no ya de tales
sino hasta de las más míseras ínfulas para sobrevivir, somos carnaza que en
cualquier momento podemos caer en la cruel tentación –quien no lo haya hecho ya–
de trabajar en algo sucio y negro al tiempo que cobramos el sagrado subsidio.
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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...