sábado, 15 de septiembre de 2012

El sin dios


Dicen de un hombre que había…, allá lejos, en un país sin nombre…, había un hombre sin dios. No es minusculización de parafraseo espurio de Juan Ramón Jiménez, es solo un hombre sin dios.

Aniquilado por las fuerzas del mundo, ese hombre calló. Su voz no se escuchó ya más, quizá nunca llegó a oírse, porque solo era una voz, una más… y el coro parecía tan imponente, tan sublime, que la deriva del entendimiento pudo más, con apenas un pueril esfuerzo que a cualquiera de los que allí fueron presentes dejaba indiferente, que todos los pares de hercúleos y broncíneos esclavos aplicados al punto exacto de presión.

Dicen que ese hombre se atormentaba con cualquier despropósita idea, con la más nimia verdad. A todo prestaba atención, a todos su compasión, error miserable de un hombre insensible, esculpido por todos en deleznable molde y con efímero material. Si su razón lo llevaba, su enajenación lo traía de vuelta. Si prestaba oídos a quienes, lejos de supercherías gozaban del beneplácito de los que pensaban distinto, tal talante afloraba en la cercanía que, no viendo momento más apropiado para engullirlo, el monstruo de doce cabezas se hacía invisible para escarnio del diablo, más atemorizado por su vergüenza que por la nunca aplicada ley divina.

Dicen que había un hombre santo, tonto, preñado de aire, casi etéreo, que quiso conocerlo todo y todo lo conoció, y no sabiendo apenas discernir lo que es aquí y lo que pertenece a allí, confundió arriba y abajo y quiso vivir en ambos lugares, no como el estilita, sino como el buda que andaba el camino. Cuando creyó comprender lo que tanto buscó, ya no tuvo reparos, ya no guardó apenas nada, ya no dudó. Renegó y se tapó los oídos. Escupió en el lamentable muro y orinó sobre los mantos de los fenicios hombres, desarboló lunas y sus medias verdades y se arrepintió de haber sido, de haber sabido…

Dicen que había un hombre que se quedó solo, sin dios, sin hombres, sin suerte, sin vino y sin amor… Puta burguesía, maldita sociedad. Que se acabe el dinero, que se mueran los ricos, que se mueran los pobres, que se acabe el jornal, que adolezcan los viejos, que se arrastre el gusano, que se muera el otro y viva yo, que el otro no es nadie pero yo, siendo otro, soy yo.


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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...