No
pretende este escribidor realizar aquí una sesuda y contundente obra de
investigación acerca del origen, sistema de construcción, desarrollo y compleja
distribución de la red viaria romana, asunto sobre el que hay abundante y más
cualificada bibliografía, sino tan solo incidir, siquiera sea someramente, en las
implicaciones estratégicas que para los romanos supuso contar con tan magnífica
infraestructura.
Es
lugar común que las vías romanas fueron construidas más para facilitar el control
militar de las nuevas fronteras en continua expansión mediante el
desplazamiento de las legiones por el espacio conquistado que por la
(sobrevenida) pura necesidad comercial, lo que no obsta para que, una vez
asegurado el territorio, las calzadas sirvieran de entramado para su desarrollo
económico y (sobre todo) el de Roma, así como para garantizar el control
político y administrativo de las nuevas provincias, integrándolas progresiva y
rápidamente en la órbita romana, es decir, romanizándolas. A pesar de cumplir
con éxito todos los objetivos marcados, la principal misión de la red viaria
romana, la estratégica, nunca perdió su vigencia.
La
red viaria romana, como dicho está, fue construida en su origen con una
finalidad claramente militar. No podía ser de otro modo, pues la continua
extensión de las fronteras de Roma hacia los cuatro puntos cardinales obligaba
al Senado, primero, y al emperador, después, a mantener continuamente
actualizada su información estratégica acerca de la situación en cualquier punto
de tan vasto territorio. Por eso la rápida respuesta ante cualquier emergencia
era un factor decisivo en el mantenimiento y consolidación del poder, de modo
que una de las principales armas con que contaba Roma para la consecución de
sus intereses, el ejército, vio potenciada su capacidad de respuesta gracias a
la seguridad en la marcha que proporcionaba el sistema viario romano, que
garantizaba, al mismo tiempo, una óptima logística.
Una
legión era capaz de cubrir, a pie, unas 20 millas (aproximadamente 30 km) en
tan solo cinco horas de marcha. Para hacerse una idea del alcance de semejante
esfuerzo, téngase en cuenta, además, que cada legionario debía cargar con todo
su equipo, entre 30 y 40 kg de peso, que comprendía desde las armas hasta las
provisiones, estacas y diversos útiles necesarios para la construcción del
campamento, pues al término de cada jornada de marcha las tiendas y el sistema
defensivo correspondiente, que incluía un foso, debían ser levantados para
pernoctar. En este férreo adiestramiento y en su alta capacidad para
desplazarse radicaba la superioridad de la legión romana sobre cualquier otra
tropa de combate de su época. Si sabemos, también, que la marcha por las calzadas
evitaba a las legiones los inconvenientes propios del campo a través, entre los
que no eran de menor índole vadear corrientes de agua o construir puentes de
campaña, enfrentarse a terrenos desconocidos y pantanosos, o caminos
impracticables por la vegetación, el barro o la orografía, se verá enseguida la
ventaja con que contaba el ejército romano frente a todos sus adversarios, la
principal de las cuales –supuesta, por descontado, su superioridad táctica– era
la velocidad a la que Roma podía mover sus legiones.
Contaban
los romanos, además, con un sistema institucional de postas (del latín postus, positus, puesto) tan eficiente que un jinete (cursor o viator) podía
recorrer en una jornada unos ciento cincuenta kilómetros, si bien esta
distancia varía según las fuentes, algunas de las cuales la duplican, incluso.
Semejante distancia cubierta por un mensajero en un solo día era extraordinaria
para la época, y permitió a los romanos mantener el control sobre la totalidad
de su territorio. Un factor importante, también, en la eficacia del sistema
viario romano, era la existencia de establecimientos (stationes y mansiones)
que jalonaban la red imperial cada pocos kilómetros, y que atendían a las
necesidades de comida, reposo y caballerías de los viajeros. En no pocas de
estas estaciones se encontraban acantonados, además, destacamentos militares.
Es
notorio, por otra parte, que los parámetros espaciotemporales son, hoy, bien
distintos a los de ayer, y eso sin necesidad de introducir aquí la distorsión
que el bueno de Einstein se atrevió a predecir. Con todo, no deja de ser cierto
que la velocidad a la que se movían legionarios y cursores puede parecernos ridícula, en un contexto de comunicación
instantánea y de ejércitos que pueden aerotransportarse a miles de kilómetros
en cuestión de unas pocas horas. Pero, si tenemos en cuenta que las sólidas
calzadas romanas, verdaderas obras maestras de la ingeniería humana (al igual
que sus puentes, que, por cierto, tras dos mil años aguantan perfectamente
inundaciones y riadas, exactamente igual
que nuestros modernos puentes de hormigón y acero), permitían el tráfico de
soldados, carruajes, mercancías y caballerías de una forma mucho más rápida,
limpia y eficaz que todos los sistemas de comunicación posteriores hasta la
invención del ferrocarril (cuya limpieza, por otra parte, no era en absoluto
proverbial), tendremos que reconocer que, en todo este tiempo, los romanos
avanzaron mucho.
La
ciudad de Roma era el centro de un vasto imperio homónimo, y todas las calzadas
tenían en ella su kilómetro 0 (o su milla 0, para ser rigurosos, Miliarium Aureum, instaurado por Augusto
en el Foro). Nada inventaron, pues, sus ilustradas señorías dieciochescas cuando,
atendiendo a las necesidades de la red de postas de correos, pero también a la
concepción centralista del nuevo Estado moderno, establecieron el sistema
radial de carreteras –caminos tan solo, por aquel entonces– en nuestro país,
confluyendo todas ellas en la Puerta del Sol de la capital. Un modelo que más
tarde, cuando los aires de la Revolución Industrial llegaron a España, se
reprodujo con bastante fidelidad también en la red de ferrocarriles.
Concluiremos,
pues, que estos romanos, al contrario de lo que pudiera decir Obélix, no
estaban locos.
Amigo mío, Don Javier,
ResponderEliminarMe faltan palabras para dejar constancia de lo pedagógico, claro, exacto y riguroso que es el texto que nos ha regalado. De verdad que es una maravilla. He gozado en cantidad leyéndolo.
Mi felicitación y un abrazo, amigo mío.
Antonio
Muchas gracias, Antonio. Comprobar que lo que escribimos sirve para que alguien se sienta un poquito mejor no debe llenarnos de orgullo ni satisfacción, porque no ejercemos sino nuestro oficio, pero nos empuja a perseverar para ser mejores, para intentar lo imposible, que es conseguir la corrección desde la simpleza de nuestros escritos.
EliminarUn abrazo.
La visión que me depara el texto es la de un red de vías perfectamente construida, vigilada y provista de puestos de avituallamiento para unas legiones que se mueven por ellas con presteza y seguridad, amén de con fulminante capacidad de acción bélica, pero extravías de esa red, resta una geografía llena de enclaves en los que habitan lugareños que nunca han vito ni las vías ni los legionarios y que desarrollan su vida completamente al margen del dominio imperial, como algunas tribus amazónicas. Lo que me lleva a cuestionar el concepto de conquista de países que tan alegremente se usa en los manuales de Historia, algo sobre lo que creo haber reflexionado aquí hace tiempo. Que se dominen "enclaves" es indudable, que estos pueden ser estratégicos, también; pero de ahí a suscribir que "toda" la península fue romana y romanizada, creo que hay algo más que el famoso trecho. Dicho de otro modo, a veces sospecho que la épica militar y la historia son la verdadera ficción, frente a la famosa novela bizantina o de aventuras, que me parecen bastante más realistas. Con todo, admiro la ingeniería romana y cundo estuve en Roma ante nada me estremecí más como ante los restos excelentemente conservados de la Via Apia. El Coliseo, con toda su majestuosidad, o el Foro, repito, no me impresionaron tanto como esa vía.
ResponderEliminarEl romano, quizá en mayor medida que otros, era un mundo perfectamente estructurado, organizado y sometido a derecho, un mundo del cual el nuestro es deudor en mil aspectos. Es verdad que no siempre estuvo el imperio romano correctamente dirigido, y que la corrupción estaba también presente, ¿dónde no? Pero, con la excepción de algunos territorios fronterizos, donde la ley de Roma a duras penas podía imponerse a los pueblos sometidos, en el resto del Imperio, y sobre todo en la península ibérica, la población tenía tan asimilada la cultura romana que la convirtió en propia. A ello contribuyeron las legiones, por supuesto, y la red de calzadas, sin duda, y el superior desarrollo cultural de los romanos, pero también, en no menor medida, los privilegios que el derecho romano reservaba a sus ciudadanos sobre el resto de la población.
EliminarEs notorio y sabido que había tres tipos de individuos jurídicamente libres: los que disfrutaban del derecho romano, los que tenían el derecho latino y el resto, los peregrinos. Por debajo, una gran masa de población esclava. Y fue el deseo de latinos, y sobre todo de peregrinos, de alcanzar la ciudadanía romana, y lo que ello implicaba, un motor fundamental que coadyuvó no solo a aceptar el dominio romano sino a intentar acceder a lo más alto de la escala social. De hecho, no tardando, fueron muchos los integrantes de grandes familias provinciales que no solo entraron en la órbita del poder en sus lugares de origen sino en la propia Roma, alcanzando, incluso, el solio imperial.
Precisamente en la península ibérica es donde la romanización llegó antes y actuó con más fuerza que en las demás provincias romanas. La red de vías romanas en Hispania era tan densa y el grado de penetración de la cultura romana tan alto como para asegurar de manera eficaz el perfecto control de prácticamente la totalidad del territorio. Verdad es que en todas las épocas hay disidencia, y en todos los imperios lugares más o menos libres. En la península, a pesar del resultado final que supuso la aculturación de prácticamente la totalidad de la población, el proceso de conquista fue especialmente largo y penoso para los romanos a lo largo de dos siglos debido al carácter autárquico de los pueblos indígenas, y el mismo Augusto tuvo que venir para someter los últimos reductos cántabros hostiles a Roma –compárese, en cambio, con la relativamente fácil y rápida expansión de los musulmanes, quienes, en apenas una docena de años, tuvieron bajo su dominio casi todo el territorio peninsular. Pero, una vez logrado esto, nada escapó a la ley romana, más allá de lugares recónditos adonde, como también ocurre ahora, no llega la señal del progreso. Y ahí sí que es posible hablar solo de una dominación más nominal que efectiva, dado que se trataba de reductos tan inaccesibles y hostiles al modo de vida romano que poco o ningún interés tuvieron para ellos. Ni visigodos ni musulmanes lograron gran cosa en tan inhóspito territorio, y por eso fue posible después la gran reconquista cristiana de España.
La historia no es una especialidad artística, ni el argumento de una película, por muy buenos que sean sus actores y sofisticados los efectos especiales. La historia es una disciplina científica, y como tal, sometida a un método muy definido de búsqueda, análisis, estudio y exposición de resultados, todo ello basado en la investigación de las fuentes, del tipo que éstas fueren. Fruto de este trabajo es la ampliación del conocimiento científico, a cuya amplitud contribuyen muchos y callados investigadores –entre los que por supuesto no me cuento– que, por desgracia, no suelen ser consultados a la hora de escenificar las páginas de la historia que tanto éxito tienen en taquilla.
Si te interesa ampliar información más y mejor documentada, Juan, un estudio de conjunto sobre la historiografía relativa a la romanización puede verse en este artículo que puedes descargar en pdf.
Un abrazo.
Gracias por la clase magistral... Me queda clarísimo que 200 años de "conquista" son un periodo razonable para hablar de haber "dominado" un territorio como el de la península Ibérica, pero mi escepticismo -que no es refutación de la Historia, sino mosca detrás de la oreja- procede del empequeñecimiento del ser ante el espectáculo de la vastedad de cualquier territorio. Me planto, desde el barco que me trajo de Tánger, ante la Península y me repito que la dominación árabe, por ejemplo, para cambiar de escenario, tiene siempre más de nominal que de real, lo cual explica, por otro lado, que fuera posible la "guerra de liberación" posterior. Sí, sí, no se me escapa que allá donde llegaran las legiones "imponían" su derecho sin mayores miramientos, como lo hiieron los godos después. Pero siempre me queda ese regusto interior del pensamiento que se dice: yo seré libre, a mí no me dominarán, aunque pueda favorecerme... En fin, visiones de la intrahistoria, más que de la Historia.
ResponderEliminarJavier, te agradezco tu dedicación. No sé si un ignorante y diletante como yo la merece, pero, al menos, que sepas que te la agradezco. Y que saco proecha de ella, claro...
A lo largo de la historia hemos visto como muchos progresos derivaban de técnicas militares o de necesidades de estrategia de guerra, grandes males y mucho dolor trajeron las contiendas, pero en el caso de Roma quedaron las calzadas de piedra. Está claro que estos romanos no estaban locos a pesar del esfuerzo pueril que cierta "inteligencia" gala quiere hacérnoslo creer.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó