domingo, 4 de noviembre de 2012

De hispanos y latinos


Vaya por delante mi confesión solemne de que carece el escribidor de los mínimos rudimentos de lingüística; de que le asisten contadas letras en cuanto al asunto de la lengua y la gramática; y de que, a la postre, no anda suelto en literatura. Pero, con todo, osa y se atreve a dar su opinión sobre lo que sigue, por más que no le agrade meterse donde no le llaman y ni siquiera ande ligero nunca para ir adonde sí. Vamos a hablar de dos términos de eminente raigambre histórica pero que últimamente, por andar en boca indebida, se encuentran menospreciados y sumamente adulterados. Se trata de hispano y latino.

Me parece bien que la RAE limpie, fije y dé esplendor, que falta le hace al espejo, pero que admita, acepte y haga tragar a la peña cualquier bobada y ocurrencia solo porque está muy extendida entre los ñoños estadounidenses y quienes a su son danzan, no. Y es que, con respecto al primer vocablo que da pie a tantas palabras que ya van escritas, hispano, dice de él –amén de «perteneciente o relativo a Hispania», que es lo suyo y poco más debería añadirse– en la quinta entrada, sustantivándolo, además, «persona de ese origen [hispanoamericano] que vive en los Estados Unidos de América». Será por abreviar, supongo, y cumplir así uno de los requisitos de la lengua, que es la economía. Pero que de lo hispano, verbigracia mayúscula abstracción, derive lo hispanoamericano, no puede en modo alguno ser excusa para equiparar ambos vocablos en términos culturales ni para homologarlos y matricularlos como si la misma e idéntica cosa fueran. Sucede, sin embargo, que así efectivamente ocurre, y en el ideario colectivo –estúpidamente manipulado por los medios– no solo de norteamericanos, sino de los mismos hispanoamericanos y, lo que es más sangrante, aquí, en la tierra propiamente hispana, se da por válido sin más mandangas.

Lo tomen como lo tomen, decir hispano en los Estados Unidos es decir miseria económica, debilidad moral, delincuencia presunta… Eso y no otra cosa es lo que significa y lo que, además, pretenden dar a entender, y lo hacen. La ingente población centro y sudamericana que vive en territorio estadounidense, junto con los negros, se han convertido en un problema para los norteamericanos de origen puro y limpio –es un decir, porque, con semejantes antecedentes irlandeses, daneses, suecos, alemanes, italianos, libaneses, armenios, chinos, coreanos y de otras mil nacionalidades y culturas, a ver dónde queda el yanqui puro… quizá en esos blancos caucásicos de la América profunda que de noche se ponen cucuruchos en la cabeza, como aquí en Semana Santa, y van de fantasmas encendiendo hogueras por los algodonales…–, que ven amenazada su american way of life de siempre. Lástima que precisen de esa mano de obra sucia pero barata para asegurarse el incierto futuro…

El que ha nacido en Colombia es colombiano, hispanoamericano si quieren. Pero nunca hispano. Y mucho menos latino, cosa que ni siquiera somos, por más que se cansen algunos a decirlo, los españoles, franceses, portugueses, belgas o rumanos…, y ni siquiera la mayor parte de los italianos. Y ya que lo mentamos, enlazamos ahora con el segundo término.

Hay que ver. Tanto latino para arriba y latino para abajo, y resulta que no es sino en la séptima acepción de la RAE que se entiende como tal al individuo oriundo de cualquiera de los países europeos y americanos cuya lengua deriva del latín. Según esto, lo mismo daría un ecuatoriano que un belga francófono. Y resulta que la primera y más genuina definición del término es, como todos saben, «natural del Lacio», o sea, esa región itálica donde vieron la luz los primeros romanos a los pechos de una loba.

Se equivocan, y mucho, esos yanquis que alegremente echan la lengua a paseo, por ignorancia o, más probablemente, por un contumaz desprecio. No sabe uno si lengua y política comen en la misma mesa, o si hay deudas atrasadas por pagar, pero parece notorio que son, los de raza WASP, más y mejores que los vecinos de piel algo oscura que andan por debajo del Río Grande. Pero, ni somos nosotros latinos –como tampoco romanos, ni visigodos, ni árabes– ni son quienes viven al sur de los Estados Unidos hispanos. Que por convención (como casi todo en este mundo, salvo lo que sucede por imposición) se admita y extienda entre los de habla inglesa el uso de esta terminología para referirse a los habitantes de Hispanoamérica, no es, o no debería ser, excusa para que incluso nosotros lo demos por bueno secundándolo cómplice y mansamente.

Si es la lengua aquello que une a los pueblos, como así parece establecido, entonces tan británico es un aborigen australiano como un ranchero de Arkansas o un zulú sudafricano. E incluso un señor con bombín de la City, ya puestos, porque todos hablan inglés y comparten idéntico y albiónico estigma.

A nadie que no sea más simple y redondo que una pelota se le ocurre decirle a un estadounidense que es inglés, o anglo, o sajón, y muy raramente angloamericano –aunque esté de moda, también y por eso de la corrección política, hablar de afroamericanos para referirse a la población negra de los Estados Unidos, si bien aquí habría que distinguir entre sus propios negros, es decir, los descendientes de los esclavos traídos de África, que deberían llamarse propiamente afroestadounidenses, y el resto de negros de origen sudamericano y caribeño, que uno ya no sabe cómo deberían llamarse, pero todos en conjunto serían afrodescendientes, ¿no?–, pero es que en esto los del tío Sam son muy peculiares, tanto que, sin ir más lejos, en un cuestionario para la inscripción en un congreso científico que iba a tener lugar en cierta prestigiosa universidad norteamericana, pudo este escribidor comprobar, atónito, que en uno de los apartados había que especificar la raza de uno, es decir, si se era caucásico, oriental, afroamericano, o, lo han adivinado, hispano. Pura democracia, vamos.

Y, ya puestos, decir que tampoco los canadienses de origen francés son llamados latinoamericanos, vocablo que debería englobarlos si al purismo etimológico que quieren aplicar las academias nos remitimos, porque es también convención que latinoamericano es aquel sujeto oriundo de los países del continente americano en que se hablan lenguas derivadas del latín, a saber, español, francés y portugués. O todos moros o todos cristianos. Como vemos, parece asunto harto problemático y delicado aplicar a un ciudadano de Canadá el término latinoamericano

Es la lengua poderosísima arma, letal casi siempre, y por eso, debido a su costoso manejo y difícil dominio, en aras de la economía política, en ocasiones se dan por buenos términos que, asépticamente, a nadie ofenden. O casi. Pero, cuando rascamos la bruñida superficie, afloran indeseables y latentes soberbias de dudoso origen e imposible aceptación.

Entrar más a saco en este asunto sería deseable, aunque no nos hicieran ni puto caso las instancias del tambaleante academicismo. Con todo, lo que sí es seguro es que se nos pondría una cara de mala leche acorde al tamaño de la ofensa que pretendiéramos erradicar de diccionarios y costumbres varias.

6 comentarios:

  1. Amigo mío, Profesor Don Javier,

    Decirle que estoy totalmente de acuerdo con lo que acabo de leer, salido de su pluma, o, para ser más exactos, de su teclado, me parece bien poco. Es más auténtico decirle que he pasado un rato de lo más agradable, y que me ha dado pie para una larga reflexión sobre el alcance de su exposición y las verdades como templos, o catedrales, que expone. ¡Y que al común de los mortales no se le haya ocurrido pensar en la enorme cantidad de bobadas y sandeces que nos hacen tragar cada día unos y otros!

    Bien poco puedo yo añadir a su reflexión, que subscribo (sí, subscribo y no suscribo, que sería lo aceptado por la RAE, porque la etimología está para algo) en su totalidad y me hace llegar a la conclusión de que, gracias a Dios, todavía existen mentes lúcidas como la suya, Don Javier, que son capaces de ver lo que los demás, ciegos en su mayoría, son incapaces de ver.

    Imagínese Vd. ahora que a uno que vive en Cataluña, como es mi caso, y lo hace muy a gusto, haya algunos desalmados e ignorantes, comenzando por más de un Político de los que salen por Televisión, le digan que ya no es Español, sino sólo Catalán: ¡menuda sandez! Es como pretender que un brazo sea sólo brazo y deje de ser, al mismo tiempo, cuerpo también.

    ¡Así andan las cosas por algunos sitios! Desde luego que a mí en particular no me extraña demasiado, después de comprobar muy de cerca los monstruos que ha producido y está produciendo la maldita LOGSE.

    Lo felicito, Profesor, y le envío un gran abrazo.

    Antonio

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    1. Querido amigo Antonio, no soy capaz de expresarle convenientemente mi agradecimiento por sus palabras, habida cuenta, además, de que proceden de un experto clasicista, conocedor profundo de etimologías de nuestras lenguas madre.

      Estoy, sin embargo, seguro de que cuanto sale de mi pluma es de sobra conocido por muchísimas personas, que, no obstante, tienen el suficiente juicio como para no pregonarse a los cuatro vientos. Cosa distinta sucede en mí, pues bastante a menudo siento estos impulsos dicharacheros que me obligan a tan extrema facundia. Por tanto, cuanto yo pueda decir, escribir, es notorio y sabido, que nada descubro, invento ni pergeño que otros no hayan ya alumbrado.

      En cuanto al fondo de la entrada, cómo no coincidir en los presupuestos y argumentos cuando tan palmarias son las evidencias del atontonamiento general que se está produciendo en todos los ámbitos de la sociedad, de una manera que, en los propios términos logsianos y boloñescos, podríamos sin temor a equivocarnos tildar de transversal.

      En fin, que en eso estamos, Antonio, en seguir aguantando.

      Un abrazo.

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  2. Parece que la cultura anglosajona tiene una propensión contumaz a la falta de rigor en el lenguaje; confunden los conceptos, alteran los significados, cambian ortografías, etc. pienso que esto obedece a criterios de espectacularidad, intereses comerciales y consignas políticas. Pero la imprecisión es patente. Dicen "Síndrome de Diógenes" para calificar a alguien que acumula trastos en su casa cuando sabemos que el viejo cínico lo que hacía precisamente era desprenderse de todo, dicen "troyano" a esos virus informáticos que se meten dentro del ordenador cuando no eran precisamente los troyanos quienes entraban sino los aqueos, dijeron que el siglo XXI empezaba con el año 2000 y así se convencieron muchos. Yo creo que el término "latino" hará fortuna y quedará fijado en la lengua como una mamarrachada más.
    Salud
    Francesc Cornadó

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    1. Qué cierto es cuanto dices, Francesc, pero, en aras de su justa medida, probablemente deberíamos hacerlo extensible, en su total totalidad, al resto de culturas que infestan imparablemente nuestro pensamiento. No sabiendo dónde surgió el primer conato de innegable simplismo lingüístico, habría que luchar contra su tenaz propagación, aunque mucho me temo que el contagio se realiza ya por mil vías y no es cuestión de imponer cuarentenas, antes bien centenas o millares...

      El mismo término cultura presenta hoy tal ambigüedad que parece tarea imposible reconocer qué quieren decir quienes tan democráticamente lo esgrimen, defienden y arrojan en todas direcciones. Hablaba Fukuyama del fin de la historia... Entonces metamos también en el mismo ataúd a la cultura y a todas sus manifestaciones, y por supuesto al hombre mismo, porque la historia es nuestro medio, nuestro hábitat...

      Un abrazo.

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  3. A veces los conceptos se inventan con cierta intención expansionista, como ocurrió con Latino-americano, una invención francesa para luchar contra la hegemonía española en Sudamérica. Hasta mediados del siglo XX se decía Hispanoameriano o Iberoamericano, pero cuando se pretendió tener una influencia que compensase la "natural" de España en Sudamérica, lo primero que hicieron los intelectuales franceses fue inventarse un concepto que orillara la fuerte presencia española en aquel continente. Al final, los propios pueblos sudamerianos vieron en el concepto una posibilidad de eludir la enojosa referencia a España en su autodenominación.
    Oí el discurso de aceptación de la victoria de Obama y en él, curiosamente, cuando decía que cualquiera, fuera de donde fuera, podía triunfar en USA, no dijo Hispano, sino spanish, quizá aún sugestionado por las referencias que hubo a nuestro país en uno de los debates.
    Finalmente, suelo usar el neologismo usamericano para evitar el de norteamericano, que elimina de un plumazo a los canadienses. Es de uso común, pero aún no se ha impuesto en los medios de comunicación, que son los únicos que pueden influir para introducir ciertas palabras en los usos cotidianos.

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    1. Lo malo es, Juan, que los inventores de palabras lo hacen a mala leche, para joder más que para instruir, y en ese juego estúpido siempre ganan los mismos, porque saben bien las reglas. A los demás nos queda el recurso a la pataleta o, siendo más inteligente, la indiferencia. Pero, a veces, la ira desborda cuando ya no cabe una gota más... Y claro, salen culebras por la boca, esa boca que debería servir para el entendimiento y que se torna, en cambio, mortífera arma de destrucción.

      Dicen los primatólogos que el lenguaje fue una adquisición de nuestra especie -y también de otras dentro de nuestro género homo, aunque se extinguieran- que propició un avance espectacular en términos evolutivos, tanto social como intelectualmente, ya que ambos van irremediablemente unidos, pero yo, a estas alturas de la vida, a veces lo dudo. Como casi todo, por otra parte.

      Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...