«Hoy he visto
la luz que todos llevamos dentro». No deja de ser, esta estrofa de Triana,
un deseo inextinguible, viejo como el mundo, pero más ilusión que nada, porque
lo que muchos llevamos dentro no brilla en absoluto. No obstante, superadas apenas
esas malditas fiebres de la melancolía, vuelve el escribidor a la carga, con
teclas por puñales y escasos bríos ante tan ingente misión.
Es la eterna polémica, fuente de toda discusión desde
que el bueno de don Carlos escribiera sus escritos de economía. Siempre estamos a vueltas con
lo mismo. Pero hay que decir, desde esta tribuna absurda reacia al capital, que
es mejor lo público. Mucho mejor. Sin embargo, ¿por qué, entonces, nuestros
representantes públicos, desde el más insigne al más tonto, se empeñan en
llevar la contraria? Ya sé que no está de moda, que no se lleva ya, pero habrá
que seguir hablando de lo mismo, mientras no nos echen otra carnaza para comer…
Esta entrada podría haberse llamado también Asesoriasa,
es decir, Asesoría, S. A., que suena mejor.
Dicen los que saben de esto que hay que adelgazar la Administración, que hay que
eliminar aquellos elementos indeseables que no cumplen el cometido por el que
fueron allí, es decir, funcionar. Pero
el verdadero problema de la Administración no es que haya un número indeterminado
de funcionarios que no den palo, sino que hay un número, un buen número, de muy
determinados sujetos que están allí
porque tiene que haber de todo: son los asesores.
Cuando en el funcionamiento de la Administración, que
es pública y al público se debe, interfieren los intereses privados y
privativos de quienes se han arrogado el derecho de intervenir, léase la clase
dirigente en su versión la voz de su amo,
que coincide, además, con la clase política, que es, a su vez, la clase
legisladora de medio pelo, entonces es cuando deberíamos preocuparnos, porque
esa Administración, cuyos integrantes han obtenido su puesto de trabajo
mediante una oposición pública en condiciones de igualdad con otros muchos
aspirantes (y si no se está de acuerdo con esto, entonces cámbiese lo que tenga
que cambiarse, porque, por ejemplo, la inamovilidad del funcionario se estableció,
precisamente, para evitar que el político de turno de oficio, es decir, el que
acapara la cuota de poder principal por turno, pudiera manejar los hilos de la
Administración a su antojo –objetivo que, a la vista de cómo se desarrollan
nuestras miserables vidas, parece que no se ha logrado–), ve cómo la función
asignada comienza a estar mediatizada por las opiniones de aquellos que se han
aupado a los llamados cargos de libre designación, puerta de entrada falsa para
todos esos lamedores, chupadores, feladores y demás vagos y maleantes sin
ocupación conocida.
Leo hoy en la prensa que cierto personaje –ya lo es, gracias a la transparencia informativa que nos
brinda el sistema democrático que para sí quisieran otros hechos y derechos del
país– vuelve a su puesto de asesor en el Consistorio madrileño. Obviando el
debate de si la Justicia –ya saben, esa señora tuerta de altivo porte– se mueve
más o menos deprisa en función de la identidad del justiciable, conviene traer
aquí a colación el impecable proceso de guarda y custodia que las autoridades
electas del citado ayuntamiento han realizado del puesto del susodicho chaval,
un puesto del que no se sabe con exactitud su cometido ni alcance pero por
el que cobra al año más o menos el triple que cualquier funcionario medio. Además,
este muchacho Carromero, de profesión asesor, es a su vez asesorado/ayudado por
un par de personas, de los que ignoro la felación, perdón, quise decir filiación,
pues no sé a ciencia cierta si se trata de dos funcionarios de baja clase
social o de otros dos asesores de segunda.
Entonces, a la vista de estos datos y hechos
contrastados, que se reproducen con exactitud en todas las administraciones del
país, variando solamente la enjundia de la cantidad recibida, ¿no sería quizá
mejor, en lugar de adelgazar la
Administración pública –que, al paso que va, corre serio riesgo de morir de
inanición, de tanto como adelgaza–, reformar este sistema de clientelas, simonías
y canonjías abusivo, para que realmente pareciera que no continuamos reproduciendo
las viejas prácticas vasalláticas del mundo feudal?
En fin, puesto que nuestro objetivo vital, como
individuos especiales –de la especie semitonta ésta a la que pertenecemos, no
piensen mal– no es otro que irnos todos juntos a la mierda, Yo el primero y bla, bla, bla, que diría
el Deseado, pues habrá que ir practicando…
Hoy se hacía una encuesta pública que afirma que el 96 por ciento de los españoles creen que la corrupción es enorme en nuestro sistema democrático. Se considera como uno de los más grandes problemas. Y es cierto porque provoca lo que sentimos todos, una total desafección al sistema democrático que vemos en manos de bandas de forajidos que no miran por el bien común sino por sus propios bolsillos. Es tan descarado que el ciudadano se siente imbécil no sabiendo qué hacer porque las manifestaciones les son indiferentes porque ellos tienen trazada su ruta de sinvergonzonería. Ahí tienes a Carromero, un indeseable y un imbécil peligroso al volante causante de la muerte de dos seres humanos por su imprudencia, que es colocado como asesor ante nuestra perplejidad y nuestro pasmo. Ahí tienes a Miguel Ángel Güemes, exconsejero de sanidad de la CAM que privatizó servicios de Sanidad que ahora gestiona desde la empresa privada, ahí tienes a Dura i Lleida que prometió dimitir si se confirmaba su implicación en una trama corrupta, ahí tienes a Baltar y sus centenares de enchufes, ahí tienes la Gürtel, ahí tienes a Urdangarin, y o sigo. Es vomitivo, Javier, y uno no sabe cómo actuar, ni como hacer porque tienen el sistema democrático en sus manos y lo utilizan para sus fines perversos. Y se señala al funcionario como culpable y se quiere eliminar lo público o reducirlo sustancialmente … No sé qué hacer … porque votar o no votar es participar igualmente de las tramas corruptas que nos tienen en sus manos … Un abrazo.
ResponderEliminarÉse es el asunto, votar, no votar... Si sí, parece que somos cómplices de esta manada de mangantes, o cuando menos sus rehenes; si no, podrán incluso acusarnos de antidemocráticos, porque el ejercicio del voto es la consagración de tan excelso sistema. Ahora bien, habría primero que definir, o como mínimo redefinir, el significado mismo de la democracia, porque me gustaría saber de qué están hablando estos gilipollas cuando marean la palabra en la boca. Tanto es así, que de tan manida pierde su esencia misma, su sentido y su vigencia, y nos encontramos, creo, en un puro y simple Estado autoritario-consumista-capitalista donde a los votantes se les ilusiona con la (falsa) convicción de que tienen en sus manos la llave del futuro. Luego está la monserga del voto útil y arriba y abajo, para que no desestabilice el sistema, ya sabes...
EliminarNo sé, Joselu, y créeme si te digo que no saber me atormenta y llena de ira, aunque, no sabiendo contra quién dirigirla, la vuelvo contra mí. Y duele.
Un abrazo.
Sería genial empezar por aclarar la oscura cuestión del pueblo.
ResponderEliminar¿Qué o quién es el pueblo? ¿Es una entidad con una voluntad clara y definida? ¿Una metáfora romántica? ¿Ese pueblo, en caso de que resolvamos que es un sujeto político flotante, pregunta o responde? ¿Es la aceptación de una voluntad que se diluye en la estadística, el paraíso de los opinantes, la complacencia en el número, el sujeto material de los sondeos? ¿Una bandera? ¿El slogan de una muchedumbre cabreada? ¿Es el nombre de una maraña de intereses en conflicto permanente? ¿El compuesto abstracto de habitantes de un lugar, según el censo, tal vez? ¿Una neutralización de la realidad pulsional? ¿La sustancialización de una agonística inevitable entre deseos individuales enfrentados?
¿La condición neutra de los oprimidos? Pero, en tal caso, ¿estos oprimidos son un bloque indistinto y armónico en su interior? ¿Qué pasará el día después de su liberación? ¿A quién obedecerán? ¿Se someterán a mi ley o a la tuya? ¿O a la que viene de los cielos? ¿Será a la ley de los vencedores? ¿O a la Justicia de los portavoces del "Hombre" (lo mismo da poner a Dios aquí)? ¿Qué harán los perdedores para evitar el castigo? ¿Tenemos acaso deseos concretos, reales y diferentes?
Hay quien argumenta, a mi juicio de manera convincente, que el pueblo es una terrible abstracción, claro que no se refiere al conjunto de casas o instalaciones en un medio poco urbanizado como cuando decimos "me voy de vacaciones al pueblo".
Una vez aclarada la cuestión del pueblo, si esto fuese posible, sería fantástico hablar del poder.
Saludos
He pasado más de media vida intentando responder a esa pregunta, sin que, hasta hoy, haya sido capaz de encontrar una respuesta convincente, no tanto para mí cuanto para los demás, sobre todo en función de alguna de mis responsabilidades profesionales.
EliminarHay otras preguntas, claro, y no menos relevantes, pero todas deberían tener el mismo orden de prelación en nuestro ideario común (que en absoluto debe respondeer a planteamientos ideológicos), ese sobre el que construimos la realidad en la que nos movemos con mayor o menor destreza -algunos, desgraciadamente, como tancredos.
Puede, en fin, que una definición válida sea esa a que te refieres. Lo malo es que si nos diera por abstraerlo todo, quizá acabaríamos concluyendo que apenas somos nada. O peor, que solo existimos porque carecemos de realidad.
Un abrazo.
Inacabable debate, Javier, y muy interesante.
ResponderEliminarUn abrazo, Javier.
Inacabable, interesante... y continuo, porque es la misma mismidad del hombre lo que acontece, lo que se pone en movimiento y lo que se gana o pierde. Al final, Javier, ¿qué nos quedará?
EliminarUn abrazo.