Quienquiera es pronombre indefinido.
Lo sabe todo el mundo. Pero no todos quieren. ¿Para qué levantarse antes? Lo de
siempre, el pis, la ducha, dos o tres bostezos, la cisterna del vecino de
arriba, la tuya… y ya. El café, el periódico, no tengo que sacar al perro a
mear porque no tengo perro, aunque me gustaría, o no, a la gallega, solo para
que el del vecino no me atemorizara. Claro que entonces tendría que comprar una
bestia de esas asesinas, o mejor una leona, y sacarla de paseo sin correa ni
bozal, claro.
¿Por qué amanece, si en la cama se está tan bien? Un
nuevo día, una nueva oportunidad, una nueva mierda grande como el hambre de
algunos. Que no, que tengo prisa, déme usted la vuelta, por favor… ¿A quién le
importa que aparque en doble fila, o en medio del paso de cebra, o en medio de
la acera que los ingenieros, en aras de la integración, integraron en la
calzada? Si quieres te hago un resumen, pero es mejor contarlo todo, total no
es tanto y enseguida acabamos, ya verás. No importa que tengas que ir al
dentista, mejor no vayas, ¿con qué le vas a pagar?
Salgo del súper hasta arriba de bolsas con la tarjeta
fundida en la cartera y con cara de tonto porque esa señora que ha puesto el
coche cruzado no tiene que esforzarse en cargar el maletero, ni recorrer los
doscientos metros hasta donde dejé el coche para no estorbar. Y el otro tío que
está en medio bloqueando el vado tampoco le da importancia, como si tal cosa…
Al fin coloco todo en el coche y me largo para no ver esas escenas de esa gente
que me hacen sentir pequeño. Oiga, ¿le importaría dejarme pasar? Si empujo a lo
mejor cobro y si no pío a lo mejor no puedo tomarme el vermú porque la mole ocupa
toda la entrada y me atufa con el cigarrillo que tiene en una mano dándome la
bienvenida. ¡Qué peste! Y pensar que hace tiempo fumaba…
En el garaje la pava del monovolumen ni caso,
apijotada con el wasa ese. Si toco la bocina igual se enfada, o peor, se asusta
y me empotra porque suelta el embrague y el freno de repente. Ya se quita, ya…
Para arriba con las bolsas del súper. Mejor no cojo el ascensor, que lo mismo
me lleva al primero que al último o directamente al cielo, según le dé. Qué
suerte, una panda de pijos que vienen a merendar al ático. Pasad, no hay de qué,
por favor, no os molestéis en dar las gracias ni en devolver el saludo, con uno
que diga hola vale… ¿Puede fallar el doble sistema de seguridad de los
ascensores? Sería buen momento… ¿Con cuál de mis ocho manos agarraré la llave
para abrir la puerta?
Las bolsas se me caen, suena ha roto: los huevos, los
de la gallina, digo. Hala, la discoteca me recibe, y mi equipo de música es de
andar por casa, no hay derecho. Bueno, solo serán un par de horas, y luego la
tele del piso del sordo. Un huevo frito de cena, uno que no se rompió, y un
botellín, no, mejor dos, o tres, para compensar. Los dientes, el café… ¿o era
el café y los dientes? Me olvidé de leer medio capítulo de la Zambrano… pero,
¡bah!, ¿para qué? Esa señora ya está muerta, ¿no? Me olvidé de escribir medio
capítulo de mi novela, pero, en fin, este señor ya está muriéndose. A la cama,
¡qué lástima, se acaba este precioso día! Dormiré deprisa para que, cuanto
antes, llegue el amanecer, un nuevo y tranquilo día en el que conoceré a más gente
normal como yo, quienquiera que sea.
La devastación, la erosión del carácter que suponen los mil y un contratiempos de la vida cotidiana es un tema que se considera "menor", en términos literarios, pero que, tratado como se merece, revela no poco de la extendida neurosis urbana que padecemos todos, sin excepción. Las diferencias se aprecian en las estrategias para no sucumbir a ellas. De hecho, en un hermoso libro que leí, "Lógica de lo peor", de un autor cuyo libro "Lo real y su doble" me deslumbró. En esa "lógica" se defiende que la mayor heroicidad humana es la de sobrevivir a la repetición, o sea, que no deja de haber un punto de heroísmo en sobrevivir a esa mancilla constante de la vida cotidiana.
ResponderEliminarAhora bien, lo de "dormiré deprisa" me ha superado... Cuando uno (yo) no sabe si logrará dormir o si apenas haberlo hecho habrá de despertarse para continuar la lectura que dejó abierta en la mesilla de noche, lo de acelerar el sueño me parece de un virtuosismo que me maravilla y me estupefacta.
A veces, o casi siempre, anticipamos en pensamientos ajironados lo que otros tienen la pericia y acierto de prosificar. Experiencia directa y tangible de la cosa cotidiana, a medio camino entre lo público y lo privado. Por suerte, el libro que señalas está en la biblioteca de mi universidad, así que ya lo tengo en cola de espera...
EliminarPese a todo, Juan, no me acaba de quedar claro que seamos de verdad esos héroes de lo común, pues no veo -¿seré miope total?- rasgo alguno de heroicidad en hacer aquello para lo que mejor dotados estamos, es decir, nada.
Entre nosotros, te diré un truco para poder dormir deprisa: aprieta con fuerza los puños. En fin, que uno coja el sueño de una vez...
Un abrazo.