Decía el sabio Teodoro –ya saben, el de «cuentan de un sabio que un día tan pobre y
mísero estaba…», aunque Calderón guardara siempre celosamente su nombre,
quizá por lo de los derechos de autor– que para lo necesario con poco basta. Y
debía de ser cierto en su época, cuando aún no se había inventado del todo el
capitalismo, aunque algunos mercaderes de tres al cuarto ya andaban trasteando
con ello…
Hoy, sin embargo, ese poco que satisface lo necesario
se mide, en primer lugar, por la propia definición de poco, y después, no menos importante, por la de necesidad. En suma, que no parece haber
suficiente para todos. Echando cuentas, se ve que a casi nadie satisfizo el
negocio, de resultas de lo cual unos dejaron de financiar lo imposible y otros
de comprar pisos como si fuera regaliz. Como consecuencia, el sistema ha tocado
fondo, se ha destapado el invento y no ha cogido a nadie, según noticias de
buena fuente, confesado.
Y ahora, en estos trances, ¿a quién echar la culpa?
No me digan, que ya lo sé, quién está pagando las consecuencias, no, sino quién
es en última instancia responsable. Lo más justo, equitativo y democrático sería
repartir, como en lo demás, solo que en este caso la parte más sustanciosa se
la llevan los que sustentan el todo común sobre sus doloridos hombros, es
decir, nosotros. Unos, porque se han visto lanzados de sus legítimos hogares
sin apenas contemplaciones y legislación en mano; y otros, o sea, los demás,
porque de los menguados jornales aún se lleva la Hacienda pública –otra vez
nosotros, ¿no?–, parte no magra, precisamente. Pero vayamos por partes.
Si, como dicen voceros y gurúes, hay que echar la
culpa del desaguisado a aquellos tontos de baba que se embarcaron en hipotecas
desmedidamente grandes para sus bolsillos por pretender vivir por encima de sus
posibilidades, es decir, de lo que por origen, dignidad y mérito les
corresponde, habrá que hacer un exquisito trabajo de investigación para ver el
porqué de esta incomprensible manera de actuar de tanto tonto. Pero no hay que
indagar demasiado para comprobar, siguiendo la pista de tanta mierda, que detrás
de estos pretenciosos pobres diablos asoma, indefectiblemente, el asesor
inmobiliario, conchabado en muchas ocasiones con el director de sucursal
bancaria para, en tan solidaria empresa, procurar que a ningún trabajador,
nativo o inmigrante, le falte su pisito. No vamos a tratar aquí de las cláusulas
de los contratos de préstamo hipotecario que se firmaban, porque al parecer está
sub iudice.
Siguiendo nuestras pesquisas, vemos que al final de
la calle está el promotor inmobiliario, quien, como Alicia en su maravilloso país,
no acabe de creerse lo que ve: ¡el paraíso hecho de cemento, andamios y
ladrillos! Pero, sin la necesaria complicidad de los presidentes y directores
de cajas y bancos poco o nada podría haber hecho –más o menos lo que está
pasando ahora, con grúas oxidándose al viento y esqueletos de hormigón recordándonos
nuestra mortal condición. ¿Dónde estaban en esa época dorada los consejos de
administración de las entidades, y dónde el presidente del Banco de España, según
la ley máximo supervisor del sistema financiero?
Pero, queridos y esforzados lectores, hay más. Si el
culpable de esta situación es el ciudadano particular que, sin conocimientos
claros y precisos de economía, finanzas o mercados, y sin asesoramiento fiel y
comprometido, se ha endeudado por encima de su nivel razonable de renta,
¿podremos en justicia exonerar de la tal responsabilidad a tantos cientos de
ayuntamientos que, contando con esos conocimientos y asesores, se lanzaron
igualmente a unas enormes obras de infraestructuras, dotacionales y urbanísticas
de difícil encaje en sus presupuestos, por lo que tuvieron que endeudarse por
encima de los límites aconsejables? ¿Y qué decir de nuestras queridas Comunidades
Autónomas, que en el paroxismo de su ambiciosa lujuria acometieron proyectos
faraónicos sometiéndose, a su vez, al dios mercado y a la financiación
inagotable? ¿Y el Estado, léase Gobierno de la nación, con su cohorte de
asesores, técnicos y doctos paniaguados, que igualmente cayó en el error de
creer que el maná jamás dejaría de brotar?
Parece, a simple vista y sin tener que recurrir a
datos, estadísticas o sesudas interpretaciones de sesudos expertos en humo, que
el nivel de responsabilidad va creciendo a medida que subimos en el escalafón
social, jurídico y político. Y, sin embargo, los únicos que pagan para que todo
siga funcionando, aunque sea a trancas y barrancas, es el último eslabón de la
cadena, el más numeroso pero también el más débil, la base ciudadana que tiene
en sus manos, paradojas de la democracia, la soberanía nacional. Estamos padeciendo,
desde hace algunos años, o más, un fraude, un engaño de magnitudes ciclópeas,
una gran estafa piramidal en cuya cúspide se encuentran esos pocos, selectos e
innombrables sujetos, oligarcas del poder financiero mundial, a los que hay que
seguir alimentando, como si de divinidades terribles y vengadoras se tratara,
con el sacrificio del pueblo sometido, este pueblo que solo come lo que le
echan.
Escrito esto que llevan leído, amaneció el día de
hoy, domingo, fecha de autos, y varias noticias motivan cierto abundamiento en
el asunto. Ignora el escribidor si la ley que está en trámite parlamentario,
junto con la iniciativa legislativa popular avalada por tantas firmas, entrará
al trapo de una vez por todas y decidirá no solo sobre los intereses de demora
abusivos y otros aspectos menores,
sino sobre lo que realmente es importante, como la desigualdad de negociación
que se da en prácticamente todos los casos cuando nos sentamos en el despacho
del director de sucursal bancaria, y también después en la propia notaría,
donde un señor que aprobó una oposición hace caja ufanamente leyendo de corrida
cuatro muletillas idénticas a todos los protocolos sin explicar, a quien tiene
la audacia, sangre fría y evidente falta de consideración hacia la autoridad
notarial, de preguntar sobre algún aspecto que no tiene muy claro, lo que
realmente significa esa letrita pequeña de nada…
No. Dicen los políticos, siguiendo los dictados de
los banqueros y tratando de alarmar a la sociedad, que la dación en pago
obligatoria por parte de los bancos supondría un enorme desajuste de todo el
sistema financiero, que debería entonces, para contrarrestar el agujero de
capital que previsiblemente se produciría, endurecer extraordinariamente las
condiciones en que presta dinero a los ciudadanos. Sobre esto se pregunta el
escribidor varias cosas. Primero, ¿cómo es posible que puedan decir, sin reparo
ni vergüenza, que deberían endurecer tales condiciones, si hoy mismo, sin estar
admitida la dación, es tarea prácticamente imposible obtener un crédito, y
quien lo consigue debe para por él unos intereses astronómicos, aun cuando el
precio oficial del dinero es del 0,75%? Segundo, ¿cómo pueden tener la
desfachatez de asegurar tal cosa, banqueros y políticos, cuando en otros países
presuntamente civilizados y occidentales la dación, esté o no regulada, es práctica
común y perfectamente asumida? Y tercero, y quizá más importante, ¿pretenden
hacernos creer que con una tasa de morosidad hipotecaria de en torno al 3% –incluyendo
todo tipo de inmuebles, de los que habría que ver cuáles corresponden a primera
y única vivienda–, la admisión de la dación en pago provocaría esa temible caída
del sistema financiero? Obvian decir, también, que en este país el bien más
preciado de cualquiera –en realidad por desgracia– es su casa, y que se está
dispuesto a casi todo, incluso a pasar hambre, para no perderla, y que cuando
una familia solicita, casi implora a su banco, esta drástica medida, no suele
ser por gusto propio, sino porque no ven otra manera, dadas las abusivas
condiciones de su contrato hipotecario, de no arruinar su vida futura, de poder
comenzar de nuevo, de tener otra oportunidad…
Si la extrema estupidez y ambición de banqueros y
promotores condujo al estallido de eso que llamaron burbuja inmobiliaria, con
las desastrosas consecuencias que hoy vivimos, cabría preguntarse en qué grado
de esa misma estupidez, dentro de una escala infinita, se halla nuestra clase dirigente,
porque parece hora ya de que también pinche la burbuja política.
Y que, después de todo, estos delincuentes de guante
blanco nos acosen y derriben con el dinero que el Gobierno recauda de nuestros
impuestos…
Auténtica resonancia magnética que levanta el mapa piramidal de la crisis siguiendo al pie de la letra el viaje excepcional del crudísimo documental americano "Inside Job" en que desvelaron las responsabilidades de quienes, para mas inri, siguen ocupando puestos de máxima responsabilidad. Recordemos que nuestro ministro Güindous fue alto cargo de Lehman Brothers para España y Portugal... Por otro lado, es cierto que la boba confianza del español medio en los apoderados de las cajas de ahorros ha llevado a la ruina a no pocos incautos, en una demostración de lo populares que son las tesis roussonianas sobre la infinita bondad natural de la especie... Eso unido a la desoladora ausencia de la afición a leer diarios, ver telediarios o escuchar noticiarios, porque abusos de confianza de esos apoderados se han retransmitido desde hace decenios.
ResponderEliminarSea como sea, la pirámide levantada es testimonio de una verdad rotunda como su cubicaje.
Si uno tuviera, por tener algo, las siete vidas del gato, no le importaría, gustoso, entregar una o dos por ver si la humana salvación -no esa salvífica superstición alimentada desde hace tanto, sino la que presupongo real aunque efímera- consumaba al fin. Pero, como de minino solo me queda el bigote y algunos bufidos, dejaré para mejor ocasión tan supremo como estéril sacrificio, no sea que me tomen la palabra -e incluso las restantes vidas- y ardamos todos juntos inflamados de orgullo y vanidosa prepotencia, talmente esa con la que se envuelven nuestros sabios dirigentes y en la que se refugian sus meritorios.
EliminarUn abrazo.