domingo, 7 de abril de 2013

Gallia est...


…omnis divisa in partes tres, o eso decía César, porque la verdad es que estaba mucho, mucho, más partida. Claro que la división a la que alude el conquistador es la que los propios romanos –que como todos saben eran los jefes– hicieron. Esta Gallia céltica de las crónicas es también llamada Comata, Melenuda en castellano, tal era la descripción que los romanos hacían de los galos, portadores de largas y rubias cabelleras.

Debo decir, para que nadie se llame a engaño, que a lo largo de la laboriosa tarea de investigación que desarrollé durante tres años para dar forma a esta mi primera tesis, que como se puede ver trata de galos y romanos, en ningún momento hallé indicios de la existencia, real o supuesta, de Astérix, de Obélix o de cualquiera de los demás personajes de la trama. Por otra parte, y aunque se empeñen los ilustres herederos del décimononicismo, carecería de sentido tratar de establecer una definición coherente para la entidad territorial que conocemos como Gallia. Tal concepto de una Gallia que formara una estructura política con existencia propia antes de la conquista de César no es sino fruto de la historiografía más chovinista.

Si bien es verdad que en la cultura grecorromana del cambio de Era el término Gallia existía, lo hacía solamente en calidad de forma convencional para designar una de las partes del mundo conocido, pero nunca tratando de conferirle otra entidad que la estrictamente geográfica, por más que, también, pudiera expresar, pero muy ambiguamente, cierta homogeneidad cultural.

Será César el primero en tratar de establecer unos límites precisos a los nuevos territorios conquistados por él para Roma, a la vez que esbozaba ciertas matizaciones de carácter étnico que diferenciaban a los pueblos de estos territorios de los que habitaban en la Provincia romana del sur, la Gallia Narbonensis, que sí contaba en ese momento con una larga tradición romanizadora.

Es cierto que los pueblos celtas de la Gallia compartían más o menos la misma cultura derivada de La Tène, que rendían culto a similares divinidades, que sus formas de comportamiento tribal obedecían a estructuras sociopolíticas semejantes y que, incluso, contaban en ocasiones con instituciones pancélticas como la druídica. Pero no es posible hablar de la nación gala en el sentido estricto que el término implica, puesto que jamás existió ninguna estructura organizativa permanente de carácter supratribal, y aunque pudiera hablarse, con todas las reservas precisas, de cierta conciencia de unidad étnico-cultural, tampoco sería lo suficientemente fuerte como para cuajar en algo realmente estable y aglutinador de un embrión de Estado. Así, pues, cuando César inicia las hostilidades contra los Helvetii, no existe noción de pueblo galo, como tampoco la hay de una patria gala.

Los pueblos de la Gallia han alcanzado, en el momento en que César llega, una especie de equilibrio natural, ocupando cada uno de ellos un territorio más o menos delimitado y estabilizado que se superpone a la primitiva estructura autárquica de la población precelta. Se forman así las tribus célticas, unidades sociales autosuficientes cuyos miembros están ligados entre sí por lazos de sangre al descender de un antepasado común, real o legendario, establecidas en un territorio no demasiado amplio. En la Gallia céltica, este concepto de tribu equivaldría al pagus, de la misma forma que en Irlanda es conocido como tuath. Estos pueblos conformaban el mosaico que César encuentra al inicio de su campaña, un conglomerado de unidades étnicas independientes que, en la mayoría de los casos, estaban supeditados económica o políticamente unos a otros, pero que carecían en sentido pleno de todo sentimiento de unidad o de estructuras organizativas comunes.

En fin, que me perdonen nuestros vecinos franceses, tan nacionales como nacionalistas ellos, pero remontarse hasta Vercingétorix para afianzar su sentimiento patriótico es lo mismo que intentó –¿consiguió?– Franco llenando los libros de la nueva historia de España con la figura de Viriato, y después con la del Cid, para reivindicar las raíces de la unidad de destino.

2 comentarios:


  1. Bien, amigo Javier: esta exposición tuya demuestra que siempre se está a tiempo para aprender cosas nuevas, y, claro, sólo se puede aprender de quien sabe más que uno. Es por eso muy importante saber acercarse y mantener relación con las mentes privilegiadas, aquellas de las que uno puede respirar aire más sano y más limpio. Es lo que me pasa a mí cuando leo tus textos. No es fácil encontrar por Internet textos que valgan la pena, pero en este caso tengo que quitarme el sombrero y reconocer públicamente que, después de haber oído hablar de los Galos y de la Gallia, y de César, durante casi medio siglo, he encontrado en tu texto cosas y conceptos que yo desconocía, conceptos en los que no se me había ocurrido pensar antes.

    Y es que es una verdad como un templo, lo reconozco ahora, que esa unidad de la Gallia que nos presenta César como preexistente a su conquista es una invención suya, una especie de proyección en el Nuevo Mundo que era para él la Gallia, de las formas de funcionamiento habituales en Roma. Y claro, también pones, amigo Javier, la atención en la desinformación que ha aportado el cómic, cuando nos presenta una serie de personajes y conductas que jamás existieron: suele pasar esto con las cosas romanas y, más que nunca, ahora, cuando, en la pobreza de los estudios clásicos, hay mucha gente que los añora, y se ve con la libertad de citar en Latín –por lo menos en Griego esto no ocurre-, a diestra y siniestra, sin el menor rigor.

    Bueno, amigo Javier, poco puedo yo añadir a lo que has dicho tú: simplemente me queda felicitarte por ese exquisito trabajo, y solicitarte que no desistas en tu empeño de poner a nuestra disposición algo de lo mucho que tú sabes.

    Te envío un gran abrazo, amigo mío.

    Antonio Martín Ortiz
    Catedrático de Latín

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    1. En efecto, Antonio, siempre estamos aprendiendo, y más de los errores cometidos, que son muchos, como bien sabes, que de lo que aparentemente sabemos o creemos saber. El conocimiento es tan extenso que, como poco, nos sentimos pequeños y abrumados, cuando no directamente incapaces...

      En la red hay de todo, y mucho bueno, afortunadamente. Solo hay que dedicar algún tiempo a buscar en la dirección adecuada, lo cual no es siempre, por desgracia, fácil. A veces, no obstante, mirar con otros ojos lo mismo que hemos estado viendo como inmutable durante años, nos acerca un poquito más a su auténtica esencia, si es que tiene alguna, y nos permite poner en tela de juicio nuestros propios y afianzados convencimientos. ¡Qué buena es la controversia para mantener despierto el entendimiento!

      Gracias, Antonio, por tu oportuna intervención. Te envío un fuerte abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...