…omnis divisa
in partes tres, o eso decía César, porque la verdad es que estaba mucho, mucho, más
partida. Claro que la división a la que alude el conquistador es la que los
propios romanos –que como todos saben eran los jefes– hicieron. Esta Gallia céltica de las crónicas es
también llamada Comata, Melenuda en castellano, tal era la
descripción que los romanos hacían de los galos, portadores de largas y rubias
cabelleras.
Debo decir, para que nadie se llame a engaño, que a
lo largo de la laboriosa tarea de investigación que desarrollé durante tres
años para dar forma a esta mi primera tesis, que como se puede ver trata de
galos y romanos, en ningún momento hallé indicios de la existencia, real o
supuesta, de Astérix, de Obélix o de cualquiera de los demás personajes de la
trama. Por otra parte, y aunque se empeñen los ilustres herederos del
décimononicismo, carecería de sentido tratar de establecer una definición coherente
para la entidad territorial que conocemos como Gallia. Tal concepto de una Gallia
que formara una estructura política con existencia propia antes de la conquista
de César no es sino fruto de la historiografía más chovinista.
Si bien es verdad que en la cultura grecorromana del
cambio de Era el término Gallia
existía, lo hacía solamente en calidad de forma convencional para designar una
de las partes del mundo conocido, pero nunca tratando de conferirle otra
entidad que la estrictamente geográfica, por más que, también, pudiera expresar,
pero muy ambiguamente, cierta homogeneidad cultural.
Será César el primero en tratar de establecer unos
límites precisos a los nuevos territorios conquistados por él para Roma, a la
vez que esbozaba ciertas matizaciones de carácter étnico que diferenciaban a
los pueblos de estos territorios de los que habitaban en la Provincia romana del sur, la Gallia Narbonensis, que sí contaba en
ese momento con una larga tradición romanizadora.
Es cierto que los pueblos celtas de la Gallia compartían más o menos la misma
cultura derivada de La Tène, que rendían culto a similares divinidades, que sus
formas de comportamiento tribal obedecían a estructuras sociopolíticas
semejantes y que, incluso, contaban en ocasiones con instituciones pancélticas
como la druídica. Pero no es posible hablar de la nación gala en el sentido
estricto que el término implica, puesto que jamás existió ninguna estructura
organizativa permanente de carácter supratribal, y aunque pudiera hablarse,
con todas las reservas precisas, de cierta conciencia de unidad
étnico-cultural, tampoco sería lo suficientemente fuerte como para cuajar en
algo realmente estable y aglutinador de un embrión de Estado. Así, pues, cuando
César inicia las hostilidades contra los Helvetii,
no existe noción de pueblo galo, como tampoco la hay de una patria gala.
Los pueblos de la Gallia
han alcanzado, en el momento en que César llega, una especie de equilibrio
natural, ocupando cada uno de ellos un territorio más o menos delimitado y
estabilizado que se superpone a la primitiva estructura autárquica de la
población precelta. Se forman así las tribus célticas, unidades sociales
autosuficientes cuyos miembros están ligados entre sí por lazos de sangre al
descender de un antepasado común, real o legendario, establecidas en un
territorio no demasiado amplio. En la Gallia
céltica, este concepto de tribu equivaldría al pagus, de la misma forma que en Irlanda es conocido como tuath. Estos pueblos conformaban el
mosaico que César encuentra al inicio de su campaña, un conglomerado de
unidades étnicas independientes que, en la mayoría de los casos, estaban
supeditados económica o políticamente unos a otros, pero que carecían en
sentido pleno de todo sentimiento de unidad o de estructuras organizativas
comunes.
En fin, que me perdonen nuestros vecinos franceses,
tan nacionales como nacionalistas ellos, pero remontarse hasta Vercingétorix
para afianzar su sentimiento patriótico es lo mismo que intentó –¿consiguió?–
Franco llenando los libros de la nueva historia de España con la figura de
Viriato, y después con la del Cid, para reivindicar las raíces de la unidad de destino.
ResponderEliminarBien, amigo Javier: esta exposición tuya demuestra que siempre se está a tiempo para aprender cosas nuevas, y, claro, sólo se puede aprender de quien sabe más que uno. Es por eso muy importante saber acercarse y mantener relación con las mentes privilegiadas, aquellas de las que uno puede respirar aire más sano y más limpio. Es lo que me pasa a mí cuando leo tus textos. No es fácil encontrar por Internet textos que valgan la pena, pero en este caso tengo que quitarme el sombrero y reconocer públicamente que, después de haber oído hablar de los Galos y de la Gallia, y de César, durante casi medio siglo, he encontrado en tu texto cosas y conceptos que yo desconocía, conceptos en los que no se me había ocurrido pensar antes.
Y es que es una verdad como un templo, lo reconozco ahora, que esa unidad de la Gallia que nos presenta César como preexistente a su conquista es una invención suya, una especie de proyección en el Nuevo Mundo que era para él la Gallia, de las formas de funcionamiento habituales en Roma. Y claro, también pones, amigo Javier, la atención en la desinformación que ha aportado el cómic, cuando nos presenta una serie de personajes y conductas que jamás existieron: suele pasar esto con las cosas romanas y, más que nunca, ahora, cuando, en la pobreza de los estudios clásicos, hay mucha gente que los añora, y se ve con la libertad de citar en Latín –por lo menos en Griego esto no ocurre-, a diestra y siniestra, sin el menor rigor.
Bueno, amigo Javier, poco puedo yo añadir a lo que has dicho tú: simplemente me queda felicitarte por ese exquisito trabajo, y solicitarte que no desistas en tu empeño de poner a nuestra disposición algo de lo mucho que tú sabes.
Te envío un gran abrazo, amigo mío.
Antonio Martín Ortiz
Catedrático de Latín
En efecto, Antonio, siempre estamos aprendiendo, y más de los errores cometidos, que son muchos, como bien sabes, que de lo que aparentemente sabemos o creemos saber. El conocimiento es tan extenso que, como poco, nos sentimos pequeños y abrumados, cuando no directamente incapaces...
EliminarEn la red hay de todo, y mucho bueno, afortunadamente. Solo hay que dedicar algún tiempo a buscar en la dirección adecuada, lo cual no es siempre, por desgracia, fácil. A veces, no obstante, mirar con otros ojos lo mismo que hemos estado viendo como inmutable durante años, nos acerca un poquito más a su auténtica esencia, si es que tiene alguna, y nos permite poner en tela de juicio nuestros propios y afianzados convencimientos. ¡Qué buena es la controversia para mantener despierto el entendimiento!
Gracias, Antonio, por tu oportuna intervención. Te envío un fuerte abrazo.