martes, 28 de mayo de 2013

El hombre y la tierra

¿De dónde le vendrá al hombre ese apego al terruño, con el que a veces parece fundirse, y confundirse, en simbiótica comunión? Quizá los nacionalismos más exacerbados no sean, en realidad, sino muestra extrema de ese sentimiento ancestral –al menos desde que el sedentarismo se impuso entre los primitivos grupos humanos– de propiedad pero al mismo tiempo de pertenencia.

Vemos hoy, y podemos también leerlo en los textos de historia, que los de aquí desprecian a los de allí por ser de una manera distinta, por defender una bandera de otro color o por hablar diferente lengua. Sin embargo, a todos ellos une, sin que se den siquiera cuenta, las mismas cosas: una forma de ser, una enseña nacional y un idioma común. A cada grupo o sociedad el suyo, sí, pero en el fondo las mismas cosas, de suerte que lo que une, si es igual, separa, pero solo si es distinto. Lo vemos con mayor claridad en el deporte, sobre todo el fútbol, que a todos apasiona por igual por más que estos sean seguidores de un equipo y aquellos de otro, hasta la muerte, incluso, y esto literalmente.

Los de aquí no se dan cuenta de que un día, no hace tanto, fueron de allí, o hasta allí se fueron y luego volvieron. Tampoco parecen percatarse de que cualquier otro día serán nuevamente de allí, sea este allí el sitio que sea, que tampoco vamos a empezar ahora con manías… Este paradigma podría bien valer, por ejemplo, para nuestros propios emigrantes, que marcharon en tropel a las bárbaras tierras europeas allá en los sesenta y setenta, y que por cierto ahora vuelven a partir hacia ese exilio de la salchicha y la cerveza, solo que esta vez como personal cualificado. Y, si nos remontamos unos pocos años más, o unas cuantas décadas, ¿qué me dicen de los que se fueron a la Argentina, a ser pamperos, y panaderos, y camareros, todos ellos brutos gallegos, según las gentes, todas cultas, al parecer, que por allá vivían –todos descendientes, también, de esos gallegos advenedizos–, y que hace unos años, curiosamente, retornaban a la tierra patria, bruta y gallega y todo, huyendo de dictaduras varias –de los de la gorra de plato y de los de la chistera.

No es por meterme con nuestros hermanos argentinos, ni mucho menos, pero parece que llevan a mucha honra eso que llamaron independencia de la tiranía española (que lo era, faltaría más), y que comenzó a suceder allá por estos meses de mayo de 1810, justo cuando, por estas tierras más cercanas, los franceses se empeñaban, a su vez, en liberarnos de nuestra propia tiranía borbónica. Hay que ver, cuántos tiranos, cuántas independencias y cuántos chovinistas nacionalistas patriotistas disparando, repartiendo puñadas y mandobles por doquier… y todo para ser independientes y libres y justos y hasta iguales. Todo por librarse del yugo opresor del extranjero. Luego, no importa soportar al tirano de casa, que es de los nuestros, pero al otro no, porque eso atenta contra nuestro orgullo patrio, nuestros altos valores nacionales y nuestra esencia misma de pueblo, nación, tribu o aldea de montaña.

Por eso se preguntaba uno de dónde le vendrá a uno esa vena filiomaterna por la tierra cuando, en sí misma, la tierra es solo un lugar por donde pasar, donde estar un tiempo, en el mejor de los casos. A uno le parecen bien todas las cosas, hasta las más descabelladas, con tal que no supongan, para otros, merma de sus propias vidas o su dignidad, que es lo que más deberíamos defender, porque la tierra, ésa, nadie se la va a llevar a ningún sitio. Cuantas más fronteras marquemos sobre los mapas de la intransigencia, más trincheras estaremos levantando, zanjas donde, al final, moriremos defendiendo un trozo de tierra que acabará valiendo oro, si es que la sangre llega a cotizar algún día en el mercado de valores ese de los cojones.

¿Adónde quiero ir a parar con todo esto? A ningún sitio, seguramente, pero como no tenía nada mejor que hacer, y estaba ocioso y hedonista y acomplejado y atontado y hasta la coronilla, pues eso…


4 comentarios:

  1. Vivo en un sitio donde muchos tiene conciencia de eso que se llama la Tierra y es expresada por el patriotismo, por el folklore, el deporte, los paisajes, las vírgenes, la lengua, la historia, la tradición… Yo, que no tengo nada de eso, lo observo con envidia como León Felipe que no tenía más que una mesa de madera y una silla en que sentarse y veía cada mañana a una niña que lo miraba. Pues así. Entiendo que existan sentimientos patrios. A mí me gustaría tener uno. Pero no lo tengo. La vida es más sencilla si uno tiene todo eso, al menos está clara. Los apátridas lo tenemos más difícil. No hay nunca calor que te caliente el alma. Hace frío y estamos desnudos. ¡Visca Catalunya! Si me lo creyera…

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No diré que uno deba sentirse despegado de lo que le proporciona sustento, calor y hasta refugio, en sus muchas vertientes. Pero -y que conste ante notario que me lo ha pisado Juan en su comentario- anteponer el amor a un territorio envuelto en unos colores a ese otro y fraterno debido a las personas, me parece tan excesivo como repudiable, cuando menos cuestionable.

      No deberías añorar patriotismo alguno, Joselu, pues es el argumento que usa el poder para azuzar a las masas en defensa de sus ideales, supuestos o impuestos. Afortunado tú, que no arraigas, como tampoco yo, y eso nos salva de caer en la demagogia fantasmagórica del que defiende su patria del enemigo feroz que se la quiere arrebatar. Y mucho menos, además, tendría que arrebatarte deseo alguno de esa envidia que afirmas sentir, que es cosa fea en un hombre de letras, y demostradas tienes las tuyas.

      Viva la vida, en todo caso, y la dignidad del hombre bueno, y la irreverente rebeldía ante cualquier sumisión, ante cualquiera...

      Un abrazo

      Eliminar
  2. El pueblo llano tiene claro lo de "no de donde se nace...", consustancial al nomadismo propio de la especie que aún se resiste a desaparecer, por más que acumulemos siglos tratando de convertir el sedentarismo en otra palabra encadenada de nuestro ADN. He vivido, por suerte, en muchas tierras diferentes y con personas de muy distintas costumbres, hablas, ideas y sueños. Jamás he tenido terruño al que propiamente llamar así, y, por no tener, ni casa familiar he tenido nunca a la que volver. Mi patria es, como dijo María Zambrano, mi lengua, y nunca nadie me va a exilar de ella. Y desde esa lengua se obra el prodigio de sentirse en todas las demás como si fuesen la propia, aunque tengan tantos paisajes inaccesibles. Por lo demás, entre la tierra y las personas, nunca he dudado qué había de escoger. No es una obviedad, porque sé de quienes estarían dispuestos a sacrificar personas para defender paisajes, floras y faunas..., quienes anteponen Gaya a los gayos que disfrutamos de ella o que, como por desgracia sucede a menudo, se la cargan, aunque con el beneplácito de los poderes económicos y políticos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Juan, como ya habrás leído, te adelantaste a este humilde escribidor, no en vano me aventajas en saberes y ciencias, que a veces más semejas adivinador de los buenos, de los hepatoscópicos -no diré profeta por no caer en pecado... Pero la razón, sea eso lo que sea, te asiste una vez más, y es que el hombre, que puede dar su vida por un trozo de tela roja, de la misma manera lo hará por otro de color amarillo. Un hombre, quiero decir, uno concreto, que no dudará en cambiar de bando si con ello adquiere mayor beneficio o siquiera su promesa... En el fondo somos mercenarios, y pagamos el precio en sangre, en alienación ignominiosa.

      Como dejó dicho Cervantes, el que anda mucho y lee mucho, ve mucho y sabe mucho. Si los hombres fuéramos más leídos, más viajados y menos centrífugos, quizá nos convenceríamos entonces de cuán estúpida es la actitud que continuamente adoptamos frente a todo, más aún en lo que a las relaciones humanas se refiere, ya sean personales, de grupo o tribales., que casi siempre nos son impuestas por tradición, cultura o como queramos llamarlo, pero pocas veces obedecen a nuestros reales conocimientos.

      Cosmopolita es una palabra que tardé tiempo en saber pronunciar, y algo más en comprender, pero, a partir de ese momento, me sentí algo menos atado por la herencia y más dispuesto a abrir los ojos y los oídos... aunque a veces solo fuera para reconvencerme de cosas que ya sabía o intuía. Sin embargo, es maravilloso aprender, porque con cada conocimiento se abre un poco más la mente, y así van cabiendo más cosas, y vamos siendo más humanos, que es a lo que deberíamos tender en definitiva.

      Un abrazo

      Eliminar

Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...