lunes, 3 de junio de 2013

Ganado lanar

Desde lo alto de esta atalaya fantástica que la tecnología pone al alcance de cualquiera, por mediocre que sea uno –es decir, cualquiera–, no puede dejar de contemplarse panorama más digno de elogio, pues se divisa, hasta donde alcanza la vista sobre el lejano horizonte, la ordenada multitud que somos. Y maravilla darse cuenta de que avanzamos en la dirección correcta solo con fijarnos someramente en esa dirección hacia la que vamos, sin necesidad de preguntar a nadie. La marea que forma la especie camina, paciente y metódica, por la senda salvífica de cualesquiera religiones, vestidas con lujo, engalanadas como los machos de algunos tipos de aves para atraer, como ellos, a las hembras mejor dispuestas para el apareamiento. Esta comunión no es gratuita, pues se produce con la esperanza de una mejor aptitud que en términos religiosos podríamos interpretar como el legado que la fe deposita en cada generación de creyentes, acrecentando su impulso y renovando el compromiso iniciático que conducirá a la salvación eterna.

La religión eliminó la incertidumbre del espíritu del hombre, y a ella debe éste, por eso, eterna gratitud, pues no en vano vino a disipar las tinieblas en las que la desazonada especie, todavía menor de edad intelectual, se debatía desde su alumbramiento a la era sapiens. Si despojamos al hombre de su temor atávico, de su desconocimiento del futuro, e incluso del pasado, y le proporcionamos la herramienta precisa para convertirlo a la fe, esto es, la seguridad de una vida mejor, lo habremos ganado para la causa, sea ésta la que sea. Y es que hay, efectivamente, un Dios único y verdadero: el hombre, pero el hombre rico, claro, porque todo el mundo sabe que a Dios lo inventaron los ricos para contentar a los pobres.

Beatos y meapilas, amén de fanáticos ultraortodoxos de cualquier pelaje, me dejan tan frío como caliente, pero, por lo que más quieran, no se me ofendan los creyentes, porque el oficio de creedor o seguidor de la fe es tan noble (y tan alta su misión en el planeta, o sea, receptores pasivos del mensaje), como los demás oficios que ejercen los hombres, incluido el más antiguo del mundo, adjudicado por voluntad de la selección natural (entre sexos, quiero venir a decir, y a propósito de esto, ¿alguien sabría explicar por qué todas las religiones son misóginas?) a la mujer –¿no habría prostitutos por aquel entonces?

Y ya que hablamos de religión, pero por voluntad propia, no impuesta desde el gobierno, podríamos decir, y diremos, que la teología es como ciencia de la nada, porque el objeto de su estudio es metafísico, intangible y, además, inexistente. Vendría a ser otra rama más de la literatura de ficción, a la cual Borges remite también la mismísima metafísica, como dice con absoluta claridad en Tlön, su república imaginaria: «Los metafísicos de Tlön (…) juzgan que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. Saben que un sistema no es otra cosa que la subordinación de todos los aspectos del universo a uno cualquiera de ellos»

Son grandes las religiones, pero la cristiana sobre todo, pues diseña una estructura permanente, coherente y homogénea de la que parecen carecer las otras religiones monoteístas: el Islam porque se diluye en califatos, cainatos y taifas a pesar de contar con más empuje potencial, y el judaísmo porque, aun siendo credo, raza y política al mismo tiempo, carece del elemento esencial que le aporte vigor demoledor, una unicidad dirigida. Es, por tanto, más grande el imperio del cristianismo que cualesquiera otros, incluidos los mismos poderes e instituciones del Romano, al que, más que heredarlo, contribuyó a arruinar.

Sin embargo, la grandeza de la religión, que empequeñece lo humano, consiste precisamente en eso, en situarse por encima del hombre, en apariencia deleznable, pero del que bebe, se alimenta y hacia el que irremediablemente tiende por ser su misma esencia. Antes uno se consolaba creyendo que podía hablar con Dios, hasta que uno cayó en la cuenta de que en realidad hablaba solo. Únicamente los antiguos griegos podían hablar con sus dioses, pero solo porque eran ellos mismos, porque se habían creado a sí mismos… No creo, pues, que ningún dios haya hecho al hombre. Antes bien, lo ha deshecho. Pero, como dejó dicho san Ignacio de Loyola, «debemos estar siempre dispuestos a creer que lo que nos parece blanco es en realidad negro, si la jerarquía de la Iglesia así lo decide»


Desgraciadamente, la naturaleza no ha creado aún ninguna oveja sapiente, aunque por suerte, y quizá para compensarnos de tan irreparable ausencia, ni churras ni merinas creen en Dios… por ahora.

2 comentarios:

  1. Presentas dos ideas que me resultan atractivas. Primero, nunca comprendí cómo podían existir cátedras de metafísica. Intenté leer, siendo casi un niño, la de Aristóteles, y recuerdo que me pareció un puro disparate. En cambio, los dioses griegos siempre me gustaron. El monoteísmo responde a todas las preguntas sin respuesta con una única ingógnita-solución. El politeísmo, en cambio, siempre me pareció mucho más refinado. Desconocemos las respuestas, pero advertimos que ciertas preguntas guardan una relación entre sí, así que las agrupamos por una suerte de sensibilidad a la que ponemos el nombre de un dios. En la "religión" afrocubana, que a mi juicio es preciosa, estos elementos, al modo exacto de los dioses griegos, se personifican en caracteres. Como los griegos, los Orishas cubanos sienten pasiones, beben ron y fuman tabaco. De modo que no es difícil adivinar con qué Orisha o qué diosecillo tiene uno mismo afinidad. Y ese conocimiento es más que no saber nada.
    Saludos cordiales.

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    1. Cualquier cosa puede existir, Animal, solo hace falta que la pensemos, la escribamos, la dibujemos, la construyamos o la conjuremos: Dios, la metafísica (incluida la cátedra correspondiente, claro), la ciudad ideal, los ángeles (con sexo o sin él, para evitar discusiones), la democracia, el español inteligente...

      Tener uno o muchos dioses es, a efectos puramente racionales, irrelevante, si acaso predispone mejor a la sociedad politeísta a encarar su propio devenir. Es verdad, también, que eso, por si solo, no es garantía de nada, porque unas culturas suceden a otras, sean del signo que sean, y si es cierto que ya ha llegado el fin de la historia, como sugiere el amigo Fukuyama, entonces tendrás que convenir conmigo, aunque nos duela, que es el monoteísmo, en sus diversas variantes, lo que se impone.

      Los dioses griegos, más mundanos y accesibles, reflejaban lo que realmente era -y es- el hombre; los dioses únicos traslucen, en en fondo, lo que el hombre, cualquier hombre, aspira a ser: omnipotente, omnisciente, vengativo y (pseudo)justiciero. Solo en eso se diferencian. ¿Es poco?

      Un abrazo

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...