viernes, 13 de septiembre de 2013

Las villas romanas de la Meseta (I)

La villa representa, dentro de la panorámica general del Imperio, la unidad de producción agropecuaria básica del sistema económico romano. Según la ideología tradicional, y en evidente contraposición al posterior desarrollo medieval del concepto, la ocupación natural del caballero era la agricultura, y ya desde una época muy antigua los valores campesinos se encontraban fuertemente arraigados en la sociedad romana frente a los vicios inherentes a la ciudad. A pesar de ello, el romano debía acudir a la ciudad para ejercitar en ella su función política y financiera, de modo que, poco a poco, el medio urbano fue adquiriendo una sofisticación y un lujo que a la postre formarían un tipo de cultura asimilado por los grupos sociales más favorecidos. Pese a todo, los romanos mantuvieron la idea de una sociedad tradicional campesina, de modo que trasladaron al campo, a las villas, las comodidades y beneficios inherentes a la ciudad, llegando incluso a denominar pars urbana a la zona de la villa reservada para la residencia del propietario, diferenciándola así del resto de las instalaciones, o pars rustica.

Este esquema general que de la concepción de la villa y la vida en el campo tenían los romanos es, en la práctica, trasladado por ellos a los lugares conquistados que formarán el Imperio, incluida, por supuesto, Hispania. Sin embargo, el modelo de explotación agraria no se aplicaría en toda la península por igual. La economía de subsistencia que había caracterizado a los indígenas prerromanos, si bien pervive en forma de pequeños establecimientos agrícolas de carácter familiar, será progresivamente sustituida por el nuevo sistema de villas, sobre todo en las ricas y fértiles vegas andaluzas, levantinas y catalanas, territorios más prontamente romanizados. En las tierras del centro, en cambio, el proceso de implantación de las villas es más lento, y sólo a partir de finales del siglo I d.C. pueden documentarse en la Meseta. Se trata, de todas formas, de villas de pequeña entidad que no pueden compararse a las existentes en el sur y el litoral mediterráneo.

A partir de finales del siglo II d.C. y a lo largo del III se observa un proceso de evolución en el sistema económico romano que potencia los establecimientos rurales como centros básicos de producción, pero es sin duda el periodo del Bajo Imperio el momento de máximo esplendor de las villas de la Meseta. Se observa durante este periodo tardorromano, de forma pareja al distanciamiento de las oligarquías municipales respecto a sus obligaciones y cargas ciudadanas, un notable incremento tanto del número como del tamaño de las villas en Hispania, que tienden a concentrarse en dos áreas específicas anteriormente poco favorecidas por este proceso: la región occidental de Portugal, antigua provincia romana de Lusitania, y la Meseta norte, especialmente en su zona central, perteneciente a la provincia Carthaginensis.

Resulta evidente que a partir del siglo III d.C. y a lo largo de todo el periodo tardorromano, se produce una disminución del pulso urbano fruto de la nueva orientación que experimenta la sociedad en términos económicos. Entre otros factores, la fuerte imposición tributaria por parte de la Administración romana induce a las aristocracias ciudadanas a una reorientación de sus esfuerzos financieros, invirtiendo sus beneficios en grandes instalaciones rurales, las villas, a las que dotan de todo tipo de lujo y comodidades al mismo tiempo que potencian su carácter primigenio de unidades de producción. Se produce así un trasvase de población de la ciudad al medio rural, pues junto a estos grupos dirigentes abandonan también los núcleos urbanos cantidades crecientes de ciudadanos que ven en el trabajo en el campo, a las órdenes de los grandes latifundistas posesores, una salida para su supervivencia.

Es en la Meseta, como consecuencia de este proceso, pero también del auge que experimenta el llamado clan hispano en los círculos de poder imperial, donde con más claridad se aprecia la implantación del nuevo marco socioeconómico generado en el Imperio. La concepción esclavista republicana y altoimperial del trabajo en el campo varía sustancialmente en esta época como consecuencia de la influencia de la Iglesia y del nuevo ordenamiento económico. En otras palabras, la compra de un esclavo, aparte de ser moralmente reprobable, acarrea un gasto a veces excesivo, mientras que la confirmación del nuevo sistema de colonato, por el cual las gentes desplazadas de la ciudad al campo entran al servicio de los grandes propietarios, no sólo es gratuita en términos generales sino que además genera importantes beneficios debido a la abundancia de mano de obra y a la consiguiente diversificación de las producciones agrícolas.


9 comentarios:

  1. Muy interesante y, en términos generales, correcta versión del fenómeno de la expansión de las villa romana. Yo sé de uno que en sus tiempos mozo de estudiante se pasó un mes en una de ellas. Aprendió más de los mesetarios del momento (finales de la década de los 60) que de la cultura de las villas, no obstante la belleza de los mosaicos, por ejemplo.

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    1. Empatía social colonizadora, que también podríamos decir, lo cual valdría a su vez, por supuesto, para cuanto atañera a los gloriosos restos arqueológicos del lugar en cuestión.

      La historia es un retrato de cuando éramos críos, nosotros, o nuestros padres, o los abuelos, o los antepasados más remotos... En el fondo, somos siempre los mismos desde que inventamos a todos los dioses, lo que nos hace ciertamente estables, pero también impermeables. ¡Ah, los romanos! ¡Qué época más interesante! Lástima que de ellos solo conservemos rastros en la lengua y en el Derecho, porque es bastante probable que si adaptáramos nuestros usos a su sentido común, mejor nos pintaría... no sería lo ideal, pero, ¿qué cosa lo es?

      Un abrazo

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    2. Ojo, hay más rastros de ellos, la Arquitectura y en general la manera de construir, un alarga mano hasta nuestros días...

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  2. No exageremos, Javier... Lo de "adaptarnos a su sentido común" ha de tomarse como el deseo de quien sigue cualquier ejemplo de cordura, por mínima que sea, antes que soportar la insensatez general que se ha apropiado de vida de la polis; pero entre nosotros también hay grandes dosis de sentido común que evitan el agravamiento de ciertas situaciones límite. La villa, en el fondo, también puede contemplarse como la semilla del futuro caciquismo, ¿o solo un ignorante como yo podría decir tamaña barbaridad? Los lazos con la tierra, la dependencia de ella, de la naturaleza, crean en las personas la idea disparatada de que la naturaleza es la madre de las leyes, no nuestra inteligencia. Si uno piensa en Los santos inocentes advierte enseguida que el cortijo, variante de la villa, ¿o me extralimito?, es también una estructura de opresión, de esclavitud. Los siervos de la gleba, continuación con otro nombre de los esclavos, no dejan por ello de seguir siéndolo. De hecho, por el ejemplo al que he remitido, aún encorvan la espalda en miles de tierras de labor de nuestro país. En el Maresme catalán, por ejemplo, se ha resucitado la vieja tradición catalana de los negreros, aunque maquillada convenientemente, por supuesto. Cioran siempre se ha mostrado enemigo de la Historia, de su discurso y del propio concepto. Digamos que vio en ella una dependencia de la retórica que echa por tierra sus limitados aciertos. En fin, son reflexiones a vuelatecla y perfectamente desdeñables, soy consciente de ello. Como literato, siempre me ha movido más la intrahistoria unamuniana que las diferentes tendencias academicistas del estudio de la historia. Ahí està Lehman Brothers, pura historia reciente, para ver el nido de avispas que es meterse en la elucidación de qué diantres ha pasado en nuestro sistema financiero, eje de nuestro sistema social, según están las cosas. En fin.

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    1. (1/2)

      Bueno, Juan, quizá no me expresé correctamente, ni acoté el hilo de mis pensamientos, ni supe contextualizar el sentido del comentario… o puede que fuera todo ello junto. Lo poco que sé de historia alcanza para comprender que la descomposición del Imperio romano produjo desajustes –o mejor sería decir, en realidad, ajustes– de tipo socioeconómico tan contundentes como para dar un vuelco a las relaciones sociales vigentes hasta el momento, convirtiendo a hombres libres en colonos, que es otra manera (legal) de decir esclavos, nuevo y amplio grupo social mucho más económico y rentable para la élite dominante. De ahí, como bien señalas, sin que quepa barbaridad ni extralimitación, deriva la servidumbre medieval... y en muchos casos la actual.

      Quizá fuera esa la manera posible en que se pudo continuar siendo romano, a duras penas. En todo caso, no me refería a ello cuando hablaba del sentido común de los romanos. Aludía, aunque me faltó explicitarlo, a su forma de hacer las cosas, no en plena decadencia, sino durante la vigencia de su dominio sobre la cuenca mediterránea. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los pueblos en un principio derrotados por las legiones romanas, no tardaban en querer formar parte activa del mundo romano, vencidos, esta vez, por la cultura, el derecho y las ventajas económicas y políticas. La ideología, en Roma, estaba al servicio del Estado, y eso actuó en su provecho, porque se podían poner en práctica las verdaderas ideas que hacían avanzar la República, primero, y el Imperio, después. Los romanos eran eminentemente prácticos: si algo interesaba a los fines del Estado y podía hacerse, se hacía; si no resultaba de provecho para las arcas públicas o para la continuidad del dominio sobre el territorio conquistado y asimilado, se desechaba. Estos planteamientos finalistas eran generalmente aceptados y compartidos por el conjunto de los representantes públicos, de suerte que las disputas ideológicas y políticas solían supeditarse a la mentalidad conquistadora de Roma. De hecho, no fue hasta bien avanzado el Imperio cuando, en función del agotamiento histórico de Roma –común a cualquier pueblo y que a veces se identifica con su ruina moral por mor de de ese continuo fluir de todas las cosas–, y de la irrupción de un vigoroso cristianismo, que las disputas dinásticas y políticas propiciaron el inicio del fin del Imperio, con el reparto territorial, el abandono por parte de las élites municipales de sus obligaciones, la masiva entrada de pueblos bárbaros en el limes y su progresiva incorporación a las filas legionarias.

      El sentido común hoy está suplantado en todas partes por el mercado, referente idiosincrásico de la mayor parte de la población mundial. Pero incluso eso es también historia, porque la historia es todo lo que hacemos, lo que decimos y lo que escribimos: ese es el cometido de su naturaleza, estudiar lo que el hombre es y hace a lo largo de un hilo conductor que llamamos tiempo. Ningún otro ser vivo sobre la Tierra tiene historia, porque la historia es nuestro hábitat, Juan, es el espacio natural del hombre, el lugar en que nos movemos. Renegar de ella, o abominarla, es por tanto insustancial, carece de efectos. La historia no es solo listas de reyes, relaciones de acontecimientos cronológicamente fijados y hagiografías de beatos y santos. Esa intrahistoria a la que te refieres es fundamentalmente la que centra hoy el conocimiento histórico, porque el academicismo, que es común, por otra parte, a todas las ciencias, ya se manifestó obsoleto hace tiempo. No obstante, también Unamuno y Cioran tenían derecho a equivocarse, creo yo.

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    2. (2/2)

      La naturaleza, Juan, es una hija de la gran puta, y conste que me gusta ser comedido en mis expresiones. A ella, y a todos los dioses que inventaron, remiten los necios cuanto son y consiguen, y a ellos se encomiendan en la miseria y la pobreza. Pero el hombre, que es tan natural como cualquier otro animal, consta también de entendimiento, aunque poco, y eso igualmente forma parte de la naturaleza, de su naturaleza. Si bien es verdad que la inteligencia supone el punto inicial a partir del cual el hombre consigue eludir las leyes naturales, no es menos cierto que el lugar de la naturaleza lo ocupa, en ese hombre, la historia, y no debemos olvidar que las cosas son según su naturaleza, sea ésta la que fuere.

      Por otra parte, ¿quién ha dicho que el sistema esclavista sea malo? La democracia ateniense, la monarquía espartana, y la dictadura romana lo practicaban, y no les fue mal. De hecho, los motivos por los que los tres sistemas políticos sucumbieron poco tenían que ver con los esclavos. ¿Acaso es natural que el hombre disfrute de todos los derechos que la Carta de las Naciones Unidas le reconoce? Si así fuera, ¿por qué no se hace verdaderamente extensivo a todos los hombres? Hoy, sin que se diga explícitamente en ningún foro, sufrimos no solo infinidad de derechos, sino esclavitud encubierta, tanto en los países desarrollados como en los otros, esclavitud que tiene nombres diferentes según las costumbres, los idiomas y el territorio, y que afecta selectivamente a diversos grupos sociales: son esclavas las mujeres en los países islamistas; son esclavos los niños en los lugares donde no existen derechos laborales; son esclavos los obreros, perdón, operarios, en los países donde los buitres suplantan a los empresarios; son esclavos los sumisos a cualesquiera regímenes políticos, y los que se llevan el guasap al váter, y los que no pueden dejar de fumar, y los que rezan a un dios que no existe más que en sus alucinaciones, y los que madrugamos para malganar un jornal que apenas nos llega para malvivir, y los que apenas tenemos el conocimiento necesario para no mearnos los pantalones... Entonces, digo yo, ¿no sería mejor declarar legal la esclavitud, en la que podrían caer, por ejemplo, los políticos y tesoreros corruptos, los violadores, los que suspendan algún examen, los que miren mal y los que no se pongan al día con Hacienda?

      Ayer por la tarde, mientras paseaba de la mano de aquella que me confiere el hálito, una pequeña de rizos rubios, a la puerta de su casa, sentada junto a su abuela, nos dijo al pasar, con su media lengua: «Hola, ñeñó, hola, ñeñoña». Al tiempo que contestábamos educadamente a su saludo, y más allá de la gracia que nos hizo, pensé: «He aquí el futuro», e inmediatamente comprendí que somos historia, esa que no parece existir, y que a pocos gusta.

      En fin, digo yo también, ya acabo esta perorata agotadora, incomprensible y demagógica, convencido de que hablar es bueno, aunque no conduzca a ningún sitio. Hablaremos, entonces, hasta que nos corten el pescuezo.

      Un abrazo

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  4. ¡Caramba! Una de dos, o estabas volcánico o tu generosidad excede en no pocas arrobas la tibieza general que encontramos cuando dialogamos con el "personal" con quienes convivimos o con quienes trabajamos en la vida estanca, que no corriente; "personal" que es marbete para enmascarar la máscara ,ya, de la persona. Te agradezco muchísimo la expansión y me siento honrado de haber sido el destinatario de tu pasión razonadora, una pasión que comparto en lo que tiene de exaltación y de frialdad mezcladas. Una última apostilla, la esclavitud nunca ha dejado de ser legal. Otra cosa son sus máscaras, claro. Reitero mi agradecimiento. Lo que no sé es si este diletante desencajado está a la altura de tu interlocución. En todo caso, sí que creo compartir contigo esa pasión por el conocimiento y por el lenguaje y sus trampas.
    Un abrazo.

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    1. Gracias a ti, Juan. El correctismo no es algo de lo que este escribidor pueda presumir, precisamente; no así los prudentes silencios. Por eso, cuando algo no me parece, si no lo rebato con fundamentada razón (o que yo crea que así es), callo, que no otorgo. De ahí, y de llamar a las cosas cual son, mi estúpido afán por un purismo que disto mucho de conseguir, por más que lo cultive y abone y riegue...

      En cuanto a la esclavitud, de acuerdo. ¿Ves?, otra prueba de mi malograda afición al lenguaje, al ser incapaz de recordar lo que yo mismo digo unas frases más arriba...

      Mi altura es tan nimia, Juan, que no es difícil sobrepasarla, incluso sin esfuerzo, de modo que no dudo, en contra del lema que alumbra este cuaderno, de tu capacidad, conocimiento y saber hacer, decir y escribir, que muestras tenemos, los que disfrutamos con tu prosa, de ello.

      Un abrazo

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...