Dicen que los problemas tienen un efecto positivo en
el ingenio: lo aguzan. Eso dicen, y habría que ver si es efectivamente así o
solo se trata de una manera más de encubrir la triste realidad. La crisis esta
que nos ha regalado la ambición neoliberal campa a sus anchas a lo largo de
nuestra estirada geografía, y provoca, en los casos menos dramáticos,
verdaderos esperpentos, ripios de la humana condición que cada día está uno más
lejos de compartir, de comprender y, sobre todo, de tolerar.
Todos hemos sufrido, en algún momento de nuestra
azarosa aventura vital, la intromisión en nuestra intimidad de personas que se dicen empleadas de tal o
cual compañía, o que representan a no sé qué entidad, o que nos proponen
estupendos planes de ahorro en esta o aquella factura de energía, de internet,
de teléfono… La impertinencia de que hacen gala no parece tener límites, ni
horarios ni de otro tipo, y, con frecuencia, rozan no ya la línea que separa la
buena educación del descaro más absoluto, sino, incluso, la frontera de lo que
sabemos, o deseamos, legal. Pero, cuando esta trasgresión la realizan
individuos que representan a entidades consideradas ejemplares, ONG que cuentan
con un gran apoyo social, uno se pregunta a qué obedece que empleen métodos tan
agresivos y que tan bien caracterizan a esas otras empresas en sus tácticas de
acoso y persuasión.
Transcribiré, a continuación, la conversación
mantenida con una amable e insistente señorita que llamó a mi teléfono el otro
día. Puede que algunas palabras no se ajusten a la literalidad de lo que
efectivamente se dijo, pues no grabé la conversación, pero, en todo caso, el
sentido subyacente permanece intacto.
–¿Diga?
–Hola, buenos días, ¿es
usted don Fulano? –¿de dónde han sacado mi nombre, número de teléfono e,
incluso, dirección? No contesten, que es una pregunta retórica.
–¿Sí…?
–Buenos días, don Fulano. Soy
Fulana, de la Cruz Roja, ¿conoce usted la Cruz Roja?
–Sí, claro…
–¿Qué opinión le merece la
Cruz Roja? ¿Verdad que realiza una labor social necesaria?
–Sí, claro… –uno no puede
sino asentir, repitiéndose como un loro.
–Entonces, don Fulano, ¿no
le parece a usted que sería conveniente su colaboración para que esta labor tan
importante pudiera seguir realizándose?
En este punto, uno, que
hasta entonces ha sido pillado desprevenido, se pone en guardia: no se trata de
una encuesta, no.
–Verá, señorita, en
cualquier otra situación no me importaría colaborar… Tengo amigos que trabajan
en la Cruz Roja, y también he participado en campañas de lucha contra el cáncer,
pero…
–No se preocupe, Fulano –ya
me apeó el don, y apenas me deja terminar mi explicación–. Las aportaciones son
completamente voluntarias y no hay mínimo. Puede dar lo que quiera, y le
enviaremos a su domicilio el carné de socio y una revista. Después, en mayo, le
pasarán el cargo en su banco. ¿Sería tan amable de facilitarme su DNI y el
número de cuenta?
No sé como –quizá ande uno
algo aturdido por la medicación–, pero de pronto se oye uno a sí mismo cantando lo solicitado. Uno lo piensa
mientras recita los números de la cuenta, y se dice: «¿Qué estoy haciendo?». Pero, mientras lo piensa, lo hace.
–Un minuto que compruebo
los datos, Fulano… Vaya nevada ha caído hoy, ¿eh? –por lo visto, me llama desde
mi misma ciudad–. Bueno, es correcto. ¿Cuánto va a aportar?
–Señorita, no sé si voy a
poder aportar nada… Estoy en una situación no demasiado buena…
–No se preocupe, Fulano
–repite la señorita, cuyo nombre ya no logro recordar–, la cantidad la fija
usted, Fulano. Además, cuando le pasen el recibo, puede usted devolverlo, o
darse de baja.
–¿De baja? Pero, ¿esa
cantidad no es puntual? Quiero decir, ¿me van a hacer socio?
–Puede usted domiciliar los
pagos trimestralmente, Fulano, o cada mes, como prefiera. ¿Qué cantidad le
pongo?
–No sé… –uno se lo piensa,
pero, ¿qué necesidad tiene uno de pensar?–. ¿10 euros?
Una pausa. Ahora, quien
parece estar pensando es la señorita
–¿Y por qué no 12? Total,
2000 pesetillas de antes…
¿Acaso el programa contable
de la Cruz Roja no usa el sistema decimal?
–No… no sé… Bueno, 12.
Pero, oiga, le estoy diciendo que ando fatal de ingresos, que tengo más gastos
de los que puedo pagar…
–Usted no se preocupe –es
la tercera vez que me lo dice: a esas alturas, ya debería estar preocupado–. Ya
verá qué fácil es. Si quiere, puede borrarse en cualquier momento. Bueno,
Fulano, muchas gracias por su colaboración. Mañana le llamarán para verificar
los datos y comprobar que he realizado esta llamada. Buenos días.
Al día siguiente,
efectivamente, sonó el teléfono. Como casi nunca llama nadie, intuí que eran
los supervisores de la Cruz Roja. Mi esposa me preguntó si no sería mejor que
lo cogiera ella. Asentí, avergonzado, incapaz de hablar… pero aliviado. Uno
mete la pata y otro se la saca. A eso se le llama trabajo en equipo. Al fin y al
cabo, son gananciales, ¿no?
Un amigo, al que ya le habían grabado un sí en mitad de la conversación como un asentimiento para darse de alta, si bien pudo desfacer el entuerto, solo dice que no cuando habla brevemente con cualquier comercial. Siempre "no". Y, por supuesto, aun pecando de rudeza, despachar rápidamewnte lopa llamada ccon un "no me interesa lo que me ofrece, buenas tardes" (o mañanas ¡o noches!, que a vecces llaman a la hora de cenar), y colgar acto seguido. Incluso con mi propia compañía, para ofertas para las que no tengo paciencia, uso un recurso inmapelable: me envían la oferta por correo electrónico y, si me interesa, ya me pongo en contacto con Vds. Gracias, Buenas..., y colgar acto seguido. Solo raramente, cuando me siento muy juguetón, o tengo necesidad de hacer un breve alto en mis enjundiosos estudios..., oigo un rato a la audaz vendedora y me explayo diciéndole que más que una oferta es un sacacuartos lo que me ofrece y le pregunto si le pagan bien en ese trabajo tan humillante, y que el día menos pensado le ofrecen ofrecer preferentes... En fin, ya lo habrás aprendido, pero, como decían los reos de la Inquisición, por qué decir que sí si tiene tantas letras como el no..
ResponderEliminarEn efecto, Juan, así debería proceder, pero soy tan tonto que casi siempre me puede mi educación, la buena, claro, y soporto los monólogos redundantes de estas pobre personas asalariadas. Estoy, por cierto, terminando un trabajito sobre, precisamente, el sentido de nuestro trabajo, poca cosa, que probablemente pronto dé a los rotativos...
EliminarDe todas formas, lo que más me irrita de todo este asunto es que se trataba de la Cruz Roja, ¿adónde vamos a llegar?, cuando esta emblemática organización cae en las mafiosas técnicas de tantas y tantas pseudoempresas...
Un abrazo
Javier, yo siempre contesto los mismo: "mire señorita, le digo no, y a todo no" "usted me molesta y le ruego que me deje en paz, cuelgue por favor, si no cuelga usted, voy a colgar yo inmediatamente". A veces se cabrean, pero prefiero que se cabreen ellos que no que tenga que arrepentirme yo.
ResponderEliminarSalud
¡Con qué facilidad nos localizan, Francesc! En esta época hipertecnologizada, estamos sometidos a un continuo y agresivo bombardeo de publicidad que, en demasiadas ocasiones, deriva en chantaje e intromisión en el espacio privativo de nuestra intimidad. Pasan por encima de todo, sin respetar derecho alguno. Y encima, muchos te contestan que solo están haciendo su trabajo, ¿eso es trabajar?
EliminarUn abrazo
No entiendo por qué es legal que la gente te pueda llamar a casa para lo que le dé la gana, de hecho debería ser denunciable.
ResponderEliminarLo es, lo es... Sucede, sin embargo, que presentar denuncias, o demandas, o querellas, o lo que sea, es ahora un poco más complicado, además de caro. ¡Qué tiempos los de los romanos, cuando escrachear era, en según qué circunstancias, no solo legal sino, incluso, necesario...!
EliminarUn abrazo