sábado, 15 de febrero de 2014

¡Ay, la banca, la banca...!

Nos tienen dicho que no prestemos oídos a quienes no saben de lo que hablan, pero nosotros, desobedientes como somos, nada, ni caso… Acostumbrados a obedecer las consignas del poder poderoso, nos olvidamos de que en el mundo hay cosas más importantes que otras, y que entre ellas la verdad tiene un lugar de honor. Ya sabemos que verdad es cuanto yo quiero, y lo que no, no. Pero, incluso así, debemos de querer muy poco… Porque, sabido es, nos engañan de tales y tantas maneras que ya casi nada nos asombra, asusta o hace arrugar el blando bigote. Y por eso mismo, porque pensamos que estamos de vuelta de todo, somos las presas más fáciles de todas.

Ahora que ya sabemos, o intuimos, que no nos dicen toda la verdad, como si de un juicio de película americana se tratara, podría ser buen momento, tan bueno como cualquier otro, para hurgar un poco y desempañar los cristales, que es lo mismo que quitarnos las telarañas de nuestros acomplejados cerebros. En el mundo pasan cosas, no todas buenas [para nosotros], claro; ni todas necesarias, pero pasan. Se trata de estar al tanto de ellas, ahora que podemos enterarnos, cuando todavía la censura no llegó a todos los rincones, cuando aún quedan hombres que se atreven y hablan, y protestan, y exigen algo más que esa caridad que ningún estado debería jamás administrar, porque se vulnera con ello todos los derechos…

Llueve sobre mojado, dirán muchos. Pero el hecho incuestionable, por más que miren hacia otro lado, es que llueve. Y no es solo agua. ¿A qué viene todo esto?, se estarán preguntando a estas alturas… Pues viene a cuento de que somos medio tontos todos, unos por no enterarnos, y otros por no querernos enterar de lo que están haciendo con nosotros. Incluso, por nuestra pasividad. Incluso, por nuestra mera presencia sobre el planeta… Y, si de algo tendríamos que empezar a quejarnos, es de la banca, de esa banca fetichista que colecciona personas, y las vende, y las regala, y mercadea con ellas como hasta no hace tanto hacían con su dinero…

Les dejo un documento que quizá les interese leer… Su autor tiene nombre y apellido, se llama Vicenç Navarro, de modo que no se ampara en la impunidad del anonimato. Es alguien que da la cara, aunque corra el riesgo de que se la partan. Dice cosas que quizá ya sepan, pero las dice. No hacemos nada con ello, ¿o sí? En todo caso, no se pierde mucho por leerlo, acaso unos pocos minutos. Pero, en definitiva, ¿para qué queremos la vida, sino para perderla?

Siga el vínculo para leer el artículo de Vicenç Navarro: «Una de las mil razones para estar indignado».

2 comentarios:

  1. Javier : He estado leyendo casi todos tus excelentes articulos . Mi admiracion por tu estilo y erudiccion que hacen de tu singular prosa semilirica un eficaz ariete aun en mi insensibilizada alma de golpeado quijote.
    Leyendo tus articulos no siento que pierdo la vida sino que la recupero. Mi abrazo a un talento.
    Posdata: Creo que si Vincenc Navarro leyera tu magnifico bolg seria algo menos enfatico en su terrible error conceptual sobre "politicas publicas".

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    1. Apreciado amigo:
      Tarde llego a esta respuesta, como tarde llegué a casi todo... Como sabrá, este blog ya está [casi] cerrado, pues me quedé mudo. Por simple azar, leí su comentario, y no pude menos que ser educado y contestarle para agradecerle su presencia aquí.
      Gracias.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...