La economía, con independencia de su origen
etimológico (que, en términos sencillos, es un vocablo compuesto de oikos, casa, patrimonio, y nemos, administración, gestión), está
grabada en el individuo desde mucho antes de que Adam Smith inventara
intelectualmente el capitalismo (sistema económico sustituto del feudalismo,
que se genera en la Inglaterra industrial a partir del siglo XVII), e incluso
antes de que Marx estableciera el materialismo dialéctico. Sucede que la economía
no la desarrolló el capitalismo, sino que el hombre-tribu ya la tenía en su
acervo en forma de gen –no quiere esto decir que exista un gen de la economía,
por supuesto, y aunque así fuera, estaría mal denominado, pues lo que el
individuo tiene son genes que se activan según determinados patrones hereditarios
y ambientales para producir determinados efectos y/o acciones–, de suerte que,
mediante el sopesamiento de las ventajas o inconvenientes de una acción
concreta, el individuo era capaz de determinar el interés de dicha acción: en
suma, era posible, para el hombre-tribu, discernir entre el riesgo y el
beneficio. En función de cuál de ambos factores primara, así sería la decisión
tomada.
Un ejemplo: cuando una tribu piensa en ensanchar su
territorio, ya sea por escasez de recursos, ya por superpoblación, o por ambas
a la vez (aunque, ¿no son lo mismo?), lo primero con que se encuentra es la
tribu vecina, que ocupa el territorio inmediato posible. Mediante el estudio y
análisis de las diferentes variables a su disposición (¿surgimiento del método
científico?), el hombre-tribu llega a considerar seriamente varias opciones:
- La tribu vecina es muy superior a la nuestra en número, experiencia
y combatividad: nos jodemos y nos quedamos en casa.
- La tribu vecina es similar a la nuestra en número, experiencia y
combatividad: pactamos con ella unas condiciones favorables o, si no, nos
arriesgamos a invadir su territorio.
- La tribu vecina es muy inferior a la nuestra en número, experiencia
y combatividad: la invadimos, sometemos a sus miembros y nos apropiamos de
todo cuanto poseen.
Así, mediante un sencillo análisis de la situación, y
la consecuente evaluación riesgo/beneficio, se ha conseguido lo que no era sino
el destino de la tribu: prosperar.
Pudiera ser, como variedad al caso, que se hubiera optado por el pacto y la
convención frente a la intervención armada, incluso siendo la tribu vecina
inferior. Pero, no tardando, los hombres-tribu de la facción más fuerte se
darán cuenta de que los beneficios serán mayores invadiendo que ateniéndose a
lo pactado, y por eso todo pacto o acuerdo es susceptible de ser violado
unilateralmente. Y, de hecho, se hace.
Si el progreso no fuera el fin último de la tribu (del
hombre-tribu), su tiempo periclitaría inexorablemente. Aclararemos que cuando
hablamos de tiempo nos referimos a tiempo histórico, medible por el
hombre-tribu y comprensible para él, porque el resto de tiempos son tan inalcanzables como la estrella más cercana… Pese a
todo, y aun cuando la tribu superior se convierta en dominante de las tribus
vecinas, solo estará cumpliendo su propia naturaleza, a la que está
indisolublemente ligada ad aeternam,
sea éste el tiempo que sea.
Vemos, pues, que tiempo, progreso, tribu y hombre,
dibujan sobre el mapa un complejo entramado cultural del que no es posible
abstraerse, so pena de vernos reducidos, de nuevo, a la triste condición animal.
Una condición que, de todas formas, y según algunos, todavía ostentamos…
Qué poco hemos cambiado!!! Las mismas relaciones internacionales entre estados se pueden resumir en estos apuntes de supervivencia humana: codicia, estrategia, protección tribal, avaricia... unos rasgos encantadores de la naturaleza de los seres humanos...
ResponderEliminarUn abrazo.
El cambio es tan solo de grado, Moisés, seguimos siendo iguales que ayer, y que antes de ayer... No obstante, disponemos de más tecnología, que bien empleada, podría aliviar algo nuestra penosa miseria...
EliminarUn abrazo
¿Te refieres a la misma tecnología que masacra poblaciones completas? La doble cara de la tecnología siempre en manos del ser humano como creador y utilizador...
ResponderEliminarUn abrazo
La misma tecnología, la misma... Es inseparable del hombre, Moisés, tan antigua como él. Y esta tecnología tiene ya unos 2,3 millones de años, la llamada industria lítica de Olduvai, o Modo I. Nada romántico, pues, hay atrás en el tiempo. Ya dije que el cambio es tan solo de grado...
EliminarUn abrazo