Camino por la acera, intentando ponerme a salvo de
las varillas asesinas de los paraguas que, hostilmente, manejan los viandantes
con efectos devastadores… ¿Dónde estaré más protegido, bajo alero o bajo el
agua clarificadora de ideas…? Decido saltar al medio de la calle peatonal, a
resguardo de las homicidas gentes. La lluvia resbala por mi rostro, tras dejar
anegado el pelo cano, buscando sin prisa el cuello de la camisa, empapando el
impermeable en una paradoja estridente de imposible correlación…
Siento la presión del aire en mis oídos, pero no me
quejo. Miro el rostro de un intrépido transeúnte, a quien tampoco amedrenta la
persistente lluvia. Veo en su cara juventud, ilusión, decisión…,
desconocimiento pleno de lo real. Solo el agua que enmaraña su largo cabello
negro.
Si hay ira, ¿por qué no brota? Si la rabia muerde
como hienas que han perdido la vergüenza de su especie, ¿por qué se esconde? Si
hace frío, ¿por qué me sofocan las gotas húmedas de mi sudor? Toso, agónico,
metálicamente… Quiero hablar, y la palabra surge maldita, fallida… Grito, pero
no me oigo, no me oyen…
Caigo, envuelto en el negro lienzo de mi sepultura,
rodeado del ánimo que me abandonó. Pero el animismo no es la ciencia que
estudia los estados de ánimo, porque el animismo no existe más que para
insuflar hálito en la muerte. Pero, si estoy muerto, ¿por qué sigo tosiendo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...