"Dado que se producen más
individuos de los que pueden sobrevivir, tiene que haber en cada caso una lucha
por la existencia, ya sea de un individuo con otro de su misma especie o con
individuos de diferentes especies, ya sea con las condiciones físicas de la
vida (...). Viendo que indudablemente se ha presentado variaciones útiles al
hombre, ¿puede acaso dudarse de que de la misma manera aparezcan otras que sean
útiles a los organismos vivos, en su grande y compleja batalla por la vida, en
el transcurso de las generaciones? Si esto ocurre, ¿podemos dudar, recordando que
nacen muchos más individuos de los que acaso pueden sobrevivir, que los
individuos que tienen más ventaja, por ligera que sea, sobre otros tendrán más
probabilidades de sobrevivir y reproducir su especie? Y al contrario, podemos
estar seguros de que toda la variación perjudicial, por poco que lo sea, será
rigurosamente eliminada. Esta conservación de las diferencias y variaciones
favorables de los individuos y la destrucción de las que son perjudiciales es
lo que yo he llamado selección natural".
“La selección natural es la base de todo el cambio
evolutivo. Es el proceso a través del cual, los organismos mejor adaptados
desplazan a los menos adaptados mediante la acumulación lenta de cambios
genéticos favorables en la población a lo largo de las generaciones. Cuando la
selección natural funciona sobre un número extremadamente grande de
generaciones, puede dar lugar a la formación de la nueva especie”.
Charles Darwin, El origen de las especies por
medio de la selección natural (On the origin of species by means of natural
selection), resumen de la teoría extractado del capítulo III. Lucha por la
existencia, Londres 1859
De todos los seres vivos del planeta, el hombre
constituye la especie sin duda menos evolucionada, menos acabada, incluso a
pesar de su sofisticación, y, siendo puristas, deberíamos,
entonces, hablar de selección artificial
de las especies, contraviniendo así a Darwin, ya que ahora no sólo no
sobreviven los más aptos o capaces sino que, por el contrario, éstos ven
supeditada su propia supervivencia a las exigencias cada vez más acuciantes de
los inadaptados, los inútiles o los tarados, convertidos en auténticos
patógenos para el conjunto de la especie, lastrada así por una población
infecunda e improductiva que la parasita insaciablemente. Pero sucede que el
hombre, tal como lo definimos ahora, es un pobre remedo de lo que podría llegar
a ser, de suerte que está, en términos administrativos, compulsado: concuerda
con el original, pero no lo es.
Al principio la especie humana desarrolló la
emotividad. Y no fue hasta más tarde que surgió la racionalidad, quizá para
explicar esas emociones, quizá para modularlas. Hoy, tras millones de años de
evolución, yerra quien sólo atiende a sus emociones, pero se equivoca aún más
el que fundamenta todo en la razón. Séneca desconfiaba de los hombres
racionales, él, que era razón misma. No se puede fiar la esencia que nos define
al intelecto de forma exclusiva, sin dejarnos estorbar por unos sentimientos
primitivos que nos otorgan credibilidad ante nosotros mismos. La razón, en sí,
no es otra cosa que la adecuación de las emociones a la realidad que nos toca.
Los sentidos nos ponen en contacto con el exterior, nos dan información
valiosísima, que sólo la razón es capaz de comprender y estructurar. No
podemos, tampoco, abandonarnos al mundo sensible, pues entonces no pasaríamos
del simple estado de animalidad del que surgimos –y en el que, por cierto,
parece estabulada gran parte de la humanidad.
Pero, si analizáramos todo ese caudal que los
sentidos ponen a nuestra disposición desde una perspectiva estrictamente
racional, estaríamos dejando de lado la perspectiva más cálida que poseemos,
para desmenuzar la realidad de manera fría, desapasionada y aséptica,
perdiendo, en el camino, la verdadera dimensión de nuestra vida. Ambas, razón y
emoción, ejemplifican un formidable escudo que nos concede la naturaleza para
prosperar. Deberíamos aprovecharlo…
Pues las escalofriantes imágenes africanas de Sebastiao Salgado en la película La sal de la tierra me ha roto el escudo en mil pedazos. Poco medraré yo, desde luego...
ResponderEliminarDemasiado a menudo sucede que la razón permanece muda ante la tragedia, ahogando la emoción, que a su vez aherroja nuestra mente en una cruel incomprensión. Tendremos que ser capaces de lo imposible, Juan, no ya para medrar, sino, sencillamente, para sobrevivir...
EliminarUn abrazo
Integración de razón y emoción. Integración Javier, eso es.
ResponderEliminarTe has animado a escribir ya que ahora no sólo no sobreviven los más aptos o capaces sino que, por el contrario, éstos ven supeditada su propia supervivencia a las exigencias cada vez más acuciantes de los inadaptados, los inútiles o los tarados, convertidos en auténticos patógenos para el conjunto de la especie, lastrada así por una población infecunda e improductiva que la parasita insaciablemente". Me saco el sombrero, como decimos por acá.
Tendremos que ser capaces de integrar y resistir, de otro modo no le veo futuro a la especie.
Un abrazo
Es este escribidor quien se descubre ante ti, Ana, por más de un motivo. Agradezco tu comprensión de los hechos, y tu sinceridad, que no es menor que la mía. Con todo, y pese a cuanto decimos y hacemos, la especie carece de futuro, de presente, y hasta de pasado, si me apuras, porque lo ya vivido no existe más que en el recuerdo (¿o es, quizá, solo la imaginación?) de los viejos...
EliminarUn abrazo