sábado, 8 de noviembre de 2014

El hombre total

"Dado que se producen más individuos de los que pueden sobrevivir, tiene que haber en cada caso una lucha por la existencia, ya sea de un individuo con otro de su misma especie o con individuos de diferentes especies, ya sea con las condiciones físicas de la vida (...). Viendo que indudablemente se ha presentado variaciones útiles al hombre, ¿puede acaso dudarse de que de la misma manera aparezcan otras que sean útiles a los organismos vivos, en su grande y compleja batalla por la vida, en el transcurso de las generaciones? Si esto ocurre, ¿podemos dudar, recordando que nacen muchos más individuos de los que acaso pueden sobrevivir, que los individuos que tienen más ventaja, por ligera que sea, sobre otros tendrán más probabilidades de sobrevivir y reproducir su especie? Y al contrario, podemos estar seguros de que toda la variación perjudicial, por poco que lo sea, será rigurosamente eliminada. Esta conservación de las diferencias y variaciones favorables de los individuos y la destrucción de las que son perjudiciales es lo que yo he llamado selección natural".

“La selección natural es la base de todo el cambio evolutivo. Es el proceso a través del cual, los organismos mejor adaptados desplazan a los menos adaptados mediante la acumulación lenta de cambios genéticos favorables en la población a lo largo de las generaciones. Cuando la selección natural funciona sobre un número extremadamente grande de generaciones, puede dar lugar a la formación de la nueva especie”. 


Charles Darwin, El origen de las especies por medio de la selección natural (On the origin of species by means of natural selection), resumen de la teoría extractado del capítulo III. Lucha por la existencia, Londres 1859


De todos los seres vivos del planeta, el hombre constituye la especie sin duda menos evolucionada, menos acabada, incluso a pesar de su sofisticación, y, siendo puristas, deberíamos, entonces, hablar de selección artificial de las especies, contraviniendo así a Darwin, ya que ahora no sólo no sobreviven los más aptos o capaces sino que, por el contrario, éstos ven supeditada su propia supervivencia a las exigencias cada vez más acuciantes de los inadaptados, los inútiles o los tarados, convertidos en auténticos patógenos para el conjunto de la especie, lastrada así por una población infecunda e improductiva que la parasita insaciablemente. Pero sucede que el hombre, tal como lo definimos ahora, es un pobre remedo de lo que podría llegar a ser, de suerte que está, en términos administrativos, compulsado: concuerda con el original, pero no lo es.

Al principio la especie humana desarrolló la emotividad. Y no fue hasta más tarde que surgió la racionalidad, quizá para explicar esas emociones, quizá para modularlas. Hoy, tras millones de años de evolución, yerra quien sólo atiende a sus emociones, pero se equivoca aún más el que fundamenta todo en la razón. Séneca desconfiaba de los hombres racionales, él, que era razón misma. No se puede fiar la esencia que nos define al intelecto de forma exclusiva, sin dejarnos estorbar por unos sentimientos primitivos que nos otorgan credibilidad ante nosotros mismos. La razón, en sí, no es otra cosa que la adecuación de las emociones a la realidad que nos toca. Los sentidos nos ponen en contacto con el exterior, nos dan información valiosísima, que sólo la razón es capaz de comprender y estructurar. No podemos, tampoco, abandonarnos al mundo sensible, pues entonces no pasaríamos del simple estado de animalidad del que surgimos –y en el que, por cierto, parece estabulada gran parte de la humanidad.

Pero, si analizáramos todo ese caudal que los sentidos ponen a nuestra disposición desde una perspectiva estrictamente racional, estaríamos dejando de lado la perspectiva más cálida que poseemos, para desmenuzar la realidad de manera fría, desapasionada y aséptica, perdiendo, en el camino, la verdadera dimensión de nuestra vida. Ambas, razón y emoción, ejemplifican un formidable escudo que nos concede la naturaleza para prosperar. Deberíamos aprovecharlo…

4 comentarios:

  1. Pues las escalofriantes imágenes africanas de Sebastiao Salgado en la película La sal de la tierra me ha roto el escudo en mil pedazos. Poco medraré yo, desde luego...

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    1. Demasiado a menudo sucede que la razón permanece muda ante la tragedia, ahogando la emoción, que a su vez aherroja nuestra mente en una cruel incomprensión. Tendremos que ser capaces de lo imposible, Juan, no ya para medrar, sino, sencillamente, para sobrevivir...

      Un abrazo

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  2. Integración de razón y emoción. Integración Javier, eso es.
    Te has animado a escribir ya que ahora no sólo no sobreviven los más aptos o capaces sino que, por el contrario, éstos ven supeditada su propia supervivencia a las exigencias cada vez más acuciantes de los inadaptados, los inútiles o los tarados, convertidos en auténticos patógenos para el conjunto de la especie, lastrada así por una población infecunda e improductiva que la parasita insaciablemente". Me saco el sombrero, como decimos por acá.
    Tendremos que ser capaces de integrar y resistir, de otro modo no le veo futuro a la especie.

    Un abrazo

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    1. Es este escribidor quien se descubre ante ti, Ana, por más de un motivo. Agradezco tu comprensión de los hechos, y tu sinceridad, que no es menor que la mía. Con todo, y pese a cuanto decimos y hacemos, la especie carece de futuro, de presente, y hasta de pasado, si me apuras, porque lo ya vivido no existe más que en el recuerdo (¿o es, quizá, solo la imaginación?) de los viejos...

      Un abrazo

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...