lunes, 2 de noviembre de 2009

Les mis pites



Sobre el tapiz de sombras aparece arbitraria y coherente la figura recortada del político, buhonero, mixtificador, adulador lisonjero y mono de feria, pidiendo como si diera y sin hacer ni lo uno ni lo otro: no pide porque toma y no da porque lo necesita.

El hombre crea precisos sistemas de control, ojos de aguja por donde luego han de pasar camellos: eso es la ley, la economía y la moral. Tres ámbitos donde ejercita su poder, nunca su conmiseración.

Oportunistas inveterados, para resolver problemas la sociología les llevó a crearlos primero, y para mantenerse no resolverlos del todo. Los políticos dependen así de las masas, y puesto que éstas son torpes, tendrán cada vez más políticos. Tal vez la debacle histórica pueda vaticinar por cuánto tiempo será posible mantener la ingravidez en estos asuntos y cuántas crisis serán necesarias para despertar de los efectos narcóticos de sus promesas, exacerbaciones que arrostran frente al pontificio de la pobreza, que extienden con enhiesto y sombrío perfil sobre las muchedumbres, rendidas ab initio a sus especulaciones por incautas, indoctas e ineptas, barajando sus miserias con trágicos juegos de rol.

Si nuestros aciertos y nuestros errores aumentaran nuestra comprensión, hace tiempo que los políticos tendrían para vivir que hacer algo más que redistribuir la riqueza sin contribuir nunca a ella, con el triunfo de la esterilidad de sus cuitas, su orgullo y su mendacidad.

De cuántos privilegios comportan sus servicios durante y después de su representación, ¿somos conscientes? ¿Por qué, si no, habrían de ofrecernos un espectáculo tan deleznable y morboso día tras día cuya primera consecuencia es el descrédito de la democracia que abanderan? Desalentados jornaleros de la cosa pública, intrépidos intérpretes de la avaricia que no les abandona ni de soslayo, haciendo y deshaciendo enmiendas que mejor remienden los agujeros de sus carteras con el asentimiento de ese pueblo entregado, indolente... No le inquietan los escándalos, antes al contrario a sabiendas actúa amparado en la sociedad con la que cohabita como su buena cortesana, siempre tan dócil, invidente, ignorante y complaciente. Se llaman a sí mismos representantes del pueblo, pueblo ellos también, pero sus haberes superan la estimable riqueza con que vivir varias vidas. Su honestidad al declararlas públicamente resulta tan conmovedora como repugnantes sus inmoderados afanes y ambiciones personales.

Nuestros políticos no defienden cosa distinta a sus intereses, derechos y personas. Cualquier problema excesivo les empuja de inmediato a la excursión de la política exterior, donde recreando la ancestral salutatio romana anhelan las migajas de los mercaderes del mundo. Cumplida su misión medradora, el político, profesional, encuentra siempre rápido acomodo entre sus beneficiados. ¿Qué son los dorados retiros del político sino el pago pactado por sus favores?

Les mis pites..., cacareando sin parar, picoteándolo todo y todo mancillándolo, dignos representantes ¿de quién? Vanitas vanitatem, todo es vanidad, pero entre tanto...



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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...