lunes, 26 de abril de 2010

El animal

Acuclillado a un lado de la mesa, desnudos los pies sobre el suelo de losas pétreas y frías, el animal esperaba pacientemente a que el amo terminara de comer. Sabía que entonces recibiría su ración. Rara vez le soltaba alguna tajada antes del postre, así que no le quedaba más remedio que aguardar, anhelante, la conclusión del festín.

El amo tenía hoy un invitado, con el que apenas había intercambiado unas palabras, sin embargo. El amo era calvo, gordo, grande, satisfecho, seguro y cruel. Sobre todo cruel. Los costillares del animal mostraban las cicatrices y moratones de los repentinos cambios de humor del Señor de Na, las evidencias de su intratable ciclotimia. Sobre la mesa, sucia y larga, se acumulaban restos de alimentos. Unos eran del banquete en curso, y otros, ya resecos, de convites anteriores. El animal, acuciado por el hambre, a veces osaba incorporarse por encima del tablero para alargar la mano y agarrar algún mendrugo duro, o para mordisquear los jirones de carne reseca que colgaban del hueso, o simplemente para chupar el fondo de alguna copa de plata… Pero entonces el amo, si se daba cuenta, le pateaba sin piedad, le molía a palos hasta que la visión de la sangre parecía calmarlo. Luego, ya satisfecho, se sentaba sudoroso en el duro sillón que presidía la mesa y se quedaba mirando al pobre ser que yacía a sus pies, enroscado sobre sí mismo ocultando sus genitales y llorando lastimeramente su dolor…

El Señor de Na parecía más distraído que de costumbre, cruzaba algún comentario con su invitado, un ser de aspecto repugnante, muy delgado y siniestro, inquietante, que lanzaba tan agudas miradas al pobre animal que éste volvía el rostro, temeroso de que su solícita actitud pudiera confundirse con algún atisbo de insolencia y atrajera sobre sí más golpes de los que necesitaba soportar… El animal sollozaba quedamente esperando su turno, el momento en que, por fin, el amo se apiadara de él y le obsequiara con un trozo de pan, una pieza de fruta, algún despojo de carne sangrante si había suerte…

El amo agitó levemente la mano y un criado, hasta entonces parte del mobiliario del gran salón, se acercó a un aparador y cogió una bandeja repleta de dulces y frutas. Con aire entre solemne y estudiado la depositó en la gran mesa, entre el anfitrión y su invitado. Otro ademán y sonó el ruido del vino llenando las copas. Bebieron ambos comensales, sin medida, escurriendo el néctar por sus barbas, y a la vez tanteaban con afectación entre los postres, tratando de escoger el más suculento…

El animal rebullía inquieto ante la proximidad de su alimento, ya tan cercano… Sus ojos saltones iban del amo al invitado, pensando cuál de ellos le arrojaría la comida. En cuclillas, sin atreverse a incorporarse por temor al palo, gozaba con anticipación el momento siguiente, apenas contenida la impaciencia que avivaba el hambre.

Entonces el Señor de Na, graciosamente, estiró su grueso brazo y agarró lo primero que se le puso a tiro. Un trozo de pan. Se lo arrojó al lastimoso ser que aguardaba acuclillado.

–Toma, bestia…

El animal, aún sin valor para incorporarse, gateó con extraordinaria agilidad hasta donde había caído el pan y lo agarró ansiosamente con ambas manos, devorándolo a grandes bocados con tanta prisa que a poco se atraganta. Tornó junto a la mesa, y a los pies del dueño dijo:

–Dame otro cacho, amo...

El Señor de Na se volvió hacia su comensal, fingidamente orgulloso de la ocurrencia de su animal.

–¿Qué os parece?

Su invitado, con altiva dignidad, mirando con un ojo al anfitrión y con el otro al ser que esperaba repetir suerte, respondió lánguidamente mientras con un gesto apenas perceptible arrojaba al suelo los restos que se enfriaban en su plato:

–Paréceme, señor, que algunos animales talmente semejaran personas…

6 comentarios:

  1. Nunca he tenido animales como un perro o un gato, pero por lo que sé la relación con ellos es compleja y enriquecedora. En mi fuero interno, si yo viviera en otras circunstancias, me gustaría tener un perro. Envejeceríamos juntos. Mis hijas también querrían uno, pero nosotros se lo negamos por todas las complicaciones que supone, pero, pero no deja de ser en mi caso algo pendiente.

    Terrible relato que evoca el mal trato hacia los animales.

    Un cordial saludo.

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  2. Como en ningún momento se menciona expresamente a perro o a gato, he pensado en "el animal" como una persona, con sentimientos de miedo y sumisión, con pensamiento y habla, a la que el señor ha despojado toda humanidad con su forma de tratarla, y me ha dado mucha rabia evocar que hay muchas vidas que se están viviendo como la suya, bajo los caprichos de muchos señores de nada, ya sea en este modo extremo, ya en otros modos más sibilinos pero no menos crueles.
    Un saludo, Javier.

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  3. Sí, Joselu, es terrible, pero tal y como lo entiendo no se trata sólo de un relato. Subyace en él nuestra misma condición.

    Un abrazo.

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  4. Somos animales, Elfi, todos, no sólo algunos. En la alegoría que presento la identificación resulta confusa, pero ello no es sino una muestra más de mi propia animalidad.

    Un abrazo.

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  5. Pienso que en muchas ocasiones al insultar a un humano llamándole animal estamos ofendiendo gravemente a los animales.

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  6. Llego por los pelos a responderte, César, porque estaba a punto de colgar otra entrada, pero no quiero hacerlo sin decirte que comparto tu argumento: por ofender a unos trasponemos alegremente nuestra propia condición a los verdaderos animales. Nosotros sólo merecemos llamarnos "humanos".

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...