viernes, 16 de abril de 2010

Muertos de hambre

Ahora que no me ve nadie, y cuando ya ha pasado de largo –como todo– el intenso debate sobre tal o cual persona que está en huelga de hambre (individuos famosos, se entiende, no un hombre cualquiera que se encadena a las verjas del ayuntamiento de su pueblo, presidido por un señor encausado por malversación de caudales públicos, reclamando un puesto de trabajo aunque sólo cobre la millonésima parte de lo que robó el alcalde o que el juez, que es un mandado y no hace sino cumplir la ley –que no la justicia–, no le desahucie por haber elegido dar de comer a sus churumbeles en vez de pagar la puta hipoteca), diré que un muerto es un muerto. Sólo un cadáver. ¿Qué importa cómo haya muerto? ¿O sí importa?

Este Orlando Zapata, cubano, muerto de hambre, ¿disidente político? Esa Aminetu Haidar, saharahui, casi muerta de hambre. El de Juana Chaos, etarra, muerto de risa. El 70% de los somalíes, muertos realmente de hambre… Existe un arma poderosísima en el mundo: el hambre. Mata cada día a más gente que todas las demás causas conocidas juntas. Pero el arma verdaderamente temible, la más mortífera, es el miedo. EL conocimiento, aunque leamos cada día media docena de periódicos y oigamos cuatro tertulias radiadas y veamos otros tantos debates televisados, nos produce pánico. Saber da miedo, ¿qué podemos hacer con lo que aprendemos? Pero más miedo, mucho más, debería darnos la ignorancia en que estamos, en que permanentemente nos tienen, seleccionando y filtrándonos las dosis adecuadas de información –¿conocimiento?– que les parece convenientes, justo lo necesario para que no nos atragantemos. Cuando se produce un acontecimiento semejante tratan de vendérnoslo a toda costa como una lucha contra la dictadura, la opresión, la desigualdad, manipulando adecuada y tendenciosamente la información original que ha provocado el hecho, y a la que casi nunca tenemos acceso a menos que nos preocupemos por ello, a menos que deseemos realmente saber.

El hambre, o el miedo. No el miedo al hambre, por lo menos en Occidente, sino el miedo a conocer cómo son y suceden las cosas en realidad. Tenemos derecho a levantar la voz, a gritar todo aquello que no nos parezca bien. Pero se escuchan pocos gritos en esta sociedad adormecida y hedonizada. O eso o es que estamos sordos, tanto como para ni siquiera escuchar los alaridos desesperados de quienes sí mueren de hambre. Nadie debería, hoy, pasar por la ignominia de sentir hambre y no poder comer porque no tienen comida porque se la hemos robado junto con su futuro como seres humanos. ¿Cuántos muertos de hambre anónimos de esos inframundos de por ahí podrían ser canjeados por un muerto de hambre de los que salen en la tele por aquí? No digo que la saharahui o el etarra o el cubano –creo que hay otro que también está casi en los huesos, pero como hace tiempo que no leo nada sobre él, pues ya no sé– no tengan derecho a hacer huelga de hambre para defender sus derechos inalienables a lo que sea. Faltaría más. Tienen todo el derecho porque son personas que pueden elegir, con todas las matizaciones que me quieran ustedes hacer. Pero un habitante de esos países olvidados, ¿a ver qué coño puede elegir? Sí, puede escoger entre tumbarse a morir a este lado del charco o al otro lado. Tendría gracia que este habitante anónimo del que hablo se pusiera en huelga de hambre para que no murieran de hambre sus paisanos, ¿sería eso noticia? No sé dónde pero en algún sitio que no recuerdo hemos perdido nuestra dignidad y nuestra vergüenza. ¿No habrá en el mundo un hombre bueno que sea capaz de encontrarla? Habrá que buscarla con la lámpara de Diógenes… aunque primero, con la misma lámpara, habría que encontrar a ese hombre bueno. Hemos llegado muy lejos, demasiado lejos, hasta un punto en que la dignidad de un hombre no vale lo mismo aquí que allí. Hasta un punto en que la vida de un hombre tiene distinto precio según el apellido que lleve, hasta un punto en que la vida de un hombre tiene precio…

Cuando un individuo puede elegir –incluso la forma de su muerte y hasta el momento–, no me parece mal que decida ponerse en huelga de hambre por un ideal, sea el que sea, como si es por nada o por una causa que a los ojos extraños de los demás no tiene justificación posible. Sin embargo, ¿qué pasa con tantos millones de seres, nuestros hermanos, nuestros iguales, que están en perenne y crónica huelga de hambre? Ellos no pueden elegir. No reclaman nada, no tienen aspiraciones políticas, ni siquiera económicas, que es lo que realmente mueve esta cosa que llamamos mundo. Si acaso piden comida. Sólo eso. Pero no se la damos. Es mejor vacunarlos a los seis meses contra todo tipo de enfermedades que harían entre ellos una escabechina para así salvaguardar nuestra conciencia (y de paso nuestra economía) y que luego la diñen de hambre a los seis años, o de sida a los dieciséis. Qué curioso, para vacunarlos contra esto último no se ponen de acuerdo los señores que mandan. A lo mejor es que la vacuna, o la combinación de ellas, o lo que quiera que suministran aquí en Occidente, es bastante más cara que la del sarampión, la de la difteria o la de la gripe del cochino ésa…

Y a estas alturas del artículo, para que nadie malinterprete lo que antecede, o tergiverse lo dicho hasta aquí, o lea lo que no está escrito, puntualizo y aclaro: estoy en contra del hambre, y de las dictaduras, y de la opresión, y de la codicia, y de la ambición, y de la pena de muerte, y, en ciertos momentos, de todo lo demás.

Un muerto es un muerto, ¿no? Debería dar igual morir de hambre aquí o allí, pero al parecer está mucho peor visto en democracia...

3 comentarios:

  1. Tenía entre mis enlaces, antes de cambiar el aspecto del blog, uno que llevaba a una asociación llamada ACCIÓNCONTRA EL HAMBRE. Sus planteamientos me convencen y pueden ayudar a colaborar de alguna manera aunque sea ideológica, económica y personalmente en este tema al que no veo fácil solución. Vivimos en la parte buena del mundo y no sabemos qué es el hambre, pero en buena parte del planeta es una realidad sangrante, pero no es sencillo resolverlo porque buena parte de nuestro bienestar requiere de zonas de sombra y de miseria. Además están las culturas fatalistas y poco emprendedoras que llevan a pueblos a dejarse consumir por la miseria, la carencia de educación y la huida de cerebros de estos países, sistemas dictatoriales, religiones que hunden a los pueblos en el atraso... No soy un especialista en el tema, pero sin duda la reflexión es bienvenida y atinada. No tengo demasiadas respuestas. Un abrazo.

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  2. Los muertos, muertos son,
    y nosotros sus asesinos

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  3. La reflexión siempre es necesaria, Joselu, pero desgraciadamente no suele ir acompañada de acción, quizá porque quienes tienen entre sus obligaciones actuar casi nunca reflexionan, y quienes sí lo hacen carecen del vigor (u otra cosa) para actuar.

    Miquel, pareces perfilarte tremendísticamente, pero sin duda es necesario algo de frescura. Aquello contra lo que nos posicionábamos hace 25 ó 30 años ahora nos devora, somos su alimento y razón...

    Gracias a los dos.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...