domingo, 30 de enero de 2011

Yo(mismo)

Siempre pensé que el personalismo yoísta era intrínsecamente nocivo para el desarrollo de la conciencia, en su acepción más amplia. Ser yo, saber que lo soy, me pone en ventaja frente a la inmensa mayoría de los seres vivos del planeta, tan distintos a mi propia especie. Al reconocerme puedo recapacitar, reflexionar acerca de mí. Puedo pensarme.

Pero, si esa concepción personalista es llevada a su máxima tensión, por encima de mi conciencia, en sentido ético, prevalecerá mi egoísmo, que es, según los antropólogos, aquello que nos ha permitido subsistir frente a los innumerables peligros que nos rodean. Así, cuando todo cuanto nos rodea parece confabularse en contra del hombre, su egoísmo, sustituto intelectual del instinto de los animales, le hace prevalecer, le obliga a buscar soluciones y a sobrevivir. Lo hace, sin embargo, a costa de casi cualquier cosa, haciendo buena la máxima de que el fin justifica los medios. Pobre argumento en manos de los moralistas, pero da resultado.

Yo, que soy un individuo perteneciente a la especie homo, sé quién soy. Al menos tengo a mi alcance los recursos suficientes y necesarios para saberlo. Si por alguna causa externa a mi contundente intención de vivir llegara a olvidarlo, probablemente se produciría esa desconexión de la realidad que me obliga a no vivir, en el sentido más vital del término, es decir, morir. Pero esa situación se da únicamente en un bajísimo porcentaje sobre el total de yoes censados, de modo que más que una opción es una anomalía, una disfunción del cerebro.

Quien antepone su yo al yo de los demás está en el correcto camino para sobrevivir. El hombre es oportunista. Y depredador. El mayor que existe, pues a su vocación natural une su capacidad intelectual y su habilidad manual, cualidades que le facultan para construir armas a cual más mortífera con las que domeñar su entorno y antropizar hasta lo imposible su hábitat y el de las demás criaturas. Por acuerdo, tácito o impuesto, los yoes particulares se unen normalmente en un yo socializador que arrebaña los personalismos y los ejecuta sistemáticamente en beneficio del proyecto común, que indudablemente aporta al grupo así constituido un plus de garantía respecto a sus probabilidades de supervivencia. Pero, aun inmerso en ese magma social, el yo de cada individuo se manifiesta poderosamente ante las más variadas circunstancias de la vida que le toca afrontar, destacando, sin duda, el potente deseo de prevalencia sobre sus congéneres, de modo que el yo me reconozco se transforma en el yo quiero, el yo más que tú, el yo antes que tú, yo antes que nadie… El grupo, que vela por la cohesión interna que le asegura la supervivencia, permite en cambio estas supuestas desviaciones del patrón homogeneizador, que no hacen, en realidad, sino reforzar esa cohesión, pues el yo dominante precisa de otros dependientes para su efectividad, de suerte que el grupo permanece unido asumiendo el exacerbado individualismo interno de algunos sujetos, lo que les capacita para asumir el liderazgo. Esto, en suma, es la expresión misma del desarrollo de cualquier sociedad, desde sus más modestas formas al complejo entramado en el que ahora vivaqueamos.

Sin embargo, siempre habrá, también, individuos que, perteneciendo al grupo, al menos en su manifestación contingente, ni anteponen su yo a los demás ni participan del gregarismo caracterizador de la mayoría. Quiero creer que pertenezco a este apartado, en el que, al menos, me reconozco como soy, pues siendo yo, como tantos, no gusto de llamarme así.

6 comentarios:

  1. Paseo por la calle y me veo reflejado en los escaparates y pienso: a este lo conozco. De hecho es la imagen que más conozco y me reconozco bajito, calvo, vulgar y transito por ahí como puedo.

    Esta es mi medida:

    Soy de largo como dos millones de microbios
    ordinarios y ordinario como seis millones de hombres.
    Estoy a medio camino entre la estrella y el átomo
    y puedo reventar un átomo para hacer volar
    todo esto hasta más allá de las estrellas.

    Te ruego que perdones este atrevimiento poético.

    Salud
    Francesc Cornadó

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  2. No debes disculparte, Francesc, por hacer legítimo uso de la palabra en libertad, máxime cuando son tan honestos sus presupuestos y tan conseguidos sus logros.

    El hombre, que en lugar de instinto posee egoísmo, no acaba, sin embargo, de desprenderse de sus atavismos puramente animales. Pero no creo que uno de ellos sea este afán autodestructivo que nos embarga más a menudo de lo que quisiéramos. El deseo de romper es tan fuerte como frustrante su inacción. Y así vamos sobreviviendo, algunos, entre las sombras de los hombres, sin yo ni nada.

    Un abrazo.

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  3. Hay en el Quijote una lección -otra más entre sus miles- que me parece de recibo. Reprendido D.Quijote por un vecino, que le confirma en su identidad de hidalgo manchego, de apellido Quijanapor,responde airado el ingenioso hidalgo que no sólo sabe quién es, sino que incluso sabe quiénes puede ser, los nueve caballeros de la fama, etc. Ahí está el punto, en saber no solo quién se es sino quién se puede llegar a ser, que es otra vía muy distinta del imperativo de Píndaro, luego recogido por Nietzsche: Llega a ser quien eres.

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  4. Ítem más, querido Juan, me atrevería a decir que incluso sé, tras mucho cavilar y perder algo de pelo, quién no soy. Grande D. Quijote, igual que su escudero y también el famélico jaco, que con sus hablares ejemplarizantes regaron la orografía de sabias palabras, hoy desgraciadamente olvidadas. Gracias por las tuyas.

    Un abrazo.

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  5. Vuelvo hoy porque, al entrar para comprobar si habías cambiado la reflexión, se me ha quedado enganchado al engranaje raciocinante el contenido del paréntesis: (mismo), referiido al yo que le precede, pero quizás no del que procede. Trataré de explicarme. La mismidad es una de las peores ficciones que se han inventado, pero en la que se cae con una docilidad y debilidad mentales muy notables. Bien mirada, la mismidad es un absurdo tan disparatado como contratar a un cirujano cardiovascular sólo para cortarles las uñas a los pacientes, porque hay un exceso de especialistas. Quiero decir que la mismidad es un refugio, un puerto, una ilusión, una quimera, acaso, que nos causa mucho daño, y el mayor es, sin duda, no poder escapar de ella y creer en ella a pies juntillas y casi con saludo militar de sórdido taconazo. Decir "yo mismo" es tanto como tener el oxímoron por bandera. Personalmente, he de decir que quienes me entregan el mismo con una identificación marcial que sólo revela la ingenuidad de su psicologismo me dan un miedo terrible, casi tanto como la prepotente compasión que siento por ellos; pero, habiendo huido de esa sombra laberíntica y pegajosa, puedo entender con notable precisión la insatisfacción profunda que se experimenta cuando la mismidad se disuelve como la niebla que se levanta en los arroyuelos de la montaña al inicio de la primavera.

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  6. Que la locura nos asista, Juan, porque la razón hace tiempo que nos abandonó. Prefiere otras madrigueras donde cobijarse más caliente, al abrigo de la crítica. El título del artículo es, como todos los títulos, tan engañoso como a veces la propia intención del autor. Quizá un mecanismo ignorado realiza su silencioso trabajo en aras de la certidumbre que nos oprime, y pare sin dolor ideas, enunciados y títulos que no por buscados desea uno encontrar. Y es que un título, si está calibrado, es en sí mismo el poema y la historia, no necesita más. Sin embargo, en mi precariedad intelectual, siempre necesito prolongarlo con insensatas explicaciones que nadie me ha pedido, no sé si para satisfacer ese ego que un día dije desposeer o para calmar los soliviantados e inimaginables aplausos que creo oír.

    Yo y mi mismidad están tan rotos como resulte posible sin llegar al límite de la resistencia. El yo y su circunstancia orteguianos se refunden para gestar una criatura nueva característica de estos tiempos narcisochauvinistas: el yomismo, que quise, torpemente, dicotomizar para hacerlo digerible. Probablemente no lo he conseguido, pero, cuando todo se da por perdido, ¿qué más se puede perder? Lo repito, que la locura me asista.

    Siempre me reconforta tu presencia aquí.

    Un abrazo.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...