domingo, 27 de febrero de 2011

De canes y perros

Hoy seré de lo más prosaico, claro y directo posible. Se acabaron las contemplaciones. Andamos hartos, ahítos, y no precisamente por satisfechos. No toca arremeter contra los políticos, no contra el sistema, sea educativo o maleducado, ni contra nuestros señores de la chistera que están en los cielos. Hoy voy a por los perros, que son de los nuestros, de a pie, de infantería, ligera y pesada.

Por encima –o por debajo, no sé bien– de las grandes ideas, de los principios fundamentales, de las superestructuras sociales, está el día a día, la lucha cotidiana por la supervivencia, uno de cuyos factores determinantes, en este mundo que nos toca, es precisamente la convivencia. Atiende ésta a una multicausalidad por todos conocida, pero ahora me interesa concretamente sólo una de esas causas: la que implica el comportamiento que hacia los demás, sus semejantes, tienen los perros amos de los pobres canes. Radica en ellos el egoísmo innato de la especie, pero perfeccionado en grado sumo.

Tengo la suerte de vivir en la que probablemente es la mejor zona de mi ciudad, con edificios de poca altura y distanciados entre sí, amplias calles, adosados con aspecto humano y verde. Mucho verde. Desde mi apartamento alquilado de 35 metros disfruto de unas vistas envidiables más propias de un entorno rural que urbano, y además un parque que ocupa buena parte de la plaza, con zona de columpios para niños, hierba, árboles… Como digo es uno de los mejores barrios, habitado por gente bien o que pretende serlo, o que lo parece o quiere parecerlo… en fin, sobre seres y pareceres ya hablaremos. No es exclusiva de estas personas la afición por las mascotas, como ahora se llama tener un chucho, pues también los demás mortales de la ciudad gustan de esta compañía, pero me centro en los primeros porque es con los que tengo a diario la matanza.

¿Hasta dónde puede llegar el grado de imbecilidad de los seres, que defecan donde comen, como si de bestias se tratara? Desde los amplios ventanales de mi apartamento, como decía, se ve el parquecillo, y a los muchos cretinos que a él acuden en sacra y ritual visita dos y tres veces al día. Caminan ufanos, seguros de sí, de su poder adquisitivo, de su preponderante lugar en la larga escala de la cadena alimenticia. No se esconden, antes se vanaglorian de su gallarda pose, chucho en ristre, deparando contundentes mandobles sociales a diestra y siniestra. Ocupan la acera satisfechos, enarbolando las armas de su éxito social, con canes de buena raza, caros, de la misma manera que lo hacen con sus potentes todoterreno de marca. Sueltan la correa del can cuando deberían acortarla para que las personas puedan pasear seguras, sin temor a, en el mejor de los casos, un olisqueo que no a todo el mundo agrada. Traen a los pobres animales al parque y los dejan libres, sin importar si son chuchos falderos o mastines de 50 kg. Los llevan sin bozal, amedrentando a los pacíficos transeúntes tempraneros y vespertinos. Permiten que se alivien contra los columpios, en la misma arena donde por la tarde, al salir del colegio, acaso sus propios hijos juegan. La sempiterna bolsita de plástico, mudada la color por los muchos días de sol y paseo, atada a la correa por mor de Dios es mudo testigo de su orgullosa falta de respeto cívico: si las bolsas hablaran... Algunos, dueños a partes iguales con el banco de enormes casas adosadas provistas de espaciosos jardines, gustan más del verde público que del privado, y así aleccionan a sus chuchos para que lo hagan al salir de casa, no antes…

Todos ustedes conocen el asunto –¿o quizá sea un problema que tiene un servidor, con raro mirar? Es contradictoria la postura de los guardias, quienes, reconociendo la infracción de las normas de salubridad que cuelgan de bandos municipales, sin embargo prefieren no ejercer la autoridad que se les ha conferido y desisten de sancionar tales conductas, en aras de la convivencia pacífica, dicen. Es lastimosa la estampa que ofrecen al viandante aceras, parques y jardines, infestados de cacas que nadie se encarga de retirar. Resulta penoso que mantengamos con nuestros impuestos tantas hectáreas de espacios verdes con el único propósito de que sirvan de coto privado para estos perros y sus canes.

Voy al fondo de la cuestión, que ya tenía ganas de soltarlo desde que he comenzado a escribir estas líneas: son unos hijos de la gran puta –¡vaya, ya me salió la vena pérez-revertiana, y quizá no me lo pueda permitir, que ni soy académico ni pluma afamada!–, y desconozco el alcance de su felonía, pues no sé si son, finalmente, más malos que necios. Quizá alguien con más conocimiento pueda aclarármelo.

A mí me encantan los chuchos, pero no los perros, y a veces me gustaría tener una perrera llena de ellos, de perros, digo. No hay más. Una de can y otra de perro.

9 comentarios:

  1. Coincido contigo, el incivismo no tiene fin y parece que esta pasada época de ostentación se acrecentó. He notado que con la crisis ha disminuido el número de perros pero no el número de incívicos. Habría que ir llenando las perreras.
    Salud
    Francesc Cornadó

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  2. Es un gozo sentirse alguna vez perezrevertiano y poder maldecir libremente entre tanto lenguaje pulido y correcto. Tu escrito -no sé si bien razonado o no- tiene esa cualidad de lo directo, del puñetazo en la boca del estómago ante ciertas actitudes. Tienes suerte de vivir en un sitio tan atractivo. Yo vivo en medio de una zona industrial y sueño algún día vivir cerca del mar pudiendo ver amaneceres y ocasos y te juro que no me importaría en tal caso aguantar alguna cagada de perro o de chucho en mi camino.

    Un abrazo.

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  3. Pues nada, ya me gustaría discrepar, (que lo que me gusta es llevar la contraria...) pero es cierto lo que cuentas y creo que lo es en todas partes.
    En Compostela, no obstante, no se si es por la estrecha relación con la naturaleza que tienen lo gallegos, cada vez hai más dueños de canes que utilizan la mencionada bolsa de plástico para recoger las cacas perrunas (quizás Requejo piense que alguien de su portal también debería usarla para recoger otro tipo de "chorizos"...).
    Lo que sí que es habitual es que suelten a los chuchos de la correa y se escuden en lo de "no se asuste, no hace nada, es muy bueno...".
    Pues eso, que, para variar, estoy de acuerdo.

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  4. Si la norma cambiara y fuera de obligado cumplimiento que los chuchos se aliviaran en casa propia, seguro que muy pocos pijos conservarían el suyo, y las perreras se llenarían. Sin embargo, Francesc, el bozal le quedaría tan mono a algunos...

    Un abrazo.

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  5. Ay, Joselu, eso va a ser que al final tienen razón los dogmáticos, que nunca estamos contentos con nuestra circunstancia: se queja el rico de su riqueza y el pobre de su pobreza. Tú cambiarías tu industrial sitio por mi verde lugar, y yo me iría gustoso al acantilado junto al mar, allí donde las gaviotas manchan, tanto o más que los chuchos, pero al menos no necesitan perro que les suelte la correa.

    Un abrazo.

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  6. Discrepa, Oki, discrepa, que para eso estamos. Y si no te plugue y acuerdas conmigo, también lo aceptamos. Tendré que reconocer, a tenor de lo que dices, que los gallegos son más cívicos que estos castellanos adustos y serios pero al mismo tiempo ostentosos, sandios y algo peregrinos, con sus cacas choriceras y todo.

    Un abrazo.

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  7. El título no le hace justicia al artículo, por más que los perros no sean animales de tu agrado. Se habría de arremeter contra las canófilos, responsables últimos del comportamientos de sus sometidos cuadrúpedos. A mis hijos se les ha quedado la expresión que me salía del alma cada vez que nos tropezábamos con una "catalina" por la calle o en el parque: "caca de perro, dueño marrano". Cuando vivia con mis padres, teníamos perror.Y porque sé las exigencias que comporta, no lo tengo ahora,aunque no me disgustaría.
    Sí estoy en contra, sin embargo, de la tenencia de perros explosivos, peligrosos, cuyos desatados instintos han aparecido en los diarios y en los telediarios. Cuento haber sobrevivido a la persecución de un rottweiler de unos 50 kg, de ahí mi intolerancia, aunque ésta no es tanto hacia los perrros en sí, cuanto al nulo control de a qué manos va a parar un arma tan devastadora. ¿Para cuándo la erradicación de nuestro país de ciertas razas con tanto potencial mortífero? Ahí, en cosas como éstas, tan sencillas, las autoridades se lavan las manos. Si prohiben fumar en pro de la salud de las gentes, ¿no deberían prohibir la tenencia de essos perros?

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  8. Quizá, Juan, sea culpable, o al menos responsable, de insultar deliberadamente a los dueños de perros llamándolos así perros, con los matices más peyorativos que pueda encontrar. Es una acción premeditada. Juego tonto de palabras en que a veces me pierdo. Siempre van juntos, el animal y el perro.

    Son los perros dueños, en todo caso, quienes me inquietan, los de dos patas, no los de cuatro, a los que aprecio en lo que les toca. Más que a uno de esos mal llamados perros peligrosos temo a su dueño, que suele atender al perfil de engreído, inmaduro, acomplejado, egoísta y rencoroso.

    Ningún perro es más peligroso que su dueño. Ninguno. Los pobres animales, aun mordiendo a quien se ponga por delante, son en realidad víctimas de sus necios amos. Tal vez se les considere perros peligrosos en atención a su porte y a la potencia de sus mandíbulas, de las que es casi imposible librarse una vez han hecho presa. Pero mucho más agresivos que los pitbull son, por ejemplo, los caniches. Sucede, sin embargo, que con un papirotazo te desembarazas de ellos. En cambio con los otros...

    Estoy de acuerdo en que se debería regular el asunto adecuadamente. No se concede licencia de armas a cualquiera (de arma corta, porque escopetas hay varios millones), y sin embargo el más tonto del bote que te puedas echar a la cara se pasea alegremente, casi siempre sin bozal ni correa corta y sujeta, con un can de gran tamaño y pavorosos dientes. Y el mismo tonto tiene, además, carné de conducir, que es tanto como licencia para matar, pues no otra cosa es un coche en sus manos sino mortífera arma, también.

    Un abrazo.

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  9. Que los chuchos hagan sus necesidades en casa y que se prohiban los caniches, esos asquerosos y tan agresivos.

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Sepan quantos esta carta vieren: conçejos, justiçias, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales e omes buenos, como porque la principal cosa a que yo vine a estas partes no es acabada, e pues como estamos pobres e menesterosos, e faltos de seso e entendimiento, e porque lugar es este en que han de façer por grand voluntad la merçed los que agora son e de aquí adelante nos den su opinion...